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Anuncios de una nueva era en Cusco y Ayacucho

porLBenLMD

 

La inmensa tragedia humanitaria provocada por el tsunami que el pasado 26 de diciembre arrasó las costas del Océano Índico desató una ola de solidaridad internacional. Sin embargo, muchas muertes podrían haberse evitado. A cámara lenta, los países del Sur sufren un tsunami constante que deriva de la desigual distribución de la riqueza en el mundo.

 

El lugar correspondió al carácter de la ceremonia; si no en armonía y belleza, al menos en la conjunción de grandes ambiciones y miserables mezquindades que suelen combinarse en momentos clave de la Historia. Trece presidentes y vicepresidentes de toda Suramérica –más Panamá, en elocuente tributo a su legado histórico– se reunieron el pasado 8 de diciembre en la iglesia jesuita levantada frente a la Plaza de Armas de Cusco, la antigua y bellísima capital del imperio Inca, para firmar el Acta Fundacional de un proyecto tan trascendental como inconsistente en su punto de partida: la Comunidad Suramericana de Naciones.

Los jesuitas que en 1668 vieron terminada su obra presumiblemente habrían desaprobado que este templo barroco-colonial de abrumadora grandiosidad fuera escenario de un acto político en el que sólo se alabó al Dios Mercurio.

O tal vez no. Los clérigos de la aguerrida Compañía de Jesús de aquellos tiempos remotos, capaces de desafiar al Papa levantando su iglesia a pocos metros de la Catedral y de mostrar supremacía en fuerza y riqueza, acaso se hubiesen sentido en su terreno en esta mezcla de miopía y mirada estratégica, de codicia y generosidad, de valor y cobardía, plasmada en una jornada con destinos extremos: la potencialidad de cambiar el mapa político mundial y el riesgo de caer mañana en el olvido.

Brasil fue la estrella de la apertura y la clausura del Encuentro, aunque los discursos del presidente Luiz Inácio da Silva estuvieron distantes de las grandes piezas oratorias que hicieron famoso a Lula, el dirigente obrero de otros tiempos(1). Alejandro Toledo, presidente anfitrión, completó la ceremonia en la misma cuerda, aunque en una tonalidad definidamente neoliberal: fortalezcamos el comercio y los beneficios se derramarán sobre los pueblos. “Parecen dos ministros de obras públicas”, dijo en voz baja un desencantado funcionario que desde la mañana, cuando comenzó el III Encuentro de Presidentes de Suramérica, sacudía la cabeza al escuchar a ambos presidentes repitiendo loas a la carretera que unirá Brasil y Perú, sin aludir a ninguno de los grandes desafíos sociales y políticos de la región.

 

Choque de concepciones

El Encuentro verdadero, sin embargo, ocurrió a puertas cerradas. Tras un almuerzo de los presidentes y vices donde se cruzaron algunas espadas, se llevó a cabo la denominada Cumbre, con la presencia exclusiva de los mandatarios, sus asesores más cercanos y, como excepción, la diputada Alicia Castro, quien aun sin poder intervenir, salvó a la representación argentina de una apabullante opacidad. “Sería imperdonable que desperdiciáramos esta oportunidad histórica limitándonos a acuerdos comerciales”, repetía Castro, quien en los días previos batalló por la consolidación de un Parlamento Suramericano y un proyecto de unificación política de la región.

El proyecto de “Declaración del Cusco sobre la Comunidad Suramericana de Naciones” había sido objeto de severas objeciones por parte del presidente venezolano Hugo Chávez, porque no contenía una sola palabra relativa a los gravísimos problemas sociales de la región. Con sobresaliente sentido de la oportunidad, el mandatario colombiano Álvaro Uribe apeló a una muletilla de Chávez (“nosotros andamos de cumbre en cumbre y nuestros pueblos de abismo en abismo”) para negar la efectividad de las “Cumbres” y proponer la unificación de las muchas que se hacen anualmente en una sola. Chávez en cambio advirtió cortante: “si esta cumbre no sirve para irnos a batallar contra la miseria estaríamos perdiendo la moral, al imponer esta integración que nuestros pueblos no sienten”. Con esta argumentación, respaldada por datos demoledores respecto de la realidad social y política suramericana, el presidente venezolano (que además distribuyó a sus colegas el último estudio de Latinobarómetro), puso el centro del debate. Finalmente y ante la posibilidad de que Chávez firmara con una “observación integral”, se acordó un anexo que sí plantea los problemas de distribución de la riqueza, la batalla contra la miseria y la marginación y propone que en el marco de la Organización de Estados Americanos (OEA) “se concluyan los trabajos para adoptar la Carta Social de las Américas, la cual favorecerá la plena vigencia de los derechos sociales, económicos y culturales en beneficio de nuestros pueblos”. La “Declaración de Ayacucho” establece además una serie de encuentros destinados a trabajar sobre problemas sociales(2). Siete mandatarios que no participarían el día siguiente en la celebración del 180° aniversario de la batalla con la que se puso fin a la dominación española en el siglo XIX –entre ellos el vicepresidente argentino Daniel Scioli– firmaron por adelantado este documento, cambiando el escenario del combate en Pampa de Quinua por el acto protocolar en Cusco.

