Vencedores y vencidos: murió la 4ª República en Venezuela el 15 de agosto. Y George W. Bush sufrió su tercera derrota en dos años de constante acoso contra el presidente Hugo Chávez. Con el antiguo régimen cayeron aparatos partidarios y gremiales ya vaciados, en la última oportunidad que tuvieron -y malversaron- de representar a una masa social contraria al gobierno, que ya no los reconoce como dirigentes. El fortalecimiento de Chávez abre el camino para la profundización de la Revolución Bolivariana y afirma un cambio en las relaciones de fuerza a escala continental, a favor de los países al sur del Río Bravo y en detrimento del imperialismo con sede en Washington. En cinco semanas las elecciones por gobernadores, alcaldes y algunos diputados, auguran una nueva victoria para Chávez.
A las 5.30 de la madrugada del 16 de agosto culminaba una jornada trascendental para Venezuela: el presidente Hugo Chávez había ratificado con una ventaja de 20 puntos por sobre quienes pretendían sacarlo del gobierno mediante la figura constitucional del referendo revocatorio. La lluvia fría no aplacó el entusiasmo de la multitud exhausta, agolpada frente a un pequeño balcón del Palacio de Miraflores. Miles de hombres y mujeres acudían a celebrar una victoria de la que jamás dudaron, aunque hasta último momento temieron les fuera arrebatada por un nuevo fraude. Había fuego en sus miradas. El agotamiento de 27 horas de esfuerzo se esfumaba al calor de una energía que emanaba de cada uno, cobraba entidad propia y se derramaba sobre todos, produciendo un efecto excepcional: la individualidad se proyecta multiplicada por el ensamblaje espontáneo con otras muchas voluntades, extrae poderes desconocidos para rehacerse y recorrer otra vez el camino hacia todos, con todos.
Esa multitud abigarrada y feliz, hermanada por el objetivo alcanzado, se repetía en las barriadas pobres y en las capitales de todo el país. Durante el largo día anterior había dado una rara prueba de maduración política. Se había mostrado tenaz, valiente, dueña de una sorprendente cultura política. Desde las 3 de la madrugada del día anterior, según la consigna lanzada por el propio Chávez, había salido rumbo a su centro de votación, dispuesta a largas colas hasta llegar al temible aparato donde registraría su primer voto electrónico, que más tarde viajaría por el inescrutable mundo cibernético hasta llegar al Consejo Nacional Electoral (CNE). Luego la inexperiencia en esta manera de votar, la irracional disposición de los centros de votación, la sucesión de medidas para evitar el fraude, la ausencia -por desidia o premeditación- de numerosos operadores de las máquinas de votación y el aluvión sin precedentes de votantes, produjeron una aglomeración traducida en kilómetros de colas y hasta 12 o más horas de espera para emitir el voto.
En esas filas interminables, coloridas y prontas a explotar en algarabía, sonrisas y puños en alto al paso de una cámara de televisión o un grupo de periodistas, ocurrió el fenómeno acaso más significativo de la jornada: acérrimos partidarios del Sí e irreductibles defensores del No convivieron horas interminables en un clima de fraternidad y alegría. Conducta inexplicable ateniéndose sólo a lo que formalmente estaba en juego: cualquier observador al tanto del conflicto social que sacude a Venezuela recuerda qué ocurrió en abril de 2002, cuando la dirigencia opositora logró -aunque por escasas 47 horas- derrocar al presidente Chávez, abolir la Constitución, clausurar el Congreso, acallar el canal de televisión del Estado y encarcelar a cientos de dirigentes mientras el primer mandatario permanecía secuestrado. Sólo un incidente confirmó esta regla general: un joven de 21 años del Frente Francisco de Miranda fue asesinados de un balazo en la espalda en una cola de votación. Pero la conciencia y disciplina de este nuevo y acaso decisivo actor en el escenario político venezolano, redujo el crimen a un acto de provocación y evitó la confrontación que desde la cúpula opositora se estaba promoviendo.
