Sin alarma, con la serenidad que requieren los momentos difíciles, quienquiera interesado en el curso político del mundo, está obligado a considerar los últimos pasos dados por el puñado de multibillonarios que, a través de la Casa Blanca, condiciona el destino del planeta.
Con espacio de apenas 48 horas, el portavoz de esos intereses lanzó ataques desorbitados contra Cuba e Irán. En ambos casos, George Bush amenazó con la guerra. Y lo hizo apenas una semana después de advertirle al presidente ruso Vladimir Putin que su decisión de solidarizarse con Irán llevaría a una tercera guerra mundial.
Por razones sobre las cuales ya molesta insistir, la prensa comercial toma y abandona de inmediato estos temas como si se tratase de un partido de fútbol, cuyo resultado es titular hoy y olvido mañana.
Como prolongación de ese juego enajenado, las dirigencias políticas de los más variados signos hace diagnósticos y planes al margen de esa realidad. Cuánto costará la soya el año próximo, se preguntan. Podremos o no usar el maíz como combustible, para contrarrestar el alza incontrolable del petróleo, discuten. Seguirá o no sostenida la demanda de China e India, dudan.
Mientras tanto la rotación de la economía, que como la de la Tierra se invierte a la mirada simple del observador para engañarlo con impiadosa ironía, indica sin lugar a la controversia que la ficción del aumento sostenido y estable del comercio mundial se aproxima al abismo de una moneda imperial desmesuradamente sobrevaluada, inexorablemente enrumbada a su adecuación a la verdad económica.
Detrás de esa dinámica está el déficit gemelo de Estados Unidos, de dimensiones inabarcables, resultante de su hasta hoy omnipotente capacidad para hacer cuanto necesiten sus clases dominantes al margen de toda racionalidad. No se trata sólo ni principalmente de la incapacidad demente del titular de la Casa Blanca. Quienquiera ocupe ese lugar deberá seguir el mismo camino, a menos que se disponga a proponer y realizar el socialismo en Estados Unidos.
Bush llamó a la insurrección a los militares y las fuerzas de seguridad de Cuba. Luego calificó como terrorista a la Guardia Revolucionaria iraní y anunció una batería de sanciones, mientras el Departamento de Estado y el Pentágono discuten modo y momento del ataque masivo contra el país. Los denominados “mercados”, ese ente al que se le atribuyen las decisiones de un puñado de grandes fortunas, interpretaron exactamente el lenguaje de Bush y el barril de petróleo se disparó como un cohete. Quien dude del significado de estos escarceos debería leer Plan de ataque, un libro en el que el insospechable Bob Woodward expone minuciosamente los prolegómenos de la invasión a Irak.
Como de rayo, Cuba respondió antes de que se completara la traducción del discurso de Bush contra la isla. Bastaría comparar los videos del jefe imperialista con su mirada típica de inteligencia y profundidad mientras lee el teleprompter, con la exposición sin lectura de Felipe Pérez Roque, precisa, completa, aguda, conmovedora, valiente, segura, para saber con certeza dónde está la racionalidad, la inteligencia y el futuro, y dónde lo contrario. Es un ejercicio recomendable a todos, con prescindencia de su definición ideológica: ningún ser pensante puede sentirse cómodo ante tamaña colisión entre imbecilidad e inteligencia. Nadie puede dejar de optar frente a esta alternativa.
También los iraníes respondieron. Anunciaron que estaban en condiciones de responder un ataque imperialista con un contragolpe inicial de 11 mil misiles. Y Mohammed Ali Safari, jefe de la Guardia Revolucionaria condenada por Bush, dijo simplemente que Irán “tiene la fortaleza y el poder de la fe de su gente. A este poder se unen la experiencia y el conocimiento y la tecnología en el campo de la defensa. El enemigo sabe que no se puede cometer error alguno, así que esas palabras (de Bush) son sólo exageraciones. Responderemos a cualquier ataque con un ataque incluso más decisivo”.
Putin no omitió su participación en esta crisis que la prensa oculta, mostrándola como un juego. Tras haber anunciado que se solidarizaba con el derecho iraní a conocer y utilizar la tecnología atómica, el Presidente ruso volvió sobre otro frente de aguda vigencia: la instalación en Europa de un escudo antimisilístico estadounidense. “En el plano tecnológico la situación es muy semejante a la que dio lugar a la crisis de los misiles en Cuba en los años 1960”, explicó. Y agregó: “Acciones análogas de parte de la Unión Soviética cuando desplegó los misiles en el Caribe, provocaron la crisis de Cuba. Tal amenaza está siendo instalada en nuestras fronteras”. Simultáneamente, el general Nikolai Solovtsov, comandante de las fuerzas misilísticas rusas, hizo público que Rusia se prepara para emprender en un nivel de mayor eficiencia y velocidad la producción de misiles de corto y mediano alcance (es decir, para ser utilizados en territorio europeo).
Es en este contexto que deberían interpretarse las declaraciones recientes de Hugo Chávez en Cuba, donde repitió que su país y la isla antillana tienen “dos gobiernos”, o, para que se entienda mejor: que ambos países tienen un solo gobierno. O más aún, que son un solo país ante las amenazas imperialistas. Tiempo atrás, cuando a poco de asumir Evo Morales en Bolivia comenzaron las amenazas de intervencionismo militar estadounidense, Chávez anunció formalmente en el Palacio Quemado, al lado de Evo y frente a las máximas autoridades militares de ambos países, que si Estados Unidos actuara militarmente contra Bolivia “volvería a correr sangre venezolana en estas tierras”, en alusión a las guerras de Independencia del siglo XIX.
Es comprensible la propensión a imaginar mundos idílicos y tender a alineamientos con posiciones amables, donde los problemas más graves sean la anulación de aranceles, los arreglos financieros y la lucha contra el colesterol. Pero una dirección política seria, responsable, sea del signo que sea, debería tomar en cuenta estos datos elocuentes de la coyuntura mundial.