Exigidos por economías debilitadas y sin perspectivas de crecimiento, los gobernantes de países subdesarrollados tratan de hallar puntos comunes y definiciones de largo plazo. La reunión en La Habana pone fin a una década de parálisis y desorientación del Tercer Mundo, aunque no resuelve su extrema heterogeneidad política.
Con una cumbre silenciada, el Grupo de los 77 resurgió de las cenizas y reapareció en sordina en el escenario internacional. La significación y el contenido potencial de esta reunión, en la cual también participó China, es inversamente proporcional a la difusión y el interés que despertó en analistas políticos y grandes medios de prensa.
Opiniones al margen, los números son elocuentes: 42 jefes de Estado y de gobierno, 13 vicepresidentes y viceprimeros ministros, 67 cancilleres y más de un centenar de altos funcionarios, en representación de 122 países cuya población suma 5000 de los 6000 millones de habitantes del planeta, sesionaron en La Habana entre el 12 y el 14 de abril. También estuvo presente el titular de las Naciones Unidas, Kofi Annan.
El G-77 nació en otro contexto internacional: fue creado en 1963, en Nueva York, por 65 países subdesarrollados y al año siguiente, en Ginebra, se fundaría oficialmente con 12 nuevos integrantes. El propósito era participar como bloque en la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD). Nuevos componentes llevarían a 133 el número de países de este grupo que, no obstante, conservó su identificación original. Se trataba de un bloque de naciones típico de aquel mundo geopolíticamente polarizado por Estados Unidos y la Unión Soviética, en el cual había espacio para una «tercera posición», encarnada en el Movimiento de Países No Alineados (NOAL). Su reaparición en este momento fuerza la propia naturaleza del heterogéneo conjunto, como lo muestra la participación de sólo un presidente sudamericano, el venezolano Hugo Chávez, aunque todos los países enviaron representantes. Sin embargo, el hecho de que este cónclave del Sur aprobara en La Habana una Declaración y un Programa de Acción conjuntos en el mismo momento en que se iniciaba en Washington -con más controversias que nunca- la asamblea del Fondo Monetario Internacional, prueba que aquella antigua configuración geopolítica adormecida durante tanto tiempo reaparece impulsada por una necesidad inocultable y, aunque plagada de incongruencias e incompatibilidades, busca un nuevo perfil y espacio propio en el planeta «mundializado».
Este desplazamiento, al compás del cual varían todos los parámetros políticos internacionales dados como supuestos inamovibles durante la última década, no comenzó en La Habana y, previsiblemente, no concluye con la Declaración Final. Hay una significativa correspondencia de los pasos dados por este bloque y la crisis económica que azota a sus componentes. Los contactos que culminarían reavivando al Grupo de los 77 tras una década y media de desmembramiento y parálisis, comenzaron en Jakarta, dos años atrás, en una reunión internacional de ministros precisamente en momentos en que se desmoronaban las economías del sudeste asiático. Tiempo después, en el marco de la ONU en Nueva York, Cuba ofreció su capital como sede y plasmó el propósito de una reunión a nivel de presidentes, la primera en la historia del G-77.
Tal vez una explicación para la escasa o nula atención prestada a esta reunión en la cual estuvieron presentes los gobernantes de cinco sextas partes de la humanidad resida precisamente en el lugar en que se realizó. En su discurso de apertura el presidente cubano Fidel Castro expuso un diagnóstico crudo de la realidad mundial; y tras un llamado a «demoler el Fondo Monetario Internacional» y reemplazarlo por «un órgano regulador de las finanzas internacionales que funcione sobre bases democráticas y sin poder de veto para nadie», resumió el abrumador listado de cifras con una imagen y una propuesta: «Vemos a madres y niños en regiones enteras de Africa bajo el azote de la sequía y otras catástrofes. Nos recuerdan los campos de concentración de la Alemania nazi, nos hacen ver de nuevo las montañas de cadáveres o de hombres, mujeres y niños moribundos… Hace falta un Nüremberg para juzgar el orden económico que nos han impuesto, que cada tres años mata de hambre y de enfermedades previsibles o curables más hombres, mujeres y niños que todos los que en seis años mató la Segunda Guerra Mundial».
Norte y Sur: dos percepciones
Castro no dijo nada que no haya dicho antes. Pero la circunstancia -la audiencia- confirió un carácter diferente a sus palabras. «Estoy sorprendido por los otros líderes mundiales que estaban allí», dijo en Nueva York Abraham Foxman, director de la Liga Anti Difamación. Y subrayó: «Hubiese deseado que ellos se distanciaran de este tipo de afirmaciones. La pobreza es seria, es penosa y probablemente mortal, pero no es el Holocausto y no es campos de concentración»(1). He allí dos percepciones de la situación mundial que admiten la reducción de conflictos múltiples a una oposición geográfica: desde el Norte rico los crímenes nazis no pueden ser comparados con los sufrimientos actuales de la humanidad. Desde el Sur pobre y sometido, en cambio, la realidad es vivida en términos dramáticos y, en ocasiones, se impone por sobre diferencias ideológicas: ni una voz corrigió al líder comunista.
