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Alianza estratégica Brasil – Venezuela

porLBenLMD

 

La dinámica de confrontación bélica entre Colombia y Venezuela impulsó al presidente Lula a sellar una alianza estratégica con Hugo Chávez. El resultado es la formalización de un nuevo eje geopolítico en el continente, un severo revés para George W. Bush y el mayor aislamiento histórico de Washington ante su “patio trasero”.

 

A pocos días de la reasunción de George W. Bush en la Casa Blanca y en medio de una parafernalia político-informativa destinada a mostrarlo como líder fortalecido en pos de la recuperación de la hegemonía y la iniciativa política en todo el mundo, Estados Unidos sufrió en Suramérica, más precisamente en Venezuela, dos reveses de enormes derivaciones. Homero observaría maravillado los bruscos cambios de situación ocurridos en el último año en la batalla política entre el Norte y el Sur del hemisferio americano, más dramáticos y trascendentales que las mudanzas de la suerte entre los combatientes en la guerra de Troya, aunque privados todavía de una alada pluma como la del clásico griego. La distancia entre el drama y su representación se ahonda además por la aceleración de los acontecimientos: en dos días, el 14 y 15 de febrero pasado, el presidente venezolano Hugo Chávez protagonizó dos reuniones con sus pares de Brasil y Colombia que neutralizaron los movimientos de contraofensiva ensayados por el Departamento de Estado en los últimos tres meses y, más aun, postergaron sin fecha la posibilidad del gobierno de Washington de recuperar la iniciativa política. Como resultado, Bush quedó más aislado que nunca antes en la región.

Fue el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, quien inesperadamente imprimió al encuentro con Chávez una dimensión mayor de la que supone un conjunto de acuerdos de carácter económico y militar, al denominarlos, tres días antes de su viaje a Caracas, «Alianza estratégica» entre Brasil y Venezuela. Y aunque como en el caso de «histórico», suele abusarse últimamente también con el calificativo de «estratégico», no es éste el caso. Mucho más que un paquete de intercambio económico-comercial, los 26 instrumentos firmados por ambos presidentes el 14 de febrero representan la consolidación de un proceso de realineamiento regional, vigente desde hace ya más de un lustro, mediante el cual los gobiernos de Brasilia y Caracas hicieron girar el eje geopolítico hemisférico, trastocando todo el panorama y arrebatándole a Estados Unidos la iniciativa política para la región. Que este movimiento haya comenzado bajo la presidencia de Fernando Henrique Cardoso en Brasil es indicativo de la naturaleza objetiva de las fuerzas que lo determinan. Pero no es un dato menor que en un momento de extraordinaria gravedad para Venezuela y el continente, fuese Lula quien irrumpiera en un escenario donde cabía esperar un desenlace trágico (ver «¿Matar…), con una calificación que, por sí misma, amarró las manos del gobierno estadounidense al menos en lo inmediato.

 

Desarticulación de un conflicto 

En efecto, dos operaciones teledirigidas por la CIA en la capital venezolana -el asesinato del fiscal Danilo Anderson mediante la explosión de una bomba en su auto el 18-11-04 y el secuestro de un dirigente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en pleno centro de Caracas, el 13 de diciembre pasado, por fuerzas policiales colombianas y militares venezolanos sobornados(1)- sumadas a una escalada verbal de autoridades estadounidenses contra el gobierno de Chávez, evidenciaban una dinámica al parecer indetenible hacia una confrontación bélica entre Colombia y Venezuela. Alimentada sin disimulo por el Departamento de Estado, la ruptura de relaciones diplomáticas entre ambos países avanzaba peligrosamente en ese sentido. El retiro de embajadores, los comunicados (oficiales, aunque curiosamente sin firma) de Bogotá y la drástica respuesta de Chávez, quien tendió una mano al presidente colombiano Alvaro Uribe y a la vez cortó de un tajo todas las relaciones económicas entre ambos países, fue seguido por una distensión parcial. Se acordó un comunicado conjunto con disculpas diplomáticas por parte de Colombia y Uribe se comprometió a viajar a Caracas. La postergación del viaje en dos oportunidades -con argumentos futiles contrarrestados además por tonantes declaraciones del embajador estadounidense en Bogotá, quien denunciaba un supuesto «santuario terrorista» en Venezuela- llevaron el conflicto al borde del abismo.

