Por un camino tan sinuoso que pareciera llevar siempre al punto de partida, la crisis argentina se desliza hacia el momento de eclosión. La velocidad aumentó en los últimos meses para acelerarse en agosto, cuando el riesgo de la cesación de pagos puso en vilo al país y la solución hallada por el gobierno consistió en rebajar salarios de estatales y jubilaciones. Fracturadas, acosadas por el capital financiero de un lado y del opuesto por signos elocuentes de una movilización de masas con perspectiva creciente, las clases dominantes se ven empujadas a repetir el movimiento de 1989/90, cuando entregaron a Estados Unidos la capacidad de arbitrar entre sus irreconciliables fracciones. Sólo que la experiencia vivida desde entonces y la magnitud sideral de la crisis presente provoca arrestos de oposición en franjas del capital conscientes de estar amenazadas de muerte. Washington está lanzado en su propósito de crear un Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y presenta las cosas de modo tal que no restan dudas respecto de su intención de transformar en provincias a toda América Latina y el Caribe(1).
Así, a fines de agosto, con cuarenta meses de recesión, un abismo de miseria y la imposibilidad de pagar los compromisos de la deuda externa, el gobierno tambalea y las clases explotadas y oprimidas comienzan a despertar del letargo que las mantuvo fuera del escenario político desde la derrota de las grandes huelgas ferroviaria y metalúrgica de 1991.
En la rodada, voces y gestos se entremezclan y confunden: la Unión Industrial Argentina pide aumento general de salarios y seguro de desempleo; autoproclamados dirigentes de desocupados exigen “planes trabajar” por $120 pesos mensuales; conspícuos portavoces de la alta burguesía claman por una reprogramación (de hecho moratoria) de la deuda externa; funcionarios sindicales gimen explicando la necesidad de fortalecer el Estado para que éste pueda aplicar “políticas activas” que permitan a las patronales programar ganancias y así dar lugar a una efectiva reiniciación de la explotación a gran escala; representantes de dios con y sin sotana convergen en la necesidad de conciliar capital y trabajo para salir de la ciénaga; algún concejal con veleidades trueca habituales graznidos de difamación por propuestas de “unidad revolucionaria” en desesperado intento por ascender a diputado en las elecciones de octubre próximo; mientras tanto en las estructuras políticas burguesas el caos es total: los principales candidatos de la UCR hacen campaña en oposición a su propio gobierno; el partido Justicialista lleva en la Capital Federal a un hombre del riñón oficialista; los fragmentos del Frepaso están en todos lados y en ninguno se los ve como aquello que intentaron ser…
Está en curso y a máxima velocidad aquello que reiteradamente estas páginas señalaron como proceso de realineamiento social y político.
En este panorama, el clamor generalizado apunta a dos objetivos centrales: salir de la depresión económica y acabar con una dirigencia a la que acusa de corrupción y atribuye ineptitud y falta de energía.
Se trata por tanto de dar respuesta efectiva -en lo inmediato y con perspectiva estratégica- a estas dos demandas centrales. Y confrontar tanto como la realidad lo exija con las respuestas falsas y engañosas que por interés, ignorancia o desesperación, van a la búsqueda del consenso de las masas y sus vanguardias tras una política de conciliación de clases y cretinismo parlamentario. Se trata asimismo y simultáneamente de redoblar esfuerzos por evitar que el desmoronamiento en curso de la democracia burguesa arrastre las libertades democráticas y los derechos civiles.
Una vez más sobre el carácter de la crisis
Aun a riesgo de redundar, es preciso insistir acerca de cuáles son las raíces de la situación que hoy abate al país. En la primera edición de Crítica, hace diez años, el primer artículo comenzaba con la siguiente afirmación: “La crisis del mundo en la última década del siglo XX es la crisis del capitalismo”. En las páginas siguientes aquel artículo mostraba, con datos y cifras tomadas de la mejor prensa comercial internacional, que bajo una superficie de éxitos el capital sufría el mal irremediable descripto por Marx como baja tendencial de la tasa de ganancia, y que su aparente fortalecimiento al calor de lo que entonces denominamos “contraofensiva global estratégica”, no era más que el efecto pasajero de aquella contraofensiva a la cual el proletariado mundial no estaba en condiciones de ponerle límites -por causas que se hacían evidentes con el desmoronamiento de la Unión Soviética- y que era exclusivamente esa razón la que impedía que el muy avanzado grado de deterioro del sistema se manifestara como tal y en cambio tomara la forma de avasallante victoria, la cual era sin embargo el preludio de una muy cercana y extremadamente agravada reaparición de la crisis.
Hela allí. Ha transcurrido una década y quienes frente a estas aseveraciones soltaban con suficiencia adjetivos descalificantes como “apocalíptico”, “catastrofista”, o “dogmático”, tras haber bebido hasta la última gota el veneno de la adopción de fórmulas socorridas por bien promocionados intelectuales orgánicos de la burguesía, siempre a la mano para pergeñar argumentos a favor del escepticismo o la conversión, se muestran consternados ante el vuelco de la situación. A algunos el espanto les ha a agudizado a tal punto la percepción, que intuyen la magnitud de lo que viene, aunque se resisten a nombrarlo. Porque lo que hay por delante es una situación que, no importa cuánto se sostenga y qué caminos tome, desemboca inexorablemente en un colapso general, en una inmensa conmoción social cuyo desenlace tiene sólo dos alternativas: revolución o contrarrevolución. Mientras esta opción no se resuelva -y puede transcurrir mucho tiempo, porque estamos hablando de una etapa histórica, no de una coyuntura inmediata- el sistema sobrevive exclusivamente sobre la base de avanzar día por día en detrimento de las condiciones de vida y de trabajo del conjunto de la población.
Una crisis de sobreproducción, una crisis estructural del sistema como la que vive hoy el capitalismo mundial, precisamente en un momento histórico en el que ninguna fuerza social de envergadura se le opone organizada y conscientemente, puede resolverse mediante la destrucción masiva de bienes y mercancías excedentes (a propósito, cabe recordar que para el capital la fuerza humana de trabajo es una mercancía), o por la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y la edificación planificada de una sociedad socialista. No hay espacio en estos períodos históricos para resolver el desempleo masivo, lograr aumentos de salarios, mejora en las condiciones de trabajo, reformas progresistas en la vida económica, política y cultural de la población. Los progresistas que no asumen esta realidad -que lo es al margen de cualquier juicio de valor sobre ella- se derriten en segundos o se pasan lisa y llanamente al campo enemigo. No es preciso dar ejemplos. Pero sí es preciso remarcar, para quienes durante los ’90 creyeron o quisieron creer que había una tercera vía, una alternativa menos exigente -conducta que dio lugar a la progresión fatídica Frente del Sur, Frente Grande, Frepaso, Alianza, Cavallo- que todo lo que venga, si se repitiera con el mismo molde, sería una caricatura trágica de esta comedia patética.
En lugar de alimentar falsas esperanzas y correr tras quimeras, corresponde hablar de frente a los trabajadores y la juventud. La verdad quema y puede ser repelida por muchos. Pero a esa temperatura se funde el acero necesario para encarar una lucha que no se limita a cambiar el precio de la esclavitud cotidiana ni a demandar limosnas para una sobrevivencia subhumana. No se trata de vituperar a quienes retrocedan ante ella. Se trata de organizar a quienes no la teman. Y seguir fraternalmente la prédica con los demás. La confianza, la esperanza, deben basarse en la verdad. Y es mentira que se pueda salir de la actual depresión y dar respuesta duradera a la desocupación, los salarios miserables, las jornadas de 12 horas de trabajo, la marginalización masiva, la decadencia social y cultural intolerables, con cualquier variante de intervención del Estado en la economía. Una militancia aguerrida sólo puede forjarse con la verdad como primera y principal arma de combate: que otros ganen votos con mentiras; que otros edifiquen aparatos con ilusiones. Los revolucionarios marxistas vamos a recorrer el duro camino que la clase obrera y la juventud tienen por delante con la verdad como estandarte.
