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a propósito del xix congreso del pca

¿Cómo recomponer las fuerzas comunistas?

porLBenCR

 

Introducción

Entre los días 3 y 5 de noviembre pasado se llevó a cabo el XIXº Congreso del PCA. El autor de estas líneas fue invitado a la inauguración y la clausura de este encuentro en representación de la Unión de Militantes por el Socialismo. En el folleto publicado poco después con las conclusiones del Congreso, una nota introductoria señala el propósito de que éstas «se transformen en el eje de un proceso de debate, reflexión, estudio y capacitación de los comunistas y de otros sectores de la izquierda».

Estudio, reflexión y debate son tareas urgentes para quienes nos consideramos comunistas. En nuestro caso, jamás militamos en las filas del PC y durante años clave de la historia reciente defendimos propuestas ideológicas, programáticas y organizativas frontalmente opuestas a las que por entonces enarbolaba este partido. Los tiempos han cambiado y ahora resulta menos difícil para nosotros explicar y para otros admitir, que no todos los miembros del PC eran comunistas y no todos los comunistas estaban en el PC.

A partir del XVIº Congreso el PC inició un proceso autocrítico profundo. El desmoronamiento de la URSS a la vez aceleró y confundió ese intento de nuevo curso. Tras años de crisis y disgregación acelerada el PCA presentó a su militancia lo que denomina Tesis Fundamentales (nueve), aprobadas por el XIXº Congreso. Si bien puede resultar excesiva la intención de que ellas se constituyan en el eje del debate necesario, no cabe duda de que son una instancia propicia para avanzar en él.

Desde Crítica hemos intentado reiteradamente romper el ensimismamiento de quienes, reivindicándose marxistas, no sostienen en los hechos un principio esencial que define a la vez el carácter de esta teoría y su tradición más notoria: la polémica con fundamentos, la afirmación, la investigación y el desarrollo como ciencia crítica.

Fueron vanos los intentos de intercambio efectivo acerca de, para poner apenas algunos ejemplos, el significado de la caída de la Unión Soviética, el carácter y las perspectivas del Frente del Sur, el papel histórico que venía necesariamente a cumplir el Frente Grande…

En otro orden, jamás hubo un debate acerca de las ponencias que llevamos a cada uno de los encuentros del Foro de Sao Paulo, o de las evaluaciones que hicimos de estas reuniones. Menos aún pudo encaminarse una reflexión crítica sobre el Partido de los Trabajadores de Brasil.

Particularmente notorio fue el silencio obtenido como respuesta cuando, en Crítica Nº 3, los compañeros Mercedes Balech y Norberto Bacher hicieron un análisis profundo, muy documentado y respetuoso, de la crisis que desintegró al MAS. Este fue el partido más importante que tuvo la izquierda argentina; sin embargo estalló y se deshizo sin que el pensamiento marxista local se hiciera cargo del debate que semejante acontecimiento exige. Dijimos entonces (agosto de 1992): «Es por no estar teórica y políticamente armada para afrontar esa tarea [la construcción de una fuerza política de masas con eje en la clase obrera y, paralelamente, dar pasos concretos que conduzcan gradualmente a la unidad de los comunistas] en un marco nacional e internacional cuya caracterización erró diametralmente, que la dirección del MAS se mostró impotente frente a las tensiones de su organización y la condujo al desastre. Pero esa falencia no es exclusiva del MAS. El precio que esta organización paga es el más alto porque entre los partidos y agrupamientos de izquierda había alcanzado el mayor nivel de desarrollo y penetración en el movimiento obrero. De igual manera, la crisis del MAS no se limita a esa organización: resume y prefigura la crisis de una concepción mecanicista, sectaria, no marxista, de la organización política revolucionaria (…) La crisis del MAS es el último ensayo de construcción sectaria que alcanzó a superar el marco del pequeño grupo. Quienes no asimilen la lección estarán condenados -no importa cuantos recursos económicos o éxitos pasajeros puedan exhibir- a recorrer el mismo camino del MAS sin ninguno de los éxitos que hicieron de ese partido una esperanza para miles de luchadores».

Y seguíamos diciendo en la introducción a lo que esperábamos fuera el inicio de un debate: «El análisis y la discusión de la crisis del MAS, por tanto, atañe a toda la militancia (…) Nuestras páginas están abiertas para toda contribución seria al respecto; y esto vale desde luego para militantes y dirigentes de otros partidos y organizaciones marxistas, en primer lugar del MAS. Nuestro propósito es hacer partícipes a miles de militantes en todo el país de una confrontación de posiciones franca y sin concesiones, una lucha ideológica en la cual la intransigente defensa de principios y opiniones se lleve a cabo con la seriedad y el fraternal respeto que merece todo luchador revolucionario».

Propósito vano, al menos hasta ahora. Ni una sola contribución llegó a nuestra redacción, pese a que esa edición vendió más de 1500 ejemplares y dirigentes de diversos partidos y agrupaciones fueron especialmente invitados a escribir sobre el tema.

No es evidente que este ensimismamiento, lindante con el autismo, pueda romperse ahora. Pero es nuestra obligación intentarlo una vez más. Esperamos que en la próxima edición deCrítica nuestros lectores puedan hallar numerosas contribuciones que, desde las filas del PC o de cualquier otra organización o autor marxista, en acuerdo o disidencia con nuestra óptica, hagan realidad esta invitación al «debate, reflexión, estudio y capacitación» que nos propone el PC en su Congreso y a la que respondemos en las líneas que siguen.

 

Breve pantallazo sobre el panorama internacional

Apenas cinco años después del desmembramiento de la Unión Soviética, el curso político en aquella región ha invertido su rumbo. Las masas han reemplazado su expectativa favorable a las reformas pro-capitalistas por intentos desesperados de oposición a los efectos de las medidas tomadas en esa dirección. Está claro ahora que el capitalismo no se impuso en los países que integraban el Pacto de Varsovia. Si bien resulta menos sencillo determinar dónde están y adónde van esas naciones un punto es evidente: no van a una transición democrática y pacífica, con respaldo de masas, hacia el capitalismo.

También se clarifica el panorama en otro punto sobresaliente del mapa político, contrariando vaticinios provenientes no sólo de la derecha: Cuba no cayó. Y ya los propagandistas del capital que durante cinco años auguraron la sublevación de las masas cubanas y el inevitable derrocamiento de Fidel Castro para el mes próximo, han puesto de lado esa posibilidad. El gobierno revolucionario revirtió la tendencia brutalmente negativa de su economía, rearticuló sus bases de sustentación social y reafirmó el apoyo colectivo a la dirección encabezada por Fidel Castro.

En el otro extremo político del planeta hay igualmente mudanzas de envergadura. «La más rica y poderosa economía de Europa está en crisis», afirma sin rodeos el semanarioNewsweek a mediados de marzo, refiriéndose a Alemania. Tardía verificación. Las huelgas en Francia a fines de 1995 actualizaron la existencia de una profunda crisis en los países altamente desarrollados. Y como novedad que descoloca a comentaristas de derecha e izquierda, ubicaron nuevamente a la clase obrera como eje de la lucha social.

En Estados Unidos la burguesía a la vez que se desplaza en su conjunto hacia la derecha, se fractura significativamente en torno a la forma y el momento de llevar a cabo una tarea improrrogable: recrudecer una ofensiva económica contra las masas que ya viene implementándese gradualmente desde hace una década. La expresión internacional de esa política interna está a la vista con el envío de 25 mil soldados a la ex Yugoeslavia (como parte de una fuerza invasora de 60 mil hombres), el desplazamiento de portaaviones y submarinos con armamento atómico al estrecho de Taiwan y las provocaciones sistemáticas contra Corea del Norte. Estos riesgosos juegos de guerra, además, trasuntan la inestabilidad política y social de China, que Washington por su lado y Tokio por el suyo pretenden usufructuar táctica y estratégicamente, alentando un estallido análogo al de la URSS e incluso una guerra regional.

Mientras tanto la situación en los países latinoamericanos se ha deteriorado aceleradamente en todos los órdenes, llevando al límite la viabilidad de los regímenes democrático-burgueses que aplican las políticas exigidas por la crisis global y dictadas por el Fondo Monetario Internacional.

No se trata aquí de adentrarnos en la suma de acontecimientos que señalan la proximidad de grandes cambios en el panorama internacional(1), sino apenas verificar que hoy se replantea, en un nuevo marco, muy diferente al de comienzos de la década en curso, el dilema abierto a partir del derrumbe del mausoleo stalinista en el que se había momificado al marxismo: ¿cómo recomponer las fuerzas comunistas?

La búsqueda de respuesta a este interrogante dio origen a Crítica, cinco años atrás, precisamente cuando sobrevino el cataclismo. A partir de entonces, el tema ha sido abordado en estas páginas desde los más diversos ángulos y por diferentes autores. No es hora, todavía, de un balance exhaustivo. Pero sí es tiempo de observar el panorama global y afirmar conceptos que permitan afrontar la nueva etapa que se abre.

 

Conjunto inseparable de tareas

Recomponer las fuerzas comunistas presupone trabajar a la vez en una dimensión filosófica, una dimensión política y una dimensión organizativa. Cada uno de esos planos tiene a su vez perfiles y momentos diferentes. La tríada es inseparable y el peso de cada componente varía según las circunstancias. Ineludiblemente, sin embargo, ésta se resolverá en el terreno organizativo; aunque desde allí volverá constantemente a replantearse en los otros ámbitos.

La fluidez con que el proceso se desarrolló en el quinquenio vertiginoso que precedió al último del siglo, a menudo descoloca a sus protagonistas. Es más: no pocas veces quienes ocupan el escenario, más que actores conscientes de su papel, parecen espectadores confundidos. Vacilan y trastabillan, entonces, conceptos, individuos y organizaciones.

Además, la moda hace estragos. La combinación del desmoronamiento de lo que hasta ayer se consideraba inamovible punto de referencia y la adhesión irreflexiva a los nuevos estilos produce efectos sorprendentes. Si antes la condena a los sentimientos religiosos, por ejemplo, era punto de partida de cualquier manifiesto individual, ahora la única perspectiva de la revolución consiste en buscar la salvación del marxismo mediante su fusión con la teología de los curas progresistas. Si antes las horrendas estatuas y símbolos erigidos por el stalinismo representaban la fuerza invencible del proletariado revolucionario, ahora… la clase obrera ha desaparecido.

Mientras una legión de antiguos militantes identificados como comunistas cambió rápidamente de nombre, abandonó el árido materialismo y denunció a Lenin como el fundamento del stalinismo, otros, que mantuvieron la identidad del nombre, coinciden en muchos casos con los primeros en denunciar el materialismo dialéctico (al que despectivamente denominan «diamat», según la fórmula con la que el stalinismo disfrazaba su degradación teórica), encuentran deformaciones severas en la visión filosófica de Lenin y por supuesto, en su teoría del partido y el Estado. Están además quienes se abocaron a subrayar el antimarxismo de Engels y los errores de Marx (su teoría del valor, por ejemplo, su interpretación de la mercancía y su concepción del Estado….); y para completar el cuadro emergen voluntariosos autores que prometen «recrear» el marxismo aunque, es preciso decirlo, no se les conoce obra que avale empresa tan empeñosa.

A menudo, para adolorida vergüenza de testigos con sentido de la decencia, es una misma persona la que años atrás usufructuaba la autoridad emanada de Moscú para erigirse como dirigente y ahora se exhibe como abanderado de la execración de todo aquello, en nombre de fórmulas aniquiladas teórica y prácticamente por los revolucionarios marxistas de principio de siglo. Pero más allá de estos casos individuales, hay algo constante en la base de tantos y tan brutales virajes: el sector social que los protagoniza. La producción y reproducción de ideas, incluso de aquellas consideradas alternativas a las gestadas por la clase dominante, está en manos de los así llamados intelectuales; y éstos son, por determinación y práctica social, particularmente proclives a súbitos odios y enamoramientos.

Es decir: el marxismo como cuerpo teórico-político y las organizaciones que deben darle carnadura no sólo sufren la degradación teórica legada por el largo predominio del stalinismo sobre el movimiento comunista internacional; además están, con escasas excepciones que consideraremos más abajo, en manos de un sector social por definición inconsistente, inmediatista, signado por la mezquindad y la estrechez para situarse frente a la actualidad y la historia.

Por supuesto en este cuadro no falta la militancia revolucionaria que con genuina intención y generosa entrega se propone rearmar las fuerzas capaces de llevar a cabo exitosamente la lucha anticapitalista. Todo lo contrario: hay un ejército incontable y silencioso de militantes a la espera. Lo que sí falta -o al menos no logra imponerse al punto de polarizar la capacidad dispersa- es la propuesta con suficiente solidez teórica y aptitud en la acción como para recomponer en todos los planos las fuerzas comunistas.

Una de las barreras para alcanzar ese objetivo está muy cerca del punto de partida: ¿quiénes constituyen las fuerzas comunistas?

Hasta no hace mucho, las cosas no admitían controversia: eran comunistas quienes integraban o adherían a los partidos comunistas. Lo demás entraba en la categoría de no-comunista, cuando no directamente de anticomunista.

Así, por ejemplo, en 1959, mientras el español Santiago Carrillo o el argentino recientemente fallecido Fernando Nadra eran comunistas, Fidel Castro y el Che Guevara eran no-comunistas. Del mismo modo, quien en 1980 afirmara que el Sr. Boris Yeltsin y sus colegas de entonces en el Buró Político y el Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, eran burócratas enemigos de los trabajadores y del socialismo, pasaba automáticamente a la categoría de anticomunista.

Todo fluye. Pero el río de la historia de los últimos años ha sido tan torrentoso que, sin que la dialéctica tenga nada que ver con el asunto, para muchos se ha desvanecido el principio de identidad.

Dejando de lado a los filisteos que en éste como en otros tantos temas sólo se preocupan por reubicarse en función de sus propios intereses, la delimitación y afirmación de una identidad en un momento de tan grande y generalizada confusión, constituye un problema de magnitud para un luchador revolucionario, provenga o no de las filas de partidos encolumnados hasta no hace mucho con la autoridades de Moscú.

Delimitar la identidad comunista ofrece dificultades serias no sólo para quienes la definían a partir de la URSS y los partidos que giraban en su órbita, sino también para quienes se apoyaron en columnas menos tangibles pero más sólidas. La degradación no sólo corroyó el pedestal de la burocracia soviética. Las ideas, proyección y reflejo de la realidad, también sufrieron un proceso análogo. El marxismo como teoría se deterioró severamente y no sólo en la versión de los intelectuales al servicio del stalinismo.

