De José Saramago
Editorial: Alfaguara
Cantidad de páginas: 424
Lugar de publicación: Buenos Aires
Fecha de publicación: Abril de 2004
Precio: 26 pesos
¿Una novela sobre el Voto Protesta? Sí; por sorprendente que resulte, ése es el nudo narrativo de la última obra de Saramago. Pero el hecho electoral y sus consecuencias son más que un eje argumental. Se trata de una proposición. Este prolífico autor cambia el ángulo de mira de su obra anterior y dispara una alegoría sobre el recurso político que le resta a sociedades empantanadas en la ciénaga de la democracia formal. Desde luego, el autor de El año de la muerte de Ricardo Reis sigue siendo merecedor del Premio Nobel, obtenido en 1998. El hecho es que, por hartazgo o militancia, tal vez para reivindicar una rebeldía puesta en tela de juicio a propósito de oportunas manipulaciones de sus opiniones políticas, Saramago narra una ficción que ya ocurrió en un país bien conocido por él: Argentina.
Acaso por eso, explicita que el sujeto es Portugal. La novela comienza en una jornada electoral lluviosa, en la que los electores no concurren a las urnas. Por la tarde, ya con sol, el flujo se regulariza, pero al contar los votos emitidos en la capital del país, el resultado es tan insólito como inesperado: un 75% ha sufragado en blanco. Los representantes del pdd, el pdm y el pdi (partido de derecha, del medio y de izquierda), menos exasperados que perplejos, tratan de elucubrar cómo sacarán ventaja de la situación. El gobierno resuelve convocar a nuevos comicios en el distrito sedicioso. Resultado: el 85% votará en blanco.
Mientras tanto, Saramago se demora en detalles y observaciones. Esta morosidad descriptiva no es ajena a los textos del autor; por el contrario, es un signo distintivo y en ella estriban algunas de sus mejores páginas. Sólo que el punto de partida no es la fantasía o el ensueño. Sobre todo para lectores argentinos, se trata de historia reciente. Resulta, ¿cómo decirlo?… superfluo, incongruente, leerla como novela. Cuando la ficción llega, para imaginar el castigo oficial mediante una retirada del gobierno de la capital y el abandono de los habitantes a su suerte, rodeados por un cordón infranqueable, la narración ha perdido aquella tensión tan propia de Saramago. Hacia la mitad del texto, el autor revela conciencia del callejón al que ha entrado: “los acontecimientos, han seguido su marcha, y nosotros, en lugar de anunciar, como es la obligación elemental de los contadores de historias que saben su oficio, lo que sucede, nos tenemos que conformar con describir, contritos, lo que ya ha sucedido”.
Luego ocurre un giro brusco y Ensayo sobre la lucidez ensambla formalmente con Ensayo sobre la ceguera. Reaparecen los personajes de aquella celebrada obra anterior y comparten el escenario con los nuevos. La narración recobra, en el último tercio, el ritmo y la magia del gran escritor. ¿Qué ocurrirá con ese voto en blanco espontáneo y masivo? El desenlace sobreviene. Descartado el final feliz, Saramago no puede tampoco incurrir en la fácil opción del escepticismo o la proclama. Leer para juzgar. La pregunta es si la literatura puede dar cuenta por este camino de los grandes dilemas político-existenciales latentes en foros mundiales, a los que la juventud concurre masivamente y donde Saramago es ídolo.