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Encrucijada argentina a partir de 2016: Rechazar a liberales, populistas, clericales e infantoizquierdistas

El texto que sigue fue escrito en septiembre de 2016, como material de discusión en la Unión de Militantes por el Socialismo. Se publica ahora como folleto, a comienzos de junio de 2022. Transcurridos seis años, puede ser útil para militantes comprometidos observar a partir de estos conceptos lo ocurrido. La evaluación de la victoria de Cambiemos en 2015 se complementa con el análisis de su derrota en 2019, expuesta en el libro Historia inmediata de un país a la deriva (Argentina 2013 – 2020, de la cleptocracia a la pandemia), www.americaxxi.com – www.luisbilbao.com.ar

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Sumida en la mayor crisis de su historia, en el décimo sexto año del siglo XXI Argentina vuelve a verse entrampada entre liberales y nacional-clericales. Ni aquéllos ni éstos son los mismos de hace 200, 100 o 50 años. Pero continúan ocupando los centros del poder, sin una fuerza revolucionaria que los desafíe.
Por rechazo de las mayorías a los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, llegó al gobierno una fuerza extremadamente heterogénea, con predominancia liberal-conservadora y un ala clerical-fascista. Ese conjunto está social y organizativamente basado en los restos de un partido socialdemócrata en decadencia y disgregación. El punto de articulación es la figura de Mauricio Macri, integrante original de la Internacional Parda pero adecuado a su nuevo rol de mandatario democrático. Preside un país sin márgenes para el saneamiento brusco de una economía desquiciada hasta el paroxismo, sin partidos con arraigo real en la sociedad, con sindicatos desprestigiados como nunca antes en la historia nacional, con todas las instituciones del Estado burgués rechazadas o como mínimo desconfiadas por 7 de cada 10 ciudadanos y, como colofón, con una iglesia dividida y sin prestigio en la sociedad, pese a la entronización de un papa argentino.
De tal magnitud fue el vuelco electoral provocado por el rechazo ciudadano a Cristina Fernández, atravesando líneas de clase, que el peronismo tradicional (Partido Justicialista, PJ), perdió la provincia de Buenos Aires a manos de una coalición radical-macrista encabezada por María Eugenia Vidal, discípula de Macri y del papa Bergoglio. Así, el peronismo retomó la fase de disgregación iniciada con la decadencia de Carlos Menem a fines de los 1990, ahora convertida en fuga convulsiva al salir a luz pública la corrupción extrema de Kirchner, Fernández y su corte cleptocrática. Nuestra reiterada aseveración de que el Frente para la Victoria no existía, que ese adefesio denominado «La Cámpora» era un aparato vacío e insostenible, quedó comprobada en los tres meses posteriores a la asunción de Macri, durante los cuales la inconmensurable torpeza de Cristina Fernández y la corrupción de su elenco expuesta hasta el hartazgo por los medios comerciales, demolieron esas siglas y arrojaron al oprobio a sus figuras principales.
Sólo la negativa a ver la realidad de los últimos años, los efectos sociales de la escandalosa conducta oficial, pudo llevar a la suposición de que el candidato ungido por Fernández, Daniel Scioli, podía ganar la presidencia. Sólo la estrechez reformista de corrientes infantoizquierdistas pudo suponer que era la oportunidad para instalarse con cargos legislativos en lugar de ofrecer una alternativa neta de poder frente a la crisis política.
Por el contrario, burguesía e imperialismo tuvieron claro el panorama. El gran capital preparó larga y concienzudamente un plan de recomposición del Estado burgués luego del colapso de 2001 y el paréntesis durante el cual un grupo de advenedizos defensores de lo que dio en llamarse «capitalismo de amigos» ocupó la Casa Rosada. Todo estaba preparado para 2011. Allí Macri vencería a Néstor Kirchner. No había la menor duda de que ése sería el resultado. La imprevista muerte del fundador de esta dinastía de pacotilla cambió el cuadro y su viuda capitalizó la orfandad política de trabajadores y jóvenes. Así lo entendieron los estrategas del capital y retiraron la candidatura de Macri. Sólo debían esperar cuatro años. Y allí están. Con las palancas del poder en sus manos y nadie enfrente.
Este conjunto no logrará mantenerse con coherencia más allá de plazos breves. Para comenzar, muy lejos de las caracterizaciones esquemáticas y subjetivistas de prácticamente todas las izquierdas, presentó una propuesta desarrollista y en los primeros 9 meses ha avanzado a los tumbos por ese camino, acompañado por la totalidad de la burguesía local e imperialista, más el apoyo avieso de las cúpulas sindicales.
Mauricio Macri es una caricatura mal dibujada de Julio Argentino Roca, el liberal capaz de expulsar en 1884 al nuncio apostólico Luis Matera y mantenerlo preso en el barco que debía regresarlo a Italia, lo cual provocó la ruptura de relaciones con el Vaticano hasta 1900. Era una pasta diferente de la que constituyó en estos tiempos eso que ciertos autores gustan denominar «neoliberalismo».
Debilitado y fragmentado, también el Vaticano es una sombra de lo que fue. Mantiene cierta gravitación sobre franjas de las clases medias y altas. Y cuenta ahora con un papa vernáculo, peronista, rama Guardia de Hierro (para quienes no lo sepan, fracción extrema derecha, hija dilecta de Juan Perón). Pero la iglesia local carece de penetración y gravitación real en las clases trabajadoras, en las juventudes e incluso en las clases medias bajas y sectores desagregados de la sociedad, en muchos casos colonizados por sectas evangelistas.
Tal parece que Francisco ha confundido la tradicional inteligencia jesuítica con caminar en zigzag. En relación con Argentina, pero también en su ministerio mundial, Jorge Bergoglio tropieza con sus propias rodillas -como le ocurrió en Varsovia recientemente, no sólo por su caída ante el altar- y ha logrado alimentar una reacción múltiple en la que por razones obviamente diferentes coinciden los sectores empeñados en conservar una estructura corrupta y cada día más ineficiente de la realeza clerical y algunos remanentes de la «Teología de la Liberación», que pese a la rendición de figuras de peso, han comenzado a tomar distancia del «papa del fin del mundo», dando lugar a una mayor disgregación de esa corriente aniquilada por Karol Wojtyla, ahora convertido en santo acaso por haber realizado tan encomiable tarea. Aun así, en la oscuridad de su rumbo, en Argentina está claro el conjunto de alianzas y tácticas del papa destinadas a rearmar la estructura de la derecha política, incluyendo al sindicalismo y restos desperdigados de lo que algunos llamaron «kirchnerismo».
Un punto de apoyo fundamental para esa estrategia contrarrevolucionaria es la estructura sindical adosada al Estado. Tratamos este punto en un folleto reciente: «La clase obrera ante una posibilidad histórica». En cuanto al papel a jugar por las izquierdas, una y otra vez reiterado en diferentes materiales, será tratado específicamente en un próximo texto.