La decisión de Lula, sin embargo, transformó esta situación en su contrario. Horas después de su partida, arribó Uribe a Caracas. Tras siete horas de reunión con su par venezolano, una conferencia de prensa de ambos presidentes dejó atrás el durísimo conflicto y replanteó, en un nivel de mayor compromiso, los acuerdos económicos: construcción de un gasoducto hasta el Pacífico, la venta de gasolina venezolana a poblados fronterizos de Colombia, así como el libre tránsito de personas y del carbón colombiano hacia Venezuela. Luego se hablaría sin rodeos sobre algo que todos sabían: la urdimbre diplomática que tuvo este desenlace no fue tejida en Naciones Unidas (ONU), ni en la Organización de Estados Americanos (OEA), ni en ninguna de las cancillerías de mayor peso mundial: «En este ajedrez donde los políticos asociados con la potencia estadounidense, junto con Colombia, conformaron un bando, y donde la potencia petrolera de Venezuela se colocaba en el otro, sólo Cuba estaba en una posición que le permitía convertirse en una opción de intermediación (…). Sin su intervención diplomática, probablemente no se habría dado la reunión en Caracas» entre Chávez y Uribe, admite alarmado un columnista ultraconservador de The Washington Post(2).

Más aun: fuentes bien informadas arguyen que la denuncia que Fidel Castro hizo pública respecto de la decisión estadounidense de asesinar al presidente Chávez, puede muy bien haber sido el acicate que impulsó a Lula a pasar tan enfáticamente del «acuerdo comercial» a la «alianza estratégica» que se firmaría el 14 de febrero entre Brasil y Venezuela. El eventual magnicidio en su poderoso vecino, además de truncar cualquier perspectiva de consolidación de la política neodesarrollista del gobierno brasileño con un país clave por sus reservas petrolíferas y sus excedentes dinerarios capaces de sostener grandes emprendimientos industriales conjuntos, daría lugar a una marejada de desestabilización política en toda Suramérica, capaz de poner en jaque al propio gobierno del Partido de los Trabajadores en Brasilia. Por otro lado, la guerra que desataría el eventual asesinato de Chávez significaría el desembarco en gran escala de tropas estadounidenses en el área. La Amazonia, objetivo explícito de la estrategia estadounidense en la región, pasaría a ser un teatro de operaciones militares. De modo que no sólo Lula, sino las Fuerzas Armadas brasileñas, tuvieron razones mayores para apresurarse a detener aquella dinámica. Otro tanto vale para los grandes empresarios: la construcción de puentes y caminos binacionales, los emprendimientos petroleros y petroquímicos conjuntos, la compra de maquinarias y tecnología, los acuerdos para crear la empresa Carbosuramérica, la adquisición de aviones Tucano y otras muchas áreas de intercambio, además de garantizar ganancias difíciles de obtener en otras latitudes, constituyen una línea de acción sustentable a mediano plazo en medio de un mundo en zozobra económica.

 

Vuelta de campana 

Ese poderío político derivado de los extraordinarios sobreingresos por la suba en flecha del precio del petróleo, utilizado por Chávez como palanca para restablecer la soberanía, emprender grandes objetivos de redención social y afianzar una dinámica de convergencia suramericana tuvo el efecto -para muchos inesperado- de transformar al mejor aliado de Bush en el hemisferio, Alvaro Uribe, en un forzado contribuyente al afianzamiento interno y regional de la Revolución Bolivariana. En el transcurso de este mes de marzo se reunirán Lula, Chávez y Uribe, con el explícito propósito de incorporar a Colombia al conjunto de operaciones productivas y comerciales encaradas en conjunto por Brasil y Venzuela.

