En apenas una semana, la Casa Blanca sufrió dos reveses severos. Ocurrieron entre el 14 y el 21 de noviembre, durante la XIII Cumbre Iberoamericana en Santa Cruz de la Sierra, y días después en la reunión de cancilleres del Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), realizada en Miami. Después de un cuarto de siglo de arrollador empuje e indisputada hegemonía en todos los terrenos, Estados Unidos choca hoy en América Latina con un grupo de países que, encabezados por Brasil, comienzan a delinear su respuesta.
En la fuerza que se opone al gigante bulle un entresijo de intereses diversos y hasta contrapuestos; todavía informe, sin liderazgo ni rumbo definidos, pero no por ello menos eficiente en un aspecto clave para definir la coyuntura histórica que atraviesa la región: su negativa a aceptar los dictados de Washington. Hugo Chávez predominó en Santa Cruz de la Sierra con su impronta de aristas cortantes; y el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva ocupó –por primera vez con toda nitidez– el lugar de liderazgo suramericano en Miami. Néstor Kirchner, por su lado, conmocionó en Bolivia por su aproximación a la dirigencia opositora, pero en Miami se eclipsó (al punto que su Canciller ni siquiera llegó al cónclave), conducta que, más allá de todo protagonismo individual, supone un alineamiento tras Brasil.
Las dificultades no empezaron ahora para Estados Unidos. La instancia misma del ALCA (34 países, el hemisferio entero, excepto Cuba), precedida por el llamado “Consenso de Washington”, fue ya en 1994 una reacción defensiva contra la Cumbre Iberoamericana, expresión de la Unión Europea (UE) en Latinoamérica, a través de España. Desde fines de los años ’80, cuando se gestaron ambas líneas de acción estratégica, podía entreverse la dinámica hoy en franca colisión: la disputa entre la UE y EE.UU. por el mercado latinoamericano y el hecho de que Europa tomara la delantera.
Pero hubo un relámpago, anuncio de la gran tormenta, en la Cumbre Iberoamericana del mes pasado. De súbito, apareció el perfil de una propuesta que no provenía de la “cumbre”, sino del abismo social al que fueron arrojadas cientos de millones de personas en ese período: traduciendo en términos políticos la sublevación que en Bolivia puso en fuga el 17 de octubre al presidente Gonzalo Sánchez de Lozada(1), Evo Morales, dirigente cocalero y titular del Movimiento al Socialismo (MAS), convocó a la formación de “un Bloque Antimperialista Continental” y a la realización simultánea en Santa Cruz de la Sierra de un Encuentro Social Alternativo. Morales invitó a Fidel Castro, Hugo Chávez, Lula y Néstor Kirchner a participar también de este encuentro. El Presidente venezolano aceptó inmediatamente.
La realización de la reunión cimera en Bolivia era un riesgo al que nadie pudo sustraerse. Para los organizadores, cambiar la sede a última hora equivalía a sacrificar al flamante presidente Carlos Mesa. Para éste, mantenerla significaba asumir el riesgo de una multitudinaria protesta que podría encender nuevamente el polvorín. Su decisión final reprodujo en Bolivia la obligada dualidad de conducta visible en más de un jefe de Estado por estos días: anunció que iría a hablar al Foro Social, si lo invitaban, y que él por su parte invitaba a un representante del encuentro paralelo a exponer en la Cumbre.
Entre el 12 y el 15 de noviembre más de quince mil participantes provenientes de 15 países de la región debatieron temas candentes en el Encuentro Social. No faltó nada: desde un panel denominado “Primera cumbre mundial de médicos tradicionales, naturistas, indígenas y originarios” (la noción de cumbre, inevitablemente, transvasa), hasta debates teórico-políticos sobre “Movimientos sociales contemporáneos”, “Bolívar y la unidad de América Latina y el Caribe”, “ALCA” (el que tuvo mayor concurrencia), “Asamblea Constituyente”, entre otros, todos anudados con la reciente experiencia de lucha en Bolivia.