Ahora bien, la identidad es inseparable del ser y éste de su transcurso en el tiempo; es decir, de su historia. Por lo tanto, afirmar la identidad presupone delimitar un contenido y asumir una historia. Tras la larga noche stalinista ¿qué contenido define con precisión el ser comunista? ¿y cuál es la historia común que identifica a los revolucionarios marxistas y les da una común identidad comunista?

Hay dos respuestas sencillas a este dilema. Una apela a la tradición, al heroísmo, el espíritu de sacrificio, la entrega, de innumerables compañeros y compañeras que militaron bajo las banderas de los partidos comunistas sometidos al stalinismo, y resuelve de ese modo el interrogante acerca de la identidad comunista: ¿quién puede negar que ellos, esos memorables luchadores, constituyen un legado reivindicable y de peso suficiente para reconocerse en él?

La otra respuesta, de idéntica naturaleza, alude a la Oposición de Izquierda encabezada por León Trotsky y aplastada por el stalinismo; establece con ella una línea de continuidad y sobre esa plataforma reclama su derecho: ¿quién puede negar no sólo el heroísmo de miles de comunistas inmolados por enfrentarse a la degeneración que finalmente acabó derrumbando a la Unión Soviética, sino además la inapelable consistencia teórica de los análisis que, aplicando los principios teóricos del marxismo, ya en los años 30 auguraban este destino si no se cambiaba el rumbo?

La parte de verdad que tienen estas dos respuestas simplificadoras ocultan la complejidad del tema y se transforman en una infranqueable barrera adicional.

En primer lugar, ambas anteponen aspectos histórico-concretos a principios teóricos, con lo cual se relega la tarea primera y decisiva de afirmación conceptual y revisión específica, a la luz de esos conceptos, de aquella historia a la que se alude. La identidad, así, sería una cuestión de tradición y no de principios. Lo emotivo prima sobre el razonamiento sistemático. De allí a la afirmación del idealismo filosófico hay apenas un paso.

En segundo lugar, un aspecto fundamental ausente en esos planteos sale a la luz al diferenciar los conceptos revolucionario y marxista. El primero refiere a la intencionalidad, la voluntad y la conducta de un individuo; el segundo, a la ubicación filosófica, al armamento teórico.

La sola decisión de luchar contra la opresión capitalista y una vida consecuente con esa determinación, hacen de un individuo un revolucionario. El conocimiento y la adscripción a las bases filosóficas y las teorías económicas elaboradas por Marx y Engels basta para que alguien pueda calificarse a sí mismo como marxista. De aquí se sigue que al menos cabe la posibilidad de que no todo revolucionario sea marxista, ni todo marxista sea revolucionario. Se desprende también de aquí que sólo quien logra aunar en la práctica, de manera consistente y sostenida, su voluntad revolucionaria y una política basada en los principios del marxismo, alcanza la tan manoseada pero inalterable condición de comunista.

Se puede argüir que en última instancia un revolucionario anticapitalista deberá asumir las bases teóricas del marxismo y que un marxista sólo lo será cabalmente si asume una conducta revolucionaria. Es verdad. Pero lo es en última instancia. ¿Y qué ocurre en todas las instancias anteriores, es decir, en la vida cotidiana, en el devenir de la lucha?

Ocurre que la fusión y confusión de ambas categorías impide descubrir cómo estuvo constituido el movimiento comunista internacional real, y esto impide comprender su trágica historia, lo cual, al cabo, impide identificar la propia historia, reconocerse a sí mismo y a partir de ello estar en condiciones de identificar a los iguales.

Hoy está fuera de discusión que, para poner una fecha simbólica, desde que en 1935 los ignominiosos juicios de Moscú llevaron al paredón a los últimos miembros del Comité Central que condujo la Revolución de Octubre, el movimiento comunista internacional oficial no fue ni revolucionario ni marxista. Pero dentro del movimiento comunista internacional oficial -así como fuera de él- había genuinos revolucionarios y marxistas. Son millones y millones los hombres y mujeres que bajo la bandera de partidos llamados comunistas entregaron su pasión y su vida a la causa revolucionaria. Fueron -y muchos todavía son- revolucionarios como individuos, pero aunque lo creyeran así y aun cuando les resulte intolerable aceptarlo, en su práctica no eran marxistas e integraban -por causas históricas que los excedieron hasta aplastarlos- estructuras que no eran revolucionarias y que de modo sistemático cumplieron un papel contrarrevolucionario.

Como contrapartida, en las múltiples pequeñas estructuras que intentaron dar continuidad a la Oposición de Izquierda luego de su aplastamiento por el stalinismo, culminado con el asesinato de Trotsky en 1940, por regla general se reivindicó un marxismo sólido. Aun pagando tributo a las condiciones de aislamiento y persecución con gruesos errores de diverso carácter, estos agrupamientos establecieron una continuidad teórica e hicieron invalorables contribuciones para analizar el mundo contemporáneo y actuar sobre él. No obstante, la indiscutible voluntad revolucionaria individual y colectiva de tales organizaciones no bastó para cumplir un papel efectivamente revolucionario. Y no son pocos los casos en que adoptaron posiciones francamente opuestas a los requerimientos de la revolución. (Tales conductas se reproducen todavía, para tomar apenas un ejemplo, cuando algunos grupos que se denominan trotskystas demandan el derrocamiento revolucionario de Fidel Castro).

Desde el punto de vista del individuo como tal, es más que obvio que en las filas de los partidos sometidos a las políticas contrarrevolucionarias de la burocracia soviética hubo y hay millones de genuinos combatientes comunistas, al tiempo que en organizaciones con programas y propuestas revolucionarias marxistas abundaron arribistas, pequeños burgueses individualistas, pseudoteóricos alimentados con migajas mal digeridas de las grandes contribuciones de quienes intentaron dar continuidad al pensamiento y la acción revolucionaria marxista.

¿Todo es igual, entonces? Desde luego que no. Pero discernir y juzgar entre revolucionario y no revolucionario, entre marxista y no marxista, no es tarea para llevar a cabo con regla y compás. Y, sobre todo, no es tarea de profesores que levantan el dedo y lanzan su dicterio.

Ante todo, para analizar y separar el trigo de la cizaña es preciso delimitar el terreno teórico, es decir, definir cuáles son las columnas conceptuales del marxismo en términos filosóficos, en la interpretación de la sociedad capitalista, en los principios de acción política. A partir de allí, hay que salir de la consideración del individuo como tal, trasladarse al ámbito de las clases y ubicar el problema en su punto más sensible: el de la organización.

Decíamos más arriba que sólo quien logra aunar en la práctica, de manera consistente y sostenida, su condición de revolucionario y marxista, alcanza la cualidad de comunista. Pero aunar ambas condiciones y realizarlas en una efectiva práctica política presupone la existencia de un partido que, a la vez, sea la expresión viviente de la continuidad del pensamiento revolucionario marxista y esté compuesto por cuadros hondamente enraizados en la clase obrera.

Sucede que el partido que logró esa conjunción histórica -la IIIª Internacional en el período de sus primeros cuatro congresos- fue arrastrado y destruido por el fracaso de la revolución en Alemania, el atraso secular de Rusia y una suma de elementos subjetivos y circunstancias eventuales. Se produjo así, ya desde mediados de los años 20, una fractura entre teoría revolucionaria y clase obrera, causa última que explica la encrucijada histórica que vive la humanidad a fines del siglo XX.

Esta fractura trágica se inicia con la degeneración de la Revolución Rusa y la caída de la IIIª Internacional bajo la bota del stalinismo. Los obreros revolucionarios y todos aquellos que pusieron su esperanza en una sociedad socialista quedaron, prácticamente sin fisuras y en todo el mundo, encuadrados en una estructura cuya cúpula no sólo era la negación viva de la teoría marxista, sino que en el terreno político cumplió un papel contrarrevolucionario. Los revolucionarios marxistas, por su lado, quedaron aislados del proletariado y limitados a un ámbito social y organizativo que constituye, a término, un veneno inexorablemente mortal para la teoría revolucionaria.

¿Significa esto que, en rigor, desde el entronizamiento del stalinismo no hubo teoría marxista, ni organizaciones, ni militantes comunistas? Tal conclusión sólo puede provenir de una manera estrecha y mecanicista de observar la realidad.

La derrota de la Oposición de Izquierda (posteriormente mal llamada trotskysmo, a partir de la propaganda stalinista) significó una ruptura en la continuidad del pensamiento marxista plasmado en organizaciones obreras comunistas. Así, la producción teórica, en definitiva la lucha revolucionaria, se fragmentó y debilitó. Pero ni por un momento, a lo largo de todos estos años, dejó de existir. Dentro y fuera del movimiento comunista internacional oficial. La explicación dada a la gesta vietnamita como supuesto resultado de la presión de masas revolucionarias que arrastran a direcciones contrarrevolucionarias es una tontería mayúscula que ofende la inteligencia. El hecho de que la Revolución Cubana fuera llevada a cabo por una organización ajena y enfrentada con el PC de ese país, o que el PCUS y la casi totalidad de los partidos latinoamericanos alineados con aquél son los verdaderos responsables del aislamiento, la derrota y asesinato del Che, es algo que sólo puede negar quien persista en sostener aquella complicidad criminal. La lucha revolucionaria comunista, la organización revolucionaria comunista, la teoría revolucionaria comunista, aun dispersa, fragmentada, limitada, no sólo se mantuvo viva, sino que fue el protagonista más importante de la resistencia al capitalismo en todo el planeta incluso durante este período nefasto de predominio stalinista sobre el movimiento obrero comunista internacional.

Precisamente la tarea clave, la base en definitiva para recomponer estratégicamente las fuerzas comunistas, es recomponer esa historia; reinterpretarla y reescribirla a la luz de la verdad que hoy produce un efecto enceguecedor pero que es justamente la que permitirá iniciar una nueva etapa histórica de la lucha revolucionaria basada en la teoría científica del marxismo.

De allí que, si bien en esta historia hay inequívocamente tirios y troyanos, para delimitar entre éstos y aquéllos no puede haber otro juez que la continuidad de la lucha en el ámbito de la teoría, en el combate social y la confrontación en ese terreno de las propuestas elaboradas con el bagaje que cada uno decida asumir. El veredicto sólo puede darlo la historia.

¿Qué hacer mientras tanto? Ante todo, subrayemos lo que no se debe hacer. Es destructiva -y penosa- la actitud de quienes durante años ocuparon el estrado de dirigentes o teóricos tocados por la varita mágica de Moscú y hoy pretenden continuar ocultando la labor teórica y militante de los revolucionarios que enfrentaron al stalinismo, con la vana esperanza de convencer a sus seguidores de que no era posible conocer, interpretar y denunciar la degeneración de la Unión Soviética antes de que estallara ante los ojos del mundo. Es estéril -e igualmente penosa- la conducta de quienes se atribuyen el papel de profetas porque asimilaron las brillantes lecciones de Trotsky, aunque éstas no les hayan servido para diferenciar una revolución de una contrarrevolución cuando comenzó a tambalear la mampostería stalinista en los países del Pacto de Varsovia.

En cuanto a las líneas de acción positiva, la tarea consiste en recuperar los conceptos, principios y métodos que basados en la teoría marxista forjó el movimiento comunista internacionalreal, y con ellos como bandera acometer la tarea histórica de soldar la fractura entre teoría marxista y clase obrera.

Fácil decirlo. Muy complejo, extraordinariamente difícil, realizarlo. No sólo porque la aprehensión de la teoría marxista mediante la vuelta a los textos clásicos es apenas el prólogo del verdadero desafío: plasmar esa reaprehensión de la teoría en un análisis concreto de la situación concreta, sino y sobre todo porque esa tarea de asimilación, depuración y traducción a la realidad, únicamente puede llevarse a cabo en y mediante la lucha política y a condición de que en ella participe, con papel protagónico, la vanguardia real del movimiento obrero real. Por si la dificultad no fuera suficiente, hay que agregar lo que en realidad es el punto de partida: esa tarea no puede llevarse a cabo en el marco de un país: será en la conjunción de luchas sociales, debate teórico, división y reagrupamiento de revolucionarios marxistas a escala internacional, como se recompondrán -o no, porque el desenlace no es fatal- las fuerzas comunistas.

Tras estas afirmaciones, sin embargo, la pregunta sigue sin respuesta concreta: ¿qué hacer?

Hablar a partir de los hechos

Pues bien; para responder a esa clásica pregunta, como en todas las cosas de la vida, más que las palabras valen los hechos. («Charlar y hacer son cosas totalmente opuestas», le advertía Marx en una carta a su hija Jenny). Por eso es conveniente analizar una experiencia encaminada a la recomposición de fuerzas marxistas.

Cinco años atrás, en nuestra realidad concreta, no podíamos aspirar a más que una reafirmación y delimitación de principios acompañados por el análisis, a la altura de las escasas posibilidades, de la situación internacional y nacional. (Esa tarea, subrayémoslo, no comenzó con Crítica ni -mucho menos- se reduce a la labor de quienes la producen. Precisamente el intento consistió en dar continuidad a un combate de larga data y a escala internacional, buscando asimilar en ese terreno y sintetizar en estas páginas lo mejor de la producción teórico-política marxista, además de documentar hechos cruciales del período).

Transcurridos tres años en esa labor (es decir, dos años atrás), consideramos dadas las condiciones para ensayar un limitado paso en el terreno de la organización revolucionaria, y así se conformó la Unión de Militantes por el Socialismo, entendida como «un destacamento en la tarea de recomposición de las fuerzas marxistas y la edificación del partido de los comunistas». Luego fue posible conformar Mesas de Enlace de Militantes Comunistas, una instancia de transición que aún se mantiene y que, en un caso, dio lugar a una fusión de fuerzas con un cambio sustantivo del cuadro originario.

Antes y durante este proceso, el punto nodal de toda la labor lo constituyó una política permanentemente articulada y llevada a la práctica, consustancial a todos los integrantes del equipo: la aplicación en los hechos de una concepción destinada a viabilizar la unidad social y política de los trabajadores, a la par del esfuerzo sistemático por contribuir a la educación y organización del conjunto de la clase trabajadora, con énfasis especial en el proletariado industrial.

Es precisamente mediante la fusión del equipo originariamente responsable por la edición de Crítica con un grupo -relativamente pequeño, por cierto, pero coherente y aguerrido- de obreros industriales que desde sus fábricas buscaban un modo de superar la dispersión, como nace la UMS.