Así, en el mismo momento en que Washington ejercía presión extrema sobre varias capitales del Sur con el objetivo de aislar a Chávez, reinstalar la dinámica del Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) a través de tratados bilaterales e impedir la consolidación de la Unión Suramericana de Naciones, la «alianza estratégica» de Brasil y Venezuela produjo un resultado exactamente inverso, que afloja la tenaza estadounidense sobre gobiernos débiles y reabre perspectivas de realineamiento en detrimento de la política imperial.

El inesperado revés de Bush no indica que la pugna ha terminado. Antes bien lo contrario: una suma de actitudes de gran impacto mediático indica que el Departamento de Estado se apronta para intervenir de manera directa en la región. De hecho, la abrumadora derrota política de la oposición interna que representa en Venezuela los intereses estadounidenses, tanto más demoledora cuanto que fue sancionada por referendo y elecciones, deja a Washington sin alternativas. Un libro de reciente aparición narra paso a paso las medidas adoptadas por la Casa Blanca en los dos años previos a la invasión a Irak(3). Basta comparar aquella conducta con la esgrimida en los últimos meses para cercar a Chávez: se trata de la repetición puntual de las acciones emprendidas entonces por el vicepresidente Dick Cheney, la actual secretaria de Estado Condoleezza Rice y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, con la diferencia de que en aquella oportunidad el director de la CIA no actuaba públicamente.

El magnicidio es sólo una variante de esa estrategia. Así parecen haberlo entendido Lula, las Fuerzas Armadas y el gran capital brasileños. En todo caso ésa parece ser la certeza de Chávez, empeñado en la profundización de la revolución, objetivo resumido ahora en los diez puntos de un programa de acción denominado Nuevo Mapa Estratégico:

1) Avanzar en la conformación de una nueva estructura social; 2) Articular y optimizar la nueva estrategia comunicacional; 3) Avanzar aceleradamente en la construcción del nuevo modelo democrático; 4) Acelerar la creación de la nueva institucionalidad del Estado; 5) Nueva estrategia integral y eficaz contra la corrupción; 6) Elección por la base de los candidatos; 7) Acelerar la construcción del nuevo modelo productivo, rumbo a la creación del nuevo sistema económico; 8) Seguir instalando la nueva estructura territorial; 9) Profundizar y acelerar la conformación de una nueva estrategia militar nacional, y 10) Continuar impulsando el nuevo sistema multipolar e internacional (4).

Basta observar cómo han reaccionado gobierno, fuerzas armadas y nuevas estructuras de organización social ante las devastadoras inundaciones a mediados de febrero pasado, para comprobar cuál es el punto de partida para este enfático llamado a «avanzar, acelerar». Paradojalmente, es la profunda transformación alcanzada sobre todo en la conciencia social lo que abre interrogantes mayores, puesto que todo nuevo paso adelante significará necesariamente rupturas profundas con el pasado, aún presente. Es presumible que el Departamento de Estado registre precisamente esos eventuales puntos de ruptura para introducirse nuevamente en un escenario del que ha sido desplazado. Sólo que ahora tendrá delante una «alianza estratégica» entre dos países clave de la región. Si el tercero en disputa -Argentina- se alinea al cabo con este proyecto de resistencia a los efectos ruinosos de la crisis económica en el corazón de la economía mundial, Estados Unidos habrá perdido algo más que su hegemonía sobre América del Sur.

  1. Dossier «La amenaza del Plan Colombia», Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, febrero de 2005.
  2. Michael Shifter, «El curioso conciliador de América Latina», The Washington Post, El Nacional, Caracas, 16-2-05.
  3. Bob Woodward, Plan de ataque, Planeta, Buenos Aires, septiembre de 2004.
  4. Hugo Chávez, «El nuevo mapa estratégico», Minci, Caracas, noviembre de 2004.
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