La suerte estaba echada. En la inauguración de la Cumbre las máximas autoridades de Iberoamérica se encontraron con la voz del abismo. Un aborigen tomó la palabra y dijo: “He aquí nosotros, hablando frente a ustedes”. Un escalofrío cortó el aliento de los mandatarios, con apenas dos o tres excepciones. El documento leído por Carlos Eduardo Medina desgranó demandas contundentes y culminó con el mismo tono de rara firmeza que destilaba cada palabra: “Señores presidentes, esperamos que se hayan sentido a gusto en nuestra tierra, que realizó un esfuerzo enorme por recibirlos, acorde a lo que nuestra dignidad manda. Este es nuestro país, nuestro espacio y nuestro tiempo. Sean todos bienvenidos”.
Nuestro tiempo… No sólo el rey Juan Carlos, allí presente, habrá sentido en aquella afirmación, más que el obvio anacronismo de su presencia, una definición política tajante y trascendente.
Declaración conflictiva
Convocada la Cumbre para debatir el problema de la exclusión social, ésta gravitó de modo decisivo sobre el texto aprobado por los mandatarios. Es improbable que el documento pase de la enunciación de buenas intenciones, pero su importancia estriba en que sepulta explícitamente el discurso dominante durante casi dos décadas: “la superación de la pobreza requiere la aplicación de políticas integrales definidas y desarrolladas por el Estado”, dice, para inmediatamente subrayar la voluntad de luchar “contra la pobreza y las causas que la originan” y sostener “el principio de no intervención, la prohibición de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales, el respeto a la integridad territorial”. Sólo faltaba poner el nombre del Presidente estadounidense como destinatario de la demanda. Desde luego, también se rubricó el compromiso de “lucha contra el terrorismo”. El documento igualmente propone “una amplia reforma” de la ONU; demanda un cambio de conducta del Fondo Monetario Internacional (FMI) y acoge la propuesta de crear “un Fondo Humanitario Internacional” (Chávez); reconoce que las “reformas estructurales (…) no han producido resultados suficientes sobre la disminución de las desigualdades y de la exclusión social, e incluso en algunos casos han significado un retroceso o una profundización de estos fenómenos”.
Pero no son los 54 puntos de la “Declaración de Santa Cruz de la Sierra” los que marcan la inflexión en estos cónclaves, sino el hecho de que todos ellos espejaron la demanda plasmada en el Encuentro Alternativo, resumida en el recinto del lujoso Hotel Los Tajibos por el representante indígena, a nombre de “esos cientos de millones que pensamos, creemos y deseamos más o menos lo mismo. Cosas que de tan repetidas parecen infantilismos. Y no lo son. Por ejemplo que la tierra es nuestra y todo lo que hay debajo de ella también”. U otro tramo de texto donde se afirma: “Señores Presidentes, escuchen a los pueblos de América. Suspendan las negociaciones del ALCA”. No es de extrañar que el eco de esta voz retumbara en Miami la semana siguiente.
Antes, cumpliendo su compromiso, el presidente Mesa había salido de la cumbre para atisbar la reunión paralela. Una mujer lo recibió en el palco: “En este encuentro –dijo con respetuoso énfasis– pensamos que su gobierno debería proponer la suspensión de todas las negociaciones del ALCA en la próxima reunión de cancilleres en Miami; que debe derogar el decreto supremo que transfiere la propiedad de los hidrocarburos a las transnacionales; que la Asamblea Constituyente tiene que ser convocada el próximo año y que todos puedan proponer candidatos a ella sin necesidad de inscribirse en los partidos”…
Mesa no perdió la compostura. Acometió a la asamblea expectante y logró arrancar aplausos a poco de empezar su discurso, cuando sostuvo que era preciso “construir una mirada distinta de democracia de la que teníamos hasta hace muy poco”. Debía, no obstante, entrar en materia. Y allí el clima cambió: anunció una Constituyente no para los próximos meses, como se le demandaba, sino “para antes de terminar mi mandato”. Hubo gritos de protesta y silbidos. “No vine a hablarles con demagogia –dijo– no puedo hacerles promesas imposibles”. Los últimos minutos de su intervención fueron inaudibles: la asamblea respondía airadamente cada una de sus palabras. Cuando terminó el Presidente, fuera de programa, tomaron la palabra Roberto de la Cruz, dirigente de la Central Obrera Regional de El Alto y Jaime Solares, de la Central Obrera Boliviana, quienes acusaron a Mesa de ser “la misma chola con diferente pollera”.