En el ámbito nacional, se llevó a cabo una lucha teórica y política contra el así llamado «frentismo», que pasó de Izquierda Unida al engendro denominado «centroizquierda» con eje en el bloque de Unione e Benevolenza, tomó cuerpo en el Frente del Sur, se continuó con el Frente Grande y desembocó en el Frepaso, proceso que arrastró a buena parte de la izquierda tras el electoralismo burgués y, peor aún, tras un candidato puesto por el imperialismo y la ultraderecha vaticana. Tal posicionamiento, a contra corriente, a la vez limitó las posibilidades de desarrollo de este equipo pero lo fortaleció teórica, política y organizativamente. Así, se logró una inserción considerable en el movimiento obrero real como corriente independiente y claramente diferenciada del CTA; se contribuyó a la afirmación de un proyecto estratégico en gran escala de educación socialista como es la Universidad de los Trabajadores, se sostuvo de manera regular la edición de Crítica y se inició la publicación de un órgano concebido -su nombre lo indica explícitamente- como Eslabón para la recomposición de las fuerzas marxistas. Un dato de especial importancia es el inicio de planes tendientes a conformar un equipo internacional de cuadros marxistas provenientes de diferentes experiencias que encaren la publicación en varios idiomas de un órgano común de análisis, información y debate; objetivo hoy poco menos que inalcanzable pero que traza un rumbo cierto, a la vez que expone una urgente y sensible necesidad(2).

Tales logros, módicos pero consistentes, se obtuvieron bajo el impacto múltiple del desmembramiento de la URSS y en un marco de reflujo y desmovilización de las masas trabajadoras y de ofensiva imperialista en el plano internacional y particularmente en el ámbito local.

Durante este período en Argentina se desintegraron las principales fuerzas de izquierda. La causa de esa desintegración no puede atribuirse al derrumbe de la URSS y la avanzada imperialista en todo el mundo. En ese clima, el Partido Comunista de Cuba, lejos de fragmentarse y arrojar sus principios como si fuesen lastre -tal como hicieron por esos días innumerables partidos y cuadros que se denominaban comunistas- se fortaleció teórica, política y organizativamente. Para el equipo editor de Crítica primero y para la UMS luego, ese ejemplo sin precedentes tuvo singular importancia. Así, fue posible transcurrir esta fase de resistencia con un saldo de afirmación teórica y de modesta pero tangible acumulación organizativa.

No hay motivo para el regodeo o la autosatisfacción, sin embargo. En primer lugar, porque estos pasos adelante, subrayémoslo, no plasmaron todavía en un cambio cualitativo en la tarea de recomponer las fuerzas comunistas y afirmar una dirección dotada de sólidas herramientas teóricas y genuina autoridad política frente a la vanguardia obrera y revolucionaria.

La UMS no es nada más -y nada menos- que un destacamento para la construcción de un partido de los comunistas, sujeta a todas las debilidades y riesgos de una organización de escasas dimensiones, sin enraizamiento significativo como organización de cuadros comunistas en el movimiento obrero industrial.

En segundo lugar, porque al cabo de este difícil período se abre una fase aún más peligrosa, más exigente en todos órdenes para cuadros y militantes.

Aludiendo a las causas por las cuales en la fase que se inicia habrá mayores dificultades, decíamos en lo que se adelanta como «incompleta y esquemática reseña», en un informe al Comité Central de la UMS en diciembre último:

«1) la huelga de los obreros franceses realimentará las concepciones espontaneístas, exitistas, que desconocen el significado político de la actual relación de fuerzas a escala internacional y desestiman tanto el peso de los grandes aparatos reformistas como la gravitación de la acendrada conciencia reformista de las masas obreras europeas;

«2) las victorias electorales en los países del ex Pacto de Varsovia y, muy particularmente, la del PC ruso, oxigenará a las moribundas expresiones del stalinismo y hará reverdecer en muchos cuadros convicciones profundamente arraigadas en su conciencia;

«3) los avances de la ultraderecha en Estados Unidos pero también en Europa y Japón, empujarán a contingentes mayoritarios de intelectuales a concepciones democratistas, frentepopulistas, que además ensamblarán a la perfección con las concepciones stalinistas;

«4) la reversión de la crisis económica cubana alimentará en intelectuales revolucionarios fuera y dentro de la isla concepciones que por la vía del eclecticismo lleven a distorsiones peligrosas en varios planos: el mercado en la transición al socialismo; la religión en la lucha revolucionaria; el carácter del partido en la lucha por el poder; etc.

«5) el agravamiento extremo de la crisis económica y la situación social en América Latina llevará a fuerzas clave en el continente y especialmente al PT de Brasil, al riesgo cierto de cambiar su rumbo y retomar conceptos y prácticas de cuño socialdemócrata, es decir, explícitamente capitalistas;

«6) aquellas mismas causas, que provocan una polarización extrema sin presencia gravitante de organizaciones revolucionarias marxistas hondamente arraigadas en las masas, alimentará la proliferación de expresiones ultraizquierdistas y eventualmente dará lugar al resurgimiento de grupos armados que, con sólido fundamento en sectores desesperados de la pequeña burguesía y los desocupados, actúen por sí y ante sí, con grave riesgo para el proceso de recomposición de los movimientos de masas en curso a escala continental.

«Este cuadro general y este nuevo combate ideológico-político ya lo tenemos prefigurado en Argentina. Lo veremos desplegarse en todos los planos mencionados durante el próximo período»(3).

Es posible, por tanto, ratificar la línea de trabajo emprendida tras el objetivo de recomposición de fuerzas marxistas y acumulación de capacidades en todos los órdenes para poner en pie un partido de los comunistas; pero esa ratificación es válida a condición de afirmar, inmediata y taxativamente, que lo realizado hasta hoy es insuficiente para afrontar con éxito el desafío previsto para la nueva fase que se abre.

Durante un período dado la resistencia ideológica y reafirmación de principios es, con todas las dificultades que conlleva, un desafío menor en relación con el planteado por la fase en que aquellos principios deben ser plasmados en organización y ésta en realidad viviente en el seno de la clase obrera.

Un comandante que se lanza a una batalla sin perspectivas estratégicas claras, sin líneas de acción táctica minuciosamente analizadas, sin sólidos planes para cada necesidad del combate, está seguramente condenado a la derrota. Munido de aquellas herramientas imprescindibles, no obstante, planes, tácticas y estrategias se juegan en la batalla misma, en la cual intervienen factores de diferente orden imposibles de prever, planificar y determinar voluntariamente. De allí que no necesariamente una batalla perdida descalifica los conceptos y mecanismos puestos en movimiento para arribar al momento de la confrontación, del mismo modo que no siempre una victoria garantiza la validez sostenida de una concepción de lucha.

Dejando de lado la analogía militar: como se señalara más arriba, las dimensiones filosófica y política de la tarea planteada se resuelve en el terreno organizativo. Y mientras no haya una acumulación suficiente de cuadros de sólida formación ideológica, entrenados en la lucha política y capacitados para organizar a la vanguardia obrera, los nucleamientos empeñados en la edificación de un aguerrido partido de los comunistas en condiciones de conducir la lucha por el poder (nos referimos a este tipo de organizaciones, y no a las sectas que centran la tarea en su propia sobrevivencia), estarán siempre ante el riesgo cierto de que las limitaciones y debilidades en la organización reviertan negativamente sobre su fortaleza política y teórica.

La raíz de la dificultad estriba en que si en la dimensión filosófica y política de la batalla pesa de manera determinante el factor subjetivo, es decir, el equipo de cuadros empeñados en ella, la traducción de conceptos en fuerza organizada depende ante todo de la realidad objetiva. Y aquí vale señalar que para el gran artífice de la construcción partidaria y la lucha por el poder en la historia del marxismo, Lenin, la subjetividad, el nivel de conciencia y el estado de ánimo de las masas, es un factor objetivo. Un factor que tiene sus propias leyes de movimiento, en muy alto grado independiente del accionar de la vanguardia cuando ésta es numérica y políticamente fuerte, pero independiente en grado absoluto cuando es, como en el caso de Argentina, débil en todos los sentidos.

Son estas las concepciones y caracterizaciones con las cuales asistimos al Congreso del PCA, luego de haber estudiado el documento presentado por el Comité Central saliente, para observar, preguntarnos y respondernos, si esa instancia contribuiría a aquella tarea esencial de recomposición de las fuerzas comunistas.

 

Las nueve «Tesis Fundamentales» del 19º Congreso del PCA

Lamentablemente, si nos atenemos al texto votado por el Congreso como documento base y publicado posteriormente en un folleto, la respuesta a aquel interrogante es negativa.

Con base, insistimos, en el documento oficial, nuestra conclusión es que el XIXº Congreso constituye una formalización, explícita aunque en un marco de ambigüedad, del abandono de los principios filosóficos, los fundamentos teóricos y los criterios políticos del marxismo revolucionario. Como veremos enseguida, las Tesis concilian por lo menos dos posiciones no sólo diferenciadas sino, presumiblemente, incompatibles. De cualquier modo, tienen una esencia en común y, allí donde se diferencian las perspectivas, predomina sin contrapeso la que, sin decirlo con estas palabras, propone replantear la existencia del partido, para dar lugar a una organización no comunista.

Esta conclusión se contradice con el espíritu dominante en los congresales. Fuimos testigos, sobre todo en la sesión de clausura, de la voluntad revolucionaria, la sincera reivindicación comunista, de muchos compañeros y compañeras, sin excluir a numerosos dirigentes quienes sin embargo defendieron, por acción u omisión, las tesis presentadas al partido.

En su mayoría, los despachos de las ocho comisiones, leídos a la Asamblea, trasuntaban inequívocamente insatisfacción y descontento, mostrando que las tesis no constituían una respuesta a sus reclamos de definición ideológica, política y organizativa. Tomemos sólo algunos ejemplos. La expositora de la Comisión Nº 3, compañera Sonia López, comenzó señalando que «uno de los debates centrales que conmovieron a la Comisión fue sobre uno de los enfoques fundamentales de la Tesis, que es el problema de cómo es la recreación de la teoría revolucionaria en el fin del milenio. Realmente se expresa un esfuerzo en los compañeros por superar el miedo, ya que con mucha sinceridad algunos compañeros planteaban que esto no implique algo así como el renunciamiento a los postulados fundamentales del marxismo».

Trasuntando los sentimientos contradictorios que despierta esa proposición, la compañera relatora agregaba que hubo «consenso en cuanto a la audacia de la Tesis, de plantear el problema del marxismo en la dinámica del proceso histórico. Se discutió mucho acerca del proceso de viraje que tuvo el partido y cómo se fueron asumiendo estos debates, pero en general se aceptó la necesidad de superar el gran problema que hemos tenido que no fue excesiva audacia para recrear, sino que excesivo dogmatismo y estancamiento»(4).

Otro despacho, el de la Comisión Nº 7, expuesto elocuentemente por el compañero Rafael Gamarnik, no expresó temor sino una nítida determinación: «En (relación con) la Tesis Nº 2 se propuso abstenernos de utilizar el término recreación»(5).

Volveremos sobre éstos y otros despachos de Comisión; pero lo mostrado es suficiente para confirmar que la militancia comunista del PC no encontró en las Tesis respuesta a sus dudas y conflictos principales, no halló una nítida definición de fundamentos, sino una propuesta de recreación que, entendida como superación del dogmatismo y el estancamiento, entusiasma a todos; pero a la vez les provoca conmoción y miedo -son las expresivas palabras a las que apeló la relatora- por lo que esta recreación pudiera conllevar de «renunciamiento a postulados fundamentales del marxismo».

Ahora bien, la meneada recreación no es, en las Tesis Fundamentales, una propuesta audaz de búsqueda hacia el futuro sobre las bases del marxismo, aunque así se presente, sino, por el contrario, una realidad ya concretada en las Tesis mismas. Y el temor o la negativa explicitados no puede ser referido a una probable evolución futura sino a un hecho consumado, como demostraremos en las páginas que siguen: el renunciamiento a los fundamentos del marxismo.

Claro que esto de ninguna manera se presenta en términos claros y precisos. Sobre todo porque está constantemente presente una concepción y/o una intencionalidad diferente, conciliada a la fuerza con nociones antagónicas superpuestas. Esto queda claro desde la Tesis Nº 1, que comienza así: «La vigencia y pertinencia de nuestra definición por el socialismo y el comunismo». (Es textual; y la propia redacción abre la incógnita sobre el contenido, que continúa de esta manera): Esta constituye un dato fundante de nuestra identidad. (volveremos más adelante sobre esta frase, LB). Establecemos por lo tanto que el carácter de la revolución es el de un proceso revolucionario, democrático y popular orientado al socialismo y por tal anticapitalista y antiimperialista».

La irremediable incompatibilidad entre estos conceptos es manifiesta, pero preferimos que se devele por sí misma al considerar el conjunto de las nueve Tesis.

La misma superposición y confusión de conceptos expresa la tesis 2, que sostiene la necesidad de una batalla por la «actualización y enriquecimiento creativo de la teoría revolucionaria y de las formas de comunicarla, sustentada en el legado fundamental de Marx, Engels, Lenin (…)». Hasta allí, nada que objetar. Y es esto lo que seduce sin duda a quienes buscan la superación del dogmatismo. Pero la frase citada sigue así: «(sustentada) en los aportes del pensamiento revolucionario marxista como los de Rosa Luxemburgo, Gramsci, Mariátegui y el Che; así como los de la teología de la liberación y el nacionalismo revolucionario».

Actualizar y enriquecer la teoría revolucionaria combinando el legado de los grandes teóricos marxistas con la teología de liberación y el nacionalismo revolucionario es, precisamente, poner en práctica lo que la Comisión Nº 3 enuncia con la inequívoca palabra miedo y a lo que la Comisión Nº 7 se opone explícitamente: un «renunciamiento a postulados fundamentales del marxismo».

La acción común con los revolucionarios de cualquier signo, cristianos o no, es un imperativo que sólo charlatanes ajenos a la acción real podrían poner en duda por un instante.

Pero «recrear» la teoría revolucionaria mezclando el materialismo histórico y la lógica dialéctica con las concepciones idealistas, metafísicas, religiosas, de cualquier teología, así como con las concepciones ideológicas y políticas de cualquier nacionalismo, constituye un explícito abandono del marxismo, aunque no se lo formule de esta manera.