Imposible saber cuántos electores y electoras, después de muchas horas de espera, renunciaron a llegar a la misteriosa máquina de votar. En 2000 la abstención había alcanzado un 43%. Ese elevadísimo nivel cayó esta vez al 27%, en un universo electoral que pasó de 10 a 14 millones de ciudadanos. Son cifras indicativas del giro copernicano en la participación política de la sociedad. Ciertos cálculos suponen que, de no haberse producido el cuello de botella que frenó el flujo de votación, la abstención hubiese estado por debajo del 15%.
Pero la irracionalidad del dispositivo comicial no es inocente: 7 millones y medio de ciudadanos -el 54% del total- vota en el 19% de los centros electorales. Esa aglomeración tiene, claro, líneas muy netas de división social: en los barrios elegantes, con centros electorales de 2 a 3 mil inscriptos, el trámite se completaba en pocos minutos. En el resto del país, a la hora de cierre de las urnas había miles de personas haciendo cola. El CNE extendió el horario hasta la medianoche. Llegada esa hora el panorama apenas si había cambiado y fue necesario extender nuevamente el plazo. El estoicismo de quienes soportaron 12 o más horas de espera avala la afirmación de un observador bien informado: “esos 6 millones por Chávez no son de votantes, sino de militantes: allí está la fuerza de la Revolución Bolivariana”. Cabe agregar que buena parte de los 3 millones 800 mil votos contrarios a Chávez mostró igualmente un inusual fervor cívico, disposición al sacrificio y, fuera de los barrios exclusivos de las clases altas, una actitud mayoritaria no agresiva ni despectiva respecto de lo que, claramente y a simple vista cuando se recorre Venezuela, constituye la mayoría abrumadora del país. Sin embargo, a esa misma hora, la sede del comando opositor estaba desierta: el llamado de los dirigentes que negaban la victoria del No y alegaban fraude, no fue escuchado. Junto con la derrota, se consumaba el divorcio definitivo de la oposición a Chávez y la dirigencia de la llamada Coordinadora Democrática.
Detrás de los números
América XXI fue testigo de horas dramáticas en el Palacio de Miraflores, durante la madrugada del lunes 16. Las cifras estaban claras desde la media tarde. Pero una bien tramada conspiración procuró hasta último momento oscurecer el resultado, alegar fraude y provocar el choque violento impedido antes y durante el referendo por obra de una eficiente labor de inteligencia disuasiva y la remarcable maduración política de la ciudadanía. Desde la media tarde, mientras una empresa encuestadora proveniente de Argentina comenzó a difundir de manera subrepticia a la prensa datos groseramente falsificados de los resultados que daban los sondeos en boca de urnas, la cúpula opositora de proclamó ganadora. Orgánicamente asociado durante largos años a la corriente política representada en Venezuela por Acción Democrática (el partido de Carlos Andrés Pérez, quien desde el exilio desestimó el referendo y llamó a “matar a Chávez como a un perro”), el conspicuo encuestador era apenas un engranaje del mecanismo destinado a desconocer el resultado del referendo, imponerle a Chávez una falsificación que lo mostrara con una diferencia favorable de apenas dos puntos o, en caso contrario, alegar fraude, obtener el respaldo de los observadores de la Organización de Estados Latinoamericanos (OEA) y el Centro Carter, y desatar la inexorable reacción violenta de la masa popular a favor del No que, movilizada en todo el territorio, esta vez no permitiría que se le arrebatara la victoria. Era el cuadro laboriosamente preparada por la Coordinadora Democrática (CD) a través de los medios de comunicación de masas en todo el mundo: Chávez no acepta la derrota, intenta un fraude, detonan choques sociales en todo el país y se hace necesario activar la Carta democrática de la OEA y enviar tropas de paz a Venezuela.