En la noche del sábado, un gran acto reunió en clima festivo a los participantes del Encuentro Social Alternativo. Allí acudieron Hugo Chávez y el vicepresidente de Cuba, Carlos Lage, en representación de Fidel Castro, quien esta vez no concurrió a la Cumbre Iberoamericana.
Al igual que Lula, Kirchner no estuvo allí; no obstante levantó oleadas de recriminaciones en los custodios del statu quo: “No fue afortunado el relieve que se le dio, desde ciertas esferas oficiales, a la entrevista del presidente Néstor Kirchner con el líder contestatario boliviano Evo Morales, cuyos antecedentes no son precisamente tranquilizadores desde el punto de vista de la preservación del orden público y la paz social. No sería bueno para nuestro país –y tampoco para la región– que gestos de esa naturaleza se tornasen habituales”, se alarma un editorial(2).
El mismo matutino registró no obstante un punto al que atribuye mayor trascendencia en la fugaz estada de Kirchner en la Cumbre: “Más allá de sus coqueteos con el líder indigenista boliviano Evo Morales y otros gestos altisonantes, el presidente Néstor Kirchner coincidió ayer con sus pares de México, Vicente Fox; de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva y de Chile, Ricardo Lagos, en que han mejorado las perspectivas de las negociaciones del ALCA”(3). El error de caracterización sobre lo que estaba ocurriendo no podía ser mayor, como se vería pocos días después en Miami: “Las negociaciones para alcanzar un Acuerdo de Libre Comercio de las Américas estaban ayer en punto muerto por la oposición de Canadá, Chile y México a la propuesta acordada por Brasil y Estados Unidos, que consideran una versión ‘descafeinada’ del tratado”(4).
Esa información también distaba de la objetividad. El airado reclamo de los gobiernos de Lagos y Fox para que se mantuviese el proyecto originario, defendido con uñas y dientes hasta último momento por la Casa Blanca y su representante comercial, Robert Zoellick, indicaba que “la propuesta acordada por Brasil y Estados Unidos” era en realidad una lápida para el ALCA y, más significativo aun, ponía a la vista de todos el nuevo cuadro geopolítico en el hemisferio, con Brasil acaudillando a un conjunto heterogéneo de países y corrientes de pensamiento, aunadas por su oposición a la embestida estadounidense.
Ganadores y perdedores
A tal punto fue insostenible la posición de Washington que la reunión, pautada para dos días, concluyó en la primera jornada: además de impedir la filtración de las insalvables divergencias entre Estados Unidos y sus escasos aliados por un lado y Brasil con el resto por el otro, las autoridades estaban preocupadas porque decenas de miles de jóvenes, con la presencia de la central sindical estadounidense AFL-CIO, mantenidos a raya por una policía particularmente ruda, rodeaban al cónclave. El resultado es tan obvio que incluso los esfuerzos del canciller brasileño Celso Amorim por no evidenciar la derrota estadounidense aparecen como irónico alfilerazo adicional de una diplomacia reconocida por su ácida fineza. Otra cosa es definir, sobre todo para el mediano y largo plazo, quiénes serán los beneficiarios de este traspié estadounidense.
El “acuerdo” alcanzado (o “ALCA descafeinado”) remite el debate a febrero, desplaza los puntos más ostensibles de choque –como los subsidios agrícolas que Brasil quiere eliminar, o la protección de la propiedad intelectual que Estados Unidos quiere imponer– al ámbito de la Organización Mundial del Comercio (OMC), para dejar paso a acuerdos bilaterales que, por definición, son la negación del ALCA. Preguntado sobre qué parentezco tiene este ALCA con el original, el subsecretario de Integración Económica de la cancillería argentina, Eduardo Sigal, responde: “eso se verá al final de la negociación”.