 

Omisión e incomprensión ante un hecho histórico

La ausencia de los presidentes de tres de los cuatro integrantes del Mercosur (Uruguay, Argentina y Paraguay) es indicativa del obstáculo principal que afronta el proyecto de Comunidad Suramericana. El gran capital brasileño, empeñado en constituirse en centro dirigente de un bloque económico-político de alcance global, choca con sus pares de menor envergadura en la balbuciente sociedad mercosureña. Lula, asumido en plenitud como jefe político de ese proyecto estratégico desarrollista, descubre además que desde el ángulo opuesto choca con la estrategia de revolución social bolivariana encarnada por Chávez. Así, mientras en Cusco estaban ausentes Jorge Batlle, Néstor Kirchner y Nicanor Duarte Frutos, el propio Lula desistiría de concurrir a Ayacucho. Es la representación plástica de una fragmentación predominante entre los gobiernos que, al mismo tiempo, concurren a un proyecto unificador.

No es posible explicar esto con vanidades retóricas o socorridas apreciaciones sobre cuestiones coyunturales. El hecho es que en América Latina y el Caribe, pero sobre todo, circunstancialmente, en Suramérica, se impone una fuerza centrípeta movida por razones estructurales de la economía mundial y el momento político dominante en las masas populares. La conducta de la mayor parte de los gobiernos ante este complejo entramado de fuerzas en ebullición es indicativa de la distancia que no logra salvarse entre estos y los pueblos que en teoría representan. La fuerza centrífuga que se resiste al influjo unificador, proviene de proyectos mediante los cuales las burguesías regionales –la brasileña en primer lugar– pretenden resistir la voracidad estadounidense y a la vez garantizar para sí una tasa de ganancia en caída libre y sólo defendible mediante la continuidad y acentuación de políticas que produjeron el pavoroso panorama social a la vista en la región.

Ese choque de fuerzas regirá el futuro regional a mediano y largo plazo. El desenlace depende de innumerables factores. Y presumiblemente puede llegar a transformar de manera significativa las relaciones de fuerzas a escala mundial. Pero sería impropio desconocer el resultado objetivo inmediato: la sola proclamación del intento de constituir una Comunidad Suramericana de Naciones es una negativa rotunda a la voluntad estadounidense de comandar su propio proyecto unificador, denominado Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Que la totalidad de Suramérica (incluidas Surinam y Guyana), más la simbólica Panamá hayan suscripto un Acta Fundacional, es una barrera más a las muchas que se levantan contra el creciente belicismo de la Casa Blanca, ahora apuntado explícitamente contra Suramérica en dos puntos vitales: Cuba y Venezuela. En el lugar donde se levantara el Amarucancha –el palacio del Inca Huayna Cápac– ocupado desde hace más de tres siglos por la iglesia jesuita, se firmó el 8 de diciembre algo más que un documento: es el acta de reconocimiento de que el orden dominante desde el fin de las guerras por la Independencia no se sostiene más. Hay pugnas a la vez florentinas y feroces por definir el que lo reemplazará. Y es precisamente en esa pugna donde reside el formidable desafío que afrontan las nuevas generaciones en el continente.

  1. Ver texto completo del discurso de clausura en http://www.mre.gov.br/portugues/politica_externa/discursos/discurso_detalhe.asp?ID_DISCURSO=2524
  2. Ver texto completo de la Declaración de Ayacucho en http://www.venpres.gov.ve/ayacu/ayacu1.htm#II 
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