Pocos recuerdan que en el primer mes de este año -ahora mismo- debía entrar en vigencia el Area de Libre Comercio de las Américas (Alca). A tal punto quedó relegado aquel proyecto clave de la estrategia estadounidense, que se desdibuja también el significado de su fracaso. Y las causas que lo provocaron.
Como contrapartida, el 8 de diciembre trece países (Panamá se sumó a la América Austral) firmaron en Cusco el Acta Fundacional de una Comunidad Suramericana de Naciones. Por razones presumibles, los medios de incomunicación de masas olvidaron el Alca nonato tanto como desestimaron el simbólico inicio que tuvo lugar en la antigua capital del imperio Inca. Por motivos menos nítidos, también la intelectualidad y las izquierdas se desentendieron de ambos acontecimientos.
Se trata de una omisión cargada de mensajes y consecuencias: el pensamiento político -incluso el más avanzado- no previó cómo y por qué una línea de acción decisiva para Estados Unidos se estrelló en la región donde sus clases dominantes se mostraron más proclives a adecuarse a la voluntad imperialista; no percibe cuáles son las fuerzas hoy predominantes en el complejo damero de América del Sur; y no está a la altura del desafío político planteado en esta etapa histórica. Los dos cataclismos que en los últimos 20 años cambiaron el rostro y el rumbo de la humanidad -el derrumbe de la Unión Soviética y el colapso de la contraofensiva capitalista denominada ‘neoliberalismo’- arrastraron también al pensamiento político y su recuperación es todavía una asignatura pendiente.
Contraofensiva
No podía ser de otro modo: ante la derrota de un objetivo estratégico de la magnitud del Alca, Estados Unidos replantea sus fuerzas y lanza una violenta contraofensiva. El punto de partida podría situarse en la reunión de la Apec (ver pág. 24). O en el atentado terrorista que cobró la vida de Danilo Anderson. O, si se prefiere, en la designación de Condoleeza Rice como secretaria de Estado, de Porter Goss como nuevo director de la CIA, del General Bantz Craddock como jefe del Comando Sur; en las amenazas descaradas contra los gobiernos de Argentina y Brasil; en la aparatosa escala de George Bush en Colombia, de regreso de la Apec, para entrevistarse con el presidente Alvaro Uribe.
Estos y otros muchos acontecimientos recientes configuran la segura respuesta del imperio malherido. Frustrada la vía del Alca, Washington avanza de todos modos por el camino de la militarización de América Latina, el empleo de mercenarios para operar con métodos terroristas en toda la región, el despliegue de fuerzas para propósitos jamás descartados: la invasión a Cuba y la detonación de una guerra entre Colombia y Venezuela.
Basta errar un milímetro en la apreciación de este combate estratégico para anular la propia fuerza o, peor aun, ubicarse sin saberlo en el bando enemigo. Pero el acierto no resulta de la improvisación o la verbosidad.
El Acta Fundacional de la Comunidad Suramericana de Naciones es fruto de un movimiento defensivo de capas más o menos poderosas de las clases dominantes suramericanas, con el gran capital brasileño al frente, armado de un programa híbrido de desarrollismo y keynesianismo (ver pág. 16). Levanta una barrera contra el imperialismo, pero excluye la batalla principal contra la miseria, el analfabetismo y el desamparo. Busca la solución en la competencia y no en la cooperación, aunque procura algún grado de complementación regional para mejor competir en el mercado mundial, lo cual augura una política inexorable destinada a reducir el salario real y aumentar la tasa de explotación de quienes tengan trabajo.
Con todo, eso es insoportable para Estados Unidos e incluso para otros centros imperiales. De modo que, con diferentes recursos, está asegurado el aumento de la presión de Washington contra los tres centros mayores de esa hipotética comunidad del Sur: Brasil, Venezuela y Argentina. La nueva fase, por tanto, supone una tensión y confrontación de fuerzas sin precedentes en la historia suramericana: no es fácil asumir las exigencias de una victoria cuando el vencido cuenta con un poder desmesurado y los vencedores carecen del basamento teórico, la fuerza organizativa y la estrategia común capaz de sostener y proyectar sus triunfos iniciales.
Mientras tanto, continúa inarticulado un bloque de fuerzas continentales capaz de respaldar a esa escala la Alternativa Bolivariana para las Américas (Alba) firmada por Hugo Chávez y Fidel Castro en La Habana (ver pág. 18). El presidente venezolano, que en diferentes escenarios lanzó en las últimas semanas la propuesta de «una Internacional democrático-revolucionaria», debería ser escuchado con mayor atención por quienes saben, o al menos intuyen, que este año será un momento crucial para la definición del rumbo de nuestros países.