Vértigo: inmediatamente después del ingreso de la Revolución Bolivariana al Mercosur, el encuentro de Hugo Chávez, Carlos Lage y Evo Morales en El Chapare y La Paz consolidó con rotundos acuerdos la integración de Cuba, Bolivia y Venezuela en el marco conceptual y programático del Alba. El proyecto de construcción de un sistema energético mediante dos gasoductos troncales: Norte-Sur y Este-Oeste; la propuesta de rápida incorporación de Bolivia al nuevo Mercosur; el acuerdo entre Bolivia y Venezuela para impulsar una Confederación Andina, eje motor de la todavía inane Comunidad Suramericana de Naciones, son otros tantos factores de un combate estratégico en el cual Estados Unidos no logra recuperar la iniciativa y en cada aparente victoria sufre una derrota mayor.
Nadie como Homero en La Ilíada describió la cambiante suerte de la guerra y el significado relativo de presuntas victorias. Esa visión dialéctica del devenir histórico es apropiada para observar los últimos movimientos en el tablero hemisférico, donde se libra una sucesión de batallas entre el Alca y el Alba, es decir, entre el intento de anexión imperialista y el propósito de alcanzar la unión suramericana.
El anteúltimo combate ocurrió en Buenos Aires, el 23 de mayo pasado en reunión de ministros de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, donde Venezuela fue reconocida como miembro pleno del Mercosur.
Los mecanismos propios de esta forma sui generis de convergencia regional prevén 180 días para ajustar la incorporación de un nuevo miembro, más 180 días adicionales para completar el proceso. De modo que el plazo en el que se concretó la formalización de ingreso del quinto componente es ya indicativo de que algo singular sucede en la región: 24 horas.
En los días previos Estados Unidos había dispuesto sus fuerzas para impedirlo, esta vez en coincidencia sin fisuras con la Unión Europea. El vehículo más visible de la operación fue el diario argentino La Nación, que en primera plana y con gran despliegue difundió cuatro días antes una diatriba del ex ministro de Economía Roberto Lavagna, quien en una disertación ante 1300 asistentes, la mayoría empresarios, organizada por la universidad Austral del Opus Dei, presentó la posición común del gran capital internacional: «creo que la posible salida de Uruguay, de socio pleno a asociado, si ocurre, y el ingreso de Venezuela cambiarían la imagen de economía de mercado y de democrático que tiene el bloque. Es decir, el Mercosur va a ser menos democrático y va a tener menos economía de mercado con esos cambios». La Nación afirmaba en ese brulote del 19 de mayo que “la posibilidad del ingreso de Venezuela como miembro pleno del Mercosur llevará años, pero está en proceso de concretarse”. No se trata de un error de apreciación: es una batalla perdida.
Vaivenes de la integración
Las batallas se ganan con un plan de acción. Con una apreciación objetiva de las fuerzas en juego. Y con coraje.
Los propios funcionarios de las cancillerías argentina y brasileña, atónitos ante lo que había ocurrido ante sus ojos con la incorporación plena de Venezuela al Mercosur en dos tensas jornadas, lo admitían con una sonrisa nerviosa: la Revolución Bolivariana tuvo esos atributos y supo qué hacer en ese recinto de negociación habitualmente burocrática. El ministro para la Integración y el Comercio Exterior de Venezuela, Gustavo Márquez, había llegado a Buenos Aires con instrucciones precisas y perentorias. Y cuando las trabas parecían insuperables, el propio Chávez intervino en la discusión mediante prolongadas charlas telefónicas.
Es que allí plasmaba una confrontación que venía desarrollándose en todo el hemisferio. Y el costado mediático de esa prueba de fuerzas, gracias al concurso de la prensa comercial, parecía haberlo ganado ya la dinámica de disgregación regional alentada por Estados Unidos. Con eje en el artificial conflicto entre Argentina y Uruguay, más las noticias de una fuga del gobierno del Frente Amplio hacia la firma de un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos -equivalente a su salida del Mercosur- configuraban un cuadro que no pocos interpretaron como éxito de la abarcadora contraofensiva lanzada por Washington después de su estrepitosa derrota en Mar del Plata, cuando George Bush vio impotente cómo se hundía el Alca.