I
Argentina tras 12 años de estafa a las mayorías
Después de un paréntesis farsesco de 12 años ¿dónde está y hacia dónde va Argentina? ¿Se impone la burguesía y su presidente Macri? ¿O avanzan las fuerzas populares hacia una confrontación que hará huir en helicóptero al Ejecutivo, como aseguran quienes insisten en esa imagen sin sopesar qué ocurrió después de aquel acontecimiento en 2001? ¿Hay una resistencia popular al plan de salvataje burgués? ¿Avanzan -o al menos tienen espacio para avanzar- las fuerzas revolucionarias en el actual cuadro de situación y con sus características presentes?
Estas preguntas no se responden con frases altisonantes de invocación revolucionaria; mucho menos con retórica periodística. Es preciso caracterizar las relaciones de fuerza entre las clases y la dinámica de cada una de ellas en un período dado; pesar con exacta objetividad la situación y el curso de las incontables voluntades anticapitalistas, agrupadas o individuales. Es igualmente imprescindible conocer el momento y las características de la crisis del capitalismo global y su manifestación nacional. Auscultar el estado de la lucha interburguesa internacional y local. Conocer por relación directa el estado de las fuerzas antimperialistas y anticapitalistas en la región y el mundo. Ésas son las primeras condiciones para que un equipo dispuesto a transformarse en dirección revolucionaria esté en capacidad de responder tales cuestiones, trazar una línea de acción y aplicar las tácticas que se correspondan con ella.
No es eso lo que ha hecho, por regla general, el conjunto de organizaciones consideradas revolucionarias. Arrastradas por el accionar desesperado del elenco gobernante en el período anterior -ya veremos el por qué de esa desesperación- prácticamente todas las izquierdas se han lanzado a una política denominada «de resistencia», consistente exclusivamente en demandas económicas, coronadas en algunos casos por la idea de que Macri renuncie. No por acaso en la llamada «Marcha Federal» las bases gremiales convocadas por sindicatos estatales y diversas fuerzas de izquierda convergieron con personajes como el ex vicepresidente, el ex candidato presidencial por el FpV y otros de su misma calaña. Peor aún: esta mala pécora flanqueó el palco de los convocantes, mostrándose como conducción política del conjunto sindical. Esa imagen da la idea exacta de la trampa a la que fueron llevados miles de activistas y no pocos luchadores revolucionarios.