Tan grave como lo anterior es otro aspecto implícito en la formulación de la Tesis 2, cuando se reivindica a Rosa Luxemburgo, Gramsci, Mariátegui y el Che, pero se omite ostensiblemente a Trotsky. No se trata de un nombre más o menos en un listado. Se trata de negarse a admitir -y embarcar a toda la militancia partidaria en esa actitud- el papel crucial de esta figura no sólo en la victoria y consolidación de la Revolución Rusa, sino sobre todo en la lucha contra la degeneración del Estado Obrero que desembocó en el desmembramiento de la URSS. Se trata de negarse a poner entre las obras de lectura obligatoria de los comunistas textos tales como la Historia de la Revolución RusaLa Internacional después de la muerte de Lenin y La Revolución Traicionada, cumbres del pensamiento marxista sin las cuales la historia misma del movimiento comunista internacional es incomprensible. Se trata, en suma, de un acto de escamoteo y ocultamiento que nada tiene que envidiar a los que, durante décadas, impidieron a los genuinos revolucionarios del PC conocer la verdad sobre la historia y la actualidad de la URSS, de modo tal que su colapso los tomara desprevenidos, desarmados, incapacitados para situarse frente a la nueva situación.

Esto, el ocultamiento de la verdad histórica -previsiblemente dictado por el pragmatismo con el que se encara la lucha interna y frente a fracciones que han abandonado el tronco del PC- también es una definición de carácter ideológico. Y es una definición ajena al marxismo, a la tradición leninista, para la cual la verdad es revolucionaria.

A propósito de esa frase, atribuída erróneamente a Gramsci, hay que decir que la reivindicación del revolucionario italiano no contribuye a la clarificación ideológica y política, sino todo lo contrario. No es el caso de entrar aquí a considerar las posiciones de esa figura excepcional. Pero la «moda Gramsci» tiene ya historia en Argentina y el mundo, no precisamente para reivindicar el marxismo y el leninismo, sino para apartarse de él con respaldo en textos contradictorios y en algunos puntos rotundamente erróneos del hombre que los escribió en la cárcel, en las peores condiciones imaginables para la producción teórica(6).

Quienes creen que las concepciones filosóficas, explícitas o implícitas, no tienen efectos y traducción inmediata en la organización y la política, pueden convencerse de lo contrario si continúan leyendo las Tesis. La número 3 dice: «Los comunistas afirmamos nuestro internacionalismo en la voluntad de materializar un proyecto patriótico de liberación nacional (…)».

Hay que decir que la incuria, la imprecisión conceptual y terminológica, son una constante en todo el folleto. Este incluye, además de las Tesis, los despachos de Comisiones y otras informaciones, un informe que debería ser el del secretario general saliente -al cual nos referiremos más adelante- pero que en realidad no tiene crédito preciso y al final aclara que «los párrafos escritos entre comillas, corresponden a transcripciones textuales del informe del Comité Central presentado en el Congreso por Patricio Echegaray». Queda latente la incógnita: ¿a quién «corresponden» los párrafos -prácticamente todo el documento- que no están entrecomillados?(7)

El lector se queda con la impresión de que no está ante un texto elaborado, madurado y pulido por una dirección coherente, sino ante una apresurada reiteración de fórmulas, peticiones de principio y apelaciones emocionales, que además han sido superpuestas reflejando posiciones encontradas.

Como quiera que sea, en la formulación citada de la Tesis 3 es evidente el abandono del materialismo histórico en favor del idealismo: en lugar de afirmarse en el carácter de las relaciones sociales bajo el modo de producción capitalista, en la unidad del mercado mundial y, por lo tanto, en la materialidad de una clase por definición ajena a las fronteras, el internacionalismo se funda en «la voluntad de materializar un proyecto patriótico de liberación nacional»!

La voluntad reemplaza a los fundamentos materiales y la nación reemplaza a la clase obrera. No es poca cosa para una sola Tesis. Tal vez en homenaje a tanta sustancia condensada, la Tesis siguiente es un vacío perfecto envuelto con unas pocas palabras. Pero en la Tesis Nº 5 vuelve a primar la sustancia, aunque igualmente envuelta por palabras engañosas: se propone allí «recrear el factor subjetivo, promoviendo la decisión de cada vez más amplios sectores populares de resistir al neoliberalismo, de confrontar con él hasta derrotarlo (…)».

Imposible tanta confusión en tan pocas líneas. Como si no bastara la tarea de recrear el marxismo, se propone ahora recrear el factor subjetivo. Antes, en el texto explicativo que precede a cada Tesis, se dice que «entendemos el factor subjetivo como lo definió el Che: la conciencia popular sobre la necesidad y la posibilidad del cambio revolucionario».

Nuestra memoria no registra -y el texto no lo indica- a qué trabajo del Che se refiere el párrafo (que no está citado entre comillas y previsiblemente no es textual), en qué contexto y con qué exactas palabras define Ernesto Guevara su posición al respecto. En cualquier caso, no es nuestra intención discutir mediante citas ni apelar a la autoridad de nadie para definir qué significado tiene, en la literatura marxista, la expresión «factor subjetivo». Nuestra opinión, respaldada en nuestra interpretación de los clásicos y en particular de Lenin, está planteada en el capítulo anterior y es obvio que no coincide con la que se le atribuye al Che.

Pero admitamos como hipótesis, por un momento, que el factor subjetivo es la conciencia popular sobre la necesidad y la posibilidad del cambio revolucionario. La idea de que una organización revolucionaria puede recrear ese factor así entendido se apoya en una concepción no marxista respecto de qué es la clase obrera (y más generalmente, cualquier clase), cómo y por qué se modifica su estado y su conciencia. Dos décadas y media atrás, discutíamos esto con los compañeros que se jugaban la vida para expropiar camiones de carne o de leche, que luego distribuían en las barriadas pobres, con el propósito de enseñarle a las masas la necesidad y la posibilidad del cambio revolucionario mediante «la lucha armada». La misma raíz -aunque el fruto sea completamente diferente- tienen periódicos y volantes comunes a casi todos los partidos de izquierda que se esfuerzan por explicarle a los trabajadores, los desocupados, los marginalizados y desposeídos, lo mal que ellos viven y lo malo que es el gobierno que los hace vivir de ese modo.

Se trata de una concepción idealista, por tanto no materialista, mecanicista, en definitiva no científica, de los factores constituyentes de una clase y las causas por las cuales ésta se subleva. La idea de que la propaganda o la agitación de un grupo o partido sin honda raigambre en las masas, sin autoridad, sin tradición concreta de combate de masas, puede convencer a las población de la necesidad y posibilidad de enfrentar a un enemigo poderosísimo y probadamente feroz, es propia del entendimiento que tienen de la realidad los sectores medios radicalizados.

Las sublevaciones revolucionarias de las clases como tales no responden a la voluntad de nadie. ¿Es preciso, una vez más, citar a Lenin?. Pues sí; es necesario, para que al menos nadie se respalde en él para sostener lo contrario a su pensamiento. Decía el líder bolchevique en 1915, en relación con las precondiciones de una situación revolucionaria: «Estamos seguros de no equivocarnos cuando señalamos los siguientes tres síntomas principales: 1) cuando es imposible para las clases gobernantes mantener su dominación sin ningún cambio, cuando hay una crisis, de una u otra forma, en las `clases altas`, una crisis en la política de las clases dominantes, que abre una hendidura por la que irrumpen el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle una revolución no basta, por lo general, que `los de abajo` no quieran vivir como antes, sino que también es necesario que `los de arriba no puedan` vivir como hasta entonces; 2) cuando los sufrimientos y las necesidades de las clases oprimidas se han hecho más agudas que habitualmente; 3) cuando, como consecuencia de las causas mencionadas, hay una considerable intensificación de la actividad de las masas, las cuales en tiempos `pacíficos` se dejan expoliar sin quejas, pero que en tiempos agitados son compelidas, tanto por todas las circunstancias de la crisis como las mismas `clases altas`, a la acción histórica independiente.

«Sin estos cambio objetivos, que son independientes de la voluntad, no solo de determinados grupos y partidos sino también de la voluntad de determinadas clases, una revolución es, por regla general, imposible. El conjunto de estos cambios objetivos es precisamente lo que se llama situación revolucionaria». Y agregaba Lenin inmediatamente: «la revolución no se produce en cualquier situación revolucionaria; se produce sólo en una situación en la que los cambios objetivos citados son acompañados por un cambio subjetivo, como es la habilidad de la clase revolucionaria para realizar acciones revolucionarias de masas suficientemente fuertes como para destruir (o dislocar) el viejo gobierno, que jamás, ni siquiera en las épocas de crisis, `caerá` si no se lo `hace caer`»(8).

Señalemos de paso que Lenin define inequívocamente el factor subjetivo como «la habilidad de la clase revolucionaria para realizar acciones revolucionarias de masas suficientemente fuertes como para destruir (o dislocar) el viejo gobierno»; y tal habilidad está determinada y materializada -esa es, precisamente, una de las mayores contribuciones de Lenin a la teoría marxista- por la existencia del partido revolucionario comunista. Pero lo que importa aquí, ya que hemos admitido como hipótesis la definición de factor subjetivo dada por la Tesis 5, es que todo el énfasis de Lenin recae sobre la objetividad del proceso que desemboca en una situación revolucionaria, al punto que subraya con especial énfasis que «estos cambios objetivos, son independientes de la voluntad, no solo de determinados grupos y partidos sino también de la voluntad de determinadas clases».

La Tesis 5 quiere en cambio «recrear» lo que define como «la conciencia popular sobre la necesidad y la posibilidad del cambio revolucionario», y de este modo coloca patas arriba todo el proceso revolucionario y la tarea de los comunistas.

Lo que podría aparecer en una primera instancia como oposición al espontaneísmo (y así ocurrió igualmente tres décadas atrás, cuando Roberto Mario Santucho enfrentó con justificadas razones pero muy erróneos fundamentos teóricos a Nahuel Moreno en la dirección del Partido Revolucionario de los Trabajadores), no es sino otra forma de espontaneísmo, más grave que la de quienes, alegando la objetividad del proceso histórico, desconocen la imprescindible labor de propaganda y agitación destinada a concientizar y organizar a las masas y el papel decisivo del partido revolucionario en el momento en que están dadas las condiciones para la sublevación social y la lucha por el poder.

Es un espontaneísmo más grave, porque la lógica de su accionar lleva a desconocer por completo al movimiento obrero real, al movimiento de masas real, coloca a la organización en un ámbito propio, fuera y por sobre las clases oprimidas, y abre de esta manera un cauce por el cual, en determinadas condiciones, se desvía el potencial revolucionario de obreros de vanguardia y jóvenes rebeldes. Ese cauce desviado, sean cuales sean los métodos de accionar a los que apele para «recrear» la «conciencia popular», conduce a un choque con el proceso objetivo de concientización y organización de las masas por un lado, e igualmente colisiona con la educación, organización y entrenamiento en la lucha política de masas de los cuadros marxistas en un partido de los comunistas.

Este vanguardismo de cuño ultraizquierdista, sin embargo, convive pacíficamente y se complementa a la perfección con una concepción predominante en las Tesis y en todo el folleto: la perspectiva reformista, frentepopulista, emparentada a la vez con las concepciones socialdemócratas y el nacionalismo burgués.

Veamos si no: en las mismas líneas citadas de la Tesis 5, escasas pero tan cargadas de significado, se sostiene que «recrear el factor subjetivo» es necesario para «resistir al neoliberalismo, confrontar con él hasta derrotarlo».

Parece innecesario señalar que, con este programa es explicable que el PC haya parido ese engendro que ahora se denomina Frepaso. El problema, aquí, es el «neoliberalismo». Vale acotar, para quien no conoce el documento, que en las nueve Tesis Fundamentales no figura la crisis del capitalismo. Por el contrario, en la fundamentación de la primera se dice que «el capitalismo de fin de siglo exhibe el momento de mayor acumulación de fuerzas a nivel global, lo que se traduce en la consagración del autoritarismo político, el crecimiento del poder de las transnacionales que se traslada progresivamente a la política, la formación de bloques mundiales, el fortalecimiento de la dominación imperialista sobre los países dependientes, …» y una cantidad de calamidades más, entre las cuales, sin embargo, no asoma la más mínima sospecha de que lo que está en crisis en el mundo es el capitalismo.

Peor aún: en el informe (¿del Comité Central?), aparece por fin la frase esquiva, pero para decir lo siguiente: «Hay que observar con atención la crisis del sistema capitalista (insistimos, no se la ha mencionado, mucho menos explicado, hasta la segunda columna de la página 16), que funciona sola y parcialmente en algunos países centrales. Para los dos tercios de la humanidad sumidos en la pobreza, no funciona»!!??

Repitámoslo, porque es duro de creer: la crisis capitalista «funciona» (??) sólo para un tercio de la humanidad. Para los dos tercios restantes… «no funciona»!!

Inmediatamente, como si los autores se hubiesen propuesto no dar respiro a los vetustos marxistas que leen respetuosamente el documento, se afirma que «Este sistema está profundamente en crisis porque produce mundialmente una gran pobreza y en muchas regiones una gran miseria».

Dicho de otro modo: como explica Marx en El Capital… pero «recreado». En tal caso, es previsible que hasta el espíritu más osado e indagante sienta la tentación de declararse conservador dogmático a ultranza, opuesto no ya a la recreación, sino a la creación o la búsqueda de cualquier cosa nueva. Porque si de algo no cabe duda, es de que esta recreación… «no funciona».

O tal vez sí. Porque, bien mirado, hay un hilo conductor entre esta interpretación arbitraria y ramplona de la realidad mundial y la propuesta de la Tesis 5 de poner como meta «resistir y derrotar al neoliberalismo». No es la crisis del capitalismo lo que determina la situación de dos tercios del planeta, en los cuales presumiblemente se encuentra Argentina. De allí que sea comprensible que pocas páginas después de tan infrecuente descripción de la realidad mundial, se presente una formulación programática no menos sorprendente: «Recuperar con claridad en contenido y en práctica la ética, la solidaridad, la sensibilidad, el humanismo, la capacidad de rebelión es imprescindible para construir una propuesta política alternativa» (pág. 20).

He aquí la plataforma ideológica y programática para un partido a la medida de la pequeña burguesía acorralada hoy en Argentina -y en todo el mundo- por la crisis del capitalismo. He aquí por qué afirmamos que el miedo de no pocos militantes por los resultados de la «recreación» no debería apuntar al futuro, sino convertirse en combate ideológico contra las Tesis Fundamentales.

Todo lo anterior se reafirma, corregido y aumentado, en las tres Tesis restantes. La sexta dice textualmente que «La creación de bases de poder popular es el eslabón que vincula la táctica con la estrategia y las tareas de la etapa con la visión global de la lucha por el poder popular. El poder popular se construye antes, durante y después de la destrucción de las instituciones del Estado capitalista (…)».

