Está a la vista quiénes quieren la guerra. Es difuso todavía quiénes asumen la misión de impedirla. Sólo el tiempo develará lo ocurrido entre el 24 y el 26 de julio, cuando el inicio de operaciones bélicas contra Venezuela estuvo sobre el tapete. En ese futuro saldrá a la luz el papel jugado por ciertos gobiernos latinoamericanos en el frenazo de último minuto que impidió a Álvaro Uribe desatar la guerra antes de abandonar la Casa de Nariño.
Barack Obama utilizó a Uribe y la OEA para avanzar por el camino de la guerra contra la unión suramericana. Preparó la escalada con una abrumadora campaña mediática, acentuada hasta el paroxismo durante los últimos tres meses. Hizo centro en la Revolución Bolivariana, convencido por el Departamento de Estado de que el triple punto de apoyo en Bogotá, Lima y Santiago, se potenciaría con dudas y temores de otras capitales y permitiría neutralizar el firme rechazo de los gobiernos del Alba. Falló en la coyuntura; pero volverá a la carga, sin demora, a menos que un bloque continental contra la guerra y el fascismo se articule con premura desde Tierra del Fuego hasta Alaska. Porque en esa dimensión, y contra su propio pueblo, prepara la guerra el imperialismo.
No son palabras: además de la IVª Flota y 19 bases terrestres en América Latina, el gobierno de Obama mantiene, en territorio estadounidense, 2.163 estaciones donde funcionan agencias de espionaje e inteligencia interna. Además Washington sumó 1.200 efectivos de la Guardia Nacional en la frontera entre Texas y Nuevo México, mientras Uribe inauguraba una nueva base militar aérea en los departamentos fronterizos de Arauca y Casanare, con aviones de transporte, inteligencia y combate. Por si fuese poco, el Pentágono anunció que está afinado el plan de ataque contra Irán. La revelación de 92 mil documentos secretos demuestra cómo actúa la coalición imperial en Irak. Y a la vez que se declara vencida en Afganistán y sus aliados desertan, la Casa Blanca intensifica el accionar terrorista en busca de un mejor equilibrio para entablar negociaciones y cubrir su retirada.
Causas, efectos y respuestas
En lo que va del año 90 entidades bancarias cerraron por quiebra en Estados Unidos. En todo 2009 fueron 45 las que corrieron esa suerte. No es sólo centralización del capital bancario. Es sobre todo el síntoma de una economía imperial desquiciada; es una recuperación fallida y la quiebra de la Unión Europea; es el retorno a un curso recesivo y el acecho de la depresión. Hay más: China descenderá de tasas superiores al 10% anual a guarismos estimados entre el 5 y el 7%. Al margen los efectos internos, esto obra como fuerza recesiva global.
En otra área está Brasil, que según datos oficiales, coincidentes con consultoras imperiales y el FMI, verá una reversión de la tendencia de los últimos nueve meses y en 2011 se aproximará a una tasa de crecimiento del PBI del 4%. Al margen de índices del PBI, la desocupación aumenta en todo el mundo. La demanda global se comprime. La guerra comercial y la necesidad de reducir costos laborales y de materias primas ocupa el centro de toda política capitalista, sea de la envergadura que sea. El gasto bélico es un combustible indispensable para la industria y el comercio imperialistas. Dicho de otro modo: hay dos respuestas a la crisis global reaparecida con mayor vigor: salir de la lógica capitalista, o avanzar por el camino del ajuste y la guerra.
Unasur es la más elevada conquista hemisférica alcanzada en esta década de recomposición de la nación balcanizada. Desde 2006 Washington lanzó una contraofensiva en todos los planos para frenar esa dinámica. Dado que la fragmentación histórica resulta insostenible y su reiteración impracticable, la estrategia es también la unidad, aunque bajo el ala del águila imperial. Una adecuación ampliada de la fallida Alca (Área de Libre Comercio de las Américas). Por eso la opción es nítida: consolidación de la nación soberana unificada, o anexión al imperio.
Ese objetivo de la Casa Blanca supone una estrategia de guerra, acelerada por el estallido financiero de 2008, la recesión posterior, la tormenta social en el horizonte, la recaída en el retroceso económico que apunta a la depresión y su manifestación actual: una guerra comercial implacable entre los tres centros imperiales, más China, más el conjunto de países de porte medio.
En la fase anterior el Alca fue el arma estadounidense para la guerra comercial. Fracasó. Luego vino la crisis económica más profunda y abarcadora de la historia capitalista. El obligado paso siguiente es amenazar con su supremacía técnica militar. Este recurso extremo golpea de lleno sobre fuerzas reformistas y populistas que en la región han dado pasos de distanciamiento respecto del imperialismo, pero no asumen una estrategia revolucionaria, no están dispuestas a movilizar a los pueblos, y por eso vacilan y, al límite retroceden, frente a la temible amenaza imperial.
Reforma y revolución
Uribe es el instrumento para iniciar el clima bélico, eventualmente transformado en situación de guerra. Su sucesor, Juan Manuel Santos, mantendrá sustancialmente la estrategia imperialista, imprescindible para la sobrevivencia en el poder de la oligarquía colombiana. A la fecha, la línea de acción estadounidense no ha sido afrontada con resolución por el conjunto de países de Unasur no asociados directamente con Washington. El acento fue puesto en actuar como mediadores entre Venezuela y Colombia. Esa falsa percepción de la naturaleza del conflicto prolonga la actitud adoptada en la más estridente manifestación del verdadero eje ahora puesto en movimiento: la instalación de bases militares estadounidenses en Colombia. Primero fue el rechazo de Unasur –en Quito y poco después en Bariloche. Pero ya en la austral localidad argentina, en agosto de 2009, la conducta de corte socialdemócrata de algunos gobiernos abrió un flanco que redundó en la consolidación de la presencia militar estadounidense en el área.
Por sí mismos los aliados netos de Washington (a la época sólo Bogotá y Lima), no bastaban para detener a Unasur, mucho menos para cambiar el rumbo. Pero el concurso del sector vacilante determinó que el bloque suramericano frenara su marcha. Una fuerza centrífuga comenzó a actuar en el bloque, si bien no de manera dominante.
El presidente pro tempore de Unasur, Rafael Correa, actuó con rapidez y energía para responder al llamado de Venezuela y organizó en Quito una reunión de cancilleres, como paso previo a un encuentro de presidentes (ver pág. 11). El nulo resultado de aquella reunión, a la que no asistió el flamante secretario general Néstor Kirchner, abre un interrogante sobre la instancia siguiente, ya con Santos como protagonista directo.
Afirmar Unasur y todas las instancias concomitantes es indispensable. Pero hará falta mucho más. Porque las causas que empujan hacia la confrontación y las tendencias centrífugas son poderosas y lo serán más cada día. Con excepción de los países del Alba, hay un desfasaje notable entre pueblos y gobiernos. Las vacilaciones y claudicaciones de algunos presidentes no expresan la voluntad de quienes los han votado, aunque sí reflejan la incapacidad de las mayorías para organizarse y actuar de consuno. De modo que, sin despreciar el eventual aporte a la lucha contra la guerra y el fascismo de algunos gobiernos oscilantes, la clave está en la articulación creciente –y urgente– de instancias reales de base en el hemisferio. Allí está la fuerza capaz de alcanzar la paz en Colombia e impedir una guerra regional. En este cuadro, tal vez se comprenda mejor la apelación del comandante Chávez a crear una Vª Internaci