Victoria del gran capital
Desde antes mismo de las elecciones (y de las Paso) señalamos reiteradamente que la burguesía ocupaba todo el escenario político, que la clase obrera fragmentada y confundida marchaba a remolque de partidos patronales y que la totalidad exclusiva de la iniciativa política estaba en manos del capital. Esa situación objetiva determinaba una dinámica de clases en la cual fuera quien fuera el ganador de las elecciones, la crisis coyuntural a la que había llevado la administración irracional y corrupta encabezada por Cristina Fernández sería resuelta de la única manera en que es posible resolver una crisis capitalista desde una perspectiva capitalista: reduciendo salarios, aumentando la explotación, agravando la pobreza y la exclusión, avanzando en la subordinación del país al capital transnacional.
No faltó quien creyera que ese desenlace era evitable votando por Daniel Scioli, hijo de Menem y candidato de Fernández. Lo principal, según esa visión, era «frenar a Macri». Subjetivismo en lugar de análisis de clase. Idealismo en lugar de materialismo. Esos espasmos provienen de una arraigada forma de pensamiento no-marxista, sumada a la incomprensión de las leyes del sistema capitalista. Y está combinada con una práctica oportunista consistente en creer que adosándose a consignas economicistas se obtiene el favor de las masas, con prescindencia de la viabilidad material de esas demandas.
Ocurre a la inversa: si la iniciativa la tiene la burguesía, si la clase obrera no cuenta con representación genuina, arraigada y consistente, los innumerables dilemas que acarrea una crisis son resueltos por los partidos del capital, que se muestran ante sectores de las masas explotadas y oprimidas con argumentos racionales en el marco del sistema. Quienes en el mismo marco exigen lo contrario, aparecen claramente con demandas insustentables, irracionales, ostensiblemente inviables.
Un ejemplo: el aumento de gas y electricidad. Ambos bienes mantenían el precio desde 2001. Desde entonces la inflación rondó el 1000%. Si alguien pide que se mantenga el precio y no propone un cambio de sistema, es decir, una revolución, incurre en una irracionalidad económica indefendible en el escenario que sea.
El precio tiene como base el valor. El valor es la cantidad de trabajo incorporado que tiene cualquier producto. Pretender que un bimestre de electricidad para una familia cueste lo mismo que un café en un bar cualquiera es más que irracional. Detrás del consumo de electricidad de una familia durante dos meses hay mucho tiempo de trabajo de una cadena compleja y numerosa. Si no se paga ese trabajo -cuyo precio, aunque a distancia, acompañó la escalada inflacionaria- con el monto de la mercadería vendida ¿de dónde sale el dinero para pagarlo? Por tanto, dentro del sistema capitalista no se trata de lloriquear por la mantención de precios absurdos de los bienes indispensables, sino de luchar por el precio justo correspondiente a la primera y principal de las mercancías: la fuerza de trabajo.
Cuando un trabajador no paga con su salario el costo de su viaje hasta el lugar de trabajo, de la energía que consume y de los alimentos para él y su familia, lo paga por otras vías el conjunto de la sociedad explotada, en relación inversamente proporcional a la capacidad económica de cada uno: la distorsión cae como un alud sobre los más pobres. Aunque parezca lo inverso, cuando un trabajador no paga el precio correspondiente por todo lo necesario para sostener y reproducir la fuerza de trabajo, en realidad favorece al empresario que lo contrata, pues éste paga por la fuerza de trabajo un precio menor y la diferencia respecto del valor real va a cuenta del conjunto social, por vía de inflación, impuestos regresivos descargados sobre quienes menos tienen y otros mecanismos utilizados por el capital.
Desde luego, en una sociedad capitalista, el pago del precio correspondiente por la mercancía fuerza de trabajo implica en situación de crisis global una lucha contra el sistema mismo. Por eso quienes proponen no aumentar las tarifas pero se niegan a proponer el socialismo, o son completamente ignorantes o son estafadores dispuestos a engañar a las masas para mantener un puesto en el estado o un cargo en el aparato sindical.

