Elegir: el 23 de octubre próximo se renovará el 50% de los diputados y senadores del Congreso Nacional, así como de las legislaturas provinciales y los Concejos Municipales. Dos rasgos principales caracterizan este proceso electoral: la escisión del gobernante Partido Justicialista (PJ), como resultado del enfrentamiento entre el ex presidente Eduardo Duhalde y el actual mandatario Néstor Kirchner; y la virtual ausencia de una fuerza opositora por fuera del peronismo, mientras en las izquierdas se acentuó la división.
En medio de la apatía general comenzó el período legal de campaña para las elecciones del 23 de octubre, cuando se renovarán 126 de las 257 bancas en la Cámara de Diputados, y 24 sobre 72 escaños en la Cámara de Senadores. Los nuevos mandatos tendrán vigencia hasta 2009 en la primera, y hasta 2011 en la segunda. Los candidatos a diputados nacionales se votan en 24 provincias –total de distritos electorales en Argentina-, mientras que los postulantes a senadores se eligen en ocho provincias: Buenos Aires, Formosa, Jujuy, La Rioja, Misiones, San Juan, San Luis y Santa Cruz.
Contrasta fuertemente el desinterés de la ciudadanía –particularmente marcado en la juventud- con el tono de los discursos y el calibre de las acusaciones lanzadas ya desde el inicio de la campaña, el 24 de agosto, por la candidata a senadora Cristina Fernández de Kirchner, quien denunció un “complot desestabilizador”. Al día siguiente, fue el propio Presiente quien le puso nombres a los supuestos complotadores: “son Duhalde, Menem y Patti”, dijo Kirchner en un acto público en la ciudad de Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, distrito donde compite su esposa.
Se trata de los ex presidentes Carlos Menem y Eduardo Duhalde (actual presidente del Mercosur), y del ex comisario de policía Luis Patti, acusado por torturas y asesinatos. Días antes, el dirigente de una organización de desocupados Luis D´Elía, ahora aliado del oficialismo, había denunciado que Duhalde conduce “un cártel de tráfico de drogas”.
Kirchner atribuye a esa troika la promoción y el financiamiento de una creciente oleada de conflictos por demandas de aumentos salariales combinadas con una reactivación de los conocidos “piquetes”, que cortan rutas y calles céntricas sobre todo en la cuidad de Buenos Aires y a mediados de agosto acamparon durante una semana en Plaza de Mayo, frente a la Casa de Gobierno.
Más allá del significado coyuntural de esta denuncia de complot, su verdadera importancia estriba en que coloca en términos irreversibles la fractura del peronismo y muestra a Duhalde y Kirchner frente a frente, en una lucha por el poder de imprevisibles derivaciones.
El ex presidente Duhalde conduce el sector tradicionalmente más poderoso del Partido Justicialista (la provincia de Buenos Aires, con 17 millones de habitantes (sobre un total nacional de 36 millones), 14 de los cuales están concentrados en torno a la Capital Federal), cuenta con el respaldo de las cúpulas de los sindicatos industriales con mayor peso. Además tiene puntos de apoyo importantes en los sectores de la burguesía local y la iglesia católica que sostuvieron su gobierno de transición durante el convulsivo período entre el colapso que en diciembre de 2001 acabó con el gobierno de Fernando de la Rúa y la asunción de Néstor Kirchner, precisamente como delfín de Duhalde, en mayo de 2003. Por su lado Patti es, en efecto, aliado de Duhalde; pero Menem –reducido hoy a un espacio marginal en la política argentina- es probablemente su peor enemigo. Mientras que las fuerzas de izquierda que encabezan los reclamos sindicales difícilmente puedan tener siquiera un contacto de conveniencia puntual con las fuerzas tradicionales del PJ.
Fractura histórica
La amalgama de la troika y la izquierda parece ser entonces un recurso extremo de Kirchner y su círculo íntimo, destinado a proyectar como fuerza política a la fracción peronista que lidera, el Frente para la Victoria (FpV). Pero ocurre que el mismo D´Elía que acusa a Duhalde como narcotraficante, días antes había denunciado que en el FpV “un 30 o un 40% de los intendentes del Gran Buenos Aires (provenientes de la estructura de Duhalde) son mafiosos”.
Esta nueva y presumiblemente irreparable fractura del peronismo es sin embargo el episodio truculento de un fenómeno mayor: el reacomodamiento de fuerzas políticas en un momento de transición histórica, a partir de una realidad de devastación económica, hecatombe social y completa desarticulación institucional legada por el llamado “neoliberalismo”.