La clave formal de esta escalada residía en la OEA y el Centro Cartier. La CD repitió una y otra vez que sólo reconocería los resultados del referendo si estaban avalados por estas instituciones extranjeras. Lo mismo hizo, oficialmente, el gobierno de Washington. A la una de la madrugada, en el solemne salón de reuniones del gabinete ministerial de Miraflores la algarabía apenas contenida de un puñado de hombres y mujeres exultantes por la victoria mudó de pronto en pesado silencio y gestos de honda preocupación: alguien informó que la CD persistía en su alegación de fraude y el titular de la OEA, César Gaviria, se alineaba con ella. Carter callaba. Mientras tanto, en las barriadas pobres de Caracas decenas de miles aguardaban su turno para votar. Y quienes ya lo habían hecho, se desparramaban por la ciudad. Un general de alta responsabilidad dijo a este corresponsal: “nuestra única garantía es que el pueblo se mantenga en la calle”.
Prueba de fuego
Es en estas circunstancias donde se ponen a prueba las estrategias políticas, la capacidad para medir una coyuntura y el temple para afrontarla. Agentes multiformes de un pasado que se resiste a morir calzan un anillo de hierro en torno a la voluntad popular y chantajean con la rendición o la guerra. Cuando Chávez se retiró del salón, nadie supuso que la opción sería resignar la victoria.
Recién a las 4.30 de la madrugada cedió la tensión, cuando el presidente del CNE, Francisco Carrasquero, apareció en las pantallas de la televisión para anunciar un resultado ya irreversible, contabilizados el 94% de los votos emitidos por vía electrónica: No 58%m Sí 42%. De inmediato las televisoras privadas dieron paso a portavoces de la CD, que negaron el resultado, se proclamaron vencedores y convocaron a una concentración. De Carter y Gaviria no hubo noticias.
Desde fuera del Palacio llegaba el eco de ovaciones, estruendos y canciones. Dentro, explotó la alegría y a medida que ministros, altos funcionarios civiles y militares, se dirigían al bello patio central de Miraflores, hombres y mujeres sumándose desde pasillos y oficinas como vertientes de un río que sale de cauce, reían y lloraban, se abrazan sin dejar de argumentar razones que nadie podía oír, hasta que como siguiendo un llamado inaudible, todos comenzaron a cantar el Himno, sin dejar de reír y llorar y con los puños en alto.
Una hora faltaba todavía para que Hugo Chávez saliera a hablar desde el pequeño balcón colonial. La suerte estaba echada: vencía el No, lo aceptara quien lo aceptase. Una fuerza envolvente e irresistible conectó a la muchedumbre con el hombre solitario en el balcón. Estaba allí, concentrada y palpable, la energía desbordada que en el pasado reciente fue capaz de vencer un golpe de Estado y transformar un sabotaje petrolero sin precedentes en victoria igualmente inédita, pese a que por detrás de los golpistas y saboteadores estaban el poder inabarcable del gobierno estadounidense, los medios de comunicación y las instituciones de la república moribunda. La intensidad subía grado a grado mientras el presidente ratificado presentaba uno a uno, en silencio, a sus ministros y principales colaboradores en el Comando Maisanta, órgano directivo de la campaña por el No. También salió abrazado a sus hijos. Luego, con sus primeras palabras, comenzó la lluvia.
Y así prosiguió durante más de una hora, con un hombre explicando su plan de gobierno y miles de personas concentradas en grado máximo en cada concepto: ha muerto la 4ª República; ahora debemos hacer la revolución dentro de la revolución; profundizaremos el proyecto estratégico; tendemos una mano a quienes nos adversan, para vivir en democracia y en paz…
Dueños de la victoria
En el referendo que debía revocarlo, Chávez obtuvo 6 millones de votos; más del doble de los que en 2000 lo consagraron presidente. Ganó en 22 de los 24 Estados y en los dos restantes perdió por pocas décimas. Y esto a pesar de que, desde mediados de 2001, no tuvo un día de sosiego para gobernar. Pese a esto y a la suma de errores y debilidades de las políticas aplicadas en cinco años y medio, la afluencia de masas a favor de la Revolución Bolivariana no dejó de aumentar y consolidarse. El primero que se sumaría al conjunto popular inicial fue el proletariado industrial; luego, sectores significativos de las clases medias. Finalmente, franjas marginalizadas durante décadas y rescatadas del abismo por una consistente política de inclusión en todos los planos.
