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En el umbral de una nueva fuerza política de masas

porLBenCR

 

Después de incontables desvíos y postergaciones, en los tramos finales de 2002 hay suficientes signos indicativos de que en el disgregado cuadro político argentino comienza a insinuarse, y hasta cierto punto imponerse, una fuerza centrípeta, una exigencia espontánea y creciente del activo social hacia una política propia y unitaria. Queda así planteada objetivamente la posibilidad de una recomposición en el futuro inmediato.

Es una carrera contra el tiempo. La evolución de la crisis (ver Documentos para la Militancia, en página 18) se presenta de manera dramática: mientras en todo el país surgen nucleamientos de diferente naturaleza que se proponen formar una herramienta política de masas, y en una vuelta de campana la Central de Trabajadores Argentinos asume una posición semejante en un documento preparatorio de su IV Congreso(1), el desactivado Movimiento de Trabajadores Argentinos, sumado a varios de los más importantes sindicatos industriales, en una operación política a gran escala converge con asesinos y torturadores bajo el manto de un nuevo títere que convoca a “la primera revolución del siglo XXI”(2)

Por sobre las impresiones inmediatas, que aluden a un vigoros crecimiento de este bloque, sin embargo, privan las caracterizaciones. El intento de revigorización del peronismo encabezado por Adolfo Rodríguez Saá y respaldado por un ala de la burguesía, núcleos militares ultrarreaccionarios, las “62” y la iglesia, sólo puede imponerse como movimiento declaradamente fascista. Y esto, a no dudarlo, tendrá insuperables obstáculos no sólo en la clase obrera y la juventud, sino en amplios sectores de las capas medias. No se trata de desechar ese peligro. Ni mucho menos. Pero ganar esa batalla exige, en otro flanco, un requisito previo y decisivo.

Muertos y sepultados los grandes movimientos populistas que dominaron el panorama político latinoamericano durante todo el siglo XXI, su reemplazo a escala de masas supone un combate histórico que en Argentina afronta hoy una instancia crucial. ¿Quién ganará la conciencia y el corazón de las masas? ¿Las formaciones alimentadas por la socialdemocracia europea, las fuerzas dependientes del aparato vaticano (que no deben confundirse con las organizaciones revolucionarias cristianas)? ¿O la perspectiva revolucionaria socialista

Digámoslo sin rodeos: si en el período histórico abierto con lo que vulgarmente se denomina “fin del neoliberalismo” (que en realidad es la irrupción, a la vista de todos, de la crisis capitalista), no arraiga en el seno de las masas trabajadoras y populares una conciencia clasista y una perspectiva socialista, a mediano plazo el fascismo se impondrá. La reiteración de experiencias como las que llevaron desde el Frente del Sur a la Alianza, pasando por el Frente Grande y el Frepaso, sólo podrían alimentar la desmoralización, la desconfianza y la disgregación social. Pero aun tomando debida cuenta de la gravedad de la situación, es evidente que hay menos espacio para todos ellos que para quienes defendemos una perspectiva de organización de masas con objetivos sociales y políticos correspondientes a las necesidades y demandas de las grandes mayorías. No es evidente, en cambio, que en el ancho y turbulento cauce de las fuerzas dispuestas a luchar contra las clases dominantes y sus cambiantes instrumentos de poder, haya coincidencias respecto del rumbo a tomar en lo inmediato.

 

Coyuntura y estrategia

Entre las variantes posibles que afronta el país colapsado, la de una convergencia de corrientes reales de la sociedad, que sobre la base de intereses comunes en medio del cataclismo elabore un plan de acción política y se encolumne tras él, es la única que podría evitar que la detonación final de la crisis produzca un enfrentamiento violento entre las propias víctimas, una aceleración aún mayor de la penetración y el saqueo imperialistas, e incluso la disgregación territorial del país. Aun en el marco de la confusión y desideologización actuales una herramienta política de masas, concebida como frente único antimperialista, plural en su composición, democrática en su funcionamiento, podría mostrar un objetivo compartible y comprensible para los trabajadores y el conjunto del pueblo. Y obrar como base social para la recomposición de las fuerzas revolucionarias. Es evidente que si hay un punto posible de unidad social y política en la fase de disgregación y decadencia múltiple que viven la clase obrera y el conjunto de la sociedad argentina, ése es el renaciente sentimiento antimperialista, al que se suma la creciente comprensión de que no hay salida sin alguna forma de unidad con América Latina. Entre la situación actual y la asunción de una perspectiva claramente anticapitalista, por tanto, en Argentina el punto de partida en todos los sentidos es la conciencia antimperialista.