Hay que señalar, ante todo, que en el texto precedente a la Tesis 6 encontramos la siguiente afirmación: «La concepción de una estrategia popular nace de la síntesis alcanzada hasta el momento a partir de la valoración de la experiencia revolucionaria en nuestro país y en el mundo».

Sucede que no hay texto de referencia alguno donde pueda averiguarse cuál es esa «síntesis alcanzada hasta el momento». Podría ocurrir que, pese al rigor con que tratamos de estudiar toda la producción de la izquierda local, se nos haya escapado el material en el cual el PC realiza ese trabajo de síntesis -precisamente el que señalamos como imprescindible para recomponer las fuerzas comunistas dispersas y confundidas. Pero ¿no sería el caso de que tal elaboración, por nosotros desconocida, figurara de alguna manera en los materiales del Congreso y estuviese condensada en las Tesis? La afirmación es aún más sorprendente porque las nueve Tesis no sólo no hacen ninguna referencia a la crisis del capitalismo mundial, sino que no dicen una palabra acerca de la situación en la Unión Soviética y no toman posición sobre la política aplicada por el PC Chino; tampoco hay -en las Tesis, es decir, en el documento puesto a votación – siquiera una línea referida a la experiencia del Frente del Sur, el Frente Grande y la Alianza Sur, para no hablar más que de la experiencia más reciente. ¿Dónde está entonces la valoración de la experiencia revolucionaria «en nuestro país y en el mundo»?

Lo mismo vale para el párrafo siguiente al citado: «(La concepción…) Tiene un fundamento también en el análisis crítico de las experiencias realizadas en el Este Europeo y en otros modelos de transición al socialismo en los que fue enajenado el poder popular por el aparato estatal y partidario y no se logró desarrollar una cultura socialista, nacida y arraigada en la conciencia y el corazón de los pueblos». Reiteramos la pregunta: ¿dónde está el «análisis crítico» de la historia de la Revolución Rusa elaborado por el PCA?

Dando por hecha la ciclópea tarea que por nuestra parte insistimos en señalar como clave para toda estrategia revolucionaria consistente, el PC funda en la conclusión de aquella labor su actual «concepción de una estrategia popular», centrada en la «creación de bases de poder popular».

El lenguaje de resonancias gramscianas a la vez oculta y revela cómo se traduce en términos de labor política y construcción organizativa el abandono de los principios del marxismo que venimos señalando. En primer lugar, la clase obrera es reemplazada por el pueblo. Enseguida, la inserción de cuadros comunistas en la clase y el conjunto de la sociedad es reemplazada por «la capacidad de sectores del pueblo (subrayado nuestro) de autoorganizarse, con una conciencia que los vincule a una estrategia revolucionaria». La «estrategia revolucionaria», ya lo sabemos, consiste en «luchar y derrotar al neoliberalismo». Efectivamente, esta estrategia se vincula con la táctica y señala la tarea política, consistente en «crear poder popular», una consigna vacía, capaz de desarmar a activistas, cuadros y organizaciones; dejarlos navegando en un mar de palabras carentes de cualquier significación, con el inevitable resultado de un ahondamiento en la brecha entre militancia revolucionaria y conjunto social, imposibilidad de contribuir a la creación y fortalecimiento de organizaciones de masas en la clase obrera y el conjunto de la población, e inexorable debilitamiento de la organización política que gira en torno de tal consigna.

Prácticamente todos los despachos de las Comisiones aludieron, de uno u otro modo, a un reclamo que la Comisión Nº 5 formuló de manera precisa: «En varias intervenciones se planteó la necesidad de que el Comité Central saliente profundice su autocrítica sobre su responsabilidad en la crisis partidaria».

La Comisión Nº 4, representada por la compañera Marta de la Vega, aludió al mismo punto con las siguientes palabras: «En todas las intervenciones se marcó la profunda crisis de nuestra organización desde el XVII Congreso hasta la fecha. Se señaló al Comité Central como principal responsable de la misma».

Significativamente, el despacho de la Comisión 5 antes citado, expuesto por el compañero Roberto Gómez, señala un punto crucial: «Con mucha fuerza se planteó que somos el partido de la clase (subrayado en el original) y que por lo tanto no podemos desentendernos del problema de la clase, recuperando la teoría marxista con los aportes que hicieran Lenin y otros compañeros». Ese mismo despacho subraya con precisión cuestiones que de una u otra manera resonaron en todas las Comisiones, al plantear «la construcción de un partido para enfrentar al sistema» y remarcar que «hemos definido a la crisis del partido como una crisis ideológica».

La demanda -en nuestra opinión enteramente justificada- al Comité Central, aún cuando en numerosos casos, como lo indica el párrafo citado anteriormente, vincula la política con las concepciones que la determinan (concretamente, con el hecho de ser el partido de la clase obrera y no poder desentenderse «del problema de la clase»), no lleva hasta las últimas consecuencias -al menos en los materiales a nuestro alcance- la relación directa entre estas concepciones y aquel organismo, y por lo mismo corre el riesgo de entablar el combate centrando en personas y conductas individuales, en lugar de plantear y resolver en términos precisos el debate ideológico.

Es legítimo, como lo hace el despacho de la Comisión 4, condenar «el internismo desgastante, con líneas internas que respondían a distintas concepciones políticas en el máximo organismo conductor del partido». Y no hay por qué dudar de que en la situación del partido pesen conductas individuales. Sin embargo, la «crisis ideológica» apuntada por la Comisión Nº 5 está latente en el mismo despacho, cuando tras enfatizar la necesidad de «construir un partido para enfrentar al sistema» continúa diciendo: «y construir el poder popular y el socialismo».

Decíamos que esta expresión a la vez oculta y devela el abandono de los principios del marxismo. Al aludir a un poder alternativo, sustenta la posición de la militancia movida por una voluntad revolucionaria. Pero la concepción del poder alternativo es ajena a la que el marxismo afirmó en la teoría y en la práctica.

Se trata éste de un debate crucial, que no intentaríamos saldar en este análisis del Congreso del PC. Pero se puede adelantar que entre el doble poder basado en organismos de masas del proletariado y todas las clases oprimidas y la noción de «poder popular que se construye antes, durante y después de la destrucción de las instituciones del Estado capitalista» hay la misma distancia que la existente entre una estrategia de clase, marxista, para la insurrección y la toma del poder por el proletariado y las clases aliadas, y una estrategia opuesta de «un proceso revolucionario, democrático y popular orientado al socialismo», como vimos afirmar a la Tesis Nº 1.

Los textos reproducidos en el folleto que comentamos no sólo no traducen una síntesis crítica en la valoración de la experiencia revolucionaria en nuestro país y en el mundo, como pretende la Tesis Nº 6, sino que reafirman en cada palabra lo que ya es evidente en la Tesis Nº 1: se proclama «la vigencia y pertinencia de nuestra definición por el socialismo y el comunismo», pero cuando se define el carácter de la revolución se opta por «un proceso revolucionario, democrático y popular orientado al socialismo».

¿No suena conocido? Por cierto: se trata de la concepción stalinista clásica, que impone una etapa «democrática» como objetivo de los revolucionarios, aunque, claro está, «orientada» al socialismo. Antes esto llevó al Frente Democrático, a votar a Frondizi en el 58, a la Alianza Popular Revolucionaria en el 72/73, a votar a Perón e Isabel en el 73, a Luder e Iglesias en el 83, etc, es decir, a la alianza de clases con sectores de la burguesía sobre la base del programa de éstos. Luego del XVIº Congreso se viró hacia la búsqueda de una coalición con las fuerzas definidas por el socialismo y la estrategia de poder con un programa clasista. Pero tras el estallido de Izquierda Unida(9), de manera sistemática aunque en medio de una generalizada confusión, se retornó firmemente a la posición anterior, plasmada ahora en el coqueteo con el «centroizquierda» de Unione e Benevolenza, la formación del Frente del Sur, el lanzamiento -a su costa en todos los órdenes- del Frente Grande y la Alianza (in extremis) Sur.

En este retorno a las fuentes, sin embargo, el texto puesto a votación del XIXº Congreso introduce un cambio cualitativo, plasmado en la Tesis Nº 7: el papel de la clase obrera en la lucha por el socialismo o, según dicta la moda, «el sujeto de la revolución».

Leemos: «Consideramos sujeto de la revolución al conjunto de clases y capas explotadas y oprimidas por el capitalismo que deben constituirse en bloque político social al que concebimos como un Frente de Liberación Nacional y Social (…) La hegemonía de la clase obrera y de los trabajadores en el bloque popular se define en el terreno político por la capacidad que ésta adquiera para protagonizar la resistencia, gestar la unidad necesaria para derrotar al modelo (subrayado nuestro) y garantizar una alternativa de liberación nacional y social que abra el camino del socialismo».

Deliberada o no, hay en la primera parte de esta Tesis una confusión elemental. El problema estriba en que, si admitimos que no hay intencionalidad confusionista, la conclusión es que los autores de esta Tesis no sólo no se apoyan en el pensamiento marxista sino que transgreden fundamentos elementales de la teoría social y política de cualquier signo. Porque la definición de «el sujeto de la revolución» no pasa por el plano del accionar político, sino por el carácter de las contradicciones que hacen o no antagónicas las relaciones entre las clases. Esto, claro, cuando hablamos del sujeto de la revolución socialista. Si nos referimos al sujeto de una revolución democrático-popular, lo que nos llevará a él no será el antagonismo con la clase dominante, sino con el modelo. Pero en cualquier caso el ámbito de definición será el de la composición, el carácter y las relaciones entre las clases como tales y no el de su eventual alineamiento político.

Mediante esta transposición queda en la banquina nada menos que el proletariado. (Digamos desde ya, para evitar mayores confusiones, que en palabras de Marx el proletariado tiene «un ejército activo y un ejército de reserva», de modo tal que, desde los primeros peldaños de la teoría marxista está explícitamente definido un descubrimiento revolucionario de los sociólogos al uso en los últimos tiempos: los desocupados forman parte del proletariado). Sólo un selenita podría diseñar una estrategia revolucionaria socialista sin contar con todos los sectores explotados y oprimidos de la sociedad. Enumerar, como lo hace la Tesis 7 en medio de los dos párrafos citados textualmente, los componentes del «bloque político social» (volveremos sobre esa enumeración, porque también aquí la concepción dominante en el documento se traduce en confusiones de gravísimas consecuencias inmediatas y estratégicas) es necesario para plantear una línea concreta de acción política. Pero una línea concreta de acción política (¿hay que aclararlo?) es algo relativo a la situación política concreta. Es decir, algo que cambia con las circunstancias. Un partido comunista (y cualquier partido que represente un sector real de la sociedad) no obra de la misma manera, no tiene las mismas alianzas, no integra los mismos bloques, en toda y cualquier situación.

El partido de los comunistas puede y debe moverse con ductilidad y agilidad en el terreno político, siempre cambiante y mucho más en momentos de crisis. Debe hacerlo porque, de lo contrario, no podría ponerse a la vanguardia del conjunto de las clases explotadas y oprimidas y, como consecuencia de esto, tampoco podría ser la vanguardia efectiva del proletariado. Y puede hacerlo, porque tiene su propio programa, su propia estrategia, sus bases de sustentación sólida en la clase estructuralmente antagónica con el sistema capitalista y sus cuadros comunistas con ideas claras y profunda convicción acerca del carácter de la revolución por la que luchan.

El conjunto de las nueve Tesis hace exactamente lo contrario. En primer lugar define la revolución como «democrática-popular», es decir, que el programa de la revolución no contempla medidas anticapitalistas, con lo cual encamina a su militancia en una política de conciliación de clases y desarma estratégicamente a sus cuadros frente a una crisis revolucionaria; luego diluye a la clase obrera en «el bloque político social» y finalmente propone luchar por la hegemonía en ese bloque, definido como «la unidad necesaria para derrotar el modelo»; es decir, confunde también en términos políticos concretos a su militancia.

Es obvio -¿no es eso lo que queda demostrado en el desempeño político del PC en los últimos años?- que en medio de tamaña confusión la militancia, los cuadros medios y la propia dirección no pueden ser eficientes en la lucha por «la hegemonía de la clase obrera y de los trabajadores en el bloque popular», como reza la Tesis. Pero aquí está el verdadero nudo del problema, el pase mágico que hace desaparecer de un solo golpe a la clase obrera, a sus organismos de clase y al partido de los comunistas.

Luego de haber señalado el «sujeto de la revolución» como «el conjunto de clases y capas oprimidas por el capitalismo», la Tesis anuncia que «la hegemonía de la clase obrera y los trabajadores en el bloque popular se define en el terreno político». Ya está visto que el eje político en torno al cual se disputará la hegemonía es «derrotar al modelo». Pero mucho más grave que esto, desde el punto de vista de la concepción marxista, es que se afirme que la definición del papel de la clase obrera se plantea en el terreno político y no en el terreno programático.

Esta fuga está más clara y explícita en el texto explicativo de la Tesis 7. Leemos allí: «el rol hegemónico de la clase se va forjando en el marco de la lucha de clases, en su capacidad para ir resolviendo positivamente las tareas de la etapa y no como condición previa a la constitución del bloque político y social de la revolución» (Subrayado nuestro). ¿Hace falta traducirlo? Sí, porque la verdad está envuelta en un aparente desafío político que reclama coraje y decisión para ser enfrentado: forjar la hegemonía en el marco de la lucha de clases. Pero esto significa que la clase obrera (y el partido que dice representarla) ingresa al «bloque político social» sin condiciones previas; es decir, sin poner como condición la definición programática que dé corporeidad a su independencia de clase; es decir… con el programa de la burguesía.

¡Coraje, compañeros! ¡Ninguna vacilación! ¡Ninguna condición previa para entrar al combate! ¡Luchemos por la hegemonía de la clase obrera en el bloque político social formado en torno al programa de la pequeña (y mediana, y no tan mediana) burguesía!

¿No es ésa la concepción que llevó al Frente Grande? Y si no ponemos ninguna condición previa para formar un bloque político-social para «derrotar al neoliberalismo» ¿por qué retirarse del Frente Grande? ¿Hay alguna duda de que éste es un poderoso bloque político social contra el «neoliberalismo»?

La Tesis 7, en efecto, formaliza, legitima, la concepción que condujo a una política que, si para el PCA fue un desastre sin atenuantes, para la clase obrera significó un obstáculo mayor en su lucha por alcanzar la unidad social y política tras un programa propio. Porque eso fue el Frente Grande: un obstáculo estratégicamente diseñado y colocado por las clases dominantes en el camino del proletariado y el pueblo. Por eso el primer paso de la jefatura de ese «bloque político social» una vez alcanzado el éxito fue exigir la disolución del PC.

