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culmina el congreso fundacional del psuv

Para la transición al socialismo, un Partido de transición

PorLBenAXXI

 

Histórico: el último tercio del siglo XX mostró en toda América Latina la agonía de grandes partidos que a la vez expresaron y controlaron a las masas populares. Algunos desaparecieron, otros se transfiguraron. Sólo en Brasil ese curso fue remontado con la aparición del Partido dos Trabalhadores, que llegaría finalmente al gobierno, aunque sin cumplir su programa socialista original. El Psuv es una manifestación diferente de ese fenómeno general. Y en términos políticos, incomparablemente más avanzada. Engendrado a partir de la voluntad del jefe de Estado, expresó sin embargo una necesidad y una voluntad colectiva y recorrió sus instancias fundacionales con singular empeño democrático. Son incontables las asechanzas que lo amenazan desde sus primeros pasos. Y es presumible que en el transcurso de la dura lucha que debe afrontar sufrirá sucesivas y notorias metamorfosis. Pero las definiciones revolucionarias, la voluntad de marchar al socialismo, la participación de masas en debates y resoluciones, inauguran un fenómeno que trasciende fronteras.

 

Venezuela no será la misma después de la fundación del Partido Socialista Unido. Tampoco América Latina. Desde la convocatoria a su fundación, un año atrás, fue motivo de controversia, diatribas y dudas. Sobre todo fue objeto de violentos ataques. Y no es para menos: construir un partido para la revolución socialista, en este momento histórico, va en apariencias contra lo que en inglés se denomina conventional wisdom; noción que alude a un punto entre el sentido común y la opinión general.

Por ignorancia o interés el medioevo contemporáneo –denominado comunmente posmodernismo– extrapoló la experiencia soviética y llegó a conclusiones rotundas: el socialismo es imposible; la revolución es impensable; el partido es un anacronismo inadmisible.

Su lugar lo ocuparon ONGs o, en el mejor de los casos, aparatos estructuralmente antidemocráticos rotulados como “movimientos sociales”. Ingentes cantidades de euros provistos por la socialdemocracia alimentaron “movimientos sociales” y estructuras varias con definiciones horizontalistas, definición que vendría a remachar la identificación de verticalismo y Partido; con pareja generosidad, aunque en dólares, otras estructuras similares fueron creadas o cooptadas por la CIA. Con marbetes de izquierda, infaltables teóricos europeos concurrieron para explicar que de ellos en adelante se trataba de “hacer la revolución sin tomar el poder”. Todo dislate fue adecuado para soslayar la necesidad de la revolución, la inviabilidad del capitalismo, la exigencia de crear instrumentos adecuados para enfrentar al imperialismo y aláteres, para unir, educar, organizar, dirigir, a millones de hombres y mujeres en lucha contra el sistema agonizante. Faltaba algo, no obstante: la oposición al concepto de Partido de los propios Partidos con definiciones de izquierda. Esa omisión quedó resuelta cuando numerosas tendencias revolucionarias se negaron a construir el Psuv.

 

Temor al futuro 

Dado ese cuadro general, en Venezuela la verdadera causa de la negativa a la fundación de un partido que unificase a todas las fuerzas comprometidas con la Revolución Bolivariana, estriba sin embargo en otro punto: la reticencia o el temor a afrontar la transición al socialismo. El proceso en curso había llegado al punto de no retorno: revolución socialista o caricatura de revolución.

Sorprendería el listado de nombres y organizaciones que abierta o solapadamente se oponen, en los hechos, a menudo como inconsciente acto reflejo, a soltar amarras con el sistema capitalista.

Así las cosas, cuando tras obtener apoyo masivo para su reelección con la bandera de la transición al socialismo el presidente Hugo Chávez expuso la necesidad de construir el Partido Socialista Unido de Venezuela, se produjo una múltiple fractura. En primer lugar la que tajó al movimiento de masas de las siglas partidarias que respaldaban al gobierno de Chávez (cinco millones 700 mil personas se inscribieron como aspirantes a militantes del Psuv). En segundo lugar, la que condujo al redil de la oposición proimperialista a segmentos menores del hasta entonces conjunto gobernantes (ejemplos notorios fueron el Partido Podemos, el general Raúl Baduel, más algún oportuno amanuense). En tercer lugar, las hendiduras producidas entre las fuerzas comprometidas con la revolución que, por diferentes razones, se negaron a emprender la tarea ciclópea de organizar el partido de masas por el socialismo. Una de esas razones fue la intuición o comprensión de lo que estaba en juego. Falta registrar un cuarto bloque, para nada homogéneo u organizado pero acaso el más significativo en términos numéricos: individuos por regla general de las capas medias, que dieron un paso al costado ante la inminencia de una decisión trascendental: la destrucción del Estado burgués.