Depresión, sindicalismo y política
En un marco histórico diferente la depresión empujaría a un fortalecimiento de las organizaciones de clase, tal como ha ocurrido en otros momentos de la lucha del proletariado mundial. Pero el impacto sostenido del derrumbe de la Unión Soviética, la destrucción paralela de los grandes partidos obreros y los sindicatos (comunistas, socialistas y cristianos) a escala mundial, con su correlato local sui generis de degradación extrema y liquidación del movimiento y el sindicalismo peronistas, produce sobre las masas trabajadoras el efecto inverso: desagregación y ensimismamiento. Este curso objetivo de la clase obrera se proyecta al conjunto de la sociedad con resultados devastadores. El aumento de la delincuencia no es sino la expresión de una lucha desesperada por el reparto de la renta nacional, de los arrojados a la marginalidad que no encuentran canales organizativos propios y reconocibles, sindicales o políticos. Al otro extremo de la clase trabajadora, la misma fuerza negativa corporiza en universitarios, profesionales e intelectuales, exacerbando el individualismo y la irracionalidad en todos los planos. Esta combinación degrada hasta límites intolerables las condiciones de convivencia cotidianas y hace extremadamente difícil la afirmación de un accionar político basado en la conciencia, la organización, la asunción racional de una estrategia común.
He allí la base social de conductas insólitas en cuadros políticos e intelectuales, incluso con trayectorias de lucha respetables –y en ciertos casos admirables- y de los propios partidos y organizaciones sociales y políticas que se proponen enfrentar la crisis. La fuga electoralista de prácticamente la totalidad de la izquierda considerada revolucionaria tiene su contraparte en la degradación sin freno de la dirigencia sindical poco tiempo atrás clasificable como honesta y combativa. Y en ambos casos la función determina los métodos y crea, si no los tiene, los órganos necesarios. No se trata por tanto de fenómenos individuales. Es la fuerza ciega de la crisis que arrastra a quienes no entienden su profundidad o, entendiéndola, no se deciden a afrontarla, o decidiéndose, repiten conductas dictadas por la costumbre. Valiosos luchadores sindicales que pocos años atrás resolvieron sumarse al Frente Grande y metamorfosear el Congreso de Trabajadores Argentinos en una central de dirigentes sin bases -es decir, resolvieron cambiar una política de clase que daba sus primeros pasos por una combinación de accionar político policlasista con el sindicalismo de aparatos-se ven hoy reducidos a la nada en el campo político y en sus sindicatos empujados a oficiar como gerentes de la crisis proponiendo rebajas salariales y listas de retiros voluntarios(2). El símbolo trágico de esta caída quedó graficado en uno de los actos más ignominiosos de la historia del movimiento sindical argentino: los dirigentes de Ctera y la CTA levantando la Carpa Blanca tras la victoria electoral de la Alianza, para marchar desde el Congreso al ministerio de Educación y entregarle la ofrenda al ministro Juan Llach (nadie menos que el segundo de Domingo Cavallo durante el gobierno peronista, y verdadero creador y gestor del “plan de convertibilidad”). El gesto era lógico porque Llach era entonces ministro del gobierno que esos mismos dirigentes integraban y por el que habían hecho campaña. Pero las consecuencias son obvias: ¿cómo, con qué propuesta, con qué autoridad, podrían estos mismos dirigentes oponerse ahora de manera efectiva a la gestión de Cavallo?
No obstante la magnitud de las responsabilidades individuales, es claro que la clave está en la incomprensión del momento histórico y la consecuente adopción de un camino político que llevaba inevitablemente al suicidio. En 1997 calificamos el fenómeno entonces en curso como “Segunda campaña de cerco y aniquilamiento”, en referencia al exterminio de cuadros sindicales y políticos llevado a cabo por la dictadura, repetido de manera incruenta bajo los gobiernos de la UCR y el PJ -los partidos que antes habían sido base política de aquel genocidio perpetrado por los militares- mediante la maniobra de José Bordón que dio lugar al Frepaso primero, y la constitución de la Alianza después(3). Basta recordar que la fracción hegemónica de la CTA hizo campaña por Bordón en 1995 y por De la Rúa en 1999 para medir la magnitud destructiva de ese período.
No se debería minimizar el efecto de esta cooptación general de cuadros sindicales y políticos por parte de la clase enemiga; de hecho, aun cuando ella misma se inscribe en y se explica por un momento histórico de extrema confusión ideológica y franco retroceso político del proletariado mundial, es el factor que explica la sobrevivencia de la convertibilidad y, ahora, la del propio gobierno.
Sin embargo, de aquí en adelante el problema no estriba en esa ausencia, así como tampoco en lo que haga o deje de hacer la dirigencia, que sin distinción de ningún género está como nunca alejada de las bases y desprestigiada ante los trabajadores, la juventud, los profesionales y el conjunto de la sociedad. Esto la hace política y sindicalmente débil en términos coyunturales y estratégicos, situación que debilita al movimiento obrero frente a las patronales y el gobierno, pero plantea perspectivas ciertas de superación de toda una etapa histórica. Por detrás del panorama directamente perceptible hay una clase obrera y una juventud que han roto históricamente con el peronismo, con los partidos de la burguesía, y lo expresan tomando distancia -la más de las veces de manera pasiva- rrespecto de los aparatos y sus dirigentes. Ahora la dificultad está en la afirmación de nociones completamente diferentes a las comúnmente aceptadas y sostenidas durante décadas, sobre todo en el trabajo sindical.
El punto de partida y la perspectiva se plantean de modo muy diferente al período 1992/94, cuando tres vertientes históricas del movimiento obrero convergieron en un llamado a edificar una instancia política denominada entonces Congreso de Trabajadores Argentinos y cuyas direcciones serían luego arrastradas por los partidos patronales. Salvo excepciones -que sin duda contarán sobremanera en la práctica- no existe en esta instancia aquella base organizada y con gran disposición de lucha que se manifestó en el congreso fundacional del CTA, cuando unos cinco mil activistas se reunieron fraternal y democráticamente en 1992 para iniciar un camino independiente. El curso adoptado por la mayoría en la dirección de la CTA provocó confusión, retraimiento y dispersión. Esto a su vez abrió resquicios para la aparición de corrientes manipuladas por la iglesia y por sectores del PJ -apoyadas sobre todo en franjas de desocupados- a la vez que dejó espacio para que la burocracia tradicional recuperara espacio sindical y político(4).
El fracaso de la expectativa cifrada en el CTA originario vino a acelerar y completar la pérdida de confiabilidad de los trabajadores en la dirigencia sindical. Siguiendo una tendencia que se verifica en todo el mundo, en Argentina los sindicatos pierden afiliados y los aparatos se sustentan en las Obras Sociales, desvirtuando a la vez una y otra función. Sólo por excepción un sindicato tiene arraigo en las bases. Si en un pasado no tan lejano la relación del activo militante con el aparato se caracterizaba por la dura oposición y las caracterizaciones rotundas, ahora el signo predominante es la indiferencia, la ajenitud.
