No se equivocó Hugo Chávez cuando saludó la reunión de presidentes del Mercosur como “segundo Cordobazo”, y resumió el símbolo de aquella insurrección obrero-estudiantil en la figura del dirigente sindical Agustín Tosco. Así como el 29 de mayo de 1969 puso un hito inconmovible en la historia argentina, el 21 de julio de 2006 será punto de referencia para el inicio de una nueva etapa en la historia suramericana.
Tras la inclusión de Venezuela al Mercosur, y aun asumiendo la multiplicidad de conflictos entre sus componentes, todo indica para el futuro cercano la incorporación de nuevos países y el fortalecimiento de este bloque como centro de gravitación regional. En suma: una nueva derrota estratégica del imperialismo estadounidense.
Pero la analogía de la cumbre presidencial con aquella sublevación social ilumina la reunión del Mercosur desde otro ángulo. El contradictorio devenir del mundo y la región durante los 37 años que separan ambos acontecimientos, queda a la vista en la naturaleza social y política de ambos Cordobazos: si aquél fue una insurrección con eje en la juventud y el proletariado, a partir de la cual se desataría la crisis más profunda en la historia argentina, éste se produce por una convergencia de gobiernos diferentes, compelidos por la necesidad común de resistir la voracidad descontrolada del imperialismo en crisis.
Basta enunciarlo para situarse frente a la paradoja del desarrollo histórico: si en 1969 los métodos y el contenido social del Cordobazo lo mostraron como ensayo general revolucionario, muy próximo a los antecedentes más avanzados en la historia de la lucha social, en 2006 los protagonistas son predominantemente representantes directos o indirectos del capital, ubicados en una posición de resistencia frente al imperialismo e intentando sumar tras de sí a las restantes fuerzas sociales.
Plasma de esta manera a la vez el retroceso de las fuerzas revolucionarias, el cambio de relaciones de fuerza entre las clases y el agravamiento de la crisis. El desplazamiento de franjas de la burguesía hacia posiciones de resistencia limitada, el eclipse político de las juventudes revolucionarias y las clases obreras, dan lugar a una confrontación con el imperialismo sobre bases programáticas en las que prevalecen nociones desarrollista-keynesianas y una voluntad política mayoritaria resuelta a potenciar el papel del Estado, pero sin poner en tela de juicio los fundamentos socio-económicos del capitalismo.
Por un cúmulo de razones que no es el caso analizar aquí, el ciclo iniciado por el Cordobazo culminó con un severo retroceso de las masas en todos los terrenos. La paradoja estriba en que el ciclo inaugurado el pasado 21 de julio, pese a iniciarse sobre la plataforma descripta, cuenta con suficientes factores objetivos y subjetivos para abonar una acelerada marcha en el sentido inverso.
Ése es el significado del lugar excluyente ocupado por las figuras de Fidel Castro y Hugo Chávez en la cumbre del Mercosur, contradiciendo el contenido social, programático y estratégico predominante en el bloque. La inclusión de los presidentes de Cuba, Venezuela y Bolivia, cambia el signo estratégico del conjunto. Del mismo modo, el origen histórico-político de los gobiernos de Brasil y Uruguay suma su impronta específica que, oscilando en el centro, no resuelve las perentorias exigencias de la Casa Blanca. Por eso la cumbre del Mercosur realizada en Córdoba es una victoria neta frente al imperialismo y, a la vez, la inauguración de una pugna estratégica cuyo desenlace marcará, al fin y al cabo, la significación histórica de este acontecimiento: explícita e implícitamente en esa jornada quedó planteada una confrontación ideológica, cuyo desarrollo y perspectivas es hoy una incógnita a resolver.
Fidel y Chávez en dos escenarios
Todo y todos se eclipsaron ante la intervención de Fidel Castro en el recinto de la cumbre presidencial. Es pueril atribuir ese efecto al brillo del personaje. Fue la potencia de las ideas, del diagnóstico y las propuestas, lo que abrumó e impulsó a eludir el debate. En otras palabras: fue la irrupción de la Revolución Socialista Cubana en un ámbito en el que se buscan respuestas desde otras perspectivas. La supremacía del discurso refleja la incontrastable superioridad de Cuba en comparación con lo ocurrido en el resto del continente. Fidel retomó las ideas centrales de la intervención de Chávez y desplegó los términos de una alternativa real ante la crisis mundial y regional, descripta con precisión y profusión de datos.
