En Argentina se ensaya nuevamente el método de la desaparición de personas. Jorge Julio López, un obrero de la construcción, fue secuestrado el 18 de septiembre y hasta la fecha no se tienen noticias de él. López había sido secuestrado 30 años atrás por la dictadura militar de entonces. Su rastro se perdió el día en que daría el testimonio final para la condena a un esbirro que lo torturó y mantuvo detenido-desaparecido en aquella oportunidad. América XXI explicó el caso en su edición anterior. El comisario Miguel Etchecolatz fue condenado por genocidio. Pero López está otra vez secuestrado. Acaso asesinado.
La sociedad argentina no ha salido a exigir la aparición con vida de este hombre humilde y valiente. En un país donde son escasas las familias que desconocen el inmenso dolor de tener un miembro o allegado desaparecido, no ha habido una respuesta a la medida de la agresión. Hay omisiones menos admisibles aún que la de las mayorías desentendidas del rumbo nacional. El gobierno reaccionó con dura condena y compromiso de justicia desde el primer momento. Pero tres meses después no hay una pista, ni detenidos, ni exonerados en los órganos de inteligencia y seguridad, a los que se supone involucrados en el secuestro. Sólo una minoría sin impacto social o político persevera en el reclamo.
Todos somos López
Hay mucho más que un crimen individual en la desaparición de López. Desde la óptica de la política interna, se trata de una cruda advertencia al gobierno de Néstor Kirchner, que asumió la insoslayable exigencia de avanzar por el camino de la justicia contra los asesinos del pasado reciente. A la vez, el golpe impacta en la tímida vanguardia social que, aun morosa y vacilante, intenta dar un paso al frente aunque todavía está dominada por la confusión y sigue víctima de un miedo adentrado muy hondo en el cuerpo colectivo.
Sin embargo no es un caso estrictamente argentino. Antes bien, López es una víctima local de una estrategia regional, impulsada desde Washington para recuperar una iniciativa política que escapó de sus manos hace tiempo. Debieran entenderlo así los gobiernos del área, a cuya estabilidad apunta esta agresión. Claro que las características del episodio y la víctima son locales e involucran a asesinos que se ven acosados por el fantasma de una condena, tardía pero no menos temida. Pero ésa es la forma que adopta una línea de acción con formas de materialización muy diferentes y un mismo objetivo.
La conspiración para dividir a Bolivia y desestabilizar al gobierno de Evo Morales, por caso, o la cuña introducida entre Argentina y Uruguay para dinamitar el Mercosur, entre tantas otras vesanías cometidas en Suramérica, son expresiones diferentes de un mismo objetivo: revertir la dinámica de convergencia de gobiernos diferentes aunados por la necesidad de resistir la voracidad imperial. Aquel objetivo determina hoy cada paso de la diplomacia guerrerista de Estados Unidos al Sur del Río Bravo.
Bolivia bajo fuego
Es difícil aceptar que una táctica tan descarada y burda no sea interpretada por los gobiernos atacados ni ¡ay! por dirigentes y fuerzas políticas que se consideran de vanguardia. Dicho de otro modo: el intento de articular una contraofensiva imperialista pasa desapercibido para las víctimas potenciales. ¿Acaso no ven los gobiernos suramericanos que en Bolivia se está preparando la instalación de una cabecera de playa para que Estados Unidos pueda lanzar desde allí el contraataque estratégico que requiere su condición de fiera malherida? ¿Es posible que los presidentes del Mercosur, que en estos días volverán a reunirse en Brasilia, ignoren el dramático esfuerzo en el que está empeñado Evo Morales y continúen discutiendo sobre electrodomésticos y zapatos, o acerca de las bondades de las inversiones multinacionales para salir del abismo al que nos han arrastrado?
Son los sectores más concentrados del capital local, asociados con centros imperiales, quienes encarnan en cada país el intento de contraataque. No es sencillo enfrentarlos y vencerlos. Pero no existe otra alternativa. Allí está el ejemplo de Venezuela, para mostrar que ese único camino, es viable y más aún, es el camino de la victoria si se lo emprende con lucidez y coraje.
Estos valores no abundan. Pero si no es la visión estratégica y la determinación política, que sea siquiera el sentido de la supervivencia. Porque eso es lo que está jugándose en el secuestro de López, en el intento secesionista de las oligarquías del oriente boliviano, en la injustificable confrontación fratricida entre Argentina y Uruguay, en la mirada cegarrita de quienes ven en el Mercosur una oportunidad de superganancias…
Los gobiernos vacilantes sumados a la línea de convergencia suramericana están entre dos fuegos: el del imperialismo y el de sus propios pueblos. Estos anhelan definiciones netas y acciones en consecuencia. Aquél no perdona, incluso en el caso de sumisión total: “Roma no paga a traidores”.