El Capitolio de Washington ya no es la cúpula de la política mundial. Con base en los acuerdos Rusia-China reseñados por América XXI en su edición de junio, más las recientes decisiones adoptadas en la reunión de presidentes de los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica), sumados los encuentros de Brics con Unasur y de China con Celac, queda completado el cuadro de una nueva realidad geopolítica en la que Washington, capital del mundo desde mediados del siglo XIX, pasa a la defensiva desde un lugar subordinado.
Quien se disponga a hacerlo puede observar y ser partícipe de un momento trascendente para la historia universal.
Lejos de arredrarse, Estados Unidos está empeñado en una estrategia contrarrevolucionaria. En aparente paradoja, cuenta con el apoyo de los mismos que le profesan una mezcla de temor y odio: todos los sectores, de todas las burguesías locales, aunque con obvias distinciones internas y diferente grado de adhesión, a la vez que toman distancia recostándose en nuevos polos de poder real, se suman a la estrategia de defensa del capitalismo frente a la amenaza revolucionaria. Hoy como siempre, esa defensa está encabezada por el Departamento de Estado y el Pentágono.
El contraataque imperial hemisférico es más fácilmente visible en América Latina y el Caribe. Pero apunta también al proletariado más poderoso del mundo: el estadounidense. Aunque con punto de partida en los trabajadores de origen hispano, el gobierno de los megamillonarios ha lanzado una operación ideológico-político-represiva contra el conjunto de la clase obrera estadounidense.
Se trata de una estrategia general. Ninguna de sus articulaciones puntuales puede ser entendida sin ese punto de partida. No hay “tercera posición” (los ya exhaustos y desprestigiados movimientos nacional-burgueses), ni “tercera vía” (la táctica redibujada en Colombia el pasado 1 de julio por cinco ex presidentes bajo el mando de William Clinton) frente a esta decisión trascendental nacida en el corazón del capitalismo mundial.
Similitudes
En los años 1980, acosado por la crisis estructural y por la marcha de la Revolución en todas las latitudes, Washington lanzó lo que entonces denominamos “Contraofensiva global estratégica” (“El mundo después de la guerra del Golfo y sin la Urss”, Crítica de Nuestro Tiempo, octubre de 1991). Es ilustrativo comparar, aun en excesiva síntesis, aquella avanzada y sus resultados, con la que el imperialismo estadounidense lanzó a mediados de la primera década de este siglo. Aquél fue un contraataque global en el sentido de total, no ya como referencia geográfica: la embestida fue militar, política, económica, religiosa y cultural. Y en todos los planos resultó exitosa. Para eso fue asesinado el papa Juan Pablo I y entronizado el polaco Karol Wojtyla, prólogo de una arremetida devastadora contra la denominada “teología de la liberación”. Fue instigada la guerra entre Irak e Irán para vaciar el proceso revolucionario iraní detonado en 1979; el Pentágono instaló mercenarios en Honduras, desde donde asolaron la Revolución Sandinista también a partir de 1979; con mercenarios, igualmente, se lanzó una guerra contra Angola y la dinámica de emancipación africana que entonces amenazaba con victorias revolucionarias en todo el continente; y esa oleada fue precedida en América Latina por golpes de Estado en cadena y el aniquilamiento por vía militar de fuerzas revolucionarias de todo rango y carácter. Un poderosísimo aparato mundial de prensa comenzó a aplicar metódicamente formas de acción simultánea y global para, entre otras cosas, imponer la supuesta superioridad del sistema capitalista sobre el por entonces llamado “socialismo real” (Unión Soviética, países del Este, China, Vietnam y Corea del Norte), acompañadas por escuelas económicas profusamente propagadas, ajenas a todo criterio científico, aplicadas exclusivamente a restañar las heridas graves del capitalismo. Fueron promovidas, también con apoyo en ese mecanismo planetario de difusión, formas musicales en línea con una nueva estética enajenante, estereotipos nuevos de comportamiento juvenil, todo acompañado por la masificación de nueva mercancía destinada entonces en primer lugar a torcer la peligrosa línea de caída de la tasa de ganancia: la droga. Acaso el arma más poderosa de esta panoplia contrarrevolucionaria fue la falsificación de dos conceptos: democracia y derechos humanos. Washington, que apenas salía de la guerra de Vietnam, que había prohijado –cuando no conducido directamente– golpes de Estado y feroces dictaduras militares en Brasil, Chile, Argentina, Uruguay y el resto del continente, se vistió de paladín de la democracia y defensor de las garantías individuales. Allí también, se entiende, fue decisivo el aparato universal de difusión. Ese arsenal tan disímil, perfectamente ensamblado y complementario, cayó sobre la Unión Soviética y, apoyado en deficiencias históricas de gran magnitud, acabó derrumbándola.