En el mundo de los aparatos, debe necesariamente imponerse el más poderoso. Esto explica el relativo fortalecimiento de las fracciones de la CGT que además ahora, ante la previsible agudización de la crisis y tras el proyecto de “unión nacional”, apuntan a reunificarse. Como contrapartida ineludible se acentúa la volatilización de la CTA, incapaz de frenar la reducción de salarios y los despidos masivos de lo que constituye su principal base de sustentación, los empleados del Estado, y su involuntario desplazamiento hacia una base social que por definición no puede sustentar un aparato, aunque pueda ser víctima de él: los desocupados.
De aquí en más, por tanto, los trabajadores conscientes además de encarar la búsqueda -más urgente que nunca- de una expresión política que unifique como clase y frente al poder a todos los explotados y sus aliados, afrontarán la igualmente impostergable tarea de analizar y replantearse presupuestos históricamente afirmados como noble conducta sindical, que en realidad encubren una adhesión estructural al sistema capitalista y son en última instancia los que llevaron a transformarse en su opuesto a aquel esperanzado y potente esfuerzo de miles de hombres y mujeres provenientes de las más diversas experiencias que alumbraron el Congreso de Trabajadores Argentinos.
Es preciso preparar y llevar a cabo una embestida estratégica contra la sujeción de los sindicatos al Estado. Esto presupone enfrentar desde el descuento de la cuota sindical a través de las patronales, hasta la metódica subordinación a la maraña de leyes que en cualquier conflicto de envergadura dejan la última palabra al gobierno (es decir a las patronales) a través de las instituciones estatales. Entre otros muchos conceptos que el activo sindical deberá debatir a fondo están por ejemplo los de las Obras Sociales o la remanida “defensa de las fuentes de trabajo”. Bajo apariencia muy noble, maquilladas con palabras malversadas como solidaridad, la atención de la salud por parte de los sindicatos es una completa tergiversación que no sólo contribuyó a destruir el hospital público, una conquista histórica de los trabajadores, sino que dio lugar al fortalecimiento de aparatos en manos de pseudodirigentes que se enriquecen con la enfermedad de los trabajadores y utilizan ese poder para anclarse en las estructuras sindicales.
Del mismo modo, la noción “fuente de trabajo” encubre el hecho fundamental de que ninguna empresa existe para dar trabajo, sino para generar lucro. El absurdo de pretender que una empresa que da pérdida se mantenga para que sus empleados sigan cobrando un salario es insostenible, pero sobre todo es nefasto porque inocula en la conciencia del trabajador la noción de que él y su familia viven al margen de la marcha de la sociedad en su conjunto y, por lo tanto, no debe pensar en ella como tal, sino en su problema individual. Bajo una apariencia combativa, se sostiene en realidad una posición reaccionaria que defiende el atraso y la ineficiencia, colocando a la clase obrera a contramano de la historia y a remolque de burgueses que se presentan como portadores de lo nuevo y del futuro.
Hay una lógica profunda en la aceptación social del Cavallo del primer período y la expectativa, afortunadamente fugaz, que generó con su reaparición de la mano del Frepaso y la UCR: en ausencia de una conciencia propia (para sí, decían Marx y Engels) los trabajadores y con ellos todas las clases y sectores subordinados, expresaron con aquella adhesión su ruptura profunda aún no transformada en conciencia con el peronismo histórico, que inoculó en la ideología obrera estas concepciones de conciliación de clases y paternalismo burgués, según las cuales al trabajador no le cabe más que “ir de casa al trabajo y del trabajo a casa”, mientras de la economía, la sociedad y la política se ocupan otros. El trabajador debe limitarse a luchar por “sus derechos”; y estos serían cobrar como extras las horas excedentes a la jornada de 8, cobrar doble los feriados, ocuparse exclusivamente de su tarea desentendiéndose por completo de la función social y la marcha de la empresa donde deja su vida. Con apariencia combativa y de defensa de los intereses de los trabajadores, todo se pone así cabeza abajo. Estos son sólo algunos ejemplos de cómo bravos luchadores con sentimientos de solidaridad y fraternidad, son utilizados al servicio del sistema. El sindicalismo peronista (asumido inconscientemente por la casi totalidad de los luchadores sociales, aun cuando se consideren de izquierda o marxistas), debe ser combatido no simplemente ni fundamentalmente en la figura de sus dirigentes, sino ante todo y sobre todo en sus concepciones profundas. Y esta lucha hay que asumirla ya mismo y a gran escala, aunque muchos compañeros honestos y combativos que ocupan cargos sindicales se sientan inicialmente atacados cuando se les dice que deben rechazar la idea de tener batallones de funcionarios permanentes pagados por la cuota sindical que descuenta la patronal, que si es necesario deben abandonar los edificios lujosos, que contra la privatización de la salud no deben aferrarse a las obras sociales sindicales sino luchar por el hospital público, que ante el hecho concreto de un cierre de empresa o disminución de la producción y despidos, la incondicional defensa del empleo no puede exigir a la patronal la “defensa de la fuente de trabajo” sino que debe poner en cuestión la propiedad privada de la empresa, la gestión en función del lucro y por ese camino llegar al punto en cuestión: cómo se organiza una sociedad, en función de qué, y quién puede hacerlo en un rumbo contrario al que marcha actualmente.
No basta con “enfrentar el modelo”. No es un modelo lo que está en crisis, sino un sistema. Y no en este país, sino en el mundo. De nada valdrá cortar mil rutas si no se corta de un tajo y definitivamente con la ideología de la conciliación de clases y sus innumerables ramificaciones en todos los órdenes. En 1994, cuando ya el CTA torcía definitivamente su rumbo, un grupo de luchadores marxistas fundó la Universidad de los Trabajadores con una consigna que hoy, ante el avance acelerado de una crisis total, adquiere una actualidad de vida o muerte: “Cambiar desde la raíz la cultura y la política”. Es imperativo y urgente asumir esta exigencia. Porque el enemigo de clase ya tiene montado un muy completo dispositivo destinado a desviar nuevamente a miles de luchadores; para atrapar a unos en diferentes variantes defensivas del sistema capitalista; aislar a otros; y como última instancia, reprimir a todos.
Preparativos de recambio patronal
Todo indica que está en vías de consolidación una coalición compuesta por el ala alfonsinista de la UCR, el sector de Duhalde en el PJ, la UIA, las dos CGT y la jerarquía de la iglesia con sus múltiples tentáculos, destinado a consolidar un parapeto ante la inexorable explosión del actual esquema de poder. No tardará en formarse, explícita o solapadamente, una fracción militar que se adose a este bloque. Ya en nuestra Réplica a la Carta a los argentinos señalábamos que los alineamientos programáticos del capital no guardaban relación con las siglas de los partidos patronales y en cambio se entrecruzaban a través de las diferentes fracciones de cada uno de ellos(5). Tal parece que ha llegado la hora del realineamiento formal y acaso de conformación de nuevos partidos burgueses.
