No es el petróleo. Es algo de mayor trascendencia aún, ante lo cual se inclina esa poderosa fuerza determinante de los pasos de las grandes potencias. Es la clausura de la etapa a medias cerrada con el fracaso estrepitoso de lo que dio en llamarse “neoliberalismo”. La guerra relámpago en el Cáucaso hace estallar el realineamiento internacional que ha venido gestándose en los últimos 20 años.
En el corazón de este choque late, además, la irresuelta dinámica interna entre Rusia y los restantes países de la ex Urss y el Pacto de Varsovia: hasta dónde, cómo y con quiénes llevar la transición negativa de una economía no capitalista a otra inserta de manera subordinada al mercado mundial imperialista. Abrupta, inesperadamente, reaparecen los verdaderos dilemas planteados a la historia por el derrumbe de la Unión Soviética.
Excepto un puñado de analistas de signo diverso, intelectuales y dirigencias políticas fueron convenciéndose a lo largo de la década de 1990 de que el mundo era y siempre sería “unipolar”. El grueso de las izquierdas asumió la noción de “nuevo orden internacional”. El significado estratégico de esa interpretación fue el abandono de la revolución socialista como perspectiva. En términos tácticos, implicó un violento giro a derecha; un huracán ideológico que arrasó la geografía política mundial.
Un detalle basta para mostrar los efectos de la miopía estratégica: el G7 (Estados Unidos, Japón, Canadá, Alemania, Francia, Italia e Inglaterra) pasó a llamarse G7 + 1 (Rusia) e inmediatamente, G8. Los últimos años los empeñó el gobierno brasileño en sumarse a ese grupo exclusivo, llevado por la certeza de que ése era el punto de nexo del nuevo orden mundial. No lo logró. Pero es un dato menor. Porque ya no son 8 ni 7 + 1: la prensa mundial habla ahora exclusivamente del G7, resumiendo en ese giro el vuelco estratégico ocurrido a partir de la invasión georgiano-estadounidense a Osetia del Sur.
Con Rusia involucrada en una guerra comenzó una fase diferente en la era post soviética. Ha terminado el ensueño de una integración pacífica sobre bases capitalistas entre la Unión Europea y los países del ex Pacto de Varsovia. Anclado en el espejismo de 1990, el pensamiento político dominante se muestra balbuciente o simplemente calla ante la súbita reaparición de la guerra y el riesgo atómico entre Estados Unidos y Rusia.
Escalada
Precedidas por masivos ataques de artillería y bombardeos a la población civil con aviones Su-25, fuerzas blindadas georgianas invadieron Tsjinvali, capital de Osetia del Sur, en la madrugada del 8 de agosto. “Hay combates encarnizados por toda la ciudad”, declaró el general Marat Kulejmátov, comandante de las fuerzas de paz rusas destacadas en la zona. Los militares georgianos que integran ese mismo cuerpo habían abandonado las instalaciones al mediodía del jueves 7, minutos antes de que comenzaran los ataques de artillería. En pocas horas murieron alrededor de dos mil civiles, de nacionalidad rusa y partidarios de la independencia. Entre ellos, 15 militares del contingente ruso.
Moscú replicó con un contraataque fulminante, que en pocas horas obligó a la retirada de Georgia. La guerra se extendió a Abjasia, otra región que reclama su independencia de Tiflis. La prensa mundial expandió la interpretación del conflicto a partir de este segundo capítulo, no tanto para ocultar el primer golpe ordenado por el presidente georgiano Mikhail Saakashvili, como para encubrir el hecho de que éste actuó bajo las órdenes de Washington. “Tenemos serias razones para creer que hubo ciudadanos estadounidenses justo en la zona de combate”, declararía luego el primer ministro ruso Vladimir Putin.
Bajo su actual gobierno Georgia es un enclave de la Otan, tiene dos mil soldados en Irak y actúa como punta de lanza del plan militar estratégico estadounidense contra Rusia.
Ya el 10 de agosto el balance militar estaba resuelto, con el obvio aplastamiento de las fuerzas georgianas y el despliegue ruso apuntado hacia la capital de ese país. Saakashvili clamó por la intervención de sus jefes. Pero George Bush se limitó a duras declaraciones. Cabe creer que los estrategas del Pentágono no previeron la determinación y contundencia con que actuaría Moscú.
El recurso intermedio de la Casa Blanca fue enviar “ayuda humanitaria” para socorrer a las víctimas de la guerra. Poco después 18 naves de guerra de la Otan estaban desplegados en el Mar Negro. El Dallas, un destructor estadounidense se apostó en el puerto georgiano de Batumi. A 300 kilómetros, en Sujumi, capital de Abjasia, se apostó de inmediato un crucero portamisiles y dos buques de combate rusos.
Escudo antimisiles: Otan vs Rusia
Simultáneamente, Polonia anunciaba que daba autorización para instalar en su territorio un escudo antimisilístico estadounidense. Rusia replicó reconociendo la independencia de Osetia del Sur y Abjasia. “El deslizamiento de la Otan hacia la confrontación con Rusia y los intentos de presionarnos son inadmisibles y pueden conducir a consecuencias irreversibles para el clima político y militar y la estabilidad en el continente”, declaró el portavoz del ministerio de Exteriores de Rusia, Andréi Nesterenko.
Las cancillerías europeas entraron en pánico. Son parte subordinada de la Otan y van ineludiblemente a la rastra de Washington. Pero dependen del petróleo y el gas que proviene de esa zona ahora en llamas.
A la defensiva, la Casa Blanca anunció mediante una portavoz, Dana Perino: “estamos en proceso de reevaluar nuestra relación con Rusia. Lo estamos haciendo en colaboración con nuestros socios internacionales”. A sus súbditos británicos les hizo decir algo más claro: es preciso formar “la mayor coalición posible contra la agresión rusa en Georgia”, espetó el canciller David Miliband; y agregó “el G-7 debe revisar la naturaleza, profundidad y amplitud de las relaciones con Rusia”. Nicolas Sarkozy y Angela Merkel recibieron el recado y se apresuraron a declarar en esa tónica.
Basta reemplazar el pseudónimo “neoliberalismo” por su verdadero nombre: reacción desesperada del capital ante su crisis estructural, para comprender qué etapa es la que clausura la guerra del Cáucaso.