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El lugar de la crisis

PorLBenAXXI

 

«No habrá retirada», declaró George W. Bush el 26 de agosto. Fue su respuesta a un informe difundido horas antes: las bajas estadounidenses en Irak desde el 1° de mayo -fecha en que Bush anunció al mundo el fin de la guerra- son superiores a las sufridas durante la invasión. Simultáneamente una encuesta realizada por el semanario Newsweek indicaba que el 70% de la población estadounidense teme que se prolongue la permanencia de los soldados en Irak, un 48% reclama el regreso inmediato y un 47% cree que deben quedarse todavía.
La fractura al medio respecto de qué hacer en Irak no es sólo del conjunto social indiscriminado. Ocurre también, y principalmente, en los círculos dirigentes: «ahora que se desvanecieron las esperanzas de reclutar integrantes para las fuerzas de paz en otros países, llegó el momento de preparar la mejor estrategia de retirada posible», alertaba el 10 de agosto un análisis publicado por el diario Los Angeles Times.
Destilado -y para muchos admirable- pragmatismo imperialista: como para la tarea requerida no es posible usar carne de cañón extranjera, vayámonos ya. Con idéntica lógica, hay otra respuesta posible: el secretario de Defensa Donald Rumsfeld apronta la incorporación de 300 mil nuevos efectivos en las fuerzas armadas de su país. No es sólo para Irak. El Pentágono prevé conflictos bélicos simultáneos en diferentes puntos del planeta, según explicó The New York Times. Rumsfeld esgrime un imaginativo recurso para camuflar su operación: propone pasar las funciones administrativas y logísticas a manos privadas, para llevar esos 300 mil hombres y mujeres a tareas operativas.

 

Recesión, desocupación, guerra

No le vendrá mal a la economía estadounidense agregar esos puestos a la demanda laboral: hoy trabajan 2 millones 100 mil personas menos que hace dos años. Pero será una gota en el mar. Sumado el crecimiento de la población, la ocupación cayó en más de 4 millones. Y la magnitud real del problema tiene otra escala: «Más de 74 millones 500 mil adultos no están trabajando (…) En otras palabras y simplemente, el panorama laboral es terrible», advierte Robert Reich, ex secretario de Trabajo de William Clinton.
El diagnóstico es más alarmante si se observa la medicación utilizada durante casi tres años de recesión: estímulos monetarios y fiscales sin precedentes, cuyo reverso muestra un superávit del 1,4% del PBI en 2000 transformado en déficit del 4,6% este año y proyectado a la inasible cifra de 480 mil millones (o 495 mil, según los cálculos) de dólares para 2004 y de 3 billones 700 mil millones para la década 2004-2013 (6 billones 300 mil millones si se suman los fondos de seguridad social irresponsablemente utilizados ahora).
Tamaño déficit determina una voraz demanda de capitales por parte del Tesoro estadounidense. Tarea complicada: para contrarrestar la recesión, las tasas de interés fueron rebajadas en 13 oportunidades, pasando del 6,5 al 1%.
Aunque lejos de ser novedoso, el fenómeno no deja de asombrar: masas siderales de dinero se transforman en mercancía excedente (como los autos o las heladeras que no hallan comprador y desatan una lucha feroz por los mercados), sin posibilidad de obtener colocación rentable. Las computadoras de Harvard, Massachusetts y Chicago, entre otras, no cesan de buscar la variable que permita romper el círculo vicioso. Mientras tanto, Bush descubre que también Irán tiene uranio enriquecido con el cual fabricar armas nucleares y, casualmente, en Gran Bretaña detienen a un ex embajador iraní acusado de volar nueve años atrás el edificio de la AMIA, una mutual judía en Buenos Aires.

 

¿Otra «Alianza para no Progresar»?

Así como al agotamiento del keynesianismo se le opuso el «neo» liberalismo y al rápido ahogo de éste se le propone un «neo» keynesianismo, se esboza por estos días una respuesta a los efectos políticos de la crisis en América Latina mediante una reedición -«neo», por supuesto- de la Alianza para el Progreso diseñada por el Departamento de Estado en los años 1960 para contrarrestar la onda expansiva de la Revolución Cubana.
Washington prepara una reunión de presidentes de toda América (excepto Cuba, claro; y habrá que ver qué decisión se toma con Venezuela), para «potenciar el espíritu de hermandad que preside la relación histórico-geográfica» entre Estados Unidos América Latina, y «superar o contrabalancear los escollos que surgen periódicamente de la imponente asimetría económico-social», según la opinión de un poético editorial del diario argentino La Nación. Esa nota fue publicada tres días antes de la llegada del presidente Hugo Chávez a Buenos Aires, en honor al sorpresivo viaje -luego demorado- del flamante subsecretario del Departamento de Estado para Asuntos Latinoamericanos, Roger Noriega, quien por causas imaginables había programado su reunión con el presidente Néstor Kirchner el mismo día en que éste debía recibir a Chávez.
Como sea, el caso es que Noriega esgrime una propuesta de reunión «para los próximos meses» (!), con el objetivo de tratar «la urgente cuestión de la pobreza y la exclusión, la preservación de la democracia, la integración mercantil, la erradicación de la corrupción institucionalizada, la colaboración militar, la lucha contra el narcotráfico y la defensa de los derechos esenciales».
Perdido el estro poético, el editorialista desgrana crudo el programa de Washington: ALCA, recomposición urgente de regímenes descompuestos, militarización, todo acompañado acaso por planes de beneficencia para contener la explosiva situación social. Y termina con una orden: «los gestos del nuevo subsecretario para América Latina deben ser bienvenidos sin reserva alguna».
Hundidos en una ciénaga en Medio Oriente pero sobre todo atenazados por una crisis que les carcome las entrañas, los dueños de Estados Unidos ensayan desesperados y hasta el momento infructuosos intentos por recuperar la iniciativa perdida en Suramérica. En ese punto estamos.

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