No es la primera vez, en el último período histórico, que comienza a tomar fuerza un proyecto de creación de una nueva fuerza política de masas. El ejemplo más reciente fue el conjunto de corrientes que darían lugar al Frepaso, en los años ’90. Aparte la carga obvia de aquella experiencia, en esta oportunidad pesa, acaso de manera decisiva a mediano plazo, un cuadro internacional de acelerado agravamiento de la crisis capitalista, visible ahora en el corazón del sistema y expresado en la irracionalidad desatada del equipo gobernante en Washington. El dramático panorama planteado por la furia intervencionista y guerrerista de los principales gobernantes estadounidenses agudiza al extremo los dilemas económicos y políticos en Argentina y polariza sin atenuantes a sus fuerzas sociales. Ello no obstante -y aquí reside el otro factor decisivo de la coyuntura- la completa disgregación y parálisis de la clase obrera deja a uno de esos polos sin representación consciente y organizada. En esta inédita encrucijada histórica gravita además el derrumbe teórico de las dos grandes corrientes de pensamiento alternativo al de los partidos y teóricos de las clases dominantes: el reformismo y el izquierdismo (entendido éste último en el sentido que Lenin le da: enfermedad infantil del comunismo). Dado que la coyuntura se aproxima a un cambio significativo, es preciso ocuparse de este aspecto, habitualmente denominado factor subjetivo

Reformismo y ultraizquierdismo tienen más rostros de los que a simple vista podría creerse. Y la identificación es menos sencilla cuando, por obvias razones, los actores cambian rápidamente de maquillaje. Pero el punto importa porque en el próximo período la manera en que la vanguardia social y política interprete las posiciones y conductas de quienes encarnaron aquellas dos corrientes tendrá un inmediato efecto en el curso de los acontecimientos. Primero, en la opción entre dos bloques principales, con Adolfo Rodríguez Sáa de un lado y las múltiples fuerzas promotoras de una “herramienta política de masas” por el otro; y segundo en la forma organizativa, programática y política que adopte esta última

Con la aceleración descontrolada de la crisis se han precipitado también los saltos y reacomodamientos de última hora. Resultan grotescos los esfuerzos de intelectuales elevados a la efímera gloria del Frente Grande, el Frepaso y la Alianza (la Sra. Beatriz Sarlo o el Sr. José Nun, por ejemplo), empeñados ahora en salvar su figura ante la magnitud de las tonterías que sostuvieron con gesto de sabios apenas unos años atrás, cuando se convencieron de que la solidez del capitalismo dejaba un ancho margen para perfeccionar el sistema y se lanzaron a ocupar el sitial de teóricos a la izquierda del poder real. Fueron el taparrabos intelectual del Frepaso y la Alianza, no obstante lo cual ahora sonríen desde fotos con otros aliados mientras arrojan pullas contra sus ex mentores. Pero no son más elegantes las contorsiones de quienes a comienzos de los años ’90 vieron al proletariado mundial lanzado en una victoriosa ofensiva final (el diputado Luis Zamora y el concejal Jorge Altamira, entre tantos otros) y apenas una década después oscilan entre el completo abandono de la idea de revolución y la fuga desorbitada hacia la búsqueda de nuevos “actores sociales”. Entre unos y otros, con menos exposición pública pero en más de un caso con mayor responsabilidad directa, hay una cantidad de nombres empeñados ahora en reciclarse con discursos retocados y propuestas a tono con las nuevas y perentorias exigencias de las bases en estos nuevos tiempos

Desde luego no se trata de condenar individuos. Un proceso de aglutinación de fuerzas y recomposición política de la clase obrera y el conjunto de sus aliados necesariamente deberá rescatar e incluir a cuadros arrastrados por -y en ciertos casos responsables de- fuerzas que no supieron interpretar, mucho menos manejar. Se trata de asumir que la deriva catastrófica que culminó en la Alianza o en la destructiva esterilidad de aparatos sectarios no radica en errores o fracasos individuales. Es la quiebra irreversible de concepciones basadas en pseudoteorías y formulaciones librescas y arbitrarias, a partir de las cuales se edificaron interpretaciones y propuestas ajenas a la realidad profunda de la situación mundial y nacional. El reformismo y el izquierdismo no pueden dar cuenta de la crisis; mucho menos proponer una salida. Lo cual no obsta para que unos y otros aceleren hoy nuevamente sobre sus propios pasos: nada más lógico que la perplejidad o el desvarío ante el curso de los acontecimientos

