Realineamientos: en escenarios internacionales tan diferentes como la Asamblea General de las Naciones Unidas, el G-20 y la cumbre América del Sur-África, saltaron al ruedo las opciones de un momento dramático: intentar el salvataje del sistema capitalista o buscar otro camino. Un sector de la dirigencia mundial se abroquela en el G-20 en torno a Estados Unidos. Otro, temeroso, vacila y en su mayor parte se deja arrastrar por la inercia. Por sobre ambos, resalta un plan que trasciende al capitalismo, con realizaciones a la vista. Sus líderes mostraron en la ONU una rara capacidad para articularse con propuestas intermedias, como quedaría plasmado horas después en la cumbre ASA. Toma cuerpo así una rauda transición planetaria, en la que la declinación estadounidense deja lugar a la aparición de múltiples polos de poder. Los discursos de Evo Morales y Hugo Chávez en la ONU mostraron un nuevo panorama político mundial. Después de décadas, el capitalismo es acusado en la Asamblea como causa verdadera de la crisis y el socialismo se plantea como única salida. Mientras tanto Washington sostiene a la camarilla del Opus Dei en Honduras y, tras atenuar el choque con Rusia desistiendo del escudo galáctico en Europa, recrudece las amenazas de guerra contra Irán.
Hay que decirlo sin rodeos: a un año del colapso mundial capitalista, en un marco histórico de retroceso y pérdida de hegemonía, Estados Unidos recuperó terreno: eludió la amenaza de depresión e impidió la disgregación de sus socios-enemigos del Norte y el Sur.
Son victorias limitadas y sin duda efímeras. El espacio recobrado no está asegurado y es improbable que lo esté en el futuro. Al contrario, todo indica que con ese paso en realidad la Casa Blanca se adentra en territorio cenagoso y sólo agrava la inestabilidad estratégica de las bases sobre las que todavía sostiene su poder global. No obstante, sería erróneo desestimar el posible impacto táctico de esta recuperación parcial y su traducción en las relaciones de fuerzas. Allí está, para probar los riesgos de la coyuntura, dicho sea por adelantado, el golpe en Honduras.
La frágil y efímera victoria que pueden apuntarse los estrategas del Departamento de Estado tiene dos puntos de apoyo: uno, haber frenado la caída libre de la economía mundial, postergando a fecha incierta la transformación de la recesión en depresión; el otro, evitar que un número de países determinantes para el rumbo político planetario, saliera de su órbita en medio de la crisis más grave jamás afrontada por el sistema capitalista.
China, Rusia e India, cada una por su parte, tenían la posibilidad teórica de propulsar en sus áreas de gravitación inmediata subsistemas financieros para, a la vez, protegerse del ineluctable derrumbe del dólar y ganar un espacio decisivo en su disputa por mercados y áreas de influencia con el imperialismo mayor. No lo hicieron. Más aún: en sentido inverso, no sólo ratificaron la estrategia estadounidense para afrontar la crisis, sino que le dieron a Washington el poder de policía sobre la aplicación de esa línea de acción.
Brasil y Argentina, en cambio, tuvieron una opción concreta al alcance de la mano: el ingreso al Alba; la incorporación a un bloque que en medio del colapso afirmó un rumbo diferente para afrontar la crisis y cuenta con un subsistema económico-financiero regional que suma ya nueve países y echa a andar una moneda común, el Sucre. Pero al igual que los demás gobiernos a los que con lúcida celeridad los estrategas del imperialismo tentaron con el ingreso al sagrado templo de los poderosos, Brasilia y Buenos Aires optaron por el intento de salvataje de la economía capitalista, en lugar de buscar otro camino. Ése es el significado del documento firmado por el G-20 en Pittsburgh, el 24 de septiembre.
La Corte del G-7
La Declaración de Pittsburgh comienza diciendo que los presidentes se reúnen en el momento de “la transición crítica de la crisis a la recuperación, para dar vuelta la página de una era de irresponsabilidad y adoptar un conjunto de políticas, regulaciones y reformas destinadas a satisfacer las necesidades del la economía global del siglo XXI”. A lo largo de 15 carillas el texto proclama una y otra vez la necesidad de “combatir el proteccionismo”, “mantener la apertura”, ampliar el “libre comercio” y llevar a buen puerto a la Ronda de Doha.
