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Espionaje, democracia y tasa de ganancia

PorLBenAXXI

 

Uno a uno caen los velos que ocultan a los ojos de todos la realidad del sistema capitalista. Las revelaciones sobre el espionaje estadounidense en dos ámbitos opuestos –cientos de millones de personas y 35 líderes principales del mundo capitalista– hacen trizas cualquier alegación respecto de la vigencia real de garantías democráticas y derechos civiles, a la vez que señalan un hecho soslayado por la teoría y el accionar político de la mayoría de las fuerzas antisistema: la lucha interimperialista.

Gobernantes, analistas y periodistas fingen sorpresa e indignación ante lo que intentan presentar como asombroso descubrimiento: el gobierno de Estados Unidos no sólo infiltra a sus enemigos sino que espía con mayor empeño a sus aliados, sin excluir presidentes de los principales países en Europa. No hay aquí contradicción alguna y mucho menos motivo de extrañeza. Veintidós años atrás, un texto titulado Después de la guerra del Golfo y sin la Urss, el cual daba por cierto que la política mundial estaba signada por la crisis estructural del sistema capitalista, resaltaba la siguiente afirmación tras la reseña de una dura polémica entre las siete principales potencias capitalistas: “(ese enfrentamiento) dibuja con temible nitidez el curso de colisión de las grandes potencias imperialistas entre sí. Esto da lugar a una situación previsiblemente transitoria pero de gran trascendencia: en la medida en que la tensión Este-Oeste queda relegada por el colapso de la Urss y Europa Oriental, y teniendo en cuenta que mediante la extorsión y la guerra la contradicción entre las metrópolis hiperdesarrolladas y el Tercer Mundo aparece aplacada, la pugna interimperialista ocupa objetivamente el centro del escenario político internacional, lo cual presupone igualmente que la iniciativa está por el momento en manos del Norte” (Crítica N° 1, octubre de 1991).

Nadie como Hugo Chávez asumió en toda su significación esa realidad cargada de contenido estratégico. Ubicar como protagonista a Venezuela en ese marasmo planetario y marcar el rumbo hacia el socialismo del siglo XXI, implicó afirmar el tertium datur: salir de la crisis estructural del sistema utilizando las contradicciones intercapitalistas, pero con los motores en marcha para abolir el capitalismo.

Como caricatura, el listado de jefes de Estado espiados por Washington casi permite trazar la línea de evolución de aquella situación transitoria posterior al derrumbe de la Urss. Diez años oyendo subrepticiamente el teléfono celular de Angela Merkel verifica la agudización de los conflictos interimperiales; el acoso a la presidente brasileña Dilma Rousseff asegura que los intentos de sociedad calificada con el gigante sureño no van por un plácido camino; la utilización de novísimas técnicas para seguir los pasos del presidente Xi Jinping verifica el giro geopolítico dado por China, socio útil 20 años atrás, hoy devenido principal competidor en el mercado mundial. Detrás de esa conducta está la caída de la tasa de ganancia. Es decir, el resultado inexorable de la competencia capitalista, que empuja al sistema hacia el abismo.

Entre paréntesis, una paradoja ilustrativa: la mano de obra barata en China permitió dos décadas atrás camuflar la crisis capitalista global porque contrarrestaba la caída tendencial de la tasa de ganancia para las grandes transnacionales migradas al Este y oxigenaba así la economía mundial. A poco andar, sin embargo, el rasgo particular de aquel país se transformó en lo contrario: los productos chinos arrastran hacia abajo los precios de manufacturas en todo el mundo y desbaratan la tasa de ganancia media, transformándose en la principal amenaza intrínseca para el sistema mundial regido desde Washington.

Mientras tanto la Revolución Bolivariana armó un doble  glacis contemporáneo: por un lado, desde el Alba la extensión hacia Mercosur, Unasur y Celac (cada círculo más débil que el anterior, no obstante eficientes a la hora de la verdad); por el otro, la afirmación estratégica de mundo pluripolar. La improbable pero no imposible aparición del Bricso (propuesta de moneda virtual para los países Brics) indica hasta qué punto esta perspectiva amenaza de muerte a la hegemonía estadounidense, cuya caída arrastraría a la Unión Europea.

En su actual embestida furiosa contra Venezuela, la Casa Blanca afronta ese complejísimo conjunto de fuerzas. Pena que al otro lado de la trinchera, tantos y tantos comentaristas actúen con la irresponsabilidad de quien siquiera barrunta la magnitud de la confrontación en juego y en lugar de contribuir teórica y políticamente a la resolución positiva de ese choque histórico entre propuesta socialista y agonía capitalista, se limiten a un anecdotario para el cual, desde luego, no falta combustible.

Como sea, los poderosos, aún enfrentados a muerte entre sí, hallan espacio para unirse frente a los pueblos, incluidos los propios: ante las evidencias, Alemania y España han admitido que los medios para que la NSA espiara a cientos de millones de europeos fueron entregados por sus propios gobiernos. Lo cual confirma otra afirmación de antigua data: así como el socialismo es imposible sin democracia, el capitalismo inexorablemente tiende a aniquilar los derechos democráticos y las garantías civiles de la ciudadanía: allí está la utilización de Google y Facebook para meterse en la vida privada de millones de seres humanos. Ellos preparan así, ante todo, la guerra contra sus propios ciudadanos, acosados y crecientemente sublevados por exigencia de la crisis.

Tan antiguo como la historia, el espionaje entre potencias advierte hoy de un nuevo escalón hacia abajo en la degradación capitalista. Pero la labor de inteligencia (industrial, política, económica y, por supuesto, militar) es sólo indicadora de la tendencia. En Venezuela, Bolivia, Ecuador, Cuba y Nicaragua, Estados Unidos está ya en franca fase de pasaje del espionaje y la desestabilización política a la acción militar. De la capacidad para poner o no freno a esa dinámica depende que la misma lógica se despliegue –o no– hacia las grandes potencias con las que confronta Washington: en primer lugar Rusia y China, pero también las capitales de la Unión Europea.

Quien haya llegado hasta esta línea en su lectura, sabrá que su conducta cuenta frente a esta inexorable amenaza a la humanidad.

 

 

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