Hablar claro
Una vieja consigna afirma que «la verdad es revolucionaria» (por eso, entre otras cosas, el periódico de los bolcheviques se llamaba Pravda, que traducido del ruso significa La Verdad).
Es mentira que hoy haya una resistencia de masas contra el plan burgués encarnado en Cambiemos y Mauricio Macri. Es mentira que pueda considerarse un éxito la decisión de la ultracorrupta corte suprema de justicia frenando el tarifazo. Es mentira que pueda organizarse un movimiento de masas defendiendo los actuales niveles de precios de los servicios básicos. Es mentira que una movilización encabezada por abyectos exponentes del gobierno anterior pueda traer alivio -tanto menos solución- a las penurias de las masas. Y si la verdad es revolucionaria, la mentira es contrarrevolucionaria. De modo que está claro el signo consciente o inconsciente del accionar tras tales demandas economicistas y ante todo falsas e insostenibles.
Los recientes cortes de calles para armar parodias de ollas populares no representan, ni mucho menos, un movimiento genuino no ya de masas, sino siquiera de sectores de vanguardia de las masas. Se trata de aparatos prebendarios, alimentados por subsidios del Estado, que demandan más dinero para su propia sobrevivencia. No es un dato menor que una de las organizaciones embarcadas en esta operación un año y medio atrás hacía campaña política del brazo de quien hoy es el ministro de Hacienda. No es un dato menor que otra de esas organizaciones arrastre un triste historial que si en los años 1970 apoyó a López Rega, desde los años 1990 incluye su subordinación económica al aparato conducido por Eduardo Duhalde. No es un dato menor que otra de las estructuras empeñadas en tales movimientos dependa directamente del papa Bergoglio y esté dirigida por un fascista con estirpe conocida en el peronismo.
La verdad es que el conjunto de la burguesía rodea y respalda al heterogéneo y endeble gobierno de Macri, que la totalidad de las cúpulas sindicales hacen lo mismo, incluso cuando impulsan actos o paros. La verdad es que las fuerzas revolucionarias no logramos plantarle cara al plan contrarrevolucionario continental plasmado en el intento de afirmar un eje Washington-Buenos Aires contra el Alba y la Revolución Bolivariana.
Hay una verdad más oculta, por fanatismo o ignorancia: el plan desarrollista proclamado por el elenco de Macri es el programa más serio que la burguesía argentina, con formal apoyo estadounidense y europeo, ha pergeñado y ensayado desde 1966.
Eso no significa en modo alguno que será exitoso. Hemos dicho y repetido lo contrario. Significa que enfrentarlo con éxito no es tarea de charlatanes. Por lo pronto ya perfilan su fracaso los resultados económicos inmediatos, el plan Belgrano, el plan vial nacional, el plan de reconstrucción ferroviaria, la reunión de ‘inversores’, etc.
Identificar la coalición que sostiene a Macri con la Alianza y De la Rúa es prueba de incurable cretinismo. Son momentos y fenómenos diferentes.
El plan en marcha no tiene destino. La denominada Alianza para el Progreso pergeñada por Washington en 1960 para contrarrestar la oleada revolucionaria desatada por la victoria cubana en toda América Latina, terminó en lánguido fiasco, como cualquiera sabe. Medio siglo después, esta repetición farsesca de la historia culminará con la generalización acelerada de la rebelión de los explotados. Pero ese desenlace llevará tiempo. Y a esto apuestan los estrategas del imperialismo, con vistas en una deriva fascista y la generalización de la violencia irracional en la región.
Pudieron llegar a este punto porque obtuvieron una contundente victoria política en Argentina: 9 de cada 10 ciudadanos votaron en las presidenciales de 2015 por un mismo plan con diferentes candidatos: Macri, Scioli, Massa. Esa conducta ciudadana es inseparable de la política de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, que tras lograr la cooptación de fuerzas antisistema, la pulverización del movimiento obrero y de las organizaciones revolucionarias, empujaron al grueso de la sociedad, asqueada por la corrupción, la ineptitud y la prepotencia típica de pequeños burgueses con veleidades, a rechazarlos a ellos y volcarse en favor de patéticos candidatos cuya inmoralidad e incapacidad traducen con exactitud la decadencia vertiginosa del sistema que defienden.

