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reseña

Juan Bautista Alberdi – Domingo Faustino Sarmiento

porLBenLMD

 

De Prólogo de Lucila Pagliani

Editorial: Leviatán
Cantidad de páginas: 324 páginas
Lugar de publicación: Buenos Aires
Fecha de publicación: Enero de 2005
Precio: 33 pesos

 

Poco después de la batalla de Caseros, a mediados del siglo XIX, Alberdi y Sarmiento libraron su propio combate en las páginas de la prensa chilena.
No es fácil discernir los ejes de aquella confrontación. En rigor, ambos contendientes tienen mucho en común. Han luchado contra Rosas y son hijos del Siglo de las Luces. Pero pensar y poner en movimiento la edificación de un país abre necesariamente grietas entre personas con ideas, carácter y, desde luego, ambiciones propias.
Es improbable que alguien tome en sus manos este libro sin simpatías a priori por uno u otro de los contendientes. Sin embargo, las diatribas feroces que se endilgan y los argumentos de réplica harán vacilar en su adhesión a quien guste del choque de ideas y aspire a una conclusión honesta. Alberdi no se honra a sí mismo al condenar a Sarmiento por no tener título universitario. Éste vapulea al abogado brillante como quien sacude una alfombra, en un cruce memorable respecto del periodismo, los periodistas y la palabra escrita como medio de vida. La potencia literaria de Sarmiento arrincona por momentos al Alberdi metódico, con ideas profundas que sin embargo el sanjuanino reclama como propias.
¿Qué discuten estos dos hombres singulares? La construcción de un país, bajo el rótulo de organización nacional. La libre navegación de los ríos, el dilema unitario-federal, las ambigüedades de uno y otro a través del tiempo respecto de esta opción inasible. Pero chocan también alineamientos políticos que observados a la distancia no justifican tamaño alejamiento y encono personal entre ellos. Sarmiento califica al contrincante, con virulencia inusitada, por su falta de valor físico, por sus argucias para obtener prebendas y por sus opiniones. Alberdi se defiende en la misma tónica y suple con impiadosa acidez la erupción volcánica de la pluma sarmientina. La disputa teórica y política se desdibuja. Pero esa ausencia refleja otra, de decisiva gravitación y en la cual no parecen reparar los contendientes: no existe una clase social suficientemente enraizada y articulada para edificar la nación que ellos pretenden. La fuerza de las ideas, la potencia creadora, la capacidad polémica, se descompone así en vectores que desvían el objetivo y van a aniquilar al contrincante.
La decisión de reunir en un volumen aquellos textos, 150 años más tarde y en coincidencia con una campaña electoral, bien podría interpretarse como ejercicio de fina crueldad. Para el ciudadano contemporáneo la comparación es insoslayable y la conclusión, obvia: en la Argentina de hoy sus hombres públicos no muestran el talento, la pasión y el coraje de aquellas argumentaciones; la prensa no parece destinada a tales esfuerzos y nadie puede esperar que la Historia registre las peleas por el control de un aparato o por una banca en el Congreso como elevado ejemplo del debate de ideas en la edificación de un país. Mal que pese, la sociedad es una y la altura de quienes la conducen rige la medida de todos. Ése es el regusto amargo que deja la lectura de estas páginas imprescindibles.

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