Ese período, extendido durante 2004, implica consensuar sobre todo lo que en el documento original quedó entre corchetes (el modo de pasar a debate un tema sobre el que no hay acuerdo). Una mirada al texto elimina las dudas: no hay punto que no esté total o parcialmente entre corchetes, graficando la multiplicidad de intereses encontrados.
Sería erróneo sin embargo sacar conclusiones apresuradas: hay diferencias de peso entre quienes contestan a Washington. Más aun: sólo por excepción, se cuentan entre estos quienes coinciden con las necesidades y las estridentes demandas de las mayorías despojadas de América Latina.
Por otro lado, una oposición al ALCA sin propuesta de integración alternativa pierde todo carácter progresivo. El tema desvelaba ya a políticos y pensadores a mediados del siglo XIX, cuando el libre comercio tenía otra significación: “En general, hoy en día el sistema proteccionista es conservador, mientras que el sistema librecambista obra en forma destructiva. Desintegra las antiguas nacionalidades y exacerba el antagonismo entre el proletariado y la burguesía. En una palabra, el sistema de la libertad comercial acelera la revolución social. Sólo en este sentido revolucionario, señores, me pronuncio a favor del libre cambio”(5).
Si Santa Cruz de la Sierra albergó a todos los protagonistas de la gran disputa por definir de quién es, al fin y al cabo, “nuestro tiempo”, la reunión trunca de Miami mostró a 34 gobiernos atenazados precisamente por el carácter destructivo del librecambismo, las tendencias ultraconservadoras y la desintegración institucional (ver pág. 3).
En ese conjunto, Argentina mostró una vez más indefiniciones y contradicciones que permitieron a Zoellick decir que “en el seno del Mercosur existen las mismas diferencias que hay a nivel hemisférico entre los países que quieren avanzar en la apertura comercial más rápido que otros”. Y dijo también que su país los apoyará, mencionando concretamente a Argentina(6). La maniobra divisionista falló, pero Zoellick sabía el terreno que pisaba: un borrador que circula en la cancillería argentina traduce el clima de disputa interna: “Hemos ratificado el compromiso de concluir las negociaciones en enero de 2005 (…) si todos somos capaces de asumir estos compromisos, en la medida y con la obligación que le corresponde a cada uno de nosotros, tendremos en enero de 2005, el ALCA que queríamos en 1994 y que seguimos queriendo ahora”.
Otro es el caso de Venezuela, cuyo ministro de Producción y Comercio Wilmar Castro Soteldo puso el debate en un plano diferente al que propone la disputa por subsidios agrícolas: “Los compromisos que adquieran los países en el ALCA deberán ser compatibles con las doctrinas de la soberanía de los Estados y los respectivos textos constitucionales”.
En definitiva, Brasil impuso su posición y se elevó como contraparte continental de Estados Unidos. Lula, el gran vencedor en esta oportunidad, respaldado desde diferentes ángulos y con distinta consistencia por otros dos países clave de la región, Venezuela y Argentina, aparece así como el centro de una coalición de hecho que, si define sus perfiles y consolida su perspectiva, habrá redibujado el mapa político continental, dando cuerpo a un drástico cambio en las relaciones de fuerza, en detrimento del gigante del Norte.
- Walter Chávez, “Bolivia, una revolución social democrática”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, noviembre de 2003.
- “La XIII Cumbre Iberoamericana”, La Nación, Buenos Aires, 18-11-03
- “Mejoran las perspectivas para el ALCA”, La Nación, Buenos Aires, 16-11-03.
- “Canadá, Chile y México rechazan un pacto comercial ‘descafeinado’”, El País, Buenos Aires, 20-11-03.
- Karl Marx, “Discurso sobre la cuestión del libre cambio”, Bruselas, enero de 1848, en Obras de Marx y Engels, Tomo 9, Crítica Grijalbo, Barcelona, 1978.
- Ana Barón, “EE.UU busca dividir el Mercosur”, Clarín, Buenos Aires, 20-11-03.