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A maior crise do mundo

Temer se desmorona y, si hay elecciones en plazos perentorios, los sondeos de opinión adelantan que, o lo quitan de en medio con jueces y arrepentidos, o Lula volverá a ser Presidente. Tudo bom. Pero el sistema político brasileño está podrido hasta los tuétanos. Una eventual victoria de Lula tiene dos caminos: es el punto de partida para una revolución que de inmediato vaya a las raíces y las corte de un tajo; o, lejos de superarse, la crisis se ahondará.

Si algo sorprende del colapso brasileño es que esta explosión purulenta haya demorado tanto en ocurrir. Desde hace décadas las clases dominantes ejercen su poder en base a la corrupción más descarada.

A mediados de los 1980, cuando Brasil salía del período de dictadura militar, un connotado político local afirmaba: “la democracia es cara”. Se refería a dinero. Y explicaba así las fabulosas mordomías (prebendas o, más claramente, ingreso de la corrupción económica a la política). Desde el primer momento la democracia burguesa postdictatorial fue corrupta hasta lo indecible. No sólo en la derecha se impuso la convicción de que la fabulosa riqueza de este país inabarcable podría sostener el andamiaje.

La poderosa burguesía local siempre estuvo dispuesta al jeitinho (buscarle la vuelta o, en buen castellano, violar la ley). No obstante, es probable que los mayores gestores de la espantosa corrupción desparramada sobre el sistema institucional hayan sido los grandes aparatos políticos internacionales: múltiples tentáculos del Departamento de Estado, socialdemocracia, socialcristianismo.

A comienzos de los 1980 se anunció de manera inequívoca el inicio de la marcha hacia una revolución proletaria en aquel país. En el mayor y más poderoso país latinoamericano la clase obrera industrial se lanzó a la construcción de un partido propio, que en su declaración de principios se declaraba revolucionario y socialista.

Al fin de la dictadura no había partidos burgueses en Brasil (como ahora, y desde hace años, no los hay en Argentina). En las primeras elecciones presidenciales Ulysses Guimaraes como candidato de la principal formación política, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) obtuvo el 4% de votos. La otra estructura tradicional, el Partido del Frente Liberal (PFL) alcanzó un humillante 0,69%. Un invento de última hora que impulsó al ignoto Fernando Collor de Mello, tuvo alrededor del 28%.

La burguesía no tenía un dispositivo político para gobernar en democracia. Lula no ganó en primera vuelta y, así, se montó una formidable y repugnante operación para descalificar al líder obrero y llevar al Planalto a un corrupto de evidente impudicia que al poco tiempo debió ser echado del poder.

Como única organización con arraigo de masas, plan de gobierno y liderazgo respaldado por las mayorías quedó el recién nacido Partido dos Trabalhadores (PT). A la par, crecía una nueva y poderosísima Central Única de Trabajadores (CUT), que no era única pero era por lejos la de mayor potencia.

Como aves de rapiña cayeron sobre ese fenómeno nuevo los agentes de aquellas instancias de la contrarrevolución mundial. En más de una oportunidad me referí a un señor de cabellera blanca, maletín negro y acento castizo que merodeaba en los grandes encuentros sindicales y políticos de los trabajadores en ebullición. Nunca vi el contenido del maletín. Sí vi cómo cuadros claves cambiaban de opinión tras furtivas reuniones con el personaje en cuestión.

Así de crudo -y de la periferia al centro- fue el transvasamiento de la corrupción estructural de la sociedad burguesa al fenómeno naciente, destinado a producir una revolución socialista en Brasil.

En los años 1990 se vio como natural, propio y legítimo de esa llamada “democracia”, la apertura de un “período de pases” durante el cual diputados, senadores y otros altos funcionarios cambiaban de Partido según las chances electorales que cada uno ofreciera.

Tras perder en tres oportunidades las presidenciales, arrebatadas por maniobras donde siempre la pieza clave fue el PMDB, Lula y la dirigencia del PT resolvió pagar un alto precio ideológico y político para llegar a la presidencia. Tras la victoria, que se sumaba al proceso revolucionario detonado por Hugo Chávez en Venezuela y cambiaba el mapa regional, aquel largo trabajo de zapa de las dos mayores estructuras políticas contrarrevolucionarias del planeta -socialdemocracia y socialcristianismo- lograron su objetivo. Por caso: el PT basó su plan de gobernabilidad en una alianza con el PMDB, el partido de Temer y otros delincuentes hoy en prisión.

América XXI registró en su edición de julio de 2015 una ceremonia en la que Felipe González acompañaba a Lula en un acto solemne de su Fundación educativa. Decía la breve nota en la sección GPS, escenificando el pensamiento del socialdemócrata español, avanzada de esa tendencia en América Latina: “Misión cumplida”. Los hechos están ahora a la vista.

Es habitual decir “o mais grande do mundo” para referirse de manera burlona a algún fenómeno brasileño. La expresión no existe en portugués. Con razón, los brasileños se molestan y a su vez se burlan de la ignorancia de quienes así se expresan. Para no incurrir en ambos errores, conviene retener que el proceso abierto en Brasil es, en cambio, a maior crise do mundo.

En cuestión de días debería realizarse una reunión de las dirigencias revolucionarias de Brasil con las que buscan el camino anticapitalista en toda América Latina y, junto a los gobiernos del Alba y la conducción de la Revolución Bolivariana, preparar la respuesta a tamaño desafío.

20 de mayo de 2017

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