Pero la Declaración no se limita a reafirmar principios generales del liberalismo. En el punto 19 del Preámbulo dice: “Designamos al G-20 como el primer foro para nuestra cooperación económica internacional. Establecemos que el Buró de Estabilidad Financiera (BEF) incluya a las principales economías emergentes y damos la bienvenida a sus esfuerzos por coordinar y avanzar en el monitoreo fortaleciendo las regulaciones financieras”. Queda sepultado entonces el G-7 (Estados Unidos, Japón, Francia, Alemania, Gran Bretaña, Canadá e Italia) como instancia rectora de los tres centros imperialistas del planeta. Y se traslada al BEF la función de “sistema anticipado de alarma para riesgos emergentes”. Dicho de otro modo: el BEF operará como organismo contralor de la economía mundial y ocupará el lugar del desprestigiado Fondo Monetario Internacional. Así lo confirmó Timothy Geithner, secretario del Tesoro estadounidense, quien aclaró en rueda de prensa que el BEF “es el cuarto pilar de la moderna economía global, junto con el FMI, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio”.
Los 20 firmantes de este documento admiten así que la crisis mundial tiene una naturaleza subjetiva, que ya ha quedado en el pasado y que ocurrió apenas por falta de controles. El futuro luminoso resultará del accionar conjunto de los 20 países, según la estrategia diseñada en Washington y bajo el control de aplicación de los cuatro pilares de la verdad capital.
Es presumible que los 13 gozosos gobiernos que se suman al club de los poderosos buscarán maneras para eludir las exigencias del FMI y el BEF, tal como en la Edad Media Condes o Duques sometían sus ejércitos al rey pero se guardaban el derecho de birlar una porción de los impuestos de la corona. El rey, desde luego, lo sabía. Pero era el precio a pagar para evitar que los súbditos apartaran sus feudos del reino o, peor, cedieran a la tentación de reunir fuerzas para derrocar al monarca.
No otra cosa es este sesgo táctico del Departamento de Estado, concretado sin demasiado rigor por causas evidentes en la propia Declaración que, después de felicitarse porque “nuestra vigorosa respuesta ayudó a detener una peligrosa aguda declinación en la actividad global y a estabilizar los mercados financieros”, reconoce que “el sentimiento de regreso a la normalidad no debe llevar a la complacencia”.
Para evitar toda tentación de complacencia y aventar dudas sobre la naturaleza y función del G-20, la Declaración subraya: “Pedimos al FMI que asista a nuestros ministros de Finanzas y presidentes de Bancos Centrales en el proceso de mutua evaluación, desarrollando un análisis prospectivo de las políticas asumidas por cada país miembro del G-20, observando si éstas son colectivamente consistentes con trayectorias más sostenibles y balanceadas para la economía global, y que reporte regularmente al G-20 y al Comité Internacional Monetario y Financiero (Cimf), a partir de los actuales análisis de vigilancia del FMI, bilaterales y multilaterales, sobre el desarrollo económico, modelos de crecimiento y políticas de ajustes sugeridas”.
Innecesario es abundar sobre el significado de esta “mutua evaluación” con los instrumentos del FMI: entre abrazos, sonrisas y aplausos, saqueadores y saqueados firmaron un plan común.
Cumbre en Margarita
Barack Obama puede computar como éxito el resultado de la reunión en Pittsburgh. Pero le durará poco.
Y sus consecuencias, peor que lo ocurrido al rey Pirro, se les darán vuelta para golpearlo de lleno en el centro de su estrategia política.
En primer lugar, la idea de que el mundo está “en la transición crítica de la crisis a la recuperación” es falsa en todo y por todo. Ya es excesivo decir que se ha frenado la caída y la depresión desaparece del horizonte.
Ninguna visión teórica seria de la economía mundial descarta la posibilidad de nuevas quiebras de grandes instituciones financieras, ahora arrastradas no por el supuesto “descontrol de ejecutivos venales”, sino por el debilitamiento vertiginoso de la producción industrial. En todo caso, si el riesgo de la depresión generalizada no se replantea en lo inmediato, es irrebatible la perspectiva de estancamiento a largo plazo, con aumento relativo y absoluto de la desocupación en todo el mundo, siempre con eje en los países altamente industrializados.
