En la gravísima crisis que sacude a Bolivia se prefigura un cuadro económico y sociopolítico extensible a casi todo el continente, mientras peligra la estabilidad del gobierno de Hugo Banzer. La oposición, no obstante, se muestra dividida.
¿Caerá el presidente boliviano Hugo Bánzer? Los campesinos movilizados desde hace tres semanas sostienen que con esta embestida -la tercera que en el último año adopta la modalidad de bloquear los acesos a la capital y sitiar las principales ciudades del país- lograrán su objetivo, que ya no se limita a defender los últimos sembradíos de coca restantes, sino que apuntan a derrocar al gobierno. «Coca o muerte» , entonan mientras marchan y se enfrentan con las fuerzas represivas.
La legendaria COB (Central Obrera Boliviana) oscila entre la huelga y la negociación, pero afirma también la necesidad de derrocar al Presidente. El alicaído MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario), mediante un sesgo legalista -acortamiento del mandato presidencial- confluye no obstante en la misma demanda. Y hasta la Confederación de Empresarios Privados emplazó al ex dictador a resolver la crisis económica antes de fin de mes…
Banzer estaba en la cumbre de las Américas, realizada en Quebec del 20 al 22 de abril, cuando las columnas de campesinos llegaron a La Paz luego de una semana de marcha sorteando el accionar represivo. La policía y las fuerzas armadas actuaron con extrema dureza y la capital boliviana fue escenario de una batalla campal. Otro tanto ocurría en el interior. El país se incendió y las fuerzas represivas ocuparon las calles. Con los campesinos a la delantera, acompañados por obreros, empleados y hasta una singular organización que agrupa a «deudores de bancos» , la mayoría de la población se aunó tras la consigna «Fuera Banzer» . El lunes 23 el presidente estadounidense George W. Bush emitió un comunicado de respaldo al Presidente boliviano, en el cual expresó su voluntad de que éste termine su mandato. Por esas horas, con obreros y empresarios del transporte sumados a la movilización. y con la muerte de dos ciudadanos por el accionar represivo, la crisis planteaba precisamente la cuestión de quién y cómo gobernará Bolivia.
Cuando el miércoles 25 arribó a La Paz de regreso de Quebec, Banzer declaró que no renunciará; respondió al alud opositor clausurando una instancia de negociación con los partidos reconocidos y anunció que impediría los bloqueos de rutas con policías y militares.
Hasta el momento de redactar estas líneas, el 26 de abril, tales palabras no reflejaban la realidad: «A pesar de la presencia de policías y militares armados hasta los dientes en varios tramos estratégicos sobre la carretera, los productores de coca consolidaron más de una veintena de puntos de bloqueos relámpago» en la región del Chapare(1). El mismo corresponsal describe el clima imperante: «Con los rostros pintados en señal de guerra (a diferencia de otras intervenciones), los conscriptos enfundaron sus bayonetas en los cañones de sus fusiles FAL para defenderse de cualquier tipo de agresión física por parte de los cocaleros» . También el periodista da la palabra a Julio Salazar, dirigente de la central campesina: «No somos locos para estar bloqueando la carretera Cochabamba-Santa Cruz. El pueblo de Bolivia tiene que entender que es por necesidad, pobreza, hambre y falta de empleo porque el desarrollo alternativo no existe y los convenios firmados nunca se hacen realidad».
Una realidad latinoamericana
Pobreza, hambre, falta de empleo… y generalizada impotencia política. Con su crisis Bolivia configura un caso paradigmático de la realidad latinoamericana. La propia existencia de Banzer como presidente constitucional después de su sanguinario pasado como dictador militar refleja el callejón en que se halla el país. Banzer y quienes los sostuvieron como dictador o «demócrata» no pueden ni relanzar el crecimiento del país ni contener el descontento masivo. Tampoco el partido de la revolución de 1952, el MNR. Como todas las expresiones del populismo tercerista que condujeron a las masas durante el siglo -desde el PRI mexicano hasta el peronismo argentino, desde el aprismo peruano al varguismo brasileño- el MNR ha agotado absolutamente su capacidad para concitar el apoyo activo de las mayorías y no se diferencia en nada sustantivo de otros partidos tradicionales.
Sin embargo la verdadera gravedad de la situación estriba en la fractura social y la confusión -incluso la degeneración- ideológica de las organizaciones que canalizan los sentimientos de los desposeídos y acosados por la crisis. Hace ya mucho tiempo que la COB no es la que enarboló el Programa de Pulacayo, que proponía un plan económico y político de corte anticapitalista. También es cierto que la clase obrera boliviana no es la que inervaba el poderoso y combativo movimiento minero. Esa ausencia ha dado lugar a un corte vertical en el campesinado, con la derivación de una fracción hacia un indigenismo francamente reaccionario corporizado en el dirigente Felipe Quispe, quien no sólo propone echar de Bolivia a todos quienes no sean indígenas, sino que opone la nacionalidad aymara a las demás etnias aborígenes. Esa fractura logró que Banzer pudiera imponerse en noviembre último y fue el propio Quispe quien acordó por separado un cese de hostilidades. Desde entonces, las fuerzas militares, respaldadas por Estados Unidos, avanzaron en la destrucción de los últimos reductos de plantación de coca y los campesinos parecen haber dado cuerpo a la advertencia del otro líder con mayor predicamento, Evo Morales, quien entonces advertía que no le dejaban otro camino que la lucha armada «como en Colombia»(2).
No será un discurso falsamente indigenista el que pueda encaminar la solución de esta gravísima crisis, cuyo origen puede remontarse al fracaso de la revolución de 1952. Pero todo lo que tiene Banzer para ofrecer es la «cláusula democrática» pomposamente votada en Quebec.