Horas después, Fidel y Chávez hablaron ante padres e hijos del Cordobazo original. El presidente venezolano convocó al estudio y la conciencia de una realidad mundial que resumió en su ya habitual consigna: “socialismo o barbarie”. El gesto de calificarse a sí mismo como simple “presentador” de Fidel, no debería ser reducido a humildad de un hombre generoso: Venezuela es la vanguardia política incuestionable del continente, con creciente proyección a escala mundial; pero esa vanguardia política tiene a su vez una vanguardia ideológica, encarnada en el principal dirigente de la Revolución Cubana.
Como quiera que sea, el hecho es que ambos hablaron para las masas y a ellas se refirieron como matriz del futuro. Aquello que no estaba, o estaba insuficiente y desviadamente representado en la cumbre, lo buscaron a cielo abierto en una noche helada del invierno cordobés.
Tal vez no lo pensaron y formularon de esta manera, pero ambos dirigentes de la revolución contemporánea estaban buscando la naturaleza social y el contenido político del Cordobazo, para convocar a irrumpir en el escenario dominante en la cumbre presidencial. Toda la fuerza y todos los flancos débiles del momento histórico quedaron plasmados en ese acto, en el campo deportivo de la Universidad de Córdoba. No es responsabilidad de nadie en particular que protagonistas y vástagos legítimos de aquella insurrección no estuvieran allí, o fueran relegados, o estuvieran con ropajes que los hacen irreconocibles. Se trata de la expresión anecdótica de una carencia estructural: a diferencia de 1969, los trabajadores no asumen aún una posición política propia y explícita; las fuerzas revolucionarias no están todavía a la altura del desafío. El hecho es que si se consideran las muchedumbres volcadas a las calles para saludar el paso de las caravanas de ambos presidentes, mientras atravesaban de punta a punta la capital cordobesa en el trayecto del Hotel a la Ciudad Universitaria, puede concluirse que la fuerza social y el contenido político del Cordobazo advirtió el 21 de julio que está allí.
La carta de Kirchner
Es en este contexto que, sin aviso previo y a última hora, el gobierno argentino envió una carta a Fidel Castro, reclamando por los derechos humanos supuestamente restringidos de Hilda Molina, una médica cubana. A propósito de este hecho, convertido por la prensa venal en tema principal de un encuentro que partirá en dos la historia de Suramérica, el autor de esta columna se dirige al presidente de su país, Néstor Kirchner, para sostener dos afirmaciones que reclaman réplica: en Argentina no se respetan los derechos humanos; en Cuba sí.
Uno de cada tres habitantes de Argentina (la mayoría de ellos niños), está arrojado al abismo de la miseria y la exclusión. La mitad de los trabajadores está empleada ilegalmente y gana menos del salario mínimo, que a su vez es la tercera parte de lo necesario para cubrir la canasta familiar. Medio millón de niños de entre 5 y 13 años trabaja en jornadas de hasta 12 horas, de manera ilegal y sin protección de ningún género. Como esta revista demuestra desde su primera edición, el analfabetismo total y funcional llega a proporciones jamás conocidas en el país desde fines del siglo XIX; y aumenta vertiginosamente. Pese a lo que alguien pueda creer, no son sólo ni principalmente comunidades indígenas de remotas zonas fronterizas quienes carecen de agua, escuelas y hospitales: eso ocurre a millones de argentinos y argentinas, de todo origen étnico, hacinados alrededor de la Capital Federal. No cabe citar estadísticas: basta caminar por las calles de Buenos Aires. La Redacción de esta revista está a dos cuadras del Congreso de la Nación, es decir, en el corazón político del país. En un radio de un kilómetro, es posible hallar a cualquier hora del día a miles de seres humanos –y siempre la mayoría niños– sin techo, sin trabajo, sin otro recurso que la mendicidad y la degradación. Cuando cae el día, un ejército de hombres, mujeres y niños, invade la Capital desde los suburbios para revolver bolsas de basura, comer lo que encuentre y juntar desperdicios para venderlos a una mafia que, por si fuese poco, explota a esa gente desvalida sin que autoridad alguna intervenga para impedirlo. Hay que ver esos rostros de mirada enajenada, con la desesperanza marcada a fuego. Hay que detenerse un instante frente a los camiones donde, sobre los desperdicios, se apiñan estas personas transformadas en mercancía desechable. Una sensación de vértigo se apodera del observador impotente quien, a metros de distancia, pertenece a otro mundo. No hace falta conciencia política para comprender que una fuerza ciega arrastra hacia el abismo. Lo entienda o no, cada ciudadano es víctima de esta degradación colectiva. Porque es indeciblemente grave lo que ocurre a estos miserables del siglo XXI. Pero es peor el efecto en quienes participan de esta tragedia sin percibirla.
