No existe hoy una conspiración golpista en Argentina. Se trata de algo diferente de los clásicos golpes de Estado, aunque en las condiciones actuales, tan grave como aquéllos.
El presidente Néstor Kirchner lo ha definido correctamente: «no hablo de complot o conspiración, digo que algunos dentro de la democracia quieren volver a los privilegios de ayer». Dicho de otro modo: el capital financiero y la oligarquía terrateniente, con la Casa Blanca como numen inspirador y mano ejecutora tras bambalinas, pretenden cambiar las relaciones de fuerza dentro del actual régimen, para anular todo margen de maniobra al Presidente. Logrado ese objetivo, Kirchner vería agotarse la expectativa esperanzada que su gobierno despertó en la mayoría ciudadana, la protesta social -inexorable- se daría frontalmente contra él, se extinguiría su única fuente de poder y su fuerza política languidecería hasta desvanecerse. Más allá de las formas, entonces, Kirchner caería como pera madura, más o menos en el plazo fijado por el diario La Nación en nota de portada al día siguiente de que, tras la renuncia de Carlos Menem a disputar la segunda vuelta electoral, Kirchner fue consagrado Presidente: «un gobierno para dos años».
Esta estrategia calza como un guante en la política estadounidense para la región: mantener todo lo posible la fachada democrática, pero colocar piezas propias en cada casillero. En ausencia de partidos, sindicatos u otras instituciones tradicionales para el ejercicio del poder y la presión (todo está devastado en Argentina, aunque la jerarquía eclesiástica ayuda con su muy menguado prestigio), el papel dirigente ha quedado, aquí también, en los medios de prensa.
En febrero anunciaron un cataclismo inesperado, que paralizaría al país: la crisis energética. Salvado ese escollo -asistencia venezolana mediante- el eje de agitación pasó a ser la «inseguridad». Luego vinieron en cascada aumentos de precios en todos los rubros, especialmente combustibles.
Mediante estos tres recursos sucesivos y combinados, le fue arrebatada al gobierno la iniciativa política. La creación de una empresa de Energía estatal fue una aceleración en sentido inverso. Pero los medios, manipulando con destreza ocultamientos y tergiversaciones, desdibujaron la medida. Mientras tanto la estampida de precios, las concesiones en la renegociación de la deuda externa y la decisión de enviar tropas a Haití, contribuyeron a buen ritmo con aquel plan de desgaste de la figura presidencial.