Para los que ahora se pronuncian como opositores, la tabla de salvación en el plano económico -aunque está en discusión y previsiblemente no dará jamás lugar a un acuerdo de fondo- consiste en variantes más o menos maquilladas de keynesianismo, es decir, la salvación del capitalismo por el aparato del Estado. A diferencia de lo que les sucedió en años anteriores, los defensores de esta línea de acción tienen a su favor el hecho de que esta tendencia está imponiéndose nuevamente en el mundo tras el estrepitoso fracaso del así llamado “neoliberalismo” y la ausencia de cualquier otra teoría que venga en su reemplazo, como no sea alguna variante de “neokeynesianismo” (la utilización del “neo”, una década atrás como prefijo de un supuesto corpus teórico para condenar al entonces fracasado y vituperado keynesianismo y ahora para sustituir a la panacea tan velozmente malograda, no es otra cosa que el certificado de indigencia teórica del capitalismo de frente a la crisis más grave de su historia).
Pero no será con los recursos teóricos y prácticos que desembocaron en la descomunal crisis planetaria reaparecida desde mediados de los ’70 y postergada por una contraofensiva global estratégica de la cual el “neoliberalismo” es sólo un aspecto, como se resolverá su reaparición decuplicada en apenas una década. Una mera intervención del Estado como agente económico no podría lograr más que una reactivación de cortísimo aliento, sin contar con que incluso esto se haría a expensas de los trabajadores: el programa que llevó la iglesia argentina a este cónclave preparatorio de la “unión nacional” propone, entre otras barbaridades, la extensión de la jornada laboral en dos horas, sin pago (“contibución solidaria” la denominan, con su habitual cinismo sin límites), para sostener la convertibilidad y evitar la cesación de pagos.
Si se lograra respaldo político para semejante “unión nacional”, habría pujos de reactivación económica, que tras 40 meses de recesión aparecerían ante la población como un regalo del cielo (esto mismo, dicho sea de paso, está planteado como posibilidad para el actual equipo gobernante si logra eludir la ofensiva de la oposición señalada). Pero incluso en esa hipótesis, la crisis reaparecerá de inmediato, corregida y aumentada, tanto por la lógica interna como por el impacto creciente y demoledor de la situación en los centros metropolitanos. Proponer o esperar la salida del desastre en el que está sumida la nación mediante una inyección keynesiana, incluso si está alentada por las mejores intenciones, es una quimera. Y en términos de accionar político, es una quimera reaccionaria: contribuir a una convergencia de las fuerzas sociales acosadas por la crisis con personajes como Duhalde y Alfonsín, tras un proyecto financiado por Techint y bendecidos por la curia, es mucho más que un error: si para los gerentes sindicales (de la central que sean) y los partidos de la burguesía es la única posibilidad de aferrarse a un madero en medio del maremoto, para los genuinos dirigentes sindicales (también: sean de la central que sean) y para el activismo sindical o político no comprometido con el capital, es una nueva forma de suicidio, más absurda y dolorosa aún que la de los “frentes” que desembocaron en la Alianza.
Reagrupamientos a la izquierda del espectro político
El desconsuelo de quienes por diferentes razones quieren persistir en la búsqueda de una “tercera posición” se manifiesta de las más diversas maneras tras la debacle de la Alianza. En los mejores casos, impulsa a personalidades y personajes de los más variado orígenes y trayectorias a la convergencia con la resistencia de las masas. La denominada Alternativa para una República de Iguales (ARI), pareció ser un eje de recomposición para estos sectores, al menos hasta el momento en que fue impostergable la discusión de candidaturas, que reiteró la historia del Frepaso con incorporación de oportunistas de última hora y la patética reincidencia en la búsqueda de figuras de la farándula, completada con la revelación de que el ex jefe del ex Frepaso está también en esa empresa, pero sobre todo con el ingreso formal del aparato vaticano en la persona de Mario Cafiero.
Como quiera que sea, esta fase de realineamiento general de fuerzas sociales y políticas presenta arduas exigencias tácticas para el activo militante y los nuevos contingentes de jóvenes y trabajadores que se suman a la lucha. Está planteada la necesidad de eludir las trampas del muy difundido pensamiento ultraizquierdista -es decir, el mecanicismo típico de un pensamiento ajeno al marxismo- que en última instancia desconoce la necesidad de vencer al enemigo y se solaza escuchando su propia voz. Vencer a las clases dominantes requiere definir con lucidez y exactitud el centro adonde golpear, y hacerlo minuto a minuto, dado que nada hay más mutable que un bloque sociopolítico en medio de una durísima confrontación de clases, y en función de esta definición cambiante buscar en todo momento y en el plano que corresponda las formas más abarcadoras de frente único, es decir, la unidad social y política de las masas.
Simultáneamente es preciso eludir otra trampa, no menos peligrosa, que consiste en desentenderse de los rasgos distintivos de aquellos nuevos individuos, grupos o sectores de clases que se suman a la resistencia, cuya condición de permanentes o transitorios sólo puede definirse en el curso de los acontecimientos.
Hay situaciones de sencilla resolución; pero otras requieren una caracterización correcta no ya de la situación nacional, sino del extraordinariamente complejo juego de fuerzas en el plano internacional, su dinámica general, el estado de cada uno de sus principales actores y el curso de la coyuntura paso a paso. Parece innecesario señalar qué tipo de organización qué calidad de cuadros podrán -y cuáles no podrán- responder a estas exigencias. Pero el desafío está ya sobre la mesa. En la edición anterior de Crítica publicamos una nota titulada “La gran prueba”. Aparte la comprobación del colapso de la Alianza, ese texto sostenía que
“es previsible que la próxima fase de la evolución política en Argentina recupere el protagonismo (independiente o subordinado, pero protagonismo) de las masas como factor predominante. Esto puede ocurrir mediante pasos intermedios, como por ejemplo la irrupción del movimiento estudiantil, la juventud y los desocupados, cada uno por su carril en un primer momento. Pero fatalmente culminará con la reaparición del movimiento obrero y específicamente del movimiento obrero industrial en la lucha social y política, por fuera y en contra de las estructuras sindicales hoy extraordinariamente debilitadas. La historia antigua y reciente del la clase obrera de Argentina reaparecerá con todo su vigor y también con sus múltiples vertientes. Esto actualizará un muy duro combate ideológico y político que tendrá lugar ante todo en el seno de la vanguardia. Cualesquiera sean los ritmos de esta marcha inexorable, la burguesía no podrá de ahora en más ejercer su poder como clase limitándose a alquimias electorales. Este es el rasgo fundamental de la fase en que ingresa el país”(6).
Sobre la base de este pronóstico, a fines de noviembre de 2000, el texto afirmaba que la gran prueba planteada por la historia a los revolucionarios marxistas era encaminarse hacia la recomposición de sus fuerzas. Basta observar la conducta durante el último medio año de organizaciones, grupos e individuos que se identifican como tales, para comprobar cuán lejos están de haberla pasado satisfactoriamente: se trataba de dar respuesta práctica, en los hechos y para 30 millones de habitantes, a las exigencias de una aceleración brutal de la crisis. La constitución de bloques electoralistas -opuestos por el vértice no ya a la neceesidad de unidad social y política de los trabajadores y el pueblo, sino al nivel de conciencia y el estado de ánimo de la clase obrera, la juventud y el conjunto de la población- tales como el Polo Social, Izquierda Unida o Polo Obrero (cuyos componentes tienen como único acuerdo la calificación de Fidel Castro como contrarrevolucionario al que hay que derrocar); la apuesta ciega a una forma de lucha y un sector social -los piqueteros- como sucedáneo de organización y conciencia de masas; la fuga de pequeños equipos verbalmente comprometidos con la revolución hacia microespacios propios a los que se pretende reducir la realidad; la renuencia de agrupamientos y cuadros dispersos a dar el paso hacia la recomposición de fuerzas marxistas en un partido de los comunistas, desarma a la militancia y la deja librada al más crudo empirismo.
