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Alea iacta est

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Alerta: con el 73% de imagen positiva y un candidato opositor que no deja de caer en las encuestas, las elecciones en Venezuela no ofrecen duda sobre su resultado. Por eso mismo el riesgo se desplaza. Teledirigida por el Departamento de Estado, la llamada Mesa de Unidad Democrática toma un camino contrario al juego democrático. Con la prensa comercial machacando sobre la pronta muerte de Chávez la oposición prepara un plan de desestabilización y violencia con la intención de impedir la inexorable victoria electoral de la revolución.

 

La suerte –electoral– está echada. Hugo Chávez y la dirigencia del Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv), insisten en que nadie debe  bajar los brazos, que es preciso multiplicar esfuerzos para tomar contacto directo con cada ciudadano y hacer un esfuerzo supremo para alcanzar a aquellos sectores de la población explotada y oprimida que aún votan por sus verdugos. Pero eso no niega lo obvio: Chávez ganará, y a mucha distancia, las presidenciales del 7 de octubre.

Esta es la convicción que mueve también a la oposición y, sobre todo, a los mandantes del Departamento de Estado. Pese al abrumador despliegue propagandístico local e internacional apuntado a levantar la figura del candidato opositor, al contrario de aumentar su caladura social luego de haber sido proclamado como figura única del arco contrario a la Revolución Bolivariana en elecciones internas, Henrique Capriles Radonski pierde el espacio que inicialmente alcanzó. Esa dinámica, inequívocamente registrada por todas las empresas encuestadoras, se verifica antes de que la campaña comience formalmente, el 1° de julio.

No se trata sólo de la escualidez del candidato, aunque detalles como no haber podido contestar a una periodista adepta qué libros alimentaban su ideología, desde luego no avalan sus capacidades como representante del conjunto antichavista. Es que además de quedar expuesto por los medios de prensa de la revolución como golpista y cabecilla de la banda fascista que intentó asaltar la embajada cubana en Caracas, el 12 de abril de hace 10 años, han comenzado a trascender sus antecedentes como alucinado militante del grupo fascista Tradición, Familia y Propiedad, reemplazado luego, cuando esa secta internacional con sede en Buenos Aires y el Vaticano desapareció, por la adscripción al Opus Dei.

Probada la imposibilidad práctica de apuntalar semejante candidatura, los promotores de Washington y Caracas apelaron al recurso inverso: convencer a Venezuela y el mundo de que su contraparte no podrá asumir la campaña ni llegar a la jornada electoral porque el cáncer que lo aqueja lo sacará del escenario.

Ningún exceso fue ahorrado por periodistas y medios involucrados en esta campaña. Desde la reiteración de partes médicos fabricados por la CIA y expuestos ante la prensa por un ignoto médico radicado en Miami, hasta el extremo de hacer que analistas políticos digan sin ruborizarse que Chávez resignará su candidatura y lo reemplazará una de sus hijas (no saben indicar cuál). En todo el hemisferio se repiten a diario estas afirmaciones en diarios, radios y canales televisivos de amplia difusión. Repugna, desde luego, esta manera de encarar una campaña electoral. Pero sobre todo asombra por la extraordinaria debilidad que trasunta: el imperialismo, la burguesía venezolana, sus pares latinoamericanos, revolcándose en el fango de la degradación para lograr un puñado de votos que el mejor de sus candidatos no logra obtener por sí mismo.

Como era de esperar, el nulo desempeño de Capriles renovó las disputas internas en el bloque opositor y se llegó a plantear la necesidad de reemplazarlo con urgencia. Ese mismo conjunto hizo algo semejante en 1998, cuando verificó que ninguno de sus varios candidatos de entonces superaba al debutante Hugo Chávez: los hicieron renunciar en favor de un nombre unificador. El resultado es conocido.

 

El verdadero desafío

Ante la certeza de que el desenlace electoral le dará la victoria a la continuidad de la Revolución Bolivariana y además, por la magnitud estimada en más del 70% de los votos, significará un impulso democrático incuestionable para su aceleración y profundización inmediata y en todos los órdenes, el capital está lanzado ya por el único camino que le resta: la violencia. No ya la ejercida por medios de prensa. Sino aquella para la cual esta práctica viciada del periodismo pavimenta el camino: el desconocimiento de los resultados de los comicios, la irrupción de comandos armados, la campaña mundial denunciando fraude, la movilización violenta de los últimos reductos con capacidad que les queda a las dirigencias opositoras en cobijos policiales.

Éste es el verdadero desafío para el Psuv en las elecciones de octubre: impedir la violencia; alcanzar un número de votos tal que la proporción haga imposible ese recurso reiterado por Washington cuando no puede ganar en las urnas: denunciar fraude. Y, eventualmente, frenar en seco cualquier intento de sublevación violenta de un sector desesperado de la oposición.

Haciendo gala de una apariencia saludable y con su estilo y energía habituales, en un acto realizado el 29 de marzo en el Teatro Teresa Carreño, tras una semana de tratamiento con radioterapia en Cuba, Chávez alertó sobre el plan de violencia de la derecha venezolana. “Es un plan que hay que denunciar ante la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Nuestra responsabilidad es neutralizarlo para evitar la violencia y garantizar la paz en el país”.

Poco después el canciller Nicolás Maduro anunció que la denuncia se cursa a Unasur “y a otras instancias que permiten que este tema se debata, que los gobiernos de Suramérica estén absolutamente informados y alertas frente a esta conspiración que hay contra Venezuela”. Maduro dijo que la oposición prepara emboscadas políticas y mediáticas, para desestabilizar: “la derecha viene preparando un conjunto de emboscadas, y nosotros conocemos el guión”, afirmó.

Antes de partir de nuevo a La Habana para continuar su tratamiento, Chávez dio una pista clara del guión que conoce el gobierno: alertó a jefes policiales de Estados gobernados por la oposición y a banqueros que, según informes de inteligencia, los azuzan y financian. Y agregó: “El gobierno de los Estados Unidos está detrás de este plan”.

 

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