Hoy comienza en Rosario, Santa Fe, Argentina, una reunión organizada por la CIA como parte de una ofensiva múltiple contra la Revolución Bolivariana en Venezuela y las luchas en alza en toda América Latina. El siguiente artículo, publicado el sábado pasado, adelanta la significación estratégica de esta reunión.
Mucho más que un brote macartista, el ataque contra artistas definidos a favor de la Revolución Bolivariana es el signo de la marcha opositora hacia conductas nazi-fascistas.
Denominado a partir del senador estadounidense Joseph McCarthy, esta excrecencia política del capitalismo consistió en la persecución y represión en Estados Unidos a artistas, escritores, deportistas y periodistas en los años 1950, acusados de comunistas, en la mayoría de los casos sin fundamentos. La “Caza de Brujas” (que entre tantas obras daría lugar a la pieza de teatro Las Brujas de Salem, de Arthur Miller) alcanzó a tirios y troyanos. Y durante más de un quinquenio convirtió a la potencia emergente de la segunda Guerra Mundial en un país dominado por la delación y el oscurantismo, cuando ya el poderoso movimiento obrero había sido puesto en caja, tras un frustrado intento de consolidarse como partido de clase en torno a la organización sindical de los entonces poderosos gremios industriales.
Nazismo y fascismo surgieron luego de la primera guerra mundial, cuando tras la victoriosa Revolución Rusa en Europa los grandes partidos y sindicatos socialistas y comunistas amenazaban la continuidad del capitalismo. Ahogada en sangre la Revolución Española, la reacción avanzó por esa vía en el resto de Europa.
Aunque están conectados por una común definición represiva contra cualquier avance social frente al sistema capitalista, macartismo y nazi-fascismo se diferencian en algo sustancial: aquel opera desde una relación de fuerza favorable al sistema que defiende desde lo alto de una ideología totalitaria, en tanto éste aparece como recurso de última instancia de un orden social acosado por las masas, a las cuales el capital pretende responder también desde sectores de masas, buscando organizar las capas más pauperizadas, inarticuladas y carentes de conciencia, acompañadas por franjas de las clases medias.
Así ha sido hasta ahora en las experiencias históricas de revolución y contrarrevolución. Como todo en la Venezuela contemporánea, la originalidad del fenómeno exige una mirada propia y puntual.
Desde el año pasado se suceden aquí ataques contra cantantes, artistas y deportistas que osaron comprometerse con el proceso revolucionario en curso y con la figura del comandante Hugo Chávez. Pero la situación se agravó cuando un grupo de artistas se propuso recuperar el sindicato de artistas, conformó una plancha para tal fin y proclamó su apoyo a la campaña presidencial de Nicolás Maduro.
Desde entonces, arreció la campaña de calumnias por las así llamadas “redes sociales”, por lo general centradas en que tales alineamientos resultan de la paga de fuertes sumas a los involucrados. Hubo casos más graves en los que estos artistas recientemente alineados con la revolución fueron agredidos de palabra o de hecho en la calle.
El firme respaldo del gobierno a las víctimas de estos ataques y el peso social de las ideas y el plan de acción oficial acota la capacidad de acción de tales agresiones, aunque no les quita gravedad en la experiencia cotidiana de estos hombres y mujeres que, desde su lugar, han comprendido y asumido los desafíos de la hora histórica.
Dicho de otro modo: en tanto que expresión macartista, el fenómeno tiene una dimensión limitada. Pero es inexorable su metamorfosis en conductas nazi-fascistas crudas y duras, no ya contra artistas, sino contra las masas que impulsan la revolución.
Desde Washington y Madrid, para toda América Latina
Dada la probada potencia social, política y militar de la Revolución Bolivariana, la marcha de las clases dominantes hacia el fascismo no puede partir de Venezuela. Cabe insistir: el fascismo consiste en atacar a la revolución socialista desde un movimiento de masas, estructurado a fuerza de dinero y violencia en los sectores más desarticulados e inconscientes de la sociedad. Pero como en Venezuela el grueso de estos sectores ha adquirido una ostensible conciencia revolucionaria, traducida en organización a gran escala, y como la pequeña burguesía no puede llenar como fuerza de choque directa ese vacío, el imperialismo se esfuerza por poner en pie un movimiento fascista en toda América Latina, con la expectativa de aislar a Venezuela e intervenir desde allí en el cuadro local. Un adelanto de esa conducta es la utilización de paramilitares colombianos para lanzarlos a la acción en Venezuela.
A eso denominamos “Internacional parda”. Una organización fascista de alcance internacional, impulsada por Washington a través del Partido Popular de España y una troupe de figuras apuntaladas por los medios de difusión de masas.
No es una entelequia. Esta “Internacional fascista se reunirá entre el 8 y el 11 de abril en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, en Argentina. Como mascarón de proa los organizadores –autodenominados “liberales”, para encubrir la metamorfosis que esa corriente de pensamiento histórico sufrió desde los años 1920- han contratado a escritores como Mario Vargas Llosa, periodistas de origen cubano públicamente asociados con la CIA, ministros y ex ministros latinoamericanos –por ejemplo Joaquín Lavin, chileno colaborador de la dictadura de Augusto Pinochet-, ex presidentes como el fascista español José María Aznar, o figuras como Marcel Granier, conocido en Venezuela, aunque en menesteres públicos diferentes al que ahora asume en el aquelarre de Rosario. Un instrumento clave para penetrar y financiar periodistas e intelectuales en América Latina es FAES (Fundación para el análisis y los estudios sociales) presidida por Aznar.
También participarán dirigentes de la estructura política encabezada por el jefe de gobierno de Buenos Aires, Mauricio Macri, quien en oportunidades anteriores actuó como anfitrión. Los preparativos de esta reunión para propagandizar las ideas del fascismo, tras la cual se oculta una verdadera acción conspirativa de dimensión continental, fueron acompañados por el gobernador de la provincia de Santa Fe y la alcaldesa de Rosario, ambos pertenecientes al Partido Socialista –asociado a la Internacional Socialdemócrata- cuya principal figura, Hermes Binner, declaró recientemente que el 7 de octubre, si hubiese debido votar en Venezuela, lo hubiera hecho por Capriles. Un contemporáneo de Friedrich Ebert, el socialdemócrata alemán responsable del asesinato de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg.
Lectores atentos podrán observar, antes y después de los días de esa reunión, una campaña sistemática contra Venezuela y los países del Alba. E incluso contra gobiernos que, aun distantes de estos, no están totalmente alineados con la Casa Blanca. Es presumible que en Venezuela esa escalada esté mechada con redoblados ataques contra los artistas incorporados a las filas de la Revolución. Tal capacidad de difusión global va acompañada por un enorme despliegue financiero: 15 fundaciones internacionales lubrican con dólares la participación de 250 invitados de todo el mundo.
La Internacional parda, inarticulada en toda su proyectada dimensión, limitada por ahora a la acción propagandística, es la respuesta política contra la radicalización creciente de las masas explotadas y oprimidas en el hemisferio. Es el complemento eventualmente lanzado a la acción, imprescindible para la panoplia político-militar dispuesta por Estados Unidos desde el Río Bravo a la Patagonia. Comprender esta estrategia imperialista y actuar en consecuencia es una exigencia de la hora.