Con la mitad de su población en contra y una abrumadora mayoría de la opinión pública mundial que lo rechaza, George W. Bush asumió su segundo mandato con promesas de reiterar corregida y aumentada la política de su primer período. Su nuevo gobierno se desarrollará en el marco de una crisis económica sin precedentes. Las amenazas de nuevas guerras no aumentan sus perspectivas de estabilidad.
El segundo mandato de George W. Bush tiene todos los elementos para transformarlo en el presidente más débil de la historia estadounidense. Pero el equipo gobernante ha resuelto huir hacia adelante: en su discurso de reasunción, el pasado 20 de enero, sobresalió el tono amenazante y la ratificación de una política intervencionista global. Más allá de eso, el texto revela que la cúpula recompuesta del poder en Washington no logró siquiera el acuerdo mínimo para que el ejército de redactores al servicio de la Casa Blanca lograra una pieza definida. «El discurso del Sr. Bush no parece correr el peligro de convertirse en inmortal», fustigó al día siguiente un editorial del principal diario estadounidense. Excepto un «apenas velado aviso comercial sobre el plan presidencial para privatizar el seguro social»(1), la exposición eludió la realidad: en 20 minutos pronunció 49 veces las palabras «libre» y «libertad», pero no figuraron «Irak», «terrorismo», «11 de septiembre». Aunque dejó clara la intención de revalorizar la diplomacia, Bush subrayó que «nos defenderemos y defenderemos a nuestros amigos cuando sea necesario». Su nueva secretaria de Estado, Condoleezza Rice, había anunciado poco antes, frente al Comité del Senado que debía habilitarla para el cargo, cuáles son los «regímenes ilegales» a los que hay que llevar la democracia: Cuba, Myanmar, Irán, Corea del Norte, Bielorrusia y Zimbabwe(2). Rice se cuidó de aludir a la verdadera pesadilla de los estrategas del Departamento de Estado, China, pero presentó otros objetivos definidos: «Estamos muy preocupados por un líder electo democráticamente que gobierna de manera intolerante (…). Tenemos que ser vigilantes y demostrar que conocemos las dificultades que ese gobierno causa a sus vecinos», dijo la ex consejera de Seguridad Nacional refiriéndose al presidente venezolano Hugo Chávez.
Simultáneamente, un artículo publicado por el semanario The New Yorker citaba a un asesor vinculado con el Pentágono, según el cual «el Presidente ha firmado una serie de órdenes ejecutivas dando autorización para que grupos secretos de comandos y otras fuerzas especiales lleven a cabo operaciones encubiertas contra objetivos sospechosos de terrorismo en 10 países en Oriente Medio y el Sur de Asia» (ver Ramonet, pág. 40). El texto del periodista Seymour M. Hersh agrega: «funcionarios civiles del Pentágono señalaron que se pretende destruir en Irán tanta infraestructura militar como sea posible», mediante una campaña aérea previa, tal como estaba planeado inicialmente en la invasión a Irak. Entrevistado por la CNN el periodista ratificó su información: «el próximo paso es Irán. Es así. Lo están planeando.»(3).
¿A la guerra?
Si la decisión belicista del nuevo gobierno estadounidense está a la vista, no es tan evidente su capacidad para realizarla sin provocar un colapso general. Bush no mencionó a Irak porque la situación allí es cada día más grave para las fuerzas ocupantes. «El despliegue no planificado de fuerzas estadounidenses (en Irak) está cobrando un pesado precio acumulativo, especialmente al Ejército y a la Guardia Nacional. Está minando la disposición y la moral, está limitando la capacidad estadounidense para mandar fuerzas de tierra suficientes a otros lugares para respaldar su diplomacia o responder a amenazas emergentes», advirtió The New York Times en su primer editorial del año(4).
«El reclutamiento ha caído en un 30% (…) cuatro de cada diez estadounidenses en Irak provienen de la Reserva o la Guardia Nacional (…) el actual tope de reclutamiento del Ejército debe pasar de 500.000 a 600.000, todavía substancialmente por debajo de los niveles de fines de los 1980. Los marines deberían pasar de los actuales 178.000 a alrededor de 200.000», sostiene este baluarte de la prensa libre, para agregar, con sensatez: «atraer estos reclutas requiere ofrecer incentivos financieros y de otro tipo». Tales recursos, sigue diciendo el diario neoyorquino, no deben aumentar el presupuesto militar, sino redistribuir el actual, haciendo severos recortes a la fuerza aérea y a la marina.