Aquí parados, se impone recordar que “sin teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria”. Quienes han abandonado esta certeza y navegan aguas abajo llevados por la corriente, no están en falta. Pero quienes no desdeñan las enseñanzas de la historia de la lucha de clases ni se orientan con el último librito llegado de París o el próximo espasmo de una sociedad desesperada, debieran sacar conclusiones sin más demora y obrar en consecuencia. Porque los truenos y relámpagos a la vista anuncian que la tormenta se desata. Los que tienen el timón en sus manos reemplazan rápida y efectivamente sus cartas de navegación para afrontarla, mientras la militancia está a la deriva. Es fácil medir la distancia a salvar: ¡basta ver a revolucionarios esforzándose por llevar un cura al Senado o por acceder a cualquier precio a un carguito parlamentario frente a una realidad dominada por una catástrofe social, mientras las burguesías y el imperialismo responden con proyectos de dolarización hemisférica y maniobras militares e instalación de bases estadounidenses del Bravo a Tierra del Fuego!
No será el oportunismo que complementa su electoralismo desaforado con incremento de las horas (24, 48, 72) de la Huelga General que le pide a los gerentes sindicales; o con idéntica lógica promueve 24, 48, 72 horas de piquetes; no será saltando del gobierno a conglomerados de emergencia para salvar la cara como hace la cúpula de la CTA; o soltando la mano de la Señora Fernández para aferrarse a la de la Señora Carrió, como se dará respuesta válida a esta realidad inocultable.
Incluso para tomar las decisiones aparentemente más simples, como posicionarse frente a un paro, una concentración, una acción contra el hambre o la represión, hace falta mucho más que buena voluntad. Ni hablar del punto clave de un accionar de verdad comprometido con la revolución: la lucha por el poder. Pero incluso limitados a lo más simple, el problema es mayúsculo. Como prueba bastan ejemplos cotidianos: desde la cultura política empirista que predomina en las ideas y la práctica habituales, nadie se asombrará si un destacamento revolucionario denuncia determinados nombres de personeros del capital, sea en el espectro partidario o sindical, o converge tácticamente con otros cuya figura, por una u otra razón, es menos odiosa al activo militante. ¿Pero qué hacer si se trata de momentos inversos, cuando se imponen alianzas con fuerzas sin duda ubicadas del otro lado de la barrera de clases, o se hace necesario exponer públicamente a aquellos personajes del medio político o sindical que por convicción o por connivencia con el enemigo de clase, contribuyen a confundir, desviar y desarmar a las masas?
Estos problemas cruciales de una dirección política son por demás simples para la conducta izquierdista -nos referimos al izquierdismo condenado por Lenin como “enfermedad infantil del comunismo” en el famoso folleto así titulado, cuya lectura es siempre recomendable- habitual en los agrupamientos sectarios: de un lado están los revolucionarios y de otro los contrarrevolucionarios y “traidores”. Revolucionarios son, claro, cada uno de los grupos en cuestión. Contrarrevolucionarios y traidores, los demás. El acervo marxista asegura sin embargo que el izquierdismo es una cara de la medalla, cuya faz inversa muestra el rostro del oportunismo. Quien lo dude puede observar a prototipos de esta clase de revolucionarios, vociferantes durante años contra todo y todos, que hace diez años proclamaban que la clase obrera estaba a la ofensiva y la caída del capitalismo a la orden del día y ahora se deshacen en desdorosas contorsiones para obtener votos y acceder a algún cargo institucional, o incluso para poder simplemente participar de las elecciones.
La lucha contra el capital es una cosa seria. El enemigo es muy poderoso. Y así como no se lo puede vencer con grititos y desplantes, tampoco se lo podrá doblegar con votos. Tanto menos con desesperación vanguardista. Sólo la fuerza de las masas, conscientes y organizadas, podrá con él. Y aunque lo parezca, no es sencillo saber qué hacer y cómo, en cada momento histórico, para avanzar tras esta condición imprescindible de una estrategia revolucionaria consistente. Ese saber reclama una organización munida de capacidad teórica, hecha carne y militancia en un número suficientemente elevado de cuadros comprometidos con la abolición del capitalismo. Reclama, sin pérdida de tiempo, una concepción y una práctica internacionalistas -muy específicamente latinoamericana- de la confrontación de clases, la organización revolucionaria y el accionar cotidiano, ajena y contrapuesta del modo más rotundo a la verbosidad vacía de quienes desde hace décadas reemplazaron el internacionalismo con conductas irresponsables. La aparente paradoja de estas tareas urgentísimas estriba en que, para quienes proponemos la lucha por el poder y el socialismo, la condición inseparable para cumplirlas es encontrar y transitar de modo sistemático y sostenido el camino hacia las masas en tanto se realizan los máximos esfuerzos por avanzar en la efectiva recomposición de las fuerzas revolucionarias marxistas.
Lucha de clases, elecciones y libertades democráticas
En suma, la tarea de la hora consiste en transformar las innumerables, crecientes y cada vez más resueltas luchas sociales, en lucha de clases. Una no implica necesariamente la otra: no hay lucha de clases sin conciencia de clase. Si el proletariado no se asume como clase opuesta a la burguesía, su lucha se limita a resistir los aspectos más inhumanos e injustos del capitalismo. Esto no es en ningún caso desestimable; pero, aparte la determinación que se tenga de luchar por la abolición de la explotación o por limitarse a reformarla, ocurre que en medio de una depresión económica a su vez integrada en una crisis mundial del sistema, no hay modo de obtener siquiera pequeñísimas victorias permanentes contra los peores excesos patronales. La participación en todas y cada una de las luchas que provoca la crisis es una exigencia fuera de discusión. Lo que sí está en discusión es la forma de participación. No es preciso hacer un tratado al respecto. La única fórmula necesaria es muy sencilla, aunque de difícil aplicación: propagar en todo momento, y siempre en el modo adecuado a la circunstancia específica, la idea de que no hay solución real y duradera sin un cambio de la clase que ejerce el poder político. Esta es la base, el mínimo común denominador. A partir de allí, se avanzará tanto como la circunstancia y las personas involucradas lo permitan.
En consecuencia, la lucha concreta (sea un corte de ruta para exigir un subsidio, una movilización para impedir despidos o una huelga para evitar rebajas salariales) será encarada como un paso en la gran tarea de armar la fuerza de masas capaz de arrancarle el poder a la burguesía. Todo lo que contribuya a la concientización, la unidad de la clase y sus aliados y la organización, será positivo. En cambio deberá ser rechazada toda conducta o posicionamiento que contribuya a confundir el objetivo y la conciencia que de él se tiene, a debilitar la confianza en la fuerza propia y la capacidad para obtener pequeños triunfos, a romper o postergar la unidad de las masas, a impedir la organización plural y democrática.
Las elecciones y los cortes de rutas que dominan hoy la coyuntura no escapan a estas exigencias. La carrera electoral en que se hallan empeñadas numerosas tendencias que se consideran a sí mismas revolucionarias y marxistas, lejos de contribuir a la unificación social de los trabajadores, la conciencia de clase y la organización de masas, son motor de todo lo contrario. Esta afirmación no presupone que una fuerza anticapitalista no deba participar por definición en una contienda electoral de la burguesía. Y no sufriría mella si, como todo hace prever, candidaturas de izquierda obtienen ventajas en los comicios. Es por demás obvio que en este cuadro general las fórmulas electorales genéricamente de izquierda obtendrán más votos que los habituales. Y esto no es negativo en sí mismo. El punto es que campaña y resultados no unifican, no concientizan y organizan. Tanto menos lo que viene luego de un éxito relativo. Y quien dude al respecto no tiene más que observar lo ocurrido con quienes no hace tanto festejaban lo que suponían un triunfo extraordinario en la elección de concejales por la Ciudad de Buenos Aires.
