Una revolución que cumple 50 años sin retroceder ni cambiar sus objetivos, sin devorar a sus hijos, ya ha vencido ante la Historia.
El símbolo está a la vista: con un inmenso y hasta ahora inigualado poder moral, Fidel Castro lleva ya dos años y medio fuera del ejercicio directo del gobierno, Cuba no ha mostrado el más mínimo signo de debilidad política durante la transición de un liderazgo de medio siglo y la revolución socialista cubana cumple su 50 aniversario precisamente cuando el capitalismo se desploma. Estados Unidos entra en barrena, mientras sus gobernantes son despreciados por el mundo entero, que con mayor o menor claridad y conciencia advierte la magnitud de la crisis, siente que el sistema dominante no ofrece futuro y observa el ejemplo cubano como prueba de que la Revolución es posible.
A la hora del balance de lo ocurrido en 50 años de construcción socialista, no hace falta atiborrarse de cifras y datos para medir la eficiencia de la dirigencia revolucionaria cubana. Basta comparar la evolución de Cuba en estas cinco décadas con la de un país capitalista en América Latina. Argentina es un buen parámetro, porque a la hora de la gran encrucijada histórica, en el último tramo del siglo XX, sus clases dominantes lograron imponer sin cortapisas la fórmula del capital para nuestros países. Excepcionalmente rica y a la vanguardia del desarrollo capitalista regional a fines de los años 1950, Argentina inicia 2009 como un espectro horroroso de lo que fue. Excepcionalmente pobre y atrasada, Cuba recorrió el camino inverso: de la miseria, la corrupción, el atraso y la subordinación al poder extranjero, pasó a ser un país culto, con extraordinarios niveles de desarrollo humano, siempre pobre –el bloqueo estadounidense, la caída de la Unión Soviética y la demora de nuevas revoluciones socialistas se sumaron a la escasez de sus recursos naturales y el mínimo desarrollo capitalista de entonces– pero con garantías sociales colectivas que no se hallarán en ningún otro país del mundo. No hace falta comparar cifras de mortalidad infantil, atención de salud, niveles de escolaridad, para llegar a conclusiones claras. Basta caminar algunas cuadras al anochecer de cualquier día por las calles de Buenos Aires y observar a miles de personas comiendo de la basura, durmiendo en las veredas o revolviendo deshechos, y contrastarlo con una mirada idéntica a La Habana, sin siquiera contar con que tres huracanes en un año han provocado inmensa destrucción y sufrimiento a la población cubana.
Cinco décadas atrás el “Chiquilín de Bachín” (un niño de la calle) al que le cantaron Horacio Ferrer y Astor Piazzolla conmovía a los argentinos. Por entonces había, claro, pobreza y exclusión. Pero hoy la pobreza ha aumentado hasta hacer irreconocible al país, la sociedad parece anestesiada ante el espectáculo obsceno de la niñez abandonada y, como las dirigencias políticas ocupadas exclusivamente en sus candidaturas, mira sin ver la realidad (Ver Hambre en el granero del mundo, pág. 12).
Ésa, la diferencia en la conciencia social creada a lo largo de medio siglo entre ambos países, no es la menor de las ventajas que habrá de apuntarse a favor de Cuba a la hora de hacer el balance.
Sería erróneo cargar el saldo a la cuenta de quienes gobernaron uno y otro país. Desde luego Fidel y la multitud de hombres y mujeres que lo acompañaron tienen una integridad moral y ostentan una condición humana difíciles de igualar. Pero ante todo es verdad que el sistema capitalista trituró a incontables individuos con honestas intenciones y alta capacitación, a la vez que produjo y paulatinamente impuso a lo más inepto e inmoral. Al compás de la decadencia capitalista el fenómeno que explica a George W. Bush como presidente de Estados Unidos se reprodujo en todo el mundo.
Por eso Fidel, Raúl y los cuadros del Partido Comunista, como vanguardia de un pueblo conciente y masivamente organizado, hicieron mucho más que defender su revolución y ser victoriosos en esa empresa aparentemente imposible.
Al resistir la potentísima fuerza retrógrada que a partir de los años 1980 arrastró partidos, académicos, intelectuales, artistas y dirigentes de todo lo imaginable hacia la aceptación pasiva del horizonte puesto al mundo por el capitalismo, Cuba rindió un servicio a la humanidad que sólo con el paso de muchos años podrá ser valorado en toda su magnitud.
Porque ahora, cuando el sistema capitalista alcanza su límite y se arroja a un abismo de miseria y violencia, Cuba es la bandera palpitante del socialismo. Es la vanguardia ideológica mundial. Es la teoría y la práctica de la revolución. Es el punto de partida para la nueva etapa histórica de la humanidad.
Honor y gloria a quienes lo hicieron y lo siguen haciendo posible