El punto en cuestión es, sin embargo, la gravitación de concepciones y programas ajenos a una perspectiva revolucionaria en una circunstancia clave como la que afronta el país. Desde un punto de vista más general, el hecho es que una nueva fase del desencadenamiento de la crisis capitalista encuentra al proletariado mundial sin haber superado la rémora histórica de la socialdemocracia y el stalinismo. Los pasos dados en esa dirección, que incluyen imponentes huelgas y manifestaciones, están lejos de dar lugar a un cambio cualitativo. Y en consecuencia, la crisis tiende a dirimirse sin la participación independiente del proletariado en el escenario mundial. Por otro lado, cada día resulta más evidente que el plano dominante en el conjunto de contradicciones que cruza al planeta es el dictado por la competencia interimperialista, seguido por el choque día a día más ostensible y violento de los centros mundiales del capital con los países semicoloniales.

No es un curso sorprendente. El análisis riguroso de la realidad de nuestro tiempo permitía prever esta perspectiva desde que, en el marco de una crisis estructural del capitalismo altamente desarrollado, el derrumbe de la Unión Soviética trastocó los parámetros de la política mundial. Mientras reformismo e izquierdismo se embarcaban en sus quimeras, en la primera edición de Crítica podía leerse:

“Se puede afirmar que Estados Unidos se halla en una coyuntura de relaciones de fuerzas internacionales a su favor: a la desaparición del Pacto de Varsovia y el desmembramiento de la URSS se suman los efectos de la brutal derrota de Irak. Como paradójico resultado de su debilidad –el cuadro económico interno- y su fuerza -esa circunstancial correlación favorable- se asiste hoy a una ofensiva global de Washington en procura de oxígeno para su economía, que afecta fudamentamentalmente a los países subdesarrollados pero golpea también a sus aliados del G-7. Por otra parte, no se podría descartar que esta situación de predominio coyuntural animara a la Casa Blanca a emprender alguna aventura militar en un intento por aventar los peligros potenciales hoy delineados en el panorama político mundial u otros que imprevistamente pudieran aparecer

Pero las bases estructurales del sistema mundial impiden de manera absoluta en lo inmediato la consolidación de esa correlación de fuerzas favorable, es decir, el afianzamiento de un Nuevo Orden Mundial presidido por Washington. Por el contrario, el agravamiento sistemático de todos los factores críticos señalados plantea la certeza estratégica de un cambio en la actual correlación de fuerzas, en detrimento de Estados Unidos”(3).

En cuanto a las perspectivas económicas y sus consecuencias, decíamos pocos meses después:

“No podrá haber salida del cuadro descripto sin un saneamiento profundo, muy drástico, de la economía en los países altamente desarrollados. Este cuadro va a abrir cuatro grandes ejes de confrontación, que marcarán el curso político del mundo de aquí en más:

# como resultado de la crisis del capitalismo se va a agravar la competencia interimperialista, la pugna de los grandes centros del capital por el control de los mercados y por la succión de la plusvalía universal. Eventualmente esta pugna puede llevar a situaciones bélicas

# otra área de confrontación es la de las burguesías imperialistas con sus propios pueblos, con sus trabajadores, con sus masas oprimidas, aplastadas, desocupadas, marginalizadas. Esto es muy importante porque afecta el equilibrio de los países del Primer Mundo, quiebra su homogeneidad, limita su capacidad de movimiento y puede, eventualmente, llegar a paralizarlos

  • un tercer ámbito de confrontación es el de las burguesías imperialistas aliadas con las burguesías de los países del Tercer Mundo, contra los pueblos de ese Tercer Mundo y contra sus trabajadores, que reaccionan contra esta crisis multiplicada
  • y un cuarto eje se presenta en el choque de las burguesías imperialistas contra los países del Tercer Mundo como tales, es decir, incluidos sectores significativos de sus clases dominantes

