El distanciamiento de la ciudadanía de los partidos tradicionales se canalizó mediante una confusa protesta, expresada en el aumento en flecha de la abstención, una avalancha de sufragios deliberadamente anulados y un espaldarazo sin precedentes a las izquierdas. Sumadas, estas voluntades dispersas y desconcertadas superan los votos obtenidos por los partidos gobernantes y trazan un nuevo mapa político nacional, cuyo rasgo distintivo es la posibilidad -lejana por ahora- de un desplazamiento sísmico del electorado en detrimento de las opciones conservadoras.
“Hubo un mensaje inédito en los votos en blanco y anulados”, admitió Fernando De la Rúa(1). Extraña paradoja: la justificada alarma del Presidente ante esta señal política sin precedentes en Argentina se prolonga en las filas de quienes fueron beneficiarios de la fuga masiva del electorado respecto de los partidos tradicionales: las izquierdas. La primera reacción del amplio espectro que integra este flanco del mapa político fue, en efecto, de condena a ese ciudadano anónimo y diverso, capaz de los gestos más elevados y de las peores bajezas, como la sociedad misma, que el 14 de octubre pasado optó por anular su voto para expresar su protesta.
La incongruencia se explica: a poco que se investigue la significación profunda de ese recurso al que apelaron 4 millones de ciudadanos –a quienes se deberá sumar por lo menos otros 4 de los 8 millones que optaron por la abstención– se concluye que ese tercio de la ciudadanía, además de darle la espalda a los partidos gobernantes, emitió una estridente protesta contra quienes, en teoría, debían presentarse como alternativa.
Cabe preguntarse si en su extrema ambigüedad el concepto “izquierda” tiene alguna significación válida para interpretar el sentido en que se mueve la sociedad argentina. Desde tiempos remotos, la ubicación en relación con el poder indicó el grado de afinidad con éste: a la derecha de Su Majestad siempre estuvieron la nobleza y el clero; a la izquierda tomaban lugar quienes eran menos confiables –aunque no menos necesarios– para la gobernabilidad del reino. Pero la consagración del concepto “izquierda” como signo de distinción política ocurre con la Revolución Francesa: en Versailles, el 28 de agosto de 1789, al mero efecto de facilitar el recuento de votos, los diputados constituyentes se ubican a un lado u otro de la cámara según su opinión respecto del lugar que debería tener la nobleza en el futuro del poder político. A partir del 15 de septiembre, Mirabeau acuña el concepto “geografía de la Asamblea” y desde entonces la izquierda queda asociada al liberalismo, por entonces opositor revolucionario del feudalismo, la monarquía y el oscurantismo.
Con el tiempo el capitalismo vencedor perdió sus ímpetus revolucionarios y otras expresiones ideológicas y políticas se sumaron a los liberales en el flanco izquierdo, acentuando la imprecisión de aquella categoría. El capital completó la creación de su contraparte social y ésta, en forma de poderosos partidos obreros de masas, ocupó más y más espacios en las instituciones del poder, mientras el liberalismo tradicional se veía desgajado entre sus concepciones más generales –enraizadas en la defensa de la libertad, la igualdad y la fraternidad– y su necesaria función política. El concepto “izquierda” había ganado en amplitud y perdido en consistencia. En 1914, en el Parlamento alemán, los diputados del Partido Socialdemócrata votaron a favor de créditos para financiar una guerra. La voz solitaria de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo se elevó para reclamar consecuencia con los principios originarios de la socialdemocracia –que incluían los principios más elevados del liberalismo– y así pusieron la primera piedra de lo que sería un nuevo segmento de la izquierda, que poco después sería llamada “comunista”. Finalmente, cuando el estalinismo se impuso en la Unión Soviética y en los partidos de la Tercera Internacional, surgiría una “oposición de izquierda”, tan aislada como el bloque de Liebknecht y Luxemburgo e incapaz desde entonces de superar ese aislamiento. Ya en Argentina, cuando en 1945 los partidos Comunista y Socialista se aliaron con radicales y conservadores para enfrentar al Partido Laborista (PL), una formación obrera que llevaba como candidato a un general con inclinaciones fascistas, la agregación de ambigüedades del concepto “izquierda” se transformó en completa confusión. Y cuando Juan Perón, después de haber perseguido, reprimido y desarticulado al PL, avanzó sobre las libertades democráticas y las garantías constitucionales dando lugar a un bloque opositor, la confusión ideológica adquirió carácter de caos.
Nueva chance
La izquierda argentina no ha salido aún de aquella trampa. En última instancia, es esto lo que empuja a una franja tan amplia de la ciudadanía a expresarse contra todo, desde ningún lugar. Es fácil deducir que para la mayoría de quienes se proponen o reclaman una alternativa real frente a los aniquilados partidos del statu quo, resulta difícil mirar de frente su propia historia: ¿cómo reivindicarse peronista en defensa de las conquistas sociales logradas por los trabajadores entre 1946 y 1953 sin condenar el carácter autoritario, represivo y paternalista de Perón, defensor reaccionario del statu quo como revelaría trágicamente su último mandato? ¿Cómo reivindicarse comunista sin condenar las atrocidades del estalinismo y las políticas que de allí derivaron? ¿Cómo reivindicarse socialista sin condenar una concepción supuestamente liberal que llevó a formar comandos civiles contra los sindicatos obreros? ¿Cómo reivindicarse cristiano sin condenar el papel político cumplido por la iglesia? ¿Y cómo explicar el ensimismamiento sectario, la fragmentación, la confusión y la impotencia?