En aquel momento, en nuestra Carta abierta a los comunistas, dijimos lo que repetimos ahora: «No es casual el momento en que se precipitan los planes de transformar el FG en un partido único fuertemente centralizado y regimentado: con la marcha federal del 6 de julio y el paro general del 2 de agosto, comenzó la resistencia organizada a la ofensiva estratégica del capital, timoneada desde 1989 por el gobierno peronista de los monopolios. El destino del país para el próximo siglo está en directa correspondencia con la resolución de un combate ya en curso: qué clase hegemonizará el bloque social opositor al plan oficial; qué lineamientos ideológicos y políticos trazarán el rumbo estratégico de la clase obrera y las masas explotadas del país, qué concepción ideológica hará carne en las masas, qué tipo de organización política se edificará en reemplazo de las que se desmoronan, qué clase de hombres y mujeres ocuparán el lugar de dirigentes, qué rumbo se imprimirá a la lucha social.

«El ritmo de los acontecimientos ha cambiado en Argentina. Y hoy está planteada, en toda su magnitud y vertiginosidad, la controversia ideológica y política en el seno de las masas.

«Basta verificar el desplazamiento del eje de la oposición al gobierno en los últimos 100 días para comprender la premura de quienes quieren poner en caja el fenómeno social que se expresó electoralmente en el Frente Grande: el 10 de abril el centro absoluto de la oposición quedó plasmado en una figura y un discurso claramente encuadrado en la perspectiva político-programática de la pequeña burguesía porteña; el 6 de julio, la Marcha Federal cambió completamente ese encuadre, tanto por el contenido social de las 60 u 80 mil personas que colmaron la Plaza de Mayo, como por el cambio de protagonistas en el centro del escenario: daba vergüenza ajena ver a las dos más notorias figuras del FG que -después de haberse opuesto a convocar formalmente a la movilización- hacían malabarismos para asomar la cara entre los dirigentes del CTA, el MTA y las delegaciones sindicales y sociales del interior que ocupaban la primera fila en el palco; pero ni siquiera eso pudieron intentar el 2 de agosto: el paro general -al que también se negaron a respaldar- sencillamente los dejó al margen de la confrontación social y política.

«Los imprevistos cambios de conducta no han terminado. La conciencia de las masas y la expresión orgánica de esa fuerza material está en estado de fusión, aunque ha alcanzado un punto significativamente diferente en la temperatura y la consistencia de la materia en forja.

«La confluencia de José Bordón, Carlos Alvarez y Federico Storani es una operación política destinada a cerrar el paso a la dinámica de masas que objetiva aunque contradictoriamente avanza en la afirmación de una línea de acción independiente de los grandes grupos capitalistas y con un contenido programático y social centrado en la clase trabajadora.

«Tras ese objetivo, para la fuerza hegemónica en el FG (cuya verdadera figura es Carlos Auyero, fundador de la Democracia Cristiana en Argentina, es decir, de la fuerza gestada desde Washington y el Vaticano en los años 60 para contrarrestar la radicalización global de las masas en América Latina y salirle al cruce a la Revolución Cubana) imponer la disolución del PC es mucho más que una táctica para ganar votos u ocupar espacios en la cúpula del FG»(10).

La imposición del «bloque político social» corporizado en el Frente Grande/Frepaso contra la dinámica de organización independiente que buscaba cauce mediante el CTA no sólo abortó esta dinámica (y, dicho sea de paso, condenó al CTA), sino que se transformó en la palanca fundamental gracias a la cual la burguesía y el imperialismo lograron dos victorias (una táctica y otra de proyección estratégica): la reelección del gobierno peronista y la división de la expresión política de la clase obrera entre dos candidatos peronistas burgueses. A partir de esta derrota política la clase obrera quedó paralizada e indefensa, frente a la renovada ofensiva del capital.

¿Qué papel jugó la dirección del PC en este momento crucial? No hacen falta palabras para responder. Pero hay una pregunta más relevante: ¿por qué jugó ese papel?

Volvamos a la Tesis 7: si se compara la descripción del «conjunto de clases y capas explotadas y oprimidas» descriptas allí como «sujeto de la revolución», con la composición del Frepaso, se encontrará a aquél contenido en éste. Si se admite que la clase obrera «va forjando su hegemonía» en ese bloque «en el marco de la lucha de clases» y se subraya que «la hegemonía» de la clase, su papel en ese bloque político social, «no es una condición previa», concluiremos necesariamente que fue una concepción acertada la que llevó a engendrar el Frepaso, pero falló la «capacidad para ir resolviendo positivamente las tareas de la etapa».

De tal manera, el PC jugó un papel claramente opuesto, enfrentado a las necesidades tácticas y estratégicas de la clase obrera y el conjunto de la población… por una mezcla de debilidad organizativa y errores circunstanciales. Conclusión: fortalezcámonos, reorganicémonos, galvanicemos nuestra moral comunista, y volvamos a ingresar al Frepaso, sin «condiciones previas», para desde ese bloque político social enfilado a «derrotar el modelo», ser capaces de «forjar el rol hegemónico de la clase obrera en el marco de la lucha de clases».

No es un pronóstico. Expulsada del Frente Grande (es decir de la expresión política del bloque que propone) la dirección del PC mantuvo la línea mediante su política en el interior del CTA, contribuyendo a arrastrar a esta organización hacia una propuesta programática de conciliación de clases plasmada en lo que sería el costado «social» del bloque: el Congreso del Trabajo y la Producción, articulado mediante APyME y el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, en comprensible alianza con el sector de la dirección del CTA que torció el rumbo original de esta organización hacia una reedición del policlasismo. No es por acaso que en las elecciones internas del CTA la dirección del PC optó por alinearse con la Lista Germán Abdala contra la Lista Agustín Tosco, es decir, con el programa de subordinación de la clase obrera al bloque hegemonizado por la burguesía, contra el programa de independencia de clase.

Volveremos sobre este punto. Pero antes es preciso detenernos brevemente en las dos Tesis restantes.

Afirma la Tesis Nº 8: «En las actuales condiciones de desarticulación de la cultura de izquierda, de reformulación del movimiento popular y de dispersión de los esfuerzos revolucionarios, la creación de una vanguardia efectiva implica una política de unidad de los revolucionarios». Y completa a continuación: «La propuesta de formación de un movimiento político de izquierda, apunta a encontrar contenidos, caminos y cauces para la gestación de la una verdadera vanguardia».

Aquí está implícita la diferenciación, correcta, entre revolucionario y comunista, a la que nos referimos más arriba. De modo que la vanguardia que se va a «crear» (al menos no hay intentos de «recrearla»), es una vanguardia sin definición ideológica precisa, dado que el punto de unión está en un ámbito más amplio que el de los marxistas que sostienen las banderas de un partido comunista. Puesto que «el sujeto de la revolución» no es, como ya vimos en detalle, el proletariado, esta vanguardia tampoco tiene una definición de clase. Por lo demás, la noción «unidad de los revolucionarios», difusa por definición en cualquier caso, lo es mucho más cuando la revolución de que se habla no es socialista, sino «popular».

Queda así esbozado social, ideológica y programáticamente, lo que será ese «movimiento político de izquierda». Y a tal organización, que no tiene como punto de referencia la clase obrera, que no es comunista y que no tiene como objetivo la revolución socialista, se le encarga la curiosa tarea de «encontrar contenidos, caminos y cauces para la gestación de una verdadera vanguardia».

¡Ay! ¿De modo que los comunistas hacen un congreso para encargarle el hallazgo de «caminos y cauces» (!) a un conglomerado heterogéneo en todos los órdenes, responsable por «la gestación de una verdadera vanguardia»?

Sí; así es, en efecto. Y no porque lo digamos nosotros: lo reafirma de manera inapelable la última Tesis, donde se explica sin vueltas que «El rol del Partido Comunista se define en esta etapa por el aporte a un nivel superior de resistencia popular al neoliberalismo y de gestación de una vanguardia política».

La educación y la organización de la clase trabajadora, la lucha por su unidad social y política; la clarificación, recomposición y reorganización de los comunistas… no «define el rol del PC».

Ese no fue el papel que le propuso Marx a la Iª Internacional y las organizaciones que la componían. Tampoco el asumido por los grandes partidos obreros que conformarían la IIª Internacional. Y, muchísimo menos, el que se planteó Lenin cuando reunió a un puñado de revolucionarios «desarticulados y dispersos» en una aldea suiza, para arrojar al rostro desvergonzado de la dirigencia socialdemócrata de la IIª Internacional el Manifiesto de Zimmerwald, casualmente redactado por Trotsky: «¡Hombres y mujeres trabajadores! ¡Heridos y mutilados! Los convocamos a todos ustedes que están sufriendo a causa de la guerra: por sobre las fronteras, por sobre el olor de los campos de batalla, por sobre las ciudades y los pueblos devastados: ¡¡Proletarios de todos los países: Unios!!»(11).

Ese fue el primer paso en la gestación de una verdadera vanguardia: la IIIª Internacional que vería la luz cinco años después. Y en términos conceptuales y políticos (dejemos de lado el aspecto literario) no se parece demasiado a las Tesis ni al texto del Comité Central, que al respecto agrega: «Es necesario tener en cuenta que la izquierda y el PC tampoco están vacunados contra la posibilidad de caer en desuso y perder funcionalidad».

Está claro: es urgente recrear el marxismo para no caer en desuso; para no perder funcionalidad….

No. Definitivamente. No son estas las preocupaciones que desvelan a los comunistas. Es comprensible que quien ha abandonado la concepción marxista de la historia y la sociedad y cree, como dice el texto previo a la Tesis 6, que «el deterioro de las utopías (subrayado nuestro) debilita la motivación que movilizaba a importantes sectores sociales», entienda la perspectiva de la lucha de clases como una cuestión de marketing, y en consecuencia tema que el producto en oferta caiga en desuso.

Los comunistas tenemos otra visión del mundo, de la actualidad, del futuro y de nuestro papel en la historia. Y no nos referimos sólo a los comunistas del equipo de Crítica, o los que integramos las filas de la Unión de Militantes por el Socialismo. Aludimos a miles de revolucionarios comunistas dispersos y no encuadrados en todo el país, y en primer lugar a innumerables compañeros y compañeras que integran el PCA.

Los reconocemos en los lugares de trabajo, en la lucha; los vimos en el XIXº Congreso. Y nuestra preocupación no es que el partido de los comunistas caiga en desuso, sino cómo lograr, con la urgencia extrema que la crisis internacional y nacional plantea, la recomposición de las fuerzas revolucionarias marxistas, de los comunistas dispuestos a restablecer la continuidad histórica del pensamiento y la acción revolucionaria; la unidad social y política de la clase trabajadora, base material de una estrategia socialista.

 

Fin de un ciclo en la historia del PCA

Con este viraje presentado como «recreación» del marxismo, el XIXº Congreso cierra el ciclo abierto en la historia del PCA con el XVIº Congreso. A la vista queda en las Tesis un resultado devastador en términos teóricos y políticos. O para decirlo con más propiedad: está a la vista la imposibilidad de quienes presentaron estas Tesis, de sobreponerse a la labor de demolición ideológica producida por medio siglo de predominio stalinista en el movimiento comunista internacional. Esa labor que minó las bases de la Revolución de Octubre y acabó provocando el derrumbe de la Unión Soviética, se expresa en el contenido y la forma de las Tesis y el informe del Comité Central del PCA para el XIXº Congreso: la filosofía, la teoría económica, los principios políticos y la tradición organizativa de los revolucionarios marxistas están negados de manera absoluta y abrumadora en esos textos.

Hay que repetir, como decíamos en las primeras líneas, que el espíritu dominante en la clausura del Congreso era otro, nítidamente opuesto al resultado palpable de la ratificación de estas concepciones. Y esa contradicción en el espíritu y la letra se manifestó de una manera que viene a reafirmar, en los planos de la metodología y la organización, lo que venimos diciendo.

Veamos: la comisión redactora de las resoluciones del Congreso informó a los delegados e invitados que durante el período de discusión pre-congreso se habían recibido 963 propuestas de enmiendas y agregados. En esa cifra se materializa nuestra convicción de que las Tesis produjeron insatisfacción y descontento en los cuadros y bases del PC, sentimientos que se explicitarían, como vimos suscintamente, en los despachos de Comisiones. Ahora bien: dada la magnitud y complejidad de las propuestas de enmiendas y agregados a las Tesis, según informó la comisión redactora, no se había logrado resumirlas, compatibilizarlas e integrarlas, para ponerlas a votación.

No quedó claro, al menos para este invitado, si la consideración de ese alud de enmiendas cupo exclusivamente a los delegados al Congreso. Si así hubiese sido, el partido como tal no habría podido tener a la vista los diferentes puntos de vista frente a la Tesis presentadas oficialmente, en la discusión pre-congreso y la elección de delegados para la instancia mayor del partido. En esa hipótesis, el Congreso no habría sido un ejercicio de democracia revolucionaria de acuerdo con los criterios del centralismo democrático y, por ello, estaría metodológicamente invalidado. La hipótesis contraria, es decir, que las propuestas de enmiendas hayan estado en manos de la militancia antes de la elección de los delegados al Congreso, deja sin explicación el hecho de que, si en realidad tales enmiendas eran pasibles de ser compatibilizadas en un documento único, éste no estuviera a disposición de los congresales para ser puesto a consideración.

Como quiera que sea, lo cierto es que esta circunstancia dio lugar a un desenlace curioso: se puso a votación el documento oficial y se encargó a la comisión redactora la compatibilización del texto final…

Para un observador con un mínimo de objetividad, parece fuera de discusión que, por lo menos, un considerable número de las posiciones expuestas en las relatorías de Comisiones no eran compatibles; debían ser puestas a votación. En otras palabras: el XIXº Congreso enajenó su soberanía y puso el destino del partido en manos de la comisión redactora, una instancia no electiva de la organización. Para colmo, dos meses después aparece un folleto -el que venimos comentando- que reproduce textualmente las Tesis de discusión pre-congreso, como resolución definitiva del Congreso. Es innecesario subrayar la conclusión: además de las cuestiones señaladas en materia de posicionamiento ideológico, teórico y político, un factor esencial en la tarea histórica de recomposición de las fuerzas marxistas estuvo ausente en grado absoluto: el centralismo democrático.