Tienen la iniciativa
No puede haber lugar a engaño: ése es el punto de partida de la nueva coyuntura. El capital cuenta no sólo con la iniciativa política, sino con todos los recursos para transformarla en fuerza electoral primero y luego, eventualmente -y si las fuerzas revolucionarias no lo impedimos- en fuerza de choque contra las masas que inexorablemente buscarán resistir el enorme costo de la crisis. También está a la vista, fuera de discusión, la laya del elenco gobernante, incapaz no ya de planificar y poner en marcha un país del futuro, sino de hacer un plan para aumentar tarifas, presentarlo al país y aplicarlo coherentemente. El papelón del Ejecutivo en torno a este tema, fundamental en su concepción para contener el crecimiento en flecha del déficit fiscal, no tiene precedentes por la ineptitud y el descontrol interno mostrado por el gobierno. Pero eso es lo que tiene a mano la burguesía para llevar adelante su proyecto de salvataje capitalista. Lo notable es que, aun con este material humano, lo está logrando. Porque no encuentra nadie enfrente, aparte columnistas adocenados de una prensa connivente que ensaya ironías críticas sobre aspectos parciales para disimular su completa subordinación al plan central.
De manera tal que, pese a la inédita heterogeneidad del equipo gobernante, más allá de las desinteligencias y la inepcia, la dinámica de la burguesía es de convergencia y abroquelamiento en torno al plan de salvataje.
Cabe una digresión. Prensa adicta e izquierda de todo color hablan, para apoyarlo u oponerse, de «plan de ajuste». Las palabras no son neutras. Y, como advertía Thomas Mann, «nadie escribe una oración completa sin denunciarse».
En este caso el desvío tiene dos costados. Si algo está desajustado, es preciso ajustarlo. ¿O no? ¿Alguien quiere viajar en un tren con las tuercas de los rieles desajustadas? ¿Alguien quiere vivir en un país donde no sólo falta un tornillo sino que todas las tuercas están sueltas? «Que venga un mecánico, a ver si lo puede arreglar» dice Gardel en su legendario tango, donde Cadícamo aludía, ya en los años 1930, al desajuste del mundo. Pese a todo, hay quienes se proponen como líderes populares y niegan la necesidad de ajustar nada. ¿Quién los contrataría como mecánicos? Está a la vista: nadie.
El otro costado, más significativo, de la negativa al «ajuste» es la utilización del concepto mismo: niega la crisis estructural, irreversible (o, para el caso inajustable) del sistema. Al admitir que lo que está en juego es ajustar o no, se descarta la necesidad de abolir, de dar vuelta como un guante la realidad económica y social del país. Y se proponen como alternativa capitalista al no ajuste. Para obtener un cargo de concejal o diputado, se niega la inviabilidad concreta, actual, del sistema económico y político argentino no obstante la evidencia de su veloz hundimiento.
Con estos conceptos y conductas, las izquierdas que los asumen no sólo colaboran con el frente único burgués para ajustar la economía en función de sus intereses, sino que toman irremediable e irrecuperable distancia con las masas que sufren primero los efectos devastadores del desajuste (Kirchner y consorte) y deben pagar luego los costos del ajuste (Macri, Obama y Merkel).