Está a la vista que la disgregación de las bases conceptuales que sustentan la categoría “izquierda” responde a causas históricas y sociales.
Así las cosas, podría concluirse que, o bien se adopta un criterio subjetivo para poner o sacar a éste o aquél partido o personalidad de la calidad de “izquierda”, y desde tal arbitrio se propugna la unidad de ese conjunto, o bien se concluye que cualquier intento de acción unitaria carece de fundamento.
Pero hay otra mirada posible. Si se parte de la raíz histórica y el contenido objetivo de las izquierdas –los fines aún no alcanzados de libertad, igualdad, fraternidad; identificación con los desposeídos, defensa de los derechos del ciudadano, la democracia, la soberanía nacional y la dignidad de la persona– se puede dar esa substancia al concepto o, antes bien, desechar la palabra y asumir su contenido. El punto en común sería un programa y no una definición ideológica.
Resultado real de las elecciones
Visto desde este ángulo, el saldo del 14 de octubre equivale a un terremoto político, sólo comparable en la historia argentina con el que dio la victoria al Partido Laborista en febrero de 1946. Fundado cuatro meses antes, este partido edificado sobre las estructuras sindicales, fracturó y reformuló a todas las corrientes de izquierda existentes hasta entonces: en las urnas obtuvo 1.260.000 votos (más 220.000 de la Junta Renovadora, una fracción de la Unión Cívica Radical, UCR), contra 1.210.000 de la Unión Democrática, la coalición formada por la UCR, el conjunto de partidos conservadores, socialistas y comunistas, es decir, todos los partidos tradicionales del país.
Medio siglo más tarde, las izquierdas (o si se prefiere, el conjunto de fuerzas comprometido con un cambio drástico, que así demarcado incluye a organizaciones de definición marxista, a Argentinos por una República de Iguales y al Polo Social) obtuvieron 3 millones de votos; los blancos y anulados sumaron 4 millones; las abstenciones conscientes (como mínimo el porcentaje que excede la media histórica) otros 4 millones. Es decir, unos 11 millones contra menos de 10 millones que sumaron el PJ con 5.727.986, la Alianza con 3.340.245 y el partido de Domingo Cavallo con apenas 320.928(2). Por lo demás, millones de personas entregaron su voto al PJ y la UCR como manera de enfrentar al plan económico y político que rige al país desde hace por lo menos tres décadas. El saldo no deja lugar a dudas: desde su heterogeneidad y perplejidad, la fuerza en los hechos mayoritaria supo no obstante descargar una bofetada histórica a derecha e izquierda a la vez.
Si en esta coyuntura predomina el volcánico desplazamiento de votos y las opciones en las que recalaron, el factor constante es sin embargo la volatilidad del electorado. Y su confusión. El rechazo y la protesta son valores en sí mismos en un momento dado, pero el signo que adquirirán estará indefinido hasta que no halle carnadura en una identidad nueva, objetivos definidos, organizaciones que los contengan y dirigentes que los representen. El heterogéneo conjunto que hizo de su sufragio una protesta, optó por abstenerse como forma de rechazo o votó a alguna de las numerosas y muy diferentes izquierdas, no mantendrá la misma conducta en futuros comicios. Valdrá en ese punto la partición de aguas que en 1789 dio cuerpo a los conceptos de “izquierda” y “derecha”: ¿cómo se ubica cada quien respecto del monarca del mundo globalizado? ¿Cómo logran las izquierdas dar respuesta a todas las clases y sectores de la sociedad amenazadas hoy de muerte por la crisis? La clave reside en integrar el conjunto y a la vez mantener el perfil propio, dado que no cabe suponer que cada vertiente histórica reniegue a priori de sus orígenes y se rinda incondicionalmente ante otra: soberbia e ingenuidad son hermanos gemelos en la lucha política.
Vigorosa existencia y letales falencias de las izquierdas quedaron registradas el 14 de octubre. En adelante, ese conjunto heterogéneo –cuyas diferencias sólo puede dirimir la historia– o es capaz de hallar lo que tiene en común, o el riesgo de deslizamiento acelerado en el sentido inverso dejará de ser una pesadilla. La encrucijada política argentina ha cobrado dimensión y fuerza de disyuntiva cultural. Se cambia ésta, o no se resuelve aquélla.
- Daniel Fernández Canedo, Walter Curia y Atilio Bleta, “Ahora estamos un poco más lejos del abismo”, Clarín, Buenos Aires, 28-10-01.
- Cifras globales y provisionales. Al día 29 de octubre no hay todavía un escrutinio definitivo y el ministerio de Interior retiró la página correspondiente a los resultados electorales de su sitio en Internet. Esta anomalía afecta a Izquierda Unida, que con votos suficientes para obtener 2 diputados en la provincia de Buenos Aires, no sabe aún si estos podrán asumir.