Pero es posible encarar una línea de acción que permita utilizar estas elecciones como herramienta eficaz para los objetivos señalados. A comienzos de año, antes de que se acelerara la crisis y con la previsión de que la demolición de la Alianza aumentaba las chances electorales de la izquierda, se conformó un Bloque de Rechazo apuntado a levantar sobre la base de una pluralidad de organizaciones, corrientes, agrupamientos y militantes no organizados, un Voto de protesta con un programa capaz de unir a millones y sin presentar candidatos. En el marco dado, ésta es la única táctica de intervención que puede incidir positivamente en los objetivos antes planteados. La propuesta de votar candidatos “revolucionarios”, incluso dejando de lado quiénes y qué son esos candidatos, como propaganda (es decir, como forma de educación de las masas) es exactamente lo inverso de lo que exige la orden del día. El amplísimo rechazo a la experiencia de los últimos 18 años con los partidos y la falsa democracia de la burguesía no puede ser encauzado con una foto diferente en un afiche más, por mucho que vaya acompañado de consignas altisonantes. El espectáculo ofrecido por el Polo Obrero e Izquierda Unida denunciándose mediante solicitadas en los diarios por no aceptar tal o cual lugar en las listas y frustrar la «unidad», es todo lo contrario de lo que una organización revolucionaria debe ofrecerle a las masas.
Mientras tanto, a la vez que multiplica su oferta electoral ocupando todo el espectro político, el capital avanza sistemáticamente en la captación del hastío generalizado respecto de las prácticas políticas vigentes. Expresiones de ultraderecha se apoyan en hechos y conductas por todos conocidos que prueban cuán lejos está el actual régimen de una genuina democracia; pero lo hacen para propugnar formas dictatoriales; y están ganando un enorme espacio en toda la sociedad con discurso que tiene como eje la oposición a la “política” -arteramente reducida a la farsa parlamentaria- y los “políticos”, término que está convirtiéndose en sinónimo de vago, aprovechado y ladrón.
Una política revolucionaria debe tomar cuenta de esta evolución negativa en amplias franjas de todas las clases y sectores. Y debe hallar el modo de contrarrestarla en su accionar cotidiano, pero muy especialmente en los momentos de campaña. El grueso de la clase obrera que mantiene su empleo, la masa de desocupados, la juventud que creció en medio de la mentira y la manipulación al servicio del robo y la explotación, las clases medias desesperadas, no pueden reconocerse en un candidato que pide votos, aunque lo haga con verborrea revolucionaria. La gran tarea es unir a esa masa diversa, en lugar de fragmentarla en supuestas opciones electorales, que además no lo son en ningún sentido. El rechazo palpable en las filas de los trabajadores y más ostensible aún en la juventud no debe quedar en manos de los fascistas. Es preciso mostrar un camino por fuera de estas elecciones amañadas en las que se derrochan fortunas incalculables y que parecen un festival sobre las ruinas de un país; un camino enderezado a forjar una fuerza de masas contra el imperialismo y el capitalismo. Y es posible hacerlo, con una campaña unificada que en lugar de poner a competir candidatos enarbole un programa de reivindicaciones sentidas por las masas; que en lugar de sostener que esos objetivos pueden alcanzarlos uno, diez o veinte diputados, explique hasta el cansancio que requieren la participación directa, consciente y organizada de las víctimas de la crisis. Y que pruebe en los hechos que todo esto lo afirma al margen y en contra de la repugnante disputa por un cargo.
Está claro que las organizaciones lanzadas por el camino del electoralismo no retrocederán. Pero el movimiento vivo está fuera de ellas. Y es posible darle cuerpo en un multifacético bloque de rechazo que levante una voto de protesta y de propuesta, con un programa básico común al que cada agrupamiento u organización puede articular además de acuerdo con sus características(7).
En cuanto a los cortes de rutas y calles, el primer punto es afirmar que los revolucionarios marxistas estarán siempre y en cualquier circunstancia en toda lucha genuina de los trabajadores con o sin empleo. Esto no supone el seguidismo y mucho menos la aceptación de conductas de ostensible manipulación de la desesperación de los desocupados por aparatos de diferente signo, sea la iglesia y el PJ, sea una organización ajena a los principios del movimiento obrero. Pero hay tantas realidades como casos de cortes de rutas y calles. Esa distinción ha de ser el primer paso para tomar posición ante una situación particular. No existe, no puede ni debe existir nada parecido a un “partido piquetero”, como proponen quienes han decidido arrojarse por despeñadero electoralista. El partido que debemos construir es el que aúne a los obreros con y sin trabajo. Un partido independiente de los patrones, el Estado, la burocracia y por supuesto de la iglesia.
Ha habido y seguirán levantándose ejemplos de piquetes que constituyen el punto más elevado hoy de la lucha de clases. Y los hay que expresan maniobras de partidos burgueses infiltrados (una metamorfosis de las “manzaneras” de Duhalde y el episcopado en la Provincia de Buenos Aires), entre otras falsificaciones de menor cuantía. Esto no importa en última instancia porque es claro que el enemigo tratará siempre de desvirtuar toda forma genuina de lucha de clases. Lo que de verdad importa es advertir a los luchadores sociales que formas insurreccionales sin fuerza y extensión para transformarse en tales con perspectivas de éxito se vuelven en contra de los objetivos buscados. Repitámoslo: la revolución es una cosa seria. Rechaza a la vez las fórmulas, los dirigentes prefabricados (por la iglesia o por quien sea), y los sabihondos con aspiraciones electorales. Y no es el método lo que está en discusión. Una organización revolucionaria no descarta ningún método útil para avanzar tras la victoria que busca. Se trata de saber cuándo éste es útil efectivamente, y cuándo opera contra la unidad social y política de las masas explotadas y oprimidas; cuándo empequeñece y encasilla los objetivos de quienes las asumen; cuándo aísla y socaba el respaldo del resto de la sociedad y abre espacio para la represión sin reacción de masas. Es por demás obvio que después de un límite en la lucha social, la burguesía responde invariablemente con la represión. El punto no es si ésta llegará o no, sino qué harán las masas en ese momento, porque de ello depende que los revolucionarios puedan articular la resistencia y buscar la victoria. Es preciso evitar a todo precio la repetición de políticas que extrapolan un método de lucha, lo aplican con prescindencia de los efectos que producen sobre los trabajadores y el pueblo y provocan así el aislamiento de la militancia más activa, dejándola a merced de la represión. Está a la vista el efecto que sobre los trabajadores con ocupación producen los cortes de ruta que les impiden llegar a su trabajo o prolongan sus ya intolerablemente largas jornadas. Hay que tener también en cuenta a las clases medias, empujadas a la desesperación por la guadaña de la crisis y más que proclives a aceptar propuestas de “mano dura” para “poner orden”.