Cuando las autoridades del Pcus dieron por acabada la primera experiencia en busca del socialismo y disolvieron la Urss, el capitalismo se proclamó vencedor histórico. Era una afirmación sin fundamentos objetivos y sin horizonte. Pero de enorme potencia: sólo por excepción gobiernos, partidos políticos, sindicatos, intelectuales y artistas, resistieron esa fuerza arrolladora que preponderó durante casi dos décadas. A comienzos del nuevo siglo es otra la coyuntura y muy otro el futuro previsible de la contraofensiva imperial.
Diferencias
Dos factores principales diferencian el momento actual del punto de partida para la escalada estadounidense en el último cuarto del siglo XX: la crisis estructural del sistema parte ostensiblemente de los centros mundiales del capital, incluye regiones antes exentas, además de ser más aguda y profunda; el imperialismo carece en esta oportunidad de andamiaje ideológico, incluso falsificado y mentiroso como el que utilizó en los años 1980.
Pero hay mucho más. Con la caída de la Urss se desintegró el bloque denominado “Tercer Mundo”. A la vuelta del ciclo que mostraría la impotencia de los pseudovencedores globales, Rusia propuso hace más de una década lo que luego Goldman Sachs denominaría Brics. Partidos y sindicatos de todo signo subidos al carro de quien consideraron vencedor en los 1980 están hoy aniquilados, simplemente inexistentes como base para el ejercicio estable del poder burgués. Los textos de economía de aquel período quedaron arrumbados en un rincón en las universidades de todo el mundo. Los que fueron escritos para revivir el “neokeynesiano”, supuesta alternativa al denominado “neoliberalismo”, (neo, al parecer, significa disfraz de lo viejo y perimido), también van al desván de trastos inútiles. La enajenación y degradación de formas culturales propias de la decadencia capitalista ya no es una fuerza de gravitación para las vanguardias juveniles. Y aunque no hay nada en su reemplazo, la desordenada y desnortada búsqueda obrará como contraparte, a término efectiva como herramienta antisistema. Para reemplazar al troglodita Benedicto el Departamento de Estado –esta vez de manera incruenta– se vio compelido a buscar en un obispo argentino el anhelado reemplazo a la figura y programa de revolución encarnado por Hugo Chávez. Con arrestos progresistas y hasta revolucionarios desde una plataforma probada y decantadamente contrarrevolucionaria, el Papa Francisco no logra concitar el apoyo de las franjas progresistas de la propia iglesia, pero sí la furibunda oposición de las cúpulas reaccionarias, lo cual minimiza el papel efectivo del catolicismo en la defensa estratégica del sistema. Sólo en poderío militar no ha virado la situación en detrimento de Estados Unidos: la guerra ya no es el último, sino el primer recurso de cualquier intento imperial por recuperar lo perdido.
Supercherías y Quinta Posición
Así como fue una consultora y gestora del gran capital la que puso nombre al relevante fenómeno conocido hoy como Brics, cupo también a dos gestores estadounidenses de fondos de inversión inventar en los años 1990 la noción de “países emergentes” para denominar al Tercer Mundo: necesitaban un nombre nuevo y atractivo para juntar montañas de dinero y multiplicarlas en mercados subordinados. Demás está decir que lo lograron.
Si nombrar es importante, confundir con palabras lo es más aún. Nombrar para engañar se convierte entonces en tarea magna de consultores: neoliberalismo por capitalismo, neokeynesianismo en lugar de rescate capitalista, emergentes a cambio de capitalismo periférico y subordinado.
¿Serán los Brics una Quinta Posición, distante del nacionalismo burgués y la tercera vía, validadora del capitalismo en carrera desarrollista por el cetro mundial? Es el gran debate, el gran combate político, de aquí en adelante. Mientras tanto nadie pone en duda una afirmación rotunda: los Brics son hoy un potente acelerador de la agonía imperialista. Y son también, a la vez, motor y obstáculo de la contraofensiva estadounidense.
Dilema regional
Necesidades geoestratégicas de China y Rusia, más el imperativo económico y la participación de Brasil en el bloque Brics hacen de América Latina un teatro privilegiado de despliegue para el nuevo bloque. Esto, en el mismo momento en que Estados Unidos desenvuelve su panoplia a fin de recuperar terreno perdido desde comienzos del siglo XXI.
