Por vías diferentes a las utilizadas en abril de 2002, con otros actores y en escala mayor, la oposición teledirigida desde Washington apronta un nuevo intento por derrocar al presidente Hugo Chávez.
Están descartadas la movilización de masas y el putch militar. El fracaso de Manuel Rosales con la marcha a favor de Rctv, el 21 de abril, ratifica lo obvio: la oposición no tiene ya capacidad para convocar a las calles siquiera al 10% de quienes adversan a Chávez. Tampoco cuenta con cuadros militares en condiciones de ensayar una rebelión.
Imposible prever con exactitud el camino que adoptarán entonces quienes, acicateados por la Casa Blanca y con intervención directa de la CIA, avanzan en sus planes golpistas. Pero algo es seguro: el imperialismo, sus vástagos en Venezuela y los socios en todo el hemisferio están prontos para actuar según un plan cuyos detalles sólo conoce un equipo exclusivo del Departamento de Estado.
Días atrás el ex vicepresidente José Vicente Rangel adelantó que un centro operativo para una operación contrarrevolucionaria estratégica se ha montado en Santiago de Chile. Desde El Mercurio, el diario que obró como buque enseña de la dictadura pinochetista, se programa una campaña de prensa en la que participarán diarios homólogos de Río de Janeiro, Buenos Aires, Bogotá y Lima. Empresarios preparan una huelga de la prensa venezolana, tomando como excusa el caso Rctv. La cadena hemisférica de medios del capital amplificará ese movimiento. El eje será acusar a Chávez como dictador, que al no renovar la concesión a Rctv comienza a “acallar la prensa libre”.
Tras la cortina de humo
Ese ruido mediático, avivado por la gira internacional del titular de Rctv, Marcel Granier, es la parte visible y mínima del plan. Ostensiblemente teledirigido por la CIA, Granier en realidad repite a escala mayor su conducta de 2002, cuando precisamente Rctv actuó como centro difusor y organizador del golpe de Estado. Sólo que, esta vez, ya imposibilitado de engañar y arrastrar al ciudadano opositor de su país, cambia de escenario. En el terreno, a cambio del terrorismo mediático de 2002, queda a cargo el terrorismo a secas.
Como desde hace cinco años, el centro del plan consiste en asesinar a Chávez. Ante las dificultades que plantea el objetivo están en marcha otras acciones, con capacidad desestabilizadora suficiente, apuntadas a provocar la reacción popular, obligar la réplica del gobierno y justificar la entrada en acción de grupos armados. No se puede descartar que la CIA recurra a acciones terroristas de envergadura. Para eso tiene sembrados grupos de paramilitares colombianos en diferentes puntos del país.
Una sucesión de explosiones de escasa magnitud, culminada con el atentado a la embajada de Bolivia el jueves 26 y la detención de uno de los implicados apenas horas después no debería dar lugar a la confusión. El grupo que se atribuyó las acciones es una fantochada y con certeza será rápidamente desmantelado. El verdadero mecanismo terrorista asecha desde las sombras.
Este plan sólo puede neutralizarlo la constante y creciente movilización popular, a la que convocó Chávez enfáticamente en su discurso del 13 de abril ante una muchedumbre de cientos de miles de personas. Pero la batalla no está planteada sólo en Venezuela.
Más ansiosos incluso que los estrategas imperialistas, sus socios menores al Sur del Río Bravo han tomado una decisión: hay que acabar con la Revolución Bolivariana.
Ya han tomado la decisión
Se esforzarán, como es obvio, por minimizar los costos. Pero no cejarán. La causa es transparente: la revolución ingresa en Venezuela en una fase anticapitalista y la onda expansiva de un país de tal envergadura cambiando las relaciones de producción golpeará con la fuerza de un Tsunami en toda la región. Nada podrá mantenerse tal como es hoy en ninguno de los países de América Latina y el Caribe. De allí el nerviosismo, la vacilación, los pasos zigzagueantes de algunos gobiernos progresistas de la región: comprenden o al menos intuyen que les resultará imposible sostenerse en posiciones de centro. A término, la polarización es ineludible y la opción socialismo o barbarie pasa a ser una opción política concreta.
Por eso es doblemente significativo el resultado de la cumbre en Margarita: pese al temor –o la franca oposición– que plantea la dinámica de la Revolución Socialista Bolivariana, hubo unanimidad para convergir en el parto de la Unión de Naciones Suramericanas. La explicación es menos compleja de lo que se pretende: entre la pared del imperialismo y la espada de Bolívar que, sin retórica, empuñan cada día con mayor decisión más y más pueblos de América Latina, los gobiernos de emergencia que en la región no representan estructuralmente a sus burguesías, aunque acatan sus órdenes en todo aquello que hace a las formas de aumentar la plusvalía y acentuar negativamente su distribución, saben que su propia subsistencia finca en el consenso de mayorías y depende de que no se aparten y opongan al curso revolucionario en Venezuela. Para aquellos presidentes que sí son prolongaciones orgánicas de las clases dominantes, es igualmente imposible oponerse a la convergencia objetiva de los demás: el aislamiento completaría su situación de ahogo estratégico. Sólo el peruano Alan García cambió la cita de Margarita por un besamanos en la Casa Blanca, donde imploró por el TLC. No obstante, envió una carta a Chávez, casi tan melosa como sus declaraciones en Washington. El hecho es que el imperialismo y sus socios han tomado la decisión de salir sin demora al cruce de la oleada revolucionaria en Suramérica, con epicentro en Venezuela. Y no tienen ya otro recurso que la violencia.
Compromiso
Es posible detenerlos; neutralizarlos; impedirles la entrada en acción. En Venezuela todo está desplegado, táctica y estratégicamente, con ese objetivo. Falta hacer lo propio del Orinoco al Sur. A falta de verdaderas fuerzas políticas con respaldo de masas que asuman la tarea, es preciso que la tomen en sus manos quienes pueden llevar la verdad a la opinión pública: periodistas, intelectuales, artistas. Urge denunciar la conspiración. No se trata sólo de la Revolución Socialista Bolivariana. Ahora está a la vista que el capitalismo en crisis es incompatible con la democracia. El disparo apuntado a Chávez, si diera en el blanco, heriría de muerte a los regímenes constitucionales del hemisferio.