Descartamos de plano, terminantemente, la hipótesis de una recomposición del capitalismo mundial sin este choque múltiple. Pero también rechazamos la idea de que de tal conflagración pudiera salir un capitalismo airoso, democrático, humanista, adecuado a las necesidades del ser humano”(4)

Sobre esta base conceptual, desde el período final del gobierno de Raúl Alfonsín era teóricamente necesario y políticamente imperativo levantar como eje para la acción las banderas de unidad social y política de los trabajadores y el conjunto de sus aliados tras un programa antimperialista. A la vuelta de una larga y oscura década, cuando se replantea la posibilidad de una nueva fuerza política de masas, los hechos están allí para constatar cómo actuó cada quién desde entonces. Pero el tiempo transcurrido no es un espacio neutro, un vacío en el devenir de la historia. Lo ocurrido durante este lapso, la experiencia de las clases y las conductas de sus vanguardias no son inocuas a la hora de definir qué hacer ante la nueva coyuntura. La idea de que se trata de una mera demora de un fenómeno anunciado una década atrás es un cretinismo que conduce a conductas políticas encastradas como engranaje perfecto en el mecanismo de la contrarrevolución.

Así, mientras el discurso reformista, basado en un reclamo del ciudadano común propone “la unidad para salvar al país” y a falta de la Sra. Rosa Castagnola corre tras la Sra. Elisa Carrió, la retórica izquierdista descubre una situación revolucionaria, apela a una dudosa creatividad literaria para embelesarse con un “partido piquetero” o para desechar toda idea de partido y abdicar de la ahora condenada noción de “toma del poder”. Pero tales vaciedades no serán menos estériles y perniciosas que los dislates de los cuales provienen.

 

Tarea política y lucha ideológica

Estas dos corrientes serán obstáculos de peso ante la tarea de edificación de una nueva fuerza política de masas. Contra ellas está planteada, aunque en otro marco y con diferentes perspectivas, la misma lucha ideológica librada durante el período pasado: mostrar al activo militante los fundamentos objetivos de la crisis mundial del capitalismo, de donde se desprende que en el próximo período histórico no sólo no está planteada una perspectiva de reformas económicas, mejoras sociales y profundización de la democracia, sino que se trata, por la vía que sea, de todo lo contrario. Y al mismo tiempo, mostrar teórica y prácticamente el papel histórico crucial del proletariado como única posibilidad de transformar la crisis capitalista en revolución socialista, pero partiendo del reconocimiento objetivo de su situación actual, de la degeneración teórica de quienes se proclaman vanguardia y del hecho crucial para resolver la encrucijada histórica: la recomposición social, política e ideológica de la clase obrera sólo podrá ocurrir en el curso del combate político hoy planteado a escala mundial, al cual las fuerzas proletarias no ingresan -como antes de la primera y la segunda guerras mundiales- con grandes partidos de masas socialistas y comunistas en los que confiaba, con las banderas rojas al viento y con la esperanza del socialismo en el corazón y la inteligencia.

El extraordinario desarrollo de las fuerzas productivas verificado durante el siglo XX y, en consecuencia, la objetiva aproximación de la sociedad mundial a la posibilidad del socialismo, se presenta hoy ante miles de millones de seres humanos bajo el prisma del derrumbe de la URSS. Ya pasó -y su fugacidad es todo un dato- el momento en el cual la propaganda imperialista impuso a escala planetaria la idea de que el capitalismo había triunfado históricamente y sólo cabía limarle las aristas porque era a la vez innecesaria e impensable una sociedad cuyo motor no fuera el lucro, basada en la propiedad colectiva de los medios de producción. En una década toda aquella farsa tomada y reproducida por reformistas y oportunistas -que obró como somnífero sobre las juventudes en todo el mundo- ha sido transformado en su contrario. El cloroformo se transmutó en gas hilarante, lacrimógeno o letal, según se lo mire desde una perspectiva teórica, política o social.

 

Aceleración de la crisis

El mundo -y específicamente Argentina- afronta pues un agravamiento acelerado y generalizado de la crisis estructural del capital. La lucha interimperialista escala cada día hacia formas más crudas de confrontación, en una dinámica que necesariamente lleva a choques bélicos, siquiera indirectos. Sólo la enorme disparidad en términos militares entre los tres grandes centros del imperialismo hace que esa perspectiva ominosa se postergue. Pero basta observar el aumento en los presupuestos militares de Alemania y Japón, así como sus conductas en ese terreno durante los últimos cinco años, para concluir hacia dónde irá el mundo si no se detiene la irracionalidad capitalista.