Por otro lado, no hace falta argumentación para concluir que salvo casos muy excepcionales, un piquete de 30, 50 o 100 personas provocando reacciones negativas en decenas de miles que se ven afectadas sin saber siquiera de qué se trata, es un desatino que la militancia y la sociedad toda pagarán muy caro si no lo corrigen a tiempo. Una estrategia seria debe tender a aislar al enemigo. Y debe diseñar políticas cuidadosamente elaboradas para todos los aliados, posibles aliados y sectores que sin llegar a serlo nunca, pueden ser neutralizados. Todo accionar que contribuya a que la burguesía pueda sumar voluntades a favor de sus métodos en el ejercicio del poder está enderezada contra los intereses de las masas, no importa cuánto repita la palabra revolución. Los episodios que recientemente dieron lugar a acusaciones de infiltración policial hablan por sí mismos: carece por completo de importancia que alguien sea o no un agente provocador si realiza acciones que aparecen, o pueden ser presentadas ante los trabajadores y la juventud, como provocaciones.
Si además se apela a este método como recurso electoral, entonces el desvío es completo.
La lucha consecuente contra la desocupación, que sin duda debe reclamar subsidios para quienes carecen de todo ingreso, sólo puede cumplir una función históricamente positiva si se une a la de los trabajadores ocupados y exige -con los métodos de lucha que la realidad reclame, una vez que éstos son asumidos por las masas- la disminución de la jornada de trabajo de quienes tienen empleo (y trabajan de 10 a 16 horas diarias), por supuesto sin disminución del salario de bolsillo, y gradualmente encadena las demandas de modo tal que las masas comprendan por qué hay desocupación y cuál es el único camino para resolverla. Esta es la línea de acción que habrá de llevar la militancia consciente; y va de suyo que ella no se limitará a quedar sentada en volantes y periódicos, sino que será conducta y bandera en la lucha codo a codo con los hermanos de clase sin empleo.
Frente antimperialista continental
Fenómenos como la quiebra de Aerolíneas Argentinas, el desfalco del denominado “megacanje” y la exposición ante las masas del papel que juega la deuda externa, han abierto un espacio nuevo a la lucha antimperialista. Las últimas exigencias del Fondo Monetario Internacional, que sin ocultamientos y luego de imponer la disminución de los salarios estatales sostiene la necesidad de reducir aún más los salarios en las empresas privadas y planea otro recorte presupuestario de 3000 millones de dólares para el próximo año, harán más amplio y candente ese espacio. Diez años de sumisión ante el saqueo, diez años de cerebros lavados en universidades y publicaciones supuestamente serias, se desintegran en pocas semanas para dar lugar a un sentimiento inverso, que coloca al imperialismo en general y específicamente al estadounidense, como lo que es: el enemigo público número uno. Si a esto se suma la escasamente difundida realización de maniobras militares con marines yanquis y la proliferación de bases militares en Argentina y la región(8), se concluye que un factor de primordial peso en las luchas por venir será la identificación del imperialismo como enemigo por parte de las masas.
Develar y denunciar el papel del imperialismo, y disponerse con energía a reunir el mayor arco de fuerzas posibles para enfrentarlo sea en su apariencia de gerentes del FMI, infantes de marina o demócratas al uso, es una herramienta clave tanto en la búsqueda del punto de convergencia de las ideas del socialismo científico con los sentimientos más directos de los trabajadores y la juventud, como en la impostergable tarea de frenar y revertir la ofensiva imperialista.
Tras estos objetivos, los revolucionarios marxistas chocarán con un obstáculo difícil de sortear. Ya está articulada la intención de partidos burgueses, burócratas sindicales, obispos reaccionarios y nacionalistas de todo pelaje dispuestos a manipular ese sentimiento. El frente contrarrevolucionario que ocupó el palco en la Plaza de Mayo el 31 de mayo de 2000, la primera vez que en la historia del movimiento obrero de Argentina la ultraderecha explícita encabezó un acto de los trabajadores, es un antecedente que de ningún modo debe ser olvidado, puesto que constituye una prueba insoslayable de la línea adoptada por el enemigo y el punto de desarrollo que ha alcanzado(9).
Aquí también, como respecto de la condena a las instituciones de la democracia burguesa, las fuerzas reaccionarias se montan en un hecho objetivo: el creciente sentimiento antimperialista en el conjunto de la sociedad. La omisión por parte de los revolucionarios frente a ese fenómeno equivaldría a empujar a las masas a la trampa tendida por franjas de la burguesía e incluso por el propio imperialismo a través de aparatos que manipula clandestinamente, haciéndolos aparecer como furiosos nacionalistas. Mientras que la simple adhesión a semejante aquelarre equivaldría a un suicidio.
No se puede desconocer que algunas expresiones del capital, incluso del gran capital, tienen contradicciones reales con Estados Unidos. Ese factor irrebatible será utilizado para intentar la repetición de la maniobra estratégica consistente en llamar a la “unidad nacional”, recomponer una alianza policlasista y colocar a la clase obrera bajo la dirección política de una supuesta “burguesía nacional”. No es algo a futuro: tal línea de acción ya está en marcha y con mucho más camino recorrido del que podría desprenderse de las paupérrimas exposiciones orales de Moyano. Buena parte del Polo Social articulado en torno al cura Luis Farinello forma parte de este proyecto.
Mantener la independencia respecto de estos engendros protofascistas no es sólo cuestión de principios, sino de lisa y llana defensa propia. Pero eso en ninguna hipótesis podría llevar a desconocer la lucha antimperialista y tanto menos a abroquelarse con el frente que previsiblemente se formará, con muy similares propuestas económicas para salir de la depresión, pero desde el flanco liberal conocido como “centroizquierda”, que puede eventualmente ser el ARI o adoptar otra conformación y denominación. De hecho, una política en la práctica revolucionaria deberá converger en un momento con aquéllos y en otro con éstos, porque así lo demandrá la necesidad de enfrentar al imperialismo y defender los derechos civiles y las garantías democráticas. Al margen de estos dos ejes de lucha no hay acción revolucionaria. Pero ni la defensa de la soberanía nacional frente al imperialismo, ni el combate por las libertades democráticas, pueden ser sostenidas con coherencia y continuidad si las masas no comprenden y asumen hasta sus últimas consecuencias la lucha contra el capital y por la victoria de un gobierno de los trabajadores y el pueblo.
El dilema está claro: sólo los revolucionarios marxistas pueden llevar hasta sus últimas consecuencias el combate cuyos primeros escarceos se muestran ahora. Pero ellos no son nada sin las fuerzas objetivas que, por las condiciones históricas dadas, están hoy comprometidas en la lucha contra el imperialismo y por las libertades democráticas.
No hay motivo para asustarse: siempre ha sido así para toda genuina organización revolucionaria. Y va de suyo que no hay recetario a seguir para orientarse día por día en la lucha política que este complejísimo escenario plantea. Sólo un colectivo múltiple, capaz de tener hondas raíces en la clase obrera, la juventud y los movimientos sociales de todo tipo a la vez que tiene ojos y cerebros para reconocer, evaluar y transformar en resoluciones ejecutivas -sobre todo eso: muy ejecutivas, mientras todas las demás corrientes vacilan y trastabillan- los cambios en las relaciones de fuerzas internacionales y locales, los estados de ánimos de la sociedad, los niveles de conciencia y organización del proletariado, podrá resolver satisfactoriamente este tránsito que exige eludir simultáneamente toda expresión de sectarismo y de adaptación al curso espontáneo de la sociedad.