Ocurrió lo contrario, sin embargo. El cónclave de ministros en Buenos Aires no sólo ratificó y amplió el Mercosur, sino que abrió la posibilidad de que en la próxima cumbre, el 21 de julio en Córdoba, Argentina, se replantee la estrategia general de este ente regional e incluso se sume un miembro más: Bolivia. Es esta misma dinámica la que asegura un esfuerzo adicional –que como se verá utiliza más de un recurso– del Departamento de Estado para intentar torcer otra vez la dinámica de los acontecimientos: en la primera quincena de junio las presiones se redoblarán sobre el gobierno de Tabaré Vázquez para que Uruguay firme un TLC y pase, como indicaba Lavagna cuando advertía sobre el peligro de que Venezuela ingresara al Mercosur, de miembro pleno a miembro asociado. No hay espacio aquí para someter a la prueba de los hechos la argumentación del ex ministro, ahora pre-candidato a presidente. Pero se puede entender mejor la dinámica general si se tiene en cuenta lo que está ocurriendo en el mismo momento en que se redactan estas líneas: Chávez arriba a Ecuador, invitado por el presidente Alfredo Palacio, quien luego de un fallido intento por firmar un TLC, tras una oleada de movilizaciones de masas, un conflicto con una empresa petrolera y el consecuente bofetazo del gobierno estadounidense que elevó sus exigencias para firmar el acuerdo, acudió a pedir ayuda a Venezuela para refinar petróleo por fuera del perverso mecanismo que le hacía exportar crudo para importar combustible. La empresa petrolera venezolana (Pdvsa) hará de ahora en más las cosas de manera diferente: refinará el petróleo ecuatoriano y lo devolverá a origen, cobrando sólo el costo del proceso.
Otra batalla
Al mediodía del 26 de mayo el avión de la Presidencia de Venezuela aterrizaba en el aeropuerto de Chimoré, en El Chapare, corazón del trópico cochabambino en Bolivia. El dato no tendría relevancia si no fuese por un detalle: la pista de aterrizaje fue construida por Estados Unidos para operar desde allí sus fuerzas represivas disfrazadas tras la lucha por la erradicación de la coca.
Antes habían llegado allí el presidente Evo Morales, el vicepresidente Alvaro García Linera y varios ministros. El alcalde de Chimoré y otros funcionarios tuvieron dificultad para ingresar a la pista de aterrizaje, rodeada por una multitud ansiosa por saludar a los dos mandatarios. Difícil describir en poco espacio el fervor, el universo de esperanzas pintado en las miradas de esa multitud que luego se prolongaría a la vera del camino en los doce kilómetros hasta Shinahota, donde se haría el acto público.
Allí, ante decenas de miles de campesinos, obreros, jóvenes y niños con sus guardapolvos escolares, hablaron Chávez y Evo. Lo menos importante fue el anuncio de los acuerdos de integración que se firmarían horas después en el Palacio Quemado, en La Paz (ver recuadro), o incluso la entrega simbólica de una de las 520 computadoras con conexión a internet que donó el gobierno venezolano a 52 escuelas de la zona. Lo que ocurrió en Shinahota podría dejar sin aliento a un académico de las ciencias políticas: en sendos y prolongados discursos, bajo un sol ardiente y con la multitud concentrada en los conceptos y los programas de acción que se les presentaba, Chávez y Evo describieron la situación mundial, explicaron en detalle el cuadro político suramericano, las bases conceptuales y programáticas del Alba, la convergencia estratégica de Cuba, Venezuela y Bolivia, el significado de la Asamblea Constituyente y la inminente amenaza golpista de Estados Unidos contra el gobierno del Movimiento al Socialismo.
Chávez fue explícito: la embajada estadounidense está susurrando en los oídos de militares bolivianos. Acudió al acto con altos jefes militares venezolanos, como los generales Raúl Baduel, titular del Ejército, y Julio Quintero Viloria, comandante de las Fuerzas de Reserva, proyecto de pueblo en armas. Chávez sostuvo que si ocurriera un golpe como en Venezuela en 2002, todo el pueblo boliviano debería salir a defender la institucionalidad. Y explicó con todo detalle por qué la Asamblea Constituyente debía ser plenipotenciaria y por qué era imprescindible una gran movilización nacional para que la fuerza encolumnada con Evo Morales ganara por abrumadora mayoría en las elecciones constituyentes del 2 de julio próximo.