Mientras tanto la crisis del sistema se manifiesta en la acentuación de la injerencia imperialista en los países subordinados, en la militarización de la política en relación con América Latina y en el guerrerismo desembozado en otras áreas del mundo, bajo la transparente capucha de “lucha contra el terrorismo.

Por el momento, la pugna entre Estados Unidos, Europa y Japón (en la que juegan un nuevo y potencialmente decisivo papel Rusia y China) se dirime principalmente en otro campo de batalla: las semicolonias, nuestros países, disputados como mercados, como fuente de materias primas baratas y como territorio de indiscriminado saqueo financiero. Y es esa descontrolada exacción dictada por la magnitud de la crisis la que se expresa más y más en todo el planeta como lucha antimperialista o, para decirlo según la previsión de 1992, como “choque de las burguesías imperialistas contra los países del Tercer Mundo como tales, es decir, incluidos sectores significativos de sus clases dominantes.

En 2002 y desde hace por lo menos tres años, esto no es ya un análisis prospectivo, sino una realidad dominante. La burguesía brasileña trabando el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y dando vuelta con ello todo el cuadro geopolítico regional es un hecho insoslayable. Negarse a verlo es como creer que, a la intemperie, es posible evitar la mojadura limitándose a afirmar que no llueve. Pero el diluvio está allí: el presidente brasileño convocó a una instancia geopolítica sin precedentes: los Presidentes Sudamericanos, reunidos en Brasilia en 2000 y en Guayaquil recientemente. Y Estados Unidos responde con la tenaza brutal del ALCA y el Plan Colombia: el propósito de ocupación mercantil y militar de todo el hemisferio.

¿Pueden los genuinos revolucionarios dejar la lucha antimperialista en manos de grandes burgueses locales y agentes del imperialismo europeo con arrestos antiyanquis? ¿Qué clase de estrategia proponen quienes en medio de este complejísimo nudo de la historia latinoamericana se contentan con gestos demagógicos respecto de una “horizontalidad” que en los hechos viola la más elemental participación democrática de la militancia y con vagas alusiones a un poder que no se debería “tomar”, sino “construir”? ¿Ignoran la magnitud de la crisis y la brutalidad sin límites de la respuesta que preparan la burguesía y el imperialismo o la intuyen y esconden la cabeza bajo estas liviandades imperdonables? ¿Qué intereses defienden quienes en en este cuadro son capaces de bombardear a las revoluciones que resisten al imperialismo, acometer contra toda experiencia unitaria de las masas, apelar a los peores métodos para obtener un cargo de concejal, o para pasar de concejal a diputado.

Una y otra vez a lo largo de la historia, cuando irrumpe la crisis violenta del sistema y se presenta la posibilidad cierta de la revolución, aparecen estas voces representativas del reformismo camuflado y el izquierdismo cómplice. Los revolucionarios marxistas sólo pueden sentir desprecio por esta clase de charlatanes.

Es imperativo y urgente afirmar un punto de unidad social y política para las masas. Para las masas en su estado actual: confusas, desmoralizadas, desideologizadas, disgregadas al extremo, acuciadas a cada instante por una crisis económica devastadora en todos los órdenes. Eso es hoy una herramienta política de masas, cuyo mínimo común denominador sólo puede ser la identificación de un enemigo visible por millones: el imperialismo. “Cerrar filas contra los yanquis” es la consigna que puede abroquelar a millones de víctimas, en un marco organizativo capaz de contener no sólo esas magnitudes, sino las diferencias de todo orden que supone el actual cuadro social. Eso es en esta coyuntura un frente antimperialista. Y la articulación de una herramienta política de masas de este tipo no puede hacer concesiones de ningún género: ¡allí están agazapados la burguesía y el imperialismo (que además de disputas tienen intereses y enemigos comunes) para intentar encauzar la desesperación de las masas en un movimiento fascista!

