Brasil y Venezuela trabaron el objetivo de Washington: situarse en mejores condiciones para competir con Asia y la Unión Europea.
Palabras e imágenes públicas, habitualmente destinadas a encubrir la realidad en acontecimientos como la III Cumbre de las Américas, fueron esta vez reveladoras de la sustancia. Un signo más de que el terreno bajo los pies de los 34 presidentes congregados en Quebec no es apropiado para movimientos sutiles.
Nada más elocuente que la imagen de todos los mandatarios americanos -menos el de Cuba- leyendo un documento según el cual una «condición esencial» para ser miembros del ALCA es «el respeto estricto al sistema democrático», luego de permanecer 48 horas abroquelados tras un muro de cemento y acero, custodiados por 6000 efectivos policiales y acosados por decenas de miles de estudiantes, trabajadores y campesinos venidos de todo el hemisferio para rechazar la propuesta de Washington. El despliegue represivo para leerle al mundo esta «condición esencial» dejó un saldo de 200 manifestantes heridos, 400 detenidos y un gasto de 100 millones de dólares(1).
Pero los discursos no fueron a la zaga en la revelación de lo que está en juego: al clausurar el encuentro George W. Bush redujo a cero los rebuscados argumentos enhebrados en sintonía con los estrategas del Departamento de Estado, cuando resumió las razones por las cuales su gobierno impulsa el Área de Libre Comercio de las Américas: «Tenemos que tomar una decisión: podemos combinar nuestros mercados de manera tal de poder competir en el largo plazo con Asia y Europa. O podemos ir por separado. Creo que el sentido común indica que debemos combinar los mercados de nuestro hemisferio»(2).
He allí, sin subterfugios, la causa por la cual Washington proyectó hace más de una década y relanzó con urgencia el año pasado una versión siglo XXI de la consigna «América para los (norte)americanos»: poder competir con Asia y Europa.
Días antes, con interpretación discutible pero como nunca de manera explícita, desde el otro lado del Atlántico se admitía también el punto en cuestión: «Estados Unidos asestó un duro golpe a la Unión Europea (en la reunión de ministros del ALCA en Buenos Aires). Durante todo este tiempo el ALCA era una nube negra en el horizonte de la UE en la carrera con EE.UU. por ganar influencia en América Latina. Desde hace una semana, la UE tiene la nube encima y la sorprende sin paraguas».
De hecho, en esto que ahora se califica abiertamente como «La batalla por América Latina»(3), la UE tuvo la delantera estratégica: la cumbre de presidentes de las Américas nació a instancias de Washington con dos años de retraso respecto de la reunión anual de presidentes iberoamericanos (donde no se excluye a Cuba) encabezada por España en representación de la UE; durante la última década multinacionales y bancos europeos han ocupado lugares preciados por Washington y, de hecho, la reunión de ministros de Buenos Aires estuvo lejos de significar un triunfo para la Casa Blanca, como queda ahora reconfirmado por los resultados obtenidos en Quebec.
Allí tomó forma explícita la fuerza representada de un lado por la multifacética oposición en las calles (30 mil personas según la policía canadiense, 70 mil según los manifestantes) y de otro por Brasil y Venezuela. El presidente Hugo Chávez no escatimó gestos para tomar distancia de la propuesta de Bush. Ya en su país declaró ante la Asamblea Nacional (repitiendo textualmente un concepto de la cancillería brasileña) que «el ALCA no es un destino sino una opción», que como tal será llevada a consulta popular en Venezuela. El presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso -«segundo gran protagonista de este encuentro tras Bush»(4)- fue menos enfático pero no menos claro: condenó la exclusión de Cuba, hizo explícita su simpatía por los manifestantes, repitió aquello de que el ALCA «es una opción» y sostuvo que no hay prisa para iniciarlo, y que no se concretará si EE.UU. no levanta sus barreras proteccionistas.
Si el ALCA es un proyecto estratégico para Washington, el intento de acelerar su concreción estriba en una urgencia coyuntural: es entendido como «esencial para revivir el crecimiento estadounidense»(5). Los acontecimientos muestran a Estados Unidos frenado en la coyuntura, trabado en su estrategia, desafiado por nuevos actores que avanzan hacia el proscenio en el teatro hemisférico. La obra toma un sesgo diferente al previsto. Se percibe confusión, mezcla y turbulencias entre los protagonistas, dentro y fuera del reducto amurallado que sirvió de escenario a la III Cumbre de las Américas. Nadie parece tener argumento claro ni guión preciso, excepto quien ostenta el cargo de director, pero no logra ejercerlo. No obstante, la obra comienza a hacerse inteligible.
- Javier Valenzuela, «Las sombras del mercado americano», El País, Madrid 24-4-01.
- «Una antorcha que necesita ser avivada», La Nación, Buenos Aires 23-4-01.
- Fernando Gualdoni, «La batalla por América Latina», El País, Madrid, 15-4-01.
- Javier Valenzuela, «Las protestas empañan la cumbre americana», El País, Madrid 22-4-01.
- Alan Tonelson, «The Americas: Free trade can be a disappointing panacea», International Herald Tribune, París,19-4-01.