Por el contrario, uno a uno los oradores redoblaron las denuncias: «Nunca el mundo ha visto tan masiva disparidad social y económica» sostuvo el presidente de Nigeria Olusegun Obasanjo, quien condujo las sesiones de la cumbre. La brecha provocada por la desigualdad en el reparto de riquezas, agregó Obasanjo, «constituye una seria amenaza para la paz y la seguridad internacionales».
Esa consonancia se prolongará en otros escenarios. Además de la Declaración y también por unanimidad, los mandatarios aprobaron un Programa de Acción. Uno de los acuerdos para actuar en conjunto consiste en que el G-77 coordine con el NOAL una posición común con vista a la Cumbre del Milenio, convocada para septiembre próximo por la ONU.
Queda esbozada de esta manera una línea divisoria en el terreno internacional entre los países subdesarrollados y dependientes frente a las políticas alentadas por el Grupo de los 7 (Estados Unidos, Alemania, Japón, Francia, Italia, Canadá y Gran Bretaña). Pero si desde un punto de vista económico y social el trazo es nítido ¿qué contenido político -estratégico, podría decirse- será el que obre como factor aglutinante? En la respuesta a esta incógnita reside la clave para prever el curso del mundo durante el siglo XXI.
Por lo pronto, el bloque es un conjunto difícil de amalgamar. Es ilustrativa la unanimidad de los asistentes en el rechazo a la «imposición de leyes y reglamentos de efectos extraterritoriales y de cualquier tipo de medida económica coercitiva». Pero otros debates de la Cumbre mostraron la índole de la heterogeneidad: la denuncia común al efecto devastador de la deuda externa se transformó en distancia a la hora de pronunciarse por el no pago, como propone el gobierno cubano. Es un ejemplo entre tantos otros.
Poca duda cabe de que aquella línea divisoria respecto del mundo altamente desarrollado marca igualmente límites al interior de la mayoría de los países firmantes de la Declaración de La Habana, razón por la cual, mientras no se alcance un punto de mayor definición, la efectividad práctica de tales acuerdos se verá limitada. En lo inmediato, parecen tener más vigencia propuestas de aglutinamiento regional. El presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, proclama su voluntad de integrar Venezuela al Mercosur(2) tras haber firmado con este país acuerdos bilaterales de exploración petrolera. Cardoso firmó también acuerdos conjuntos con los gobiernos de Panamá, Belice y Santo Domingo y tomó una iniciativa de múltiple significación: convocó a una reunión de presidentes sudamericanos para fines de agosto(3). Chávez, por su parte, a la vez que acelera su aproximación al gigante sudamericano plantea como objetivo «reactivar el Tercer Mundo», alienta la creación de un Fondo de Solidaridad y dio un paso más audaz al abogar por la ampliación de un bloque que involucra a México, Venezuela y once países de Centroamérica y el Caribe. Los acuerdos de este grupo benefician a las economías centroamericanas y caribeñas cuando el precio del petróleo excede los 14 dólares por barril. «Hemos propuesto la ampliación del Pacto de San José, incluyendo a Cuba y otros países centroamericanos. Venezuela está dispuesta a otros acuerdos con países hermanos», dijo Chávez(4).
Cambio geopolítico mundial
Sin embargo, la real significación de esta reubicación planetaria en ciernes está dada más por el curso general de la situación mundial que por la propia voluntad de quienes protagonizaron este renacimiento del G-77 (más China), como amplio frente de resistencia al G-7 (más Rusia, cuyo flamante presidente, Vladimir Putin, envió no obstante un saludo al encuentro).
Días antes de la Cumbre Sur y la Asamblea del FMI un análisis insospechable alertaba: «De acuerdo con mediciones cuidadosas y probadas, Wall Street está hoy más sobrevaluada que en cualquier momento de los últimos 150 años. En septiembre de 1929, justo antes del crash (el índice de apreciación de las acciones) estaba en 33. Esto era mucho más alto que en los dos grandes picos del mercado durante el siglo pasado, en 1901 y 1966. Hasta 1999, estas tres fechas fueron los puntos más elevados en la historia de esta medida crucial: en los tres casos el mercado sufrió prolongadas (y, en 1929, catastrófica) caídas. En enero (de 2000) la apreciación de las acciones, calculada sobre las mismas bases, remontó a 44. Y en esta semana, después de tres meses de extraordinaria turbulencia, alcanzó otra vez ese nivel»(5).
Precisamente el viernes 14 de abril, cuando clausuraba sus sesiones el G-77 y comenzaba las suyas el FMI, Wall Street dio un nuevo aldabonazo. Los efectos múltiples de los temblores bursátiles, incluso si no desencadenan de inmediato un terremoto, mellan aún más las economías de los países atrasados, dependientes y endeudados. Es previsible que los objetivos de desarrollo, soberanía y discontinuidad en el pago de una deuda que supera los 2,5 millones de millones de dólares, genere fuerzas convergentes. La eventual transformación de esa necesidad objetiva en decisión política conjunta rediseñaría por completo un mapa internacional hoy inestable por demás. La protagónica participación de China en la Cumbre de La Habana habla por sí sola respecto de las fuerzas en juego.