En este punto, la aparición de múltiples expresiones de búsqueda de una nueva fuerza política de masas y el vuelco que esa presión objetiva provocó en la dirección de la CTA, constituyen una plataforma clave para dar un paso decisivo y en plazos perentorios. Ya están en formación juntas promotoras por una herramienta política de masas en innumerables localidades de todo el país. Son también numerosas las Asambleas que discuten el tema y avanzan en esa misma dirección. Seccionales y corrientes internas de la CTA se han pronunciado al respecto, en ciertos casos con notable radicalidad y claridad:

“La clase obrera tiene que gobernar (…) la central debe ponerse a la cabeza de las luchas. Construir un movimiento político y social, encabezar un frente nacional y popular, un frente de liberación nacional o frente único que busque unificar y direccionar, sin hegemonismos ni sectarismos, a todas las expresiones sociales y políticas enfrentadas al neoliberalismo y que se exprese como táctica en las proximas elecciones”(5)

El periódico El Espejo, que desde 1994 defiende consecuentemente esta perspectiva y que es en sí mismo un punto de encuentro de numerosas corrientes de pensamiento y cuadros sindicales, sociales y políticos comprometidos con la edificación de una herramienta política de masas, registra en sus páginas innumerables expresiones en el mismo sentido(6)

Fuera de duda, hay en el movimiento real de la sociedad una tendencia objetiva hacia la convergencia y la búsqueda de una salida política. No extraña, así, que luego de haber suspendido el Congreso programado para septiembre, la CTA volviera sobre sus pasos y, tras un fallido intento por posponerlo hasta abril de 2003 (es decir, luego de las elecciones), se concluyera en un llamado para el 9 y 10 de diciembre próximo. Ésta puede ser una fecha clave. La militancia sindical, barrial, estudiantil y política, debería tomar nota y empeñar sus mejores esfuerzos para que allí converjan todas las fuerzas dispuestas a comenzar a escribir un nuevo capítulo de nuestra historia.

Dicho esto, hay que apresurarse a subrayar la diferencia conceptual, la distancia política y la divergencia estratégica que subyacen en las líneas de convergencia actualmente gravitantes.

En primer lugar, se trata de trazar la línea que separa la noción de frente único antimperialista de la del “frente popular”. El primero fue teorizado en el II° Congreso de la Internacional Comunista. El segundo fue la forma vulgarizada por Gueorgui Dimitrov en los años 30 según el molde stalinista. El frente único antimperialista fue el gigantesco salto estratégico dado por la IC en su primera fase, antes de la gangrena stalinista, para incorporar a la noción de revolución internacional lo que luego sería llamado “tercer mundo”, es decir, los países coloniales y semicoloniales. El frente popular fue el marbete bajo el cual la dirección stalinista impuesta en la URSS escondió el abandono de una estrategia revolucionaria y trazó la línea de subordinación de la clase obrera a conducciones burguesas en todo el mundo. Esas opciones estratégicas se replantean hoy.

En segundo lugar, la señalada dinámica de convergencia se produce cuando el movimiento obrero como tal no participa en la vida política. Cuando los mayores sindicatos industriales se alínean con la última criatura del capital y otros sindicatos (como la CTA, que sólo en su nombre puede ser considerada una genuina central), no sólo están cribados por innumerables diferencias y fracturas internas, sino que además son en muchos casos instrumentos de aparatos internacionales temibles no por la fuerza de sus ideas, sino por su capacidad económica: la socialdemocracia a través de la CIOSL (Comité Internacional de Organizaciones Sindicales Libres) y su filial latinoamericana ORIT (Organización Regional Internacional del Trabajo, históricamente penetrada por la CIA), y el Vaticano a traves de la CMT (Central Mundial del Trabajo) y su brazo regional CLAT (Central Latinoamericana de Trabajadores, a la cual pertenece la dirección hegemónica de ATE y la CTA)

Estos factores contrarios a la creación de una herramienta política de los trabajadores y el conjunto de sus aliados han sido definitorios en los últimos años. Nada de lo ocurrido con la Propuesta Política de los Trabajadores (PPT), el Congreso de Trabajadores Argentinos (CTA) y el Frepaso, se entiende sin esta intrusión permanente.

Pero el cuadro actual, nacional e internacional, es en todo y por todo diferente. Desde que en 1982 estuvo objetivamente planteada la posibilidad de edificar una nueva fuerza política de masas, que fijara un punto de unidad social y política para las grandes mayorías por fuera y en contra de los dos grandes partidos que dominaron el siglo XX -la Unión Cívica Radical y el Partido Justicialista- el país ha cambiado al punto de resultar irreconocible en su superficie. Las cifras estremecedoras que por estos días registran que uno de cada cuatro habitantes sufre hambre y tres de cada cuatro no satisface sus necesidades mínimas, el espectáculo de ejércitos de desharrapados errando por las calles de Buenos Aires al caer la noche, en busca de restos de comida en la basura, adelantan que todo paso positivo hoy en la organización de las masas se dará sobre un terreno cualitativamente diferente al que diera nacimiento a la PPT en 1990 y al CTA en 1992.