El FpV vino a reemplazar a dos líneas de acción previas. La primera de denominó “transversalismo” y apuntaba a formar un “Tercer Movimiento Histórico” (objetivo intentado varias veces sin éxito en el pasado), con afluentes del peronismo, el radicalismo y sectores de la izquierda. Frustrado a poco andar ese intento, Kirchner optó por integrarse a la estructura tradicional del PJ. Sólo en el momento de confeccionar las listas de candidatos a diputados, en junio pasado, ante la evidencia de que continuaría con una mínima representación propia en el Congreso, resolvió apartarse del PJ y lanzar el FpV, apoyado en los sectores del antiguo tronco que dieron la espalda a Duhalde. Pero esta táctica, dejó por fuera a los sectores de izquierda sumados al oficialismo, entre otros a la única corriente con verdadera representación de base, encabezada por D´Elía.
La disputa por el número suficiente de legisladores que le permita a Kirchner gobernar sin subordinación al antiguo PJ es para él determinante y se define en la provincia de Buenos Aires. Por esto el mandatario dio dos pasos arriesgados: se lanzó él mismo a la campaña electoral –adelantándose dos meses al inicio legar de la misma- e hizo que su esposa, Cristina Fernández, actual senadora por la provincia de Santa Cruz, renueve su cargo como candidata por Buenos Aires, donde deberá competir con la esposa de Duhalde, Hilda González. El choque es así frontal e inocultable. Y deja a Kirchner como único dueño de la eventual victoria… o como víctima exclusiva de una derrota e incluso de un resultado intermedio.
La táctica tiene otras aristas punzantes: mientras Kirchner condenaba a Duhalde en su discurso en Bahía Blanca, el 25 de agosto, en el mismo momento éste, en su condición de titular del Mercosur, como representante argentino, estaba en una ceremonia oficial con el presidente uruguayo Tabaré Vázquez. Los hombres de Duhalde, fieles a la orden de no entrar en beligerancia directa con el Presidente, deslizan no obstante preguntas y desafíos problemáticos: ¿por qué el FpV lleva como candidato en la Capital Federal al actual canciller, Rafael Bielsa, que se pronuncia a favor del Alca (Área de Libre Comercio para las Américas), mientras Duhalde se presenta como abanderado de la Comunidad Suramericana de Naciones? ¿Por qué el Presidente no destituye a Duhalde de su cargo en el Mercosur?
Dispersión generalizada
Pese a la virulencia oficial en el ataque al PJ, no hay una verdadera delimitación programática entre ambas fracciones. La bancada del PJ en el Congreso –largamente mayoritaria frente al bloque kirchnerista- argumenta, sin mentir, que ha votado todos y cada uno de los pedidos del Ejecutivo al Parlamento. Y se burla de la idea de que los focos de tensión social deriven de un complot. Por otro lado, el oficialismo que enfrenta a la Unión Cívica Radical (UCR) en distritos importantes, va aliado a ella en otros. En la segunda provincia, más poblada, Santa Fe, el FpV parece condenado a perder frente al Partido Socialista (PS) respaldado por la UCR. Pero en Buenos Aires el PS va junto al Partido Comunista (PC) contra la UCR, el PJ y FpV. Mientras tanto, una alianza de una década entre el PC y el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST), denominada Izquierda Unida, se rompió en Buenos Aires, Capital Federal y otros distritos importantes, aunque se mantiene en otros. Y por si fuese poco fracasó a última hora una coalición capitalina entre un conjunto de organizaciones, personalidades y partidos (entre ellos el PC), dejando al corazón político del país sin siquiera una representación simbólica de un proyecto latinoamericano y revolucionario. Por último, el liberalismo conservador y la ultraderecha liberal más o menos camuflados carecen de todo punto de reagrupamiento y sólo pueden aspirar a gravitar –y acaso triunfar- en una versión híbrida encabezada por Elisa Carrió (ex UCR) y Enrique Olivera, un epígono del ex presidente Fernando de la Rúa en la Capital Federal. Como dato elocuente de una campaña donde no se discuten programas y por regla general parece haber desaparecido la memoria y el decoro, Carlos Menem se presentará como candidato a Senador por la provincia de La Rioja (y será electo), mientras que su compinche, el ex ministro de Economía Domingo Cavallo, tentará como diputado por la Capital Federal (a la fecha figura en las encuestas con el 0,3% de intención de voto).
Las proyecciones de los datos al comienzo de la campaña no garantizan, en modo alguno, el plebiscito que pidió Kirchner meses atrás, cuando dio paso al FpV y se lanzó personalmente a la batalla electoral. Es presumible que el alto porcentaje de aceptación de que goza, trasladado sobre todo a su esposa como candidata, cambie el panorama en las próximas semanas. Una victoria contra el PJ que sin embargo no fuese suficientemente contundente como para darle mayoría en el Congreso podría plantear un escenario de complicaciones en la gobernabilidad de la segunda parte de su mandato, que culmina en 2007. Sea como sea, la disputa electoral está por completo al interior de las estructuras que componen el todavía denominado “movimiento peronista”. Las izquierdas no han sabido posicionarse para receptar ese sentimiento predominante. Tal vez Kirchner lo logre.