Corruptos y redentores: no es nuestra batalla

Argentina una vez más ante un falso dilema. Otra trampa tendida para confundir y desviar. Para dificultar el paso de las masas por el camino de la asunción de una estrategia propia y una organización acorde para alcanzarla.
Esta vez se trata del juicio a las principales figuras del anterior gobierno, combinada con la imprevista imputación al flamante Presidente.
Aunque se presenta de ese modo, no se trata de personas. Es la lucha interburguesa expresada ahora en una batalla entre la burguesía tradicional de un lado y, al otro, ávidos advenedizos empeñados en edificar una «nueva burguesía nacional» enmascarada en un discurso falaz hasta la repugnancia.
Es, como lo decimos desde hace años, la disputa del capital establecido contra una camarilla que en medio del colapso del sistema político argentino y ante la inexistencia de una alternativa política de los trabajadores y el pueblo, se hizo con el poder en 2003 y se lanzó a la rebatiña más impúdica y grosera en 200 años de historia.
¿Por qué deberíamos alinearnos con una de las fracciones burguesas en descarada disputa por la apropiación de la plusvalía? Ambas están signados por la corrupción como vía para la acumulación privada de riqueza. Ambas trabajaron y seguirán haciéndolo contra los intereses de la nación y el conjunto de la población. Esta no es nuestra batalla. Un trabajador, un campesino, un estudiante, tanto menos un revolucionario, no tiene razón alguna para con alinearse con unos u otros. Quienes ahora salen a defender a Cristina Fernández, Aníbal Fernández, Amado Boudou y Julio De Vido, entre tantos ladrones encumbrados por efecto de una crisis agónica del sistema político capitalista, en su mayoría llamaron a optar por Scioli contra Macri el 22 de noviembre último. Quienes no van ahora a vivar a la ex presidente acompañando a De Vido, Fernández, Bonafini y otros tantos del mismo jaez, quienes no vieron la necesidad de una fuerza unitaria de masas antimperialista para romper aquella trampa llamando a no votar ninguno de ellos, tal vez hayan comprendido su error. Pero otra vez llegan tarde: la burguesía en su conjunto tiene la iniciativa. Y la usufructúa, descargando el peso de la crisis capitalista sobre los hombros de las mayorías.
Muy lejos de optar entre el falso republicanismo de Cambiemos o el inútil taparrabos del FpV (ahora prácticamente inexistente como tal), debemos hacer lo contrario. Todas las pruebas empujan a enfrentarlos en conjunto; sin distinción. A la vista del país está la inédita, escandalosa, nauseabunda operación de enriquecimiento de la familia Kirchner entre 2003 y 2016. Pero aparecen también los chanchullos tradicionales y más o menos legales de la familia Macri. Se devela la putrefacción irreparable de las clases dominantes. Del aparato judicial que los cobija. Queda a la luz el papel igualmente corrupto de los partidos del sistema. De la prensa comercial que los encubre. ¿O acaso todo esto hubiese podido ocurrir con jueces, diputados, periodistas y políticos probos?

Oposición sin arraigo de clase
Además de disgregadas hasta el absurdo las tendencias opositoras han estado durante la última década divididas en dos grandes bloques: uno sometido a diferentes formas del pensamiento pequeño-burgués, que o bien pretende hacer la revolución sin tomar el poder, o bien reniega explícitamente de toda revolución y afirma una plataforma nacional-reformista; el otro, donde también gravita con peso decisivo la condición de clase, incurre en la ya añeja y suficientemente denunciada conducta de infantilismo pseudo revolucionario.
Existen agrupamientos y cuadros revolucionarios marxistas en uno y otro bloques. Pero no logran hasta el momento afirmar un corpus teórico, una estrategia de poder un programa de acción revolucionaria en torno a los cuales alcanzar la unidad social de los trabajadores y edificar una organización revolucionaria con arraigo y autoridad ante las masas.
Enfrente, un proletariado numéricamente poderoso pero carente de conciencia de clase. Esa ausencia neutraliza a la masa militante antimperialista y anticapitalista, constituida por millones y con capacidad potencial para edificar un nuevo país, no obstante excluida del escenario político.
Disgregación extrema y desviaciones de diferente tipo inhabilitan a la clase obrera y su amplio campo potencial de aliados en el duro combate por el poder, limitado hoy a las diferentes fracciones de las clases dominantes. Mientras no se revierta esta situación de base, no será posible arrebatarles la iniciativa política. Y ellas, con el el marbete de Cambiemos (macrismo) o de cualquiera de la denominaciones que adopte el peronismo, llevarán al país a un desastre aún mayor al que hoy sufre. Es hora de recuperar la historia de la clase obrera argentina y de las fuerzas revolucionarias que desde el siglo XIX han luchado por el socialismo.

Septiembre de 2016

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