El impacto de esta dinámica inexorable de desocupación masiva y a largo plazo, será demoledor. Para la economía en general y, desde luego, para los países dependientes y subdesarrollados. No basta con apelar a un fraude semántico como el de “países emergentes” para contrarrestar la realidad de estructuras económicas deformadas insostenibles en su conformación actual. La idea de que países como China, India –tanto menos Brasil y Argentina– quedarán eximidos del terrible precio a pagar por el colapso del capitalismo en sus centros imperiales es más que un gesto de irresponsabilidad o ignorancia: implica un salto hacia el suicidio político. La inexorable puesta en cuestión de los gobiernos que hoy optan por asociarse al imperialismo redundará en la radicalización de las masas y la confrontación creciente con Estados Unidos. La crisis política multiplicará los efectos del colapso económico.
Acaso por impulso inconsciente de autodefensa, desde Pittsburgh, tras firmar el documento aludido, Lula y Cristina Fernández volaron a Margarita, la bella isla venezolana donde tendría lugar la IIª Cumbre América del Sur-África. Como Fausto, los gobiernos de Brasil y Argentina podrían decir “dos corazones laten en mi pecho”. Sólo que en este caso no sería alarde dialéctico sino confesión de perplejidad. Es insostenible en el tiempo la firma de una operación de salvataje del capitalismo y la afirmación de lo acordado en la cumbre entre Unasur y la Organización de la Unidad Africana, donde fueron ratificados nuevos y ya existentes planes proyectados hacia subsistemas financieros y mecanismos de intercambio, interconexión y complementación productiva, comercial, científica y política, al margen y en contra de la estrategia estadounidense.
El Alba como telón de fondo
De eso se trata el acuerdo para la creación del Banco del Sur (demorado desde 2007 en su concreción por las vacilaciones de Brasilia y Buenos Aires), y la Declaración de Porlamar, como conclusión de la IIª ASA, que en su proclama exhorta a “fortalecer los sistemas regionales, a través de la promoción de instituciones financieras y monetarias desde una visión de solidaridad, cooperación y desarrollo regional”, para inmediatamente plantear “la necesidad de avanzar en la adopción de medidas de protección financiera, necesarias para prevenir los costos de la crisis financiera internacional”. Adicionalmente los países firmantes se comprometieron a iniciar una cooperación birregional eficaz y en áreas de trabajo concretas como energía, finanzas, comercio, tecnología y salud, con proyectos tales como el Bancasa (ver Banco del Sur), pero también empresas petroleras y mineras comunes a todos los países de ambos continentes dispuestos a incorporarse. Comisiones ministeriales deberán dar seguimiento a estos planes, que serán evaluados dentro de dos años en la próxima cumbre, a realizarse en Libia.
Sumada a la reciente gira del presidente Hugo Chávez por países de África, Medio Oriente y Europa Oriental, la IIª Cumbre ASA articula una estrategia consistente con tres objetivos trascendentales:
- impulso a todas las formas posibles de subsistemas financieros, económicos, comerciales y de complementación, capaces de actuar como escudos defensivos ante la inexorable –aunque impredecible– reaparición multiplicada de la crisis capitalista;
- impulso a tantos bloques como la realidad geopolítica exija para romper la hegemonía y centralidad del poder imperialista;
- fortalecimiento, al interior de estas nuevas instancias financieras, económicas y políticas internacionales, de un bloque ya prefigurado en el Alba, para delinear y aplicar respuestas no capitalistas a la crisis actual y sus ineluctables perspectivas y consecuencias.
Barack Obama enarboló la estrategia opuesta. En la ONU eludió condenar al régimen golpista de Honduras –es decir, continuó sosteniéndolo, en el momento mismo en que la dictadura amenaza con atacar a José Manuel Zelaya en la embajada brasileña. Para evitar la eclosión del G-20, canceló el plan de escudo antimisiles contra Rusia en Polonia y la República Checa. El presidente Dmitri Medvédev y el primer ministro Vladimir Putin lo felicitaron por acabar con ese casus belli que hubiese escalado a velocidad de rayo. Pero no hay distensión: acto seguido Obama inauguró la cumbre de Pittsburgh anunciando que se había descubierto una nueva planta nuclear en Irán y, respaldado por el primer ministro británico y el presidente francés, adelantó que no descarta la opción militar contra ese país.