En cualquier caso, para delinear y articular su respuesta a la depresión económica, la opresión imperialista, la defensa de las libertades individuales y las garantías democráticas, los revolucionarios marxistas deben salir necesariamente del marco nacional e instalarse en el contexto internacional y específicamente latinoamericano. No puede haber lucha antimperialista al margen de un programa con eje en la unidad latinoamericana, articulado mediante un programa con consignas tales como defensa incondicional de Cuba, enfrentamiento directo y militante con el Plan Colombia y la militarización del hemisferio, repudio a la deuda externa de la región y recuperación de las riquezas saqueadas a través de ésta en el último cuarto de siglo, lucha contra el anexionismo implícito en el ALCA.
La opción no es, no puede ser, optar por “el imperialismo menos malo”, como ya se dice en ciertos medios. No desconocer las brechas que abre la cada día más grave confrontación entre los tres centros del imperialismo mundial, de ningún modo supone alinearse con uno de ellos. Del mismo modo, los hechos trascendentales en curso en América Latina que muestran a sectores de la gran burguesía resistiendo frente a la voracidad estadounidense, no podrían dar lugar a reproducir en esa escala lo que negamos fronteras adentro: la subordinación al programa y la dirección política del capital nativo.
Esta perspectiva está siendo recorrida en prácticamente todo el continente por una avenida de doble mano: desde la socialdemocracia y un sector del aparato vaticano, a través de una subordinación total al capital asociado con el imperialismo europeo; desde el pseudonacionalismo, penetrado por grandes capitales locales, entre los que también se hallan tentáculos del Vaticano, mediante la búsqueda de coaliciones para una supuesta “salvación nacional”. La conflictiva relación Alfonsín-Duhalde grafica la tangencialidad de ambos proyectos al cabo incompatibles en términos políticos. La definición de la fuerza hegemónica en la conducción del Frente Amplio de Uruguay (véase esta misma edición), indica el curso adoptado ya con nitidez por una fuerza de masas con definición genérica de izquierda. Las turbulencias en el PT brasileño, exponen la lucha frontal entre las líneas de subordinación al capital, hoy hegemónicas, y los esfuerzos por definir una política propia de los trabajadores(10).
No hay modo de superar esta encrucijada sin posicionarse a la vez contra el imperialismo en todas sus expresiones, por la incondicional defensa de las libertades democráticas hoy muy frontalmente amenazadas y sin moverse un ápice de la estrategia apuntada hacia un gobierno de los trabajadores y sus aliados, es decir la más nítida definición en la palabra y en los hechos por la independencia política de los explotados y oprimidos.
Recomposición de fuerzas marxistas
Está a la vista la responsabilidad de la militancia marxista ante este desafío histórico. Desde su situación de debilidad y en un marco en el que todavía prevalece la retracción, desarticulación y confusión del proletariado a escala mundial, será necesario impedir que la manipulación de la sociedad acosada por la depresión económica lleve a una encerrona política. En su actual estado, las organizaciones que se reivindican revolucionarias marxistas no podrán afrontar tamaña responsabilidad. Sólo una recomposición de sus fuerzas -concepto distante por igual del sectarismo y el frentismo de izquierda- podrá presentarse ante las masas como una alternativa válida frente a los caminos que proponen las diferentes fracciones del capital.
No será con invocaciones como se recorrerá el camino hasta el punto en que la convergencia de cuadros y agrupamientos llegue a transformar cantidad en calidad y se arribe a una recomposición que pueda constituirse en el punto de partida efectivo en la lucha por el derrocamiento del sistema, la asunción del poder político por los órganos democráticos de las grandes masas y la construcción del socialismo. Por lo demás, está claro que nada de esto ocurrirá en el ámbito exclusivo de un país. Con todo, cabe conminar a los luchadores revolucionarios que habitan este país y no están dispuestos a someterse a la hegemonía del nacionalismo o el liberalismo burgués, a todos quienes -participen o no en campañas electorales- entiendan y asuman cuáles son los caminos reales de la historia, a esforzarse en el máximo de sus capacidades; a recorrer el tramo restante hacia la realización de un congreso fundacional del partido que el proletariado y el pueblo necesitan, para encarar el único camino posible: el de la revolución y el socialismo.
1.- Esta política ha acumulado contradicciones de diverso género y magnitud, al punto de provocar cambios muy significativos en el mapa político hemisférico, los cuales gravitan de manera directa sobre la situación argentina. Crítica adelantó esta perspectiva desde su primera edición. Ver específicamente El Cono Sur y la crisis mundial, ponencia al VII° Encuentro del Foro de São Paulo; N° 17, Agosto 1997. Un punto especial de cambio estuvo dado por la asunción de Hugo Chávez en Venezuela Crítica N° 21, mayo 1999. Los cambios producidos en los últimos dos años y el cuadro de situación actual serán analizados con detalle en la próxima edición.
2.- Un ejemplo es el reciente conflicto en Firestone. Ver cobertura en El Espejo N° 102, 103, 104, con crónicas y análisis de Diego Gutiérrez, Claudio Marín y Jorge Montero.
3.- Luis Bilbao, Segunda campaña de cerco y aniquilamiento, en Periodismo y Militancia, Búsqueda, Buenos Aires, mayo de 2001, pág. 119
4.- Antes de condenar a los activistas o dirigentes sindicales que recorrieron esta parábola, las organizaciones que se consideran marxistas y revolucionarias deberían preguntarse -y responder públicamente- para qué están los partidos, cuál es el cometido histórico que la teoría les asigna y qué estaba haciendo cada uno mientras esa masa de luchadores sindicales que fundó el CTA era arrastrada por la ideología y los aparatos de la burguesía. Luego de cumplido este requisito, por cierto será necesario exponer ante la clase trabajadora y el pueblo el papel que muchos de aquellos sindicalistas están cumpliendo hoy.
5.- Crítica N° 20, pag. 31. Texto reimpreso en Nº 25, pág. 14.
6.- La gran prueba, Crítica N° 25; pág. 6.
7.- El Bloque de Rechazo confeccionará una boleta de distribución masiva para votar con ella el 14 de octubre, con puntos tales como: Con 8 hs. de trabajo hay trabajo para todos; Salario mínimo igual a la canasta familiar; No al pago de la deuda externa; Contra el ALCA y el Plan Colombia; por la reestatización de las empresas privatizadas; defensa de la escuela pública y laica; anticonceptivos para no abortar, aborto libre para no morir; No al arancelamiento universitario; asambleas de trabajadores y jóvenes para discutir qué país queremos; gobierno provisional de los trabajadores y el pueblo, etc.
8.- Ver Le Monde diplomatique, Edición Cono Sur, Buenos Aires, septiembre 2001.
9.- En esa oportunidad a Hugo Moyano, de la CGT 2, lo acompañó como orador el secretario del obispo Primatesta (el compinche en Córdoba del asesino general Menéndez durante la dictadura). En el palco estaban además Franco Caviglia (el segundo de Domingo Cavallo), Aldo Rico y Luis Patti (torturadores, representantes de la dictadura), Lorenzo Miguel (que desde la UOM colaboró con el secuestro de activistas clasistas) y una caterva de ladrones de ladrones y traidores imposible de enumerar. Ver El Espejo N° 84; Buenos Aires, 5 al 8 de junio de 2000; y Periodismo y militancia; op. cit, pág. 238.
10.- En diciembre próximo el Foro de São Paulo será escenario de este histórico combate ideológico y político. Crítica llevará allí, como lo hace con regularidad desde 1989, cuando su equipo participó en la fundación de esta instancia continental, una ponencia articulada frente a este cruce de caminos, en un marco internacional de crisis severa con pronóstico cierto de inexorable agravamiento. Esta ponencia será publicada en una edición extra de la revista.