Estados Unidos pudo medir la magnitud de las fuerzas que se oponen a su intención de imponer de inmediato un área de libre comercio continental. Tras la línea marcada por Brasil en alianza con Venezuela, el Mercosur se definió contra la voluntad de Washington, mientras un multitudinario movimiento opositor comenzó a tomar cuerpo en la sociedad.
Estados Unidos perdió una batalla, aunque por supuesto la guerra será larga. Su intento de adelantar la concreción del &Area de Libre Comercio de las Américas fue enfrentado y neutralizado en la reunión de ministros de Comercio y Economía de toda América el sábado 6 de abril pasado en Buenos Aires. El revés adquiere mayor significación si se toma en cuenta la desembozada presión ejercida por Washington para que el año próximo se ajustaran los términos de funcionamiento del ALCA, a fin de ponerlo a plena marcha desde el primer día de 2003. En Buenos Aires debía aprobarse un documento con tales definiciones, de modo que en la reunión de Presidentes americanos (Cuba excluida, por imposición de Estados Unidos) el próximo viernes 20, en Quebec, Jorge W. Bush pudiera hacerse acreedor de una victoria. No pudo ser. Y parece improbable que en el lapso restante hasta el encuentro en Canadá los términos aprobados en Buenos Aires puedan ser variados: la puesta en marcha del área de libre comercio quedó fijada para «el último día de 2005 «, es decir, el 2006, tres años después de lo exigido por Washington.
No cabe minimizar la significación de la dinámica instaurada por este acuerdo: si no se produce un muy drástico cambio en las relaciones de fuerza a escala continental, en aquella fecha se pondrá en marcha bajo la égida de Estados Unidos un mercado único de 800 millones de personas, con un producto bruto conjunto de 11,5 billones de dólares, equivalente al 40% del producto bruto mundial.
Sería igualmente aventurado suponer que tal vuelco en las relaciones de fuerza se produzca en tan breve plazo. No obstante, basta registrar el hecho de que mientras los ministros debatían borradores de un documento que finalmente no saldría como expresión de consenso, el presidente Fernando de la Rúa recibía por la mañana al presidente chino Jiang Zemin y por la noche al primer ministro de Francia Lionel Jospin (representantes de dos centros de poder mundial que disputan con Estados Unidos el mercado latinoamericano), para concluir que la partida no se juega sólo entre los gobiernos sudamericanos y la Casa Blanca. En este sentido, es de remarcar la expresión de De la Rúa al referirse a los visitantes, mientras a pocos metros se debatía la anticipación del ALCA: «Es bueno saber que los amigos están de nuestro lado» , dijo el Presidente.
Se multiplican pues los indicios de que el traspié de Washington en Buenos Aires no es un dato circunstancial. En el plano regional los acontecimientos se precipitaron en las últimas semanas: el gobierno brasileño dio un giro para muchos inesperado en su política continental cuando confrontó explícita y públicamente la voluntad de la Casa Blanca en la reunión de Fernando Henrique Cardoso con George Bush el 30 de marzo; cerró un trato con el presidente venezolano Hugo Chávez en Brasilia el 6 de abril, y canceló su visita a Buenos Aires para el 18 de abril, en un evidente gesto negativo hacia las vacilaciones de Buenos Aires. Esto configura un giro estratégico que, en caso de consolidarse, podría replantear la perspectiva del ALCA.
Por lo pronto, Washington acentúa su presión: el principal negociador estadounidense, Robert Zoellick, a la vez que retrocedía de las pretensiones con las que llegó a Buenos Aires, adelantó a De la Rúa y su canciller, Adalberto Rodríguez Giavarini, lo que presumiblemente dirá Bush a su par argentino cuando lo reciba en el Salón Oval el próximo 19: el ALCA es una condición para toda negociación financiera relativa a la crisis argentina y entre las condiciones inamovibles para su concreción, ahora admitida para «el último día de 2005 «, tiene especial relieve la de aunar las legislaciones laborales del continente según el modelo estadounidense: total y absoluta desregulación en las relaciones obrero-patronales. Este punto prefigura la otra faz de la batalla en curso. (No es casual que el gobierno argentino, con futiles excusas y violando elementales derechos democráticos, impidiera el ingreso al país de nutridos contingentes de trabajadores brasileños que venían a sumarse a la manifestación opositora).