En modo alguno podrá obviarse el examen histórico de estos 20 años; del papel de cada corriente política y de la posición adoptada en cada momento crucial por los cuadros partidarios e intelectuales que gravitaron en el decurso de los acontecimientos. Pero serán los imperativos urgentes que martillan hoy sobre la conciencia del activo militante en las filas de los trabajadores, las organizaciones de desocupados, las instancias barriales y las corrientes estudiantiles, acompañados todos por aquellas organizaciones partidarias que comprendan el fenómeno en curso, los que darán vida y moldearán la herramienta política de masas. Sería pueril suponer que el movimiento vivo y tumultuoso de decenas de miles de hombres y mujeres acuciados por la crisis se regirá por el análisis ponderado de las posiciones defendidas y los papeles asumidos por las diferentes instancias dirigentes en los últimos 20 años. Sería doblemente pueril, sin embargo, suponer que las conclusiones de aquel examen, seguramente amargas, resultan innecesarias o caben simplemente a intelectuales ajenos a las urgencias de la acción(7).

Son múltiples los factores que pesan en la conducta de los individuos y las masas en instantes de crisis y cambios profundos. Y aunque en la superficie aparezcan sólo los aspectos emocionales, o la inercia dictada por conductas y relaciones talladas por el tiempo, el resultado de apariencia irracional está determinado en última instancia por una racionalidad fincada en otro plano, cuyas raíces están en la experiencia colectiva, es decir, en causas reales.

Quien no descubra e interprete esas causas, quien por desinterés -o por mezquina conveniencia- relegue ell análisis sistemático del curso político y social histórico, y más específicamente el de las dos últimas décadas, no estará a la altura de la inmensa tarea planteada a la militancia. Nada más letal que refugiarse en verdades generales a la hora de la acción en medio de un cataclismo. Nada menos eficiente que lanzarse a la acción sin la perspectiva que sólo puede dar el acervo teórico afirmado por la lucha de clases, el sacrificio y la inteligencia de los luchadores revolucionarios a lo largo de la historia.

Notas

1.- El texto oficial del documento puede hallarse en nuestra página en internet: www.geocities.com/nuestrotiempo

2.- En un acto de lanzamiento de la candidatura de Adolfo Rodríguez Saá, el 30 de agosto en el Luna Park, en Buenos Aires, junto al represor Aldo Rico y el comisario torturador Luis Patti, estaban el secretario general del sindicato de camioneros Hugo Moyano, el de la Unión de Transporte Automotor Juan Palacios (ambos del MTA), el secuestrador de obreros de la Unión Obrera Metalúrgica Lorenzo Miguel y el informante de los servicios para desaparecer trabajadores del SMATA Jorge Rodríguez.

3.- El mundo después de la guerra del Golfo… y sin la URSS; Crítica N° 1, octubre de 1991, pág. 11.

4.- Luis Bilbao, Curso de Formación Política para los Trabajadores, N° 1, Primera clase, 21/8/92. Ediciones del Centro de Estudios Marxistas Pedro Milesi, Buenos Aires, agosto de 1992. También en “Perspectivas del socialismo a 25 años de la muerte del Che”, Crítica N° 4, noviembre de 1992, pág. 30.

5.- Declaración del segundo plenario de la CTA de La Plata, Berisso y Ensenada; La Plata, 14 de julio de 2002. El texto completo puede también ser hallado en nuestro sitio en internet: www.geocities.com/nuestrotiempo

6.- El Espejo tiene su Redacción en 15 de noviembre 1459, Capital Federal; Tel: (011) 4305-3608; puede consultarse el sitio internet en:

http://ar.geocities.com/elespejo2000

7.- La información sobre este período y nuestra posición ante los diferentes debates planteados pueden hallarse en El abismo y horizonte; Búsqueda, Buenos Aires 1994; y Periodismo y militancia; Búsqueda, Buenos Aires 2001.

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