Todo esto se tradujo en desorden, desarticulación, parálisis, confusión, conductas arbitrarias, en apariencia irracionales pero muy consistentes, en última instancia, con el temor al futuro. La sociedad en general vivió ese momento como muestra de confusión, desorganización, parálisis. El Psuv avanzó a saltos. Pero también sufrió los efectos de ese estado de cosas. Y el enemigo entró por esas grietas con lucidez, determinación y un perfecto aparato para la acción política de masas. Así se llegó al inesperado resultado en el referendo por la reforma constitucional: Chávez fue derrotado en las urnas por primera vez.

 

Dialéctica de lo viejo y lo nuevo 

En ese punto reaparecieron con vigor las determinaciones del reciente medioevo y se produjo un efecto paradojal, aunque en modo alguno inhabitual en la historia de la lucha de clases: los mismos que retacearon el apoyo a la creación del instrumento sin el cual ya nada podía avanzar en la Revolución Bolivariana, descubrieron las debilidades, falencias y errores de quien lo había propuesto. Catarsis salvadora para dirigencias partidarias y progresismo en general: ahora era posible oponerse a la creación del Partido, negarse a iniciar en los hechos la superación del capitalismo, con abundante argumentación y cargando las culpas en otro.

En paralelo, ocurrió el reimpulso en la construcción del Psuv. Un millón 200 mil militantes (uno de cada cinco inscriptos) se embarcaron metódicamente en la tarea. Proporción asombrosa si se entiende que se trata de una definición existencial de tal magnitud como lo es el ingreso a la vida política activa. Esa masa comenzó a reunirse regularmente para estudiar y debatir nociones relegadas durante décadas de reacción. Una formidable batalla de ideas. Una escuela de cuadros de proporciones gigantescas. Desde las bases, con mayor o menor rigor democrático pero invariablemente con participación de todos los voluntariamente involucrados, se eligieron Delegados y estos dieron vida al Congreso Fundacional durante ocho fines de semana (el último habrá sido el 8 y 9 de marzo). Para entonces habrá votado la Declaración de Principios, el Programa y los Estatutos. Paralelamente a las sesiones de los congresales, el conjunto de la militancia se reunió en sus organismos de base para discutir los mismos documentos y validar –o no- las enmiendas propuestas por los Delegados. En el último fin de semana los Delegados habrán elegido una Dirección provisional. Un paso posterior dará lugar al voto universal de los militantes plenos para escoger la Dirección definitiva. Antes, se habrá resuelto el mecanismo para la selección y elección de candidatos para las elecciones de Alcaldes y Gobernadores en noviembre próximo.

No faltaron zancadillas, arbitrariedades e impericias. Una representación tan genuina de la sociedad venezolana no puede sino mostrar sus claroscuros. Lo sorprendente es la neta preponderancia, en las instancias abiertas del Congreso, de representantes genuinos de la voluntad de las bases. Es presumible que tendencias o grupos organizados por ideas o intereses –no siempre compatibles con los propósitos de la Revolución Bolivariana- recuperen el espacio perdido ante la obligada necesidad de respetar criterios democráticos. El saldo, sin embargo, es inequívoco: el proyecto general de marchar hacia el Socialismo del siglo XXI, encarnado en la figura de Chávez, cuenta ahora con una balbuciente pero poderosa fuerza organizada como Partido Revolucionario.

 

Sin tregua

La batalla (de ideas, de métodos, de líneas de acción) no termina con la clausura del Congreso Fundacional. Más bien comienza. Con mayor relieve aún que durante las sesiones del Congreso, de ahora en más se notará la ausencia de quienes teniendo la acumulación de experiencia y conocimientos imprescindibles, omitieron su compromiso. Pero las ideas de la revolución, potenciadas por la voluntad política, producirán milagros.

Seguramente el Partido para la transición será a su vez él mismo un Partido de transición. Con todo su valor trascendental, los documentos votados por el Congreso quedarán subordinados a una realidad dominada por relaciones de fuerza inmediatas y por la cultura política que confluye en esta construcción. Llevará años de lucha ideológica, política y organizativa forjar una herramienta adecuada y capaz para construir la nueva sociedad. Esa múltiple batalla se dará simultánea e inseparablemente de la confrontación con el imperialismo y con los enemigos internos de la revolución. No es una predicción de futuro: ocurre ahora mismo, con el desafío imperial de la Exxon Mobil y la furiosa campaña desestabilizadora de la burguesía local.

América toda debería poner los ojos en esta inédita experiencia de masas. Y las manos a la obra.

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