Zoellick deslizó además que, ante la evidencia del peso predominante del eje Brasilia-Caracas, que impuso la actuación unitaria del Mercosur en la reunión de Ministros pese a los brulotes lanzados contra Brasil por el ministro de Economía Domingo Cavallo, varios países tomaron contacto bilateral con la delegación estadounidense para proponer un acuerdo directo con el Tratado de Libre Comercio Norteamericano (TLC). Esto podría interpretarse como una nueva línea de ataque del Departamento de Estado, que si bien por un lado presupone la absorción de varios países sudamericanos(1), por otro implica la admisión tácita de que frente al TLC se yergue otro bloque, al que no se considera integrable en los términos exigidos por Washington. Pero un ALCA sin Brasil y Venezuela no puede ser reemplazado por un TLC al que se sumasen Chile, Bolivia, Colombia y Uruguay. Y si Brasil afirma la línea de acción esbozada en los últimos meses; si Venezuela se integra efectivamente al Mercosur… ¿qué hará el gobierno argentino?
Mientras se aceleran los pasos hacia la reunión de Quebec, continúa pendiente el debate respecto de la doble significación de un mercado continental único: el aspecto históricamente positivo que supone la eliminación de barreras entre los pueblos y la precisa intencionalidad de absorción de mercados y maximización de ganancias con que lo proyecta Washington.
Reaparición de la movilización
Ese debate es tanto más necesario a la luz de un fenómeno nuevo que, si bien no explica el saldo de la reunión de Ministros, conforma el cúmulo de fuerzas dispuestas frente a Estados Unidos. Desde Seattle en adelante, (pero con antecedentes tales como las grandes movilizaciones estudiantiles que en Indonesia darían como resultado en 1999 la caída de una dictadura de medio siglo, luego expandidas de manera sistemática a toda la región sudasiática y enfilada paso a paso hacia Occidente), reaparecieron en el panorama político internacional factores supuestamente superados en términos históricos: la movilización de amplias capas de la población y un creciente sentimiento antimperialista en general y antiestadounidense en particular.
Aun en un país como la Argentina de hoy, donde reinan la apatía y el escepticismo, la reunión de Ministros que planteaba como posibilidad una inmediata puesta en marcha del ALCA desató una oleada en la que se involucraron decenas de miles de personas. En ellas se pudo percibir desde un primario interés por saber de qué se trata, hasta el más rotundo rechazo. Numerosos actos, reuniones y debates precedieron a las movilizaciones que el 6 de abril pusieron una nota casi olvidada en las calles de Buenos Aires, con singular predominancia de jóvenes y ciudadanos que marcharon y entonaron cánticos al margen de formaciones partidarias o sindicales. Las tres centrales sindicales argentinas, aunque separadas, organizaron por su parte manifestaciones contra el ALCA.
El eco de ese reclamo de previsible crecimiento (y no menos previsible radicalización), llegó al recinto de los Ministros. Y es de suponer que quienes lideraron la oposición a la embestida de Zoellick lo escucharon como una voz aliada. De modo que, aun en un marco restringido y de escasísima -si no nula- capacidad de articulación política, la irrupción de este nuevo factor en el escenario político suma un punto potencialmente decisivo en la nueva disposición de fuerzas a escala internacional. En pocos días más, en Quebec, los protagonistas de esta singular batalla volverán a encontrarse. El desmesurado aparato represivo y de control montado por el gobierno canadiense(2) traduce al tosco lenguaje del poder la balbuceante conformación de una nueva constelación opositora y una lenta transformación en la relación de fuerzas, en el centro de la cual está como perspectiva la pérdida, al menos en parte, de la iniciativa política por parte de Estados Unidos. El escenario en el que fue desplegándose esta confrontación (Seattle, Praga, Washington, Zurich, Porto Alegre)(3) es por sí mismo una definición de la naturaleza internacional de este nuevo protagonista. El encuentro de jóvenes, obreros y campesinos en tan dispares terrenos, es otro rasgo sobresaliente y anunciador. Las disonancias y los acordes de tono menor que suelen preponderar en ciertos momentos carecen de toda importancia frente a la magnitud y la potencialidad de esta fuerza en gestación, que ha comenzado a ser tomada en cuenta por los dueños del mundo.
- Dossier «¿Alca o Mercosur?, varios autores, Le Monde diplomatique Edición Cono Sur, Buenos Aires, abril de 2001.
- Michel Brodeur y Pierre Henrichon, «Quebec militarizada» , Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, abril 2001.
- Carlos Gabetta, «Porto Alegre, propuestas para cambiar el mundo» , Le Monde diplomatique Edición Cono Sur, febrero 2001. Ver igualmente «Resistencias mundiales» (de Seattle a Porto Alegre), compilación de varios autores, Clacso, Buenos Aires, marzo 2001.