En agosto del año 2000 Fernando Enrique Cardoso (montado ahora al tren de Clinton en Cartagena) y Hugo Chávez (vivo en la continuidad de la Revolución Bolivariana), convocaron a la primera reunión de presidentes suramericanos. Transcurridos 14 años, el reloj de la historia ha dado un giro completo y comienza una nueva cuenta. El gobierno brasileño encontró su lugar tras bascular entre el G20 y la Unasur: ahora Itamaraty debe acentuar un liderazgo regional para pesar de verdad en los Brics. Resuelta en ese camino, con respaldo de la Fiesp (Federación de Industrias del Estado de San Pablo) y como candidata del Partido de los Trabajadores, Dilma Rousseff encabeza encuestas para las presidenciales de octubre.
Argentina, por su parte, atrapada otra vez en el drama de la deuda externa, presa en la tenaza de recesión con inflación, parece encaminada hacia una victoria electoral de la burguesía tradicional en octubre de 2015. Colombia ya mostró a Juan Manuel Santos –instalado en la Alianza del Pacífico– en el intento de resucitar la tercera vía. Chile también apostó a la Alianza del Pacífico. El probable sucesor de José Mujica en Uruguay, Tabaré Vázquez, proclive como Michelle Bachelet a la tercera vía, parece igualmente dispuesto a sumarse al bloque del Pacífico propulsado por Washington.
Voceros de Washington proclamaban antes de la irrupción de los Brics en Fortaleza y Brasilia que este cuadro significaba poco menos que una victoria para la estrategia imperial. Pero Estados Unidos no tiene suficiente con medias victorias. Con buen criterio de autodefensa, señala como principal enemigo a la propuesta socialista de Venezuela, ataca frontalmente a todos los países del Alba, pero no perdona posiciones intermedias que por una u otra razón omitan un choque frontal con la perspectiva revolucionaria encarnada en el Alba. Los estrategas del Departamento de Estado saben el potencial revolucionario de las masas al sur del Río Bravo, con o sin gobiernos empeñados en la transición al socialismo. Y conocen mejor la fragilidad interna de los gobiernos contrarios o vacilantes frente a esa opción.
Probada la imposibilidad de derrotar a Nicolás Maduro mediante urnas, atentados o movilización mercenaria, el contraataque estadounidense tiene ahora como primer objetivo aislar a Venezuela en la región.
Así se explica la campaña de desgaste contra Dilma Rousseff: toda la prensa conservadora del hemisferio arremetió contra la presidente brasileña durante el mundial de fútbol y ahora muestra a Aecio Neves como vencedor en segunda vuelta. Ésa es también la causa de la política de asfixia al gobierno argentino, así como los intentos por infligirle una derrota electoral al Frente Amplio en Uruguay. Esta conducta imperial desconcierta a no pocos analistas que se preguntan: “¿Por qué torpedear a Rousseff, Fernández o Vázquez?”. La razón es simple: no hay tercera vía ni quinta posición. Resta ser subordinado incondicional o enemigo jurado de Washington. Sólo con la región encolumnada y sin chistar tras la Casa Blanca sería posible vencer a la Revolución Bolivariana y posponer sin fecha el peligro de la revolución socialista en la región. Eso equivaldría también a aplastar al interior de los Brics la perspectiva anticapitalista y enfrentar este desafío exclusivamente en el terreno de la lucha interburguesa e interimperialista.
Imposible hoy prever las sinuosidades en el rumbo de los Brics y el ritmo al que irán definiéndose sus contradicciones internas. En cambio es una certeza la imposibilidad para Estados Unidos de alinear de manera estable a la región tras su estrategia para destruir la Revolución Bolivariana y el Alba. A las mil razones ya existentes en el panorama social y político al sur del Río Bravo se suma el factor principal para el próximo período: el agravamiento sistemático de la crisis capitalista en los centros imperiales y sus efecto devastadores para el resto del mundo.
Con todo, está en cuestión si la respuesta a esa realidad mundial prefigurada por el desplome de economías como las de Grecia y España; por las guerras en Palestina, Siria, Irak, Ucrania y otros países, tendrá una plataforma de salvación reformista o de abolición revolucionaria del capitalismo. La primera es impotente frente a la irracionalidad desbocada del imperialismo. Por eso el curso de la estrategia trazada por Hugo Chávez en Venezuela continúa siendo decisivo en la opción socialismo o barbarie.