Otra democracia
La clave para esta operación de masas estuvo en una fuerza nueva, vital y de ilimitada proyección futura: el Frente Francisco Miranda, integrado por miles de jóvenes reclutados con el programa y la mística de la Revolución Bolivariana, educados a las prisas en los rudimentos de la comprensión teórica y el accionar político y lanzados hacia los cuatro puntos cardinales al encuentro con las mayorías desposeídas. Adolescentes varones y mujeres, tras recibir muchos de esos cursos de trabajo social en Cuba, fueron los motores de una serie de operaciones clave: cedular (ciudadanizar) a 3 millones de habitantes que no tenían documentos de identidad; promover y llevar a cabo la campaña de alfabetización denominada Misión Robinson (que enseñó a leer y escribir a 1 millón 250 mil personas); difundir y respaldar la Misión Barrio Adentro, mediante la cual con el concurso de médicos cubanos se llegó a dar atención sanitaria personalizada y gratuita a 17 millones de personas hasta entonces carentes de este servicio. Fue esta fuerza juvenil la que inervó las Patrullas (equipos de un mínimo de 10 integrantes), que dirigidas por las UBEs (Unidad de Batalla Electoral), tejieron una densa trama política extendida a cada rincón del país. En los días finales de la campaña por el referendo existían 118 mil Patrullas. Se trata de la protoestructura política que la Revolución Bolivariana no logró estructurar hasta ahora. Chávez insistió en que esa organización no se desactivará: ahora encara la campaña para ganar gobernaciones, alcaldías y diputaciones, en las elecciones programadas para el 26 de septiembre próximo.
Tan contundente, traslúcida y masiva, tan inobjetablemente democrática fue la jornada electoral del 15 de agosto, tan resuelta y potente la determinación de la mayoría de los venezolanos y de su gobierno, tan macizo el reconocimiento de dos centenares de personalidades de todo el mundo actuantes como observadores y testigos de la victoria del No, que el intento de desconocer los resultados no pudo ser avalado por James Carter; su pronunciamiento dejó sin opciones a Gaviria y el de ambos arrojó a la CD a un abismo en el que la derrota electoral es menos gravosa que el ridículo y el consecuente aislamiento dentro y fuera del país.
Sin ese lastre, Chávez se apresta a acelerar la afirmación de la Quinta República. Encara la recomposición del sistema judicial (corrupto hasta la médula, al punto de votar que el 11 de abril no hubo golpe de Estado en Venezuela); dará curso a una ley de prensa que pondrá límites a la manipulación monopólica y golpista de la información pública; se propone acelerar los planes de desarrollo productivo y descentralización administrativa y poblacional; asegura su voluntad de avanzar a paso redoblado hacia la unidad política de Suramérica y propone ya discutir una nueva doctrina de seguridad estratégica para América Latina y el Caribe, con los pueblos como protagonistas e incorporados masivamente a la toma de decisiones políticas; alude al comienzo de una fase poscapitalista y a un activismo internacional basado en la proyección del Grupo de los 15 a partir de afirmación de un bloque suramericano que, con apoyo en un eje energético común, medios conjuntos de comunicación de masas e instituciones financieras comunes e independiente de los centros del Norte, consolide un nuevo centro de poder mundial, sobre la base de la soberanía, la igualdad y la paz.
Desde sus primeras palabras en la madrugada del 16 de agosto, casi como si dejara atrás la victoria y pusiese todo su empeño en la nueva etapa, Chávez enfatizó una y otra vez la necesidad de profundizar la revolución y, como primer paso, combatir la corrupción “fuera, pero sobre todo dentro del Estado y el gobierno”. “Quienes quieran hacer negocios, deben irse de nuestras filas”, dijo con tono inequívoco.
Estas palabras, aquel programa y la victoria electoral que las avala, retumban más allá de la frontera venezolana. El triunfo del No puede ser una lección ineludible y una fuerza arrolladora en toda la América del Sur.