El presupuesto militar anual de Estados Unidos no peca de timidez: 416.000 millones de dólares, contra 336.000 millones de los diez países que le siguen sumados: Rusia 65.200; China 55.900, Francia 45.700, Japón 42.800, entre otros. Pero no es por la dimensión demencial de este «respaldo para nuestra diplomacia» que no se recomienda aumentarlo, sino porque el déficit gemelo de la primera potencia mundial es todavía más irracional que sus gastos de guerra y el verdadero talón de Aquiles del imperio. En 2001 el Congreso proyectó un superávit fiscal de 5 billones 600.000 millones de dólares para el decenio siguiente. Con los datos actuales, Goldman Sachs y otros analistas prevén un déficit de 5 billones 500.000 millones para ese período. Un error de cálculo de apenas 10 billones (10.000.000.000.000) de dólares(5). Pero eso no es todo. En 2004 el déficit de cuenta corriente alcanzó a 664.000 millones, equivalentes al 5,7% del PBI. Sumados, ambos déficits -fiscal y de cuenta corriente- superan lo imaginable: 1 billón 200.000 millones de dólares por año (cifra equivalente a alrededor de 12 años del PBI argentino). «El peligro es que una ‘crisis de confianza’ -que disminuya la demanda de dólares por parte de extranjeros- podría llevar a una honda caída de la economía mundial», deduce un economista insospechable(6).
Estas cifras y la amenaza de crack mundial que conllevan están por detrás de la ola antiestadounidense, una suerte de tsunami social global que la figura de Bush contribuye a agigantar.
Base fragmentada
Bush afronta una división de la sociedad estadounidense inédita desde la guerra civil y un creciente sentimiento antiimperialista que en todo el mundo tomó su rostro como encarnación del enemigo. Una encuesta de The New York Times señalaba al momento de la reasunción de Bush que sólo el 49% de la población confía en él. Newsweek registraba que «por un margen del 60 contra el 25%, los estadounidenses consideran al Tratado de Libre Comercio (TLC) negativo para la ‘seguridad laboral'». Un estudio de la BBC muestra una radiografía implacable: «En 18 de 21 países encuestados, la mayoría piensa que (…) la influencia global de Estados Unidos es francamente negativa. En promedio, un 58% de los encuestados a nivel global opina que (la reelección de Bush) es un hecho negativo (…). Turquía es el país que expresó más rechazo por el presidente estadounidense (82%), seguido muy de cerca por Argentina (79%) y Brasil (78%)» (6). Bush no sale mejor parado en la Unión Europea: en Alemania el rechazo es del 77%, en Francia 75% y en Gran Bretaña, su único aliado en Irak, el 64%. «La mayoría respondió que la influencia de Estados Unidos como nación era negativa. Argentina encabezó la tabla con un 65% de rechazo», observa el mismo artículo.
Un ex secretario de Estado, Zbigniew Brzezinski, sacó conclusiones obvias pero significativas: «El grave riesgo estratégico es que la declaración por parte de Estados Unidos de una vaga ‘guerra global contra el terrorismo’ como su principal misión, puede unir fanáticos religiosos, políticos y grupos étnicos -potencialmente mucho más allá del islam- en un odio activo contra un Estados Unidos aislado»(7).
Ante este panorama, los partidos Demócrata y Republicano coinciden en la urgente necesidad de recomponer la alianza de Washington con la Unión Europea. Rice lo admite. Pero la voluntad no puede aunar lo que los intereses separan. Los dos bloques mayores del capitalismo mundial avanzan en sentido de confrontación por mercados y áreas de influencia, mientras el conjunto formado por China, India y Brasil da una vuelta de campana al relacionamiento Norte-Sur y los arrestos de una Comunidad Sudamericana de Naciones advierten sobre la posible aparición de un nuevo polo de singular proyección política en el escenario mundial. La incógnita es si la clase dominante estadounidense está dispuesta a dejarse arrastrar al destino que le propone el ahora más homogéneo equipo de ultraderechistas fanáticos atrincherado en la Casa Blanca.
- «The Inaugural Speech», The New York Times, 21-1-05.
- Ver www.whitehouse.gov y www.state.gov
- Seymour Hersh, «Las guerras que vienen», The New Yorker, traducido y difundido por la Agencia Islámica de Noticias. Hersh es quien difundió en el mismo semanario estadounidense las denuncias de torturas en el campo de detención Abu Ghraib en Irak.
- «The army we need», The New York Times, 1-1-05.
- Robert Rubin, «At the Crossroads», Newsweek, Special Davos Edition, Washington, 12-04/2-05. Robert J. Samuelson, «Not so super anymore», Newsweek, Special Davos Edition, Washington, 12-04/2-05.
- Marcelo Justo, «La nueva diversión de ver quién lo detesta más», Página/12, Buenos Aires, 21-1-05.
- Zbigniew Brzezinski, «A grand aliance», Newsweek, Special Davos Edition, Washington, 12-04/2-05.