 

El informe del Comité Central

Hasta aquí, nos hemos limitado a considerar las Tesis. Razones de espacio hacen imposible un análisis pormenorizado del informe del Comité Central (con la aclaración, ya señalada, respecto de la ambigüedad acerca de si es o no el texto oficial del CC). Además, el posicionamiento de las Tesis, el Informe y las resoluciones frente a lo que, en nuestra opinión, es lo esencial para un partido de los comunistas: la estrategia, los criterios metodológicos y las tácticas de trabajo en el movimiento obrero, merecen un capítulo aparte. Estos temas serán materia de un próximo trabajo.

No es posible sin embargo obviar la mención, siquiera como mera enunciación, de cuestiones políticas fundamentales.

Contra toda expectativa lógica de cualquier observador -mucho más de la militancia- el informe del CC no analiza el papel del partido en el desarrollo de ese fenómeno que desembocó en el Frepaso, una coalición pequeño-burguesa con un programa sometido a las exigencias del imperialismo.

Al respecto, en el capítulo III, titulado Los cambios en Argentina y refiriéndose genéricamente a ellos, se dice que «En nuestro debate partidario deberemos examinar autocríticamente esta experiencia, para producir los cambios que sean necesarios». Antes de la recreación del marxismo, los congresos eran justamente para examinar autocríticamente la labor de un partido revolucionario, condición ineludible para saber qué hacer en adelante. Pero la modernidad tiene estas novedades: se hace un Congreso para registrar que, en algún momento futuro, sería bueno analizar y sacar conclusiones del hecho de haber sido el pivote y fuerza decisiva en todos los órdenes en la puesta en marcha de lo que acabó siendo el Frepaso, un «bloque político-social» que, luego de expulsar al PC, obtuvo el segundo lugar en las elecciones nacionales y estuvo a un tris de alcanzar el gobierno.

Después de algunos párrafos antológicos, cuya consideración, como queda dicho, postergamos, se puede leer lo siguiente: «El hecho es que en la superestructura política emergente de la `reconversión` (!!), no quedan espacios a ser disputados por corrientes populares y de izquierda. Es necesario sacar conclusiones sobre el fracaso de los diversos intentos de acumulación de fuerzas bajo `paraguas` hegemonizados por sectores que responden a los intereses fundamentales del sistema». Y agrega: «Esto nos obliga también a sacar conclusiones sobre la forma en que participamos de la experiencia del Frente Grande y sobre la justeza de definir una ruptura con el mismo».

Como se ve, frente a lo hecho, en lugar de tomar posición el informe invita a «sacar conclusiones». Esto, de por sí, deja desarmado al PC para afrontar el día siguiente a la clausura del Congreso.

Pero entre líneas, en estos párrafos hay una serie innumerable de cuestiones esenciales. En primer lugar, se esboza -es sólo un esbozo, pero nada menos- un planteo estratégico francamente contrapuesto con el que afirman las Tesis. Porque si después de la «reconversión» (sea lo que sea que se quiera decir con esa formulación superficial, tomada del periodismo comercial, acerca de la crisis del capitalismo) no queda espacio para actuar bajo «paraguas» de «sectores» del sistema (¿cómo debatir conceptos con este lenguaje?), cabe preguntar cuál será el curso de acción inmediata. ¿Una propuesta de unidad social y política de los trabajadores en la cual el punto de partida sea la independencia total, programática, organizativa y políticamente, de la burguesía? Ya hemos visto que no, porque «al bloque político-social» no se debe ir con «condicionamientos previos».

En segundo lugar, se tergiversa la verdad al caracterizar la posición ante el Frente Grande como «la justeza de definir una ruptura con el mismo».

En su momento tratamos este tema con detalle, en nuestra Carta abierta a los comunistas. El PC no rompió con el FG. El FG puso al PC ante la alternativa de disolverse o irse. Antes de eso el FG había afirmado, con la presencia del PC en su dirección, una conducta frontalmente contrapuesta a una política revolucionaria. Y el paso final tenía un objetivo que definimos de esta manera en aquella carta: «Es en nuestro carácter de comunista que no integra las filas del PC -y que, por eso mismo, supuestamente no debiera estar preocupado por la ofensiva multilateral desatada para lograr la disolución del partido- que redactamos estas páginas. Porque en nuestra opinión, tras la ofensiva por la disolución del PC hay una estrategia contrarrevolucionaria global, un paso en la lucha por el control del rumbo estratégico de las masas. Hoy, más aún que en el momento en que se derrumbó la mampostería burocrática del Estado Obrero en la Unión Soviética, está bajo fuego la teoría, la organización y la militancia comunista. A eso -y no simplemente a la estructura del PC- apuntan los dirigentes del Frente Grande que han decidido ser vehículos de esa ofensiva en Argentina».

Entendemos como una derrota de la superestructura política burguesa, estratégicamente valiosa, el hecho de que ese objetivo no haya sido alcanzado por el FG. Pero no sólo por un elemental compromiso con la verdad, sino porque se trata de un hecho cargado de significados, hay que subrayar que nuestra denuncia se produjo antes de que la dirección del PC resolviera si acataba o no el ultimátum del FG, y que esa resolución se tomó, luego de ostensibles vacilaciones, enteramente a la defensiva: el PC no rompió con el FG; se limitó a no acatar la orden de disolución, lo cual lo dejó fuera del frente en función de lo resuelto por la dirección de éste.

Insistimos en que no es poca cosa -aunque esto será evidente sólo con el transcurso del tiempo- que la burguesía no haya podido deglutirse al PCA como lo hizo con el PC italiano. Pero esto no ocurrió por «la justeza» de la línea de la dirección, sino por una convergencia múltiple de presiones -buena parte de las bases partidarias reaccionó frontalmente contra esa posibilidad- y consideraciones tácticas. Además de no hacer un balance descarnado de lo actuado, de las causas de fondo que condujeron a tamaño desastre, el informe del CC llega al punto de felicitarse por «la justeza» de su línea.

Lo mismo ocurre cuando el informe, tras señalar el impacto del exitoso resultado electoral, afirma que «Esto impidió que se visualizara con mayor anticipación los grandes compromisos que la cúpula del Frente Grande iba asumiendo con la política de gobernabilidad, y que lo anunciaban (sic) hechos como la votación de la intervención de Santiago del Estero por parte de los diputados del FG, la actitud ante la marcha 100 de los jubilados y las posiciones en la Constituyente».

Admitir que la dirección del partido no «visualizó» con «mayor anticipación» podría entenderse como un gesto autocrítico. Pero no lo es. Y es todo lo contrario. En primer lugar, porque no podía haber «mayor anticipación» en algo que, lejos de haber sido anticipado, se denuncia con un retraso de -como mínimo- más de un año. En segundo lugar, porque es sorprendente que no se «visualice» un hecho resonante, ante el cual tomaron posición todas las organizaciones revolucionarias. Por nuestra parte, además de denunciarlo de inmediato en diversos medios de prensa(12) tuvimos al respecto discusiones concretas con miembros de la dirección del PC, reclamando una definición. No se trata, por lo tanto, de aumentar la graduación de la lente, sino de cambiar el ojo: porque hubo posicionamiento de hecho ante un acontecimiento mayor en la lucha social.

Pero hay algo más. Y peor. Luego de haber «visualizado», por fin, este posicionamiento antidemocrático, antiobrero, antipopular y contrarrevolucionario, el PC coloca como su candidato presidencial en 1995 a… uno de los diputados del FG que votó la intervención en Santiago!!

De la misma aviesa naturaleza es la afirmación acerca del posicionamiento en la Constituyente. A lo ya citado, se agrega un párrafo sobre el significado de la Constitución reformada: «Su gravedad no consiste solamente en la aberración que significa haber sancionado una Constitución que posibilita decisiones represivas a través de los decretos de necesidad y urgencia, sino en el hecho de haber convalidado el conjunto del modelo, desde la impunidad hasta la entrega que significan las privatizaciones».

Que la militancia del PC y los comunistas, organizados o no, juzguen por sí mismos: esa Constitución que avala la represión, la impunidad y la entrega, fue votada por uno de los dos diputados constituyentes del PC, Eduardo Barcesat. Y por quien luego sería el candidato a presidente del PC, Fernando Solanas. Aquél no fue sancionado (lejos de ello, tras exponer con nitidez su posición en la prensa partidaria, anunció su renuncia al partido el día que se inauguraba el XIXº Congreso; éste, fue elevado al lugar de figura política del PC en la contienda electoral.

Esta duplicidad, tanto más intolerable en una dirección que se dice comunista, llega al extremo en su posicionamiento frente al tema que más repicó en los informes de Comisiones, junto a la demanda de autocrítica del CC y definición ideológica: la línea de acción en el movimiento obrero.

Dice el informe: «En el caso del CTA, sus sectores hegemónicos (subrayado nuestro) acompañan el proceso definido políticamente por la hegemonía del Frente Grande y luego del Frepaso, buscando afirmar la gobernabilidad y apostando a la creación de propuestas que permitieran esbozar planes de gobierno `no menemistas` (…) El rumbo asumido por los sectores hegemónicos del CTA debilita su incidencia en el conflicto social y su propia legitimidad».

Ahora bien: después de haber «visualizado» la derechización del FG y el Frepaso y, con aguda visión, comprobar que «los sectores hegemónicos» del CTA acompañaban ese proceso; yantes de redactar el informe del CC, ocurrió un hecho de relieve. Hubo elecciones internas en el CTA. El bloque clasista conformado al interior del CTA desde los pasos previos a su fundación -el cual integra el autor de estas líneas- propuso formal y reiteradamente a la dirección del PC la formación de una Lista de oposición para enfrentar ideológica, política y programáticamente, en una leal delimitación de posiciones respecto de la tarea a llevar en el movimiento obrero, a los compañeros de «los sectores hegemónicos». Hubo, insistimos, reiteradas propuestas, encuentros y discusiones con las máximas autoridades del PC para discutir esta perspectiva.

¿Qué hizo el PC? Mientras las discusiones acerca de una Lista de oposición se prolongaban indefinidamente, quedó conformada una Lista única, donde los «sectores hegemónicos», que acompañan a «la hegemonía del Frente Grande y el Frepaso», estaban a su vez acompañados por un sector «no hegemónico» en el CTA, poco antes víctima de «la hegemonía» del FG y el Frepaso: el PC.

Para que no quedara duda respecto de eso que el texto del CC desdibuja con la utilización abrumadora del término hegemonía, la Lista Unica asumió el nombre de Germán Abdala, el compañero peronista combativo, dirigente de ATE y diputado, quien desde su banca integró el grupo de los ocho legisladores que se apartaron del bloque oficial en 1991 y luego fuera, a pesar de la enfermedad que lo abatiría en medio de su combate, un motor en la fundación del CTA.

Está probado que el compañero Germán era la vanguardia de la vertiente peronista del movimiento obrero en este proceso de transición que busca cauce hacia la independencia, la unidad social y política. Y la historia deberá guardarle ese lugar de privilegio. Pero el movimiento obrero tiene otras vertientes. Tiene una más antigua -tanto que fue la fundadora- definida por su carácter clasista y socialista. Y esa vertiente cuenta con innumerables figuras de sobresaliente envergadura, que asumieron roles de conducción -no pocas veces heroicos- en los momentos claves de nuestra clase. Incluidos momentos de lucha contra la represión de Perón contra el proletariado y su vanguardia, tanto en el gobierno 1973-1976, como, y principalmente, en el período 1946-1955.

No por casualidad, muchas de esas figuras fueron militantes del PC. ¿Por qué diluirse, ocultarse («ponerse bajo el paraguas», diría el redactor del informe) en una corriente con la cual los luchadores clasistas (mucho más, los comunistas) tenemos indudables y sólidos puntos de contacto pero inequívocas diferencias ideológicas, programáticas, políticas y estratégicas? ¿Cómo se educa a la vanguardia obrera y al conjunto de la población a la cual se pretende «orientar», aunque sea en un futuro indefinido, hacia el socialismo?

Clausurada la posibilidad de formar una coalición con el PC para ir a elecciones en el CTA, el bloque clasista que desde antes de la fundación de esta organización delimitó con lealtad y nitidez un programa, una metodología y una línea de acción diferenciada de la dirección provisional que, comicios mediante, se institucionalizaría, decidió presentar una posición alternativa en las urnas del CTA.

La Lista Unica, dejó por tanto de serlo y se identificó con su denominación ideológico-política: Lista Germán Abdala. Esta coalición electoral sin programa, sumó todas las estructuras sindicales integrantes del CTA y la estructura del PC. De ese modo, en términos de aparato, configuraba una relación de 10 mil a uno contra el grupo de compañeros que asumió la continuidad de un programa y una lucha histórica de nuestra clase con el nombre de Lista Agustín Tosco. Hay que decir que, si bien en algunos lugares compañeros del PC pusieron particular encono en luchar electoralmente contra la Lista Agustín Tosco, fueron muchos más quienes mostraron su solidaridad e identificación con ese acto, aparentemente temerario, de defensa de identidad, principios, programa y línea política. La Lista Agustín Tosco desempeñó un excelente papel, no sólo en el plano que se había propuesto, el de la propaganda, sino incluso en el que no esperaba el más mínimo respaldo, el electoral.

Naturalmente, la necesidad de presentarse como Lista alternativa a la dirección provisional del CTA encabezada por ATE y CTERA no estaba dictada por una cuestión de tradición histórica. Eso hubiese quedado completamente fuera de lugar si entre las partes hubiese habido acuerdo programático y político; lo cual, por supuesto, hubiese estado mostrando que la transición en curso estaba mucho más avanzada, si no concluida y dando lugar a una nueva etapa en la historia del movimiento obrero. Pero ocurre que todo ese posicionamiento que tan abstrusamente describe el informe apelando a las «hegemonías» tomaba cuerpo en definiciones incompatibles con un programa no digamos comunista, sino consecuentemente democrático: con base en los documentos de su centro de investigaciones, la dirección de ATE «hegemónicamente» se oponía a levantar la consigna de no pago de la deuda externa. Más aún: documentos que denunciamos en su momento con todo detalle, intentaron explicar que la deuda externa debe ser pagada y que esto no afecta en lo más mínimo la realización de un plan en favor de la clase trabajadora y el pueblo.