Apenas horas, después, en el bello salón de actos del Palacio Quemado y ante otra audiencia, el presidente venezolano fue todavía más explícito: hay una conspiración contra el gobierno. Si ocurriera un golpe, sangre venezolana correría otra vez, como hace doscientos años, en Bolivia. Evo fue más allá y explicó, desde la sede del gobierno nacional, que al bloque constituido por Cuba y Venezuela, ahora se sumaba Bolivia. Con el tono llano, firme y profundo de un líder indígena que asume la realidad del mundo contemporáneo y se mueve en ella con la seguridad de quien sabe adónde va, Evo Morales desplegó el plan de acción de su gobierno, explicó la significación estratégica de los 13 acuerdos que firmaban ambos mandatarios, hizo público que informes de inteligencia aseguraban la existencia de una conspiración golpista y adelantó la necesidad de tomar el poder mediante la Asamblea Constituyente. Antes, el vicepresidente cubano había resumido los fundamentos incuestionables de la crisis capitalista en el mundo y la región.
No son los discursos habituales en otras capitales de la región. El posibilismo, probadamente imposible, ha dado paso a un nuevo liderazgo y un nuevo programa. Y por supuesto enfrente está el gendarme desplegando sus prácticas intervencionistas, antidemocráticas, apoyadas ya primordialmente en proyecciones belicistas.
Para sorpresa de muchos, al día siguiente se supo que Chávez prolongaba su estada en Bolivia y el domingo 28 realizaría su habitual programa Aló Presidente desde Tiwanaku, la ciudad sagrada de la más remota civilización aborigen en América. Sólo en los altos círculos del gobierno se sabía por entonces que desde la embajada estadounidense y con respaldo de sectores oligárquicos bolivianos, se preparaba para ese fin de semana una sublevación policial en La Paz, apuntada a prologarse con una rebelión en Santa Cruz. A la par de las denuncias públicas de Evo y Chávez, llegó a las manos apropiadas un listado con los nombres, cargos y ubicación de altos mandos policiales y militares involucrados en la intentona. La prueba de que estaban al descubierto disuadió a los conspiradores. Al menos en la fecha prevista, sábado 27 y domingo 28, no osaron dar el zarpazo.
Para rematar, durante el Aló Presidente el comandante general del Ejército Boliviano, general Freddy Bersatti, tomó la palabra e hizo un anuncio explosivo: el 6 de junio de 2005, cuando estaba a punto de caer, el ex presidente Carlos Mesa formuló dos propuestas alternativas: entregar el gobierno a una junta militar, o disolver el Congreso y mantenerse en su cargo con respaldo de las fuerzas armadas. Bersatti aseguró que desde su puesto de jefe del Colegio Militar enfrentó al alto mando, que apoyaba la posición de Mesa (a su vez indicada por la embajada estadounidense). Y completó su intervención asegurando que su posición institucionalista y democrática seguiría siendo invariable.
Luego y sin respiro, incorporado Evo al programa transmitido en Venezuela y Bolivia por los respectivos canales oficiales y repetido a todo el mundo por Telesur, llegó otro anuncio. Chávez leyó fragmentos del discurso de Simón Bolívar con el cual presentó su proyecto de Carta Magna a los constituyentes bolivianos en 1825. Allí Bolívar propuso una Confederación Andina, que uniera a Colombia (por entonces conformada por Panamá, Venezuela, Colombia y Ecuador), Perú y Bolivia. Como de rayo, Morales dijo que ése era el programa para hoy, que la nueva Constitución boliviana debía afirmarlo explícitamente y que mientras los pueblos se daban los gobiernos que asumieran tales objetivos, Venezuela y Bolivia podían echar los cimientos de Confederación Andina que, además, revitalizara sobre bases sólidas los propósitos expuestos por la Comunidad Suramericana de Naciones. “No es otra cosa que realizar el Tawantisuyo en nuestro tiempo”, concluyó Evo, aludiendo a un antecedente ineludible: el movimiento que hacia 1438 se expandió desde el corazón de la Cordillera de los Andes y con centro en el Cuzco, plasmó un proceso de expansión cultural, económico y militar que abarcaría lo que hoy se conoce como Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina.
Sin contener la emoción, un veterano luchador presente en ese acontecimiento singular confesó a América XXI: “no sólo hemos abortado el golpe; aquí está la columna fundante del futuro latinoamericano. Estamos tocando la Historia pasada y podemos sentirnos parte de la Historia futura”.
A pocos metros la Puerta del Sol registraba con milenario rigor científico la caída de un día memorable.
Enviado especial a Bolivia