Nada parecido puede encontrarse en Cuba. No hay observador honesto que pueda contradecir esta afirmación.
Causas de fondo
No cabe atribuir a Kirchner responsabilidad directa por este cuadro dantesco de marginalidad y miseria en un país ubérrimo. Sería mezquino desconocer las medidas adoptadas por su gobierno y el anterior para paliar el desastre. Pero la realidad sigue allí. Y se agrava sin pausa. Mientras tanto, Argentina acaba de transferir 10 mil millones de dólares al Fondo Monetario Internacional en pago de una deuda probadamente ilegítima e ilegal. Es el sistema capitalista: más cruel aún, si cabe, en su imparable declinación.
El caso Hila Molina se trata de una operación mundial de la CIA; requiere por tanto espacio suficiente y exclusivo para ser desmontada como corresponde. Pero aun si el punto en cuestión pudiera ser interpretado por personas honestas como violación a los derechos humanos en Cuba, no hay comparación imaginable entre la vigencia de estos derechos en la isla y la realidad argentina. Por otro lado, el presidente Kirchner no entregó una misiva pública semejante a George W. Bush en Mar del Plata, durante la cumbre de las Américas el año pasado, para exigir el fin de la tortura y la detención clandestina de prisioneros de guerra en la base estadounidense de Guantánamo. Tampoco hubo acusación pública contra Nicanor Duarte por la represión sufrida por campesinos paraguayos apenas horas antes del encuentro en Córdoba, para no hablar de casos aberrantes en casi todos los países representados en esta reunión presidencial. De modo que la carta de Kirchner a Fidel tiene un significado político profundo.
Argentina ya conoció una corriente que, impedida de negar lo obvio pero buscando diferenciarse (aunque en aquel caso en sentido inverso al intentado por Kirchner), levantó en los años 1980 la consigna “Cuba + Democracia”. Para quien lee estas páginas en el resto del mundo, corresponde informar que el partido que levantó esa consigna se suicidó; y algunos de los dirigentes que intentaron sostenerla se hundieron en la ignominia hasta desaparecer, después de haber representado una esperanza para un sector importante de la sociedad. Las medidas tomadas por el presidente Kirchner en defensa de los derechos humanos violados durante la última dictadura, que tanto reconocimiento político le han valido, no merecen un destino semejante.
Y aquí está el punto: al condenar a Cuba, quien redactó la carta y la entregó al canciller cubano Felipe Pérez Roque, de hecho tendió un lazo bajo los pies de Kirchner. Nada más lucrativo en este momento para la Casa Blanca que desprestigiar y arrastrar al gobierno argentino hacia una posición contraria a la convergencia suramericana. La alusión al desprestigio no es una referencia menor: según una empresa insospechable de simpatías hacia la Revolución Cubana, a la pregunta sobre acuerdo o desacuerdo con la participación de Fidel Castro en la cumbre del Mercosur, la encuesta dio como resultado que 87,5% de la ciudadanía argentina sumó su adhesión a la presencia del presidente cubano. Entiéndase bien: nueve de cada diez argentinos, bombardeados con una constante propaganda contra Fidel, se pusieron de su lado.
En otro plano, pero no menos significativo, la misma estocada hiere a los sectores denominados “izquierda K”, entre quienes cuentan genuinos luchadores: denunciar la maniobra los coloca en situación de ruptura con su gobierno; callar, equivale a asumir el ataque contra Cuba. Una pequeña revancha de conspiradores agazapados ante la abrumadora derrota sufrida por los estrategas del imperialismo.
Nada de esto empalidece el saldo de la cumbre: en Córdoba se impuso la fuerza centrípeta que desde fines del siglo XX exige la creación de un bloque económico-político. Para sortear los múltiples conflictos que apenas dos meses atrás lo pusieron al borde del estallido, el Mercosur necesitaba sumar nuevos componentes y modificar drásticamente sus fundamentos originales. El papel sobresaliente de Fidel y Chávez en este encuentro, la perspectiva cierta de pronta incorporación de Bolivia, y sobre todo el empuje de la Cumbre de los Pueblos coronada por un acto de inequívoco contenido, indican que se emprendió ese camino. El punto de llegada no puede ser sino la fundación de una nueva entidad política continental, una República unificada de Nuestra América. Ese objetivo y las exigencias que implica en materia política, social, económica y militar, plantea los dilemas estratégicos frente a los cuales cada gobierno deberá tomar posición.