Por eso es inadmisible leer en el informe del CC una cruda condena a «los sectores hegemónicos» del CTA, que retroceden sobre sus propios recientes pasos para entramparse nuevamente en una política de conciliación de clases, cuando el PC formó parte de «esos sectores» y junto a ellos enfrentó a quienes levantaron una propuesta alternativa; el PC contribuyó consciente, deliberada y consistentemente a facilitar el retroceso -o en algunos casos el consistente desvío- de los compañeros que condujeron la Lista Germán Abdala, de graves consecuencias coyunturales y en el largo plazo. No tenemos duda -los hechos lo aseguran- que si el PC hubiese puesto toda su militancia y su fuerza organizativa a luchar por el programa que defendió la Lista Agustín Tosco, al interior del CTA -y por consecuencia en el conjunto del movimiento obrero- se hubiese producido un cambio cualitativo.

Imposible atenuar la gravedad de la conducta política de la dirección del PC en relación con el FG y el CTA. Imposible minimizar el significado del tratamiento que se hace de aquella conducta en el informe del CC. Sería un error, sin embargo, atribuirlas a individuos cínicos, a estrategias secretas de acción anticomunista o defectos personales de cualquier orden.

El problema radica en otro lado: las Tesis ratifican la ajenidad de la conducción del PC en relación con la teoría marxista y la organización comunista. Pero las Tesis fueron escritas ex post facto, es decir, luego de haber sido aplicadas consistentemente desde 1990, cuando el inevitable colapso de Izquierda Unida, combinado con la crisis mundial, dejó a la dirección del PC en un vacío conceptual, político y estratégico.

Ese vacío, que no supo, no pudo o no quiso cubrir el equipo que sinceramente encaró el viraje del XVIº Congreso, lo llenaron las antiguas concepciones stalinistas. Pero adecuadas a los nuevos tiempos. Al igual que sus pares de Italia y Francia -para tomar sólo los dos ejemplos más notorios- el PC ya ha llevado al plano de su definición teórica y su postulación programática la idea de que «el sujeto social» de la revolución no es la clase obrera. Eso quiere decir, en buen castellano, que ha llevado al plano de su definición política la abdicación del concepto mismo de revolución, aunque a diferencia de los ejemplos citados, que cambiaron el concepto por el de evolución, todavía no lo dice claramente. Para cruzar sigilosamente el abismo entre revolución y evolución es necesario un puente. Ese es el significado político de la palabra utopía.

El camino es inexorable. Los próximos pasos llevan a renegar del concepto Dictadura del Proletariado. Y denunciar como anacronismo el centralismo democrático. Mantener o no el término Comunista en la denominación partidaria constituirá una discusión de orden táctico, como lo explica el PC francés(13).

Respecto de la pregunta planteada desde el título para estas reflexiones, no cabe sino afirmar que el XIXº Congreso del PC no constituye, en ningún sentido, un aporte para recomponer las fuerzas marxistas. Todo lo contrario es verdad. El ciclo abierto con el XVIº Congreso no culmina con una superación de las desviaciones y deformaciones, una negación teórico-práctica del stalinismo, sino en el sentido inverso, con un cambio cualitativo que quita al PCA sus referencias ideológicas y sociales anteriores, para ponerlo en línea con lo que puede llegar a ser -si es que llega a ser algo diferenciado en el actual espectro político- un partido de la pequeña burguesía.

 

¿Cómo hacer?

Trago amargo para los compañeros y las compañeras comunistas del PC. Pero ineludible de digerir si se ha de romper con el círculo vicioso que desgrana estérilmente a este partido desde hace años. Insistir en la formación de vagarosos «movimientos políticos de izquierda», trocar la unidad de los comunistas por la unidad de revolucionarios sin identidad ideológica, diluir una y otra vez rostro, perfil y voz propia en «bloques político sociales» teleguiados por la burguesía, sólo logrará una reiteración permanente de desastres como el del Frente Grande, la Lista conjunta con los representantes de éste en el CTA, el volantazo inútil dado inmediatamente para fabricar un Foro Sindical que se esfumó antes de haber nacido.

Desde luego, no es fácil cortar con esta dinámica. Sobre todo después de tantos golpes sobre las certezas y la moral de los militantes entregados a la causa del socialismo. Pero es a estas temperaturas que se templa el buen acero. La tarea de rescate teórico, delimitación ideológica y clarificación programática, está vigente. Y plasma, contradictoria y lentamente, por múltiples caminos, en lucha política y esfuerzo de construcción organizativa. Esto ocurre no sólo Argentina. En todos y cada uno de los países del mundo -sin excluir, por supuesto, a los que integraban el Pacto de Varsovia y a Rusia en primer lugar- está planteada como una necesidad imperativa la recomposición de fuerzas marxistas. Ya hay expresiones de búsqueda concreta en el plano internacional, puntos de partida que, si son asumidas con responsabilidad, pueden constituirse en semillas con seguros frutos, porque el terreno -la crisis capitalista mundial abonada por la inclaudicable voluntad de los revolucionarios comunistas- es fértil.

Aquí, en Argentina, urge poner en movimiento instancias que permitan que los numerosos destacamentos comunistas dispersos, sobre bases principistas y con acuerdo programático, sumen voluntades y capacidades para realizar esa labor. Esas instancias las entendemos como Mesas de Enlace de Militantes Comunistas. Y en los casos en que a los principios y el programa se sume un acuerdo político verificable en la práctica, aquella suma debe tomar cuerpo y forma de organización común. Sin que ello suponga dar por cumplido el objetivo. Porque el camino no se agota creando un equipo de sólidos marxistas ni unificando algunos retazos. La recomposición de fuerzas marxistas es lo que estas palabras indican y no una maniobra organizativa, una operación de absorción o, mucho menos un zarpazo oportunista. Es la labor tenaz, sistemática, llevada a cabo con la flexibilidad de quien tiene la certeza de contar con principios inamovibles, tendiente a recuperar nuestra verdadera historia, reconocernos en ella, educar y en muchos casos reeducar una nueva vanguardia capaz de afrontar una lucha que lleva inexorablemente a chocar de frente a burgueses y proletarios, sin tregua posible y a escala mundial, en un combate histórico entre socialismo y barbarie.

A esa tarea no son ajenos -no pueden ni deben serlo- los comunistas que integran el PCA. No importa qué rango ocupen en el escalafón partidario. Desde la Mesas de Enlace de Militantes Comunistas habremos de intentar avanzar hacia una convocatoria a tantos Encuentros de Militantes Comunistas (barriales, locales, regionales) como sean necesarios para arribar al momento de estar en condiciones de convocar a un Congreso Fundacional de un partido de los comunistas.

Desde los humildes aportes sumados en las sucesivas ediciones de Crítica y, ante todo, desde nuestra práctica militante allí donde las fuerzas nos permiten desplegarla, tendemos una mano fraternal a todos los militantes que se consideran comunistas y están dispuestos a comprometerse en la edificación de un partido de cuadros marxistas, enraizado en cada lugar donde haya un obrero; respetado y escuchado por todos los explotados y oprimidos; capaz de conducir la lucha de las masas hacia la toma del poder por las organizaciones democráticas de los obreros, los campesinos y el pueblo, para instaurar su propio gobierno, demoler el Estado burgués, aplicar el rigor revolucionario a quien ose levantarse en armas contra el poder de los obreros y el pueblo, cortar de un tajo los lazos de sujeción al imperialismo y el gran capital y comenzar a edificar una sociedad de hombres y mujeres libres, dueños de sus destinos y capaces de encaminarlo en función de la justicia y la igualdad.

Para terminar, reproducimos un texto acordado por una Mesa de Enlace de Militantes Comunistas, con el cual se trabaja desde hace poco menos de un año en pos de encuentros preparatorios. Se trata de un compromiso individual (un hombre, un voto); y afirma lo siguiente:

 

«Compromiso de acuerdo básico

Yo, ……. declaro que:

I.- Considero que el capitalismo no puede ni podrá jamás satisfacer las necesidades elementales del ser humano y que, por lo tanto, la lucha consecuente por los reclamos básicos que hoy aúnan a cuatro quintas partes de la humanidad (trabajo, pan, techo, salud, educación) exige la abolición del sistema y su reemplazo por el socialismo.

II.- Entiendo por socialista una sociedad en la que los medios de producción y cambio están en manos de los trabajadores libre y democráticamente organizados y autogestionados, quienes a través de sus organismos de masas conducen efectivamente un Estado que garantiza la democracia y los derechos civiles para las grandes mayorías de obreros, campesinos, estudiantes, pequeños y medianos productores, a la vez que ejerce todo su poder de presión contra las fuerzas de la reacción interna e internacional que se le oponen por la fuerza.

III.- A partir de la experiencia histórica y su síntesis teórica, afirmo mi convicción de que el derrocamiento de la sociedad capitalista sólo puede ser obra de las masas explotadas y oprimidas conscientes de su condición de tales, unificadas en sus propios organismos, ejerciendo democráticamente su protagonismo en la lucha contra el capital.

IV.- Igualmente, la experiencia histórica y la teoría confirman que el desarrollo de la conciencia de las masas, su organización unitaria según sus intereses de clase y, particularmente, la lucha efectiva por el poder, demandan como condición indispensable que los revolucionarios marxistas, los comunistas, nos organicemos como partido capaz de llevar a cabo esas tareas históricas adecuándose en sus formas y criterios a la realidad y las circunstancias.

V.- Por causas que no tienen hoy -y acaso no tengan nunca- una explicación unívoca e inapelable, el primer intento exitoso de creación de un Estado Obrero comprometido con la construcción del socialismo, nacido de la gloriosa Revolución de Octubre, acabó en la degeneración de su dirección y en el derrumbe de la Unión Soviética, lo cual circunstancialmente volcó las relaciones de fuerzas a favor del imperialismo. Esto redundó en un mayor debilitamiento de las fuerzas revolucionarias en todo el mundo. A partir del rumbo negativo adoptado por la URSS y el retroceso de la revolución mundial, la militancia cargó con rémoras de deformaciones ideológicas y políticas; ahora se suma a esto la confusión y en muchos casos la desmoralización. En este cuadro, considero el deber de un revolucionario comunista hacer todos los esfuerzos que estén a mi alcance para contribuir a recomponer las fuerzas marxistas, afirmar las bases de un genuino Partido Comunista y alentar por todos los medios el estudio, la investigación y el debate franco y democrático para esclarecer las causas del desenlace ocurrido en la URSS, el cual no obstante su grandiosa y catastrófica dimensión actual, entiendo como un momento pasajero en la historia de la lucha de clases internacional, que por ella será asimilado y superado.

VI.- Dada la confusión ideológica y la disgregación organizativa dominantes en las filas de izquierda, entiendo que una perspectiva seria de recomposición de fuerzas debe excluir de antemano el vacío y oportunista llamado a «la unidad de los que luchan». Por el contrario, se requiere una estricta delimitación en el terreno de los que luchan (porque nadie sensato puede negar que luchan los reformistas, los populistas y hasta ciertos sectores de la burocracia sindical y la pequeña burguesía) a la vez que se procura la unidad del conjunto de la clase obrera y sus aliados (la mayoría de quienes, hay que subrayarlo, en este período no sólo no se caracteriza por luchar, sino que incluso vota por el más antiobrero, antipopular, antinacional y corrupto de los gobiernos que jamás haya tenido el país). Mi esfuerzo militante, por tanto, apunta a lograr por un lado la unidad de los comunistas mediante una recomposición de fuerzas rigurosa en todos los planos, y por otro lado a labrar la unidad de la clase obrera como tal y de ésta con todos sus aliados naturales.

VII.- Esto significa un política de simultáneo esfuerzo por edificar organizaciones que en el plano sindical y político contribuyan a la unidad social y política de los trabajadores, a la vez que se lleva a la práctica un enérgico plan de reafirmación ideológica, delimitación política y recomposición organizativa entre todos aquellos que nos reivindicamos marxistas, avanzando con prudencia pero sin vacilación ni demora hacia la realización de un Congreso de refundación del partido de los comunistas.

VIII.- Tras este objetivo, mi compromiso individual consiste en reafirmar mi carácter de militante comunista y hacer los mayores esfuerzos para que la recomposición de fuerzas transite por carriles objetivos, con base en la discusión de postulados ideológicos, contenidos progamáticos, criterios organizativos y políticas concretas.

IX.- Las profundas heridas producidas en las filas revolucionarias por la deformación del concepto de militante comunista, exigen un replanteo radical del significado de la organización partidaria, sus cuadros dirigentes y su militancia de base. Ese replanteo no debe ni puede partir de acusaciones personales sino de conceptos depurados por la experiencia histórica y su reafirmación teórica. Las responsabilidades individuales por errores, desviaciones y deformaciones del pasado serán juzgadas en términos políticos, con base en el ejercicio efectivo de la democracia de los trabajadores. Y el único tipo de impugnación aceptable para vetar a un/a compañero/a su derecho a emprender el camino de la recomposición de fuerzas y la refundación de un partido de los comunistas será aquél que se apoye en cargos relativos a la moral revolucionaria y la ética militante, debidamente avalados por pruebas fehacientes.

X.- Con base en estos postulados, asisto al Encuentro de Comunistas, en el cual ejerceré mi derecho democrático de exponer y/o respaldar posiciones destinadas a traducir la idea general en un plan político que arme táctica y estratégicamente a la militancia para la acción inmediata en tanto continuamos avanzando hacia la realización de un congreso fundacional del partido de los comunistas».

Claro que no será sencillo. Pero las dificultades arredran sólo a aquellos que encuentran sencillo convivir en la inhumana, despiadada, enajenada sociedad capitalista. A ellos no está dirigido este llamamiento.

Los demás, los revolucionarios que no concuerdan con esta plataforma ideológico-programática, pueden tener la certeza de nuestra firme voluntad de acción común en la lucha contra el imperialismo y las lacras sociales del capitalismo, nuestro inalterable respeto y aprecio por todo aquel que sienta en su rostro la bofetada que se dé en cualquier rostro de hombre, nuestra lealtad sin subterfugios para exponer nuestras ideas, respetar las decisiones democráticas de los organismos de masas y actuar en toda circunstancia en consonancia con la definición de Marx y Engels en el Manifiesto Comunista:

«Los comunistas no son un partido aparte, frente a los demás partidos obreros. No tienen intereses separados de los intereses de todo el proletariado. No establecen principios especiales (sectarios) según los cuales pretenden moldear el movimiento proletario. Los comunistas sólo se diferencian de los restantes partidos proletarios por la circunstancia de que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios destacan y hacen valer los intereses comunes de todo proletariado, independientes de la nacionalidad; por la otra, por el hecho de que, en las diversas fases de desarrollo que recorre la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre el interés del movimiento general»,

El otro parámetro de nuestra conducta lo trazó el Che en su recordada afirmación: «El revolucionario es el escalón más alto de la especie humana».

Buenos Aires, abril de 1996

 

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