A la memoria de Néstor Galina, que presidió el Primer y Segundo Encuentros de los comunistas consciente de la enfermedad que lo acosaba. Lo recordaremos siempre en su vibrante discurso de apertura y luego, en la clausura, con el puño en alto cantando La Internacional al frente de un aguerrido contingente de cuadros revolucionarios dispuestos a recomponer las fuerzas marxistas.
Argentina ingresa de lleno en una fase de realineamiento a gran escala de fuerzas sociales y políticas. Hay instantes de la vida social y la lucha política en los que se juega mucho más de lo que comprenden incluso sus más enérgicos protagonistas. Son esos momentos en los que las fuerzas que trazan el curso de la historia definen un rumbo, sea cual sea su signo, hacia el cual se encaminarán durante todo el tiempo que demande agotar las causas que lo determinaron. Y es en ese punto de definición donde el factor subjetivo (los partidos, eventuales personalidades relevantes con prescindencia incluso de sus cualidades) juega un papel principal y hasta concluyente. Eso es lo que ocurre en Argentina a partir del nuevo año, comienzo además del primer siglo del tercer milenio.
Los fundamentos de esta afirmación están a la vista: al cabo de un año en el gobierno la Alianza ha agotado la expectativa generada en los sectores sociales que antes habían confiado en el Frepaso y que, a través de éste, sacaron a la UCR de la tumba y la reubicaron en el poder. Este factor condiciona de manera decisiva el cuadro actual y las perspectivas futuras, aunque el componente determinante continúa siendo que la burguesía mantiene incólume la iniciativa política. Mientras tanto la clase obrera continúa en estado de disgregación y parálisis, resultante de la imposibilidad de afirmarse como clase consciente tras un objetivo político cuando completó su ruptura histórica con el peronismo.
En esto último pesaron causas de orden histórico e internacional que excedieron largamente las responsabilidades y posibilidades de las organizaciones y cuadros revolucionarios actuantes en el último tercio del siglo XX. Sin embargo, el decurso conocido no era fatal. No tiene sentido sumergirse en debates sobre “lo que hubiera ocurrido si…”, (actitud que ciertos autores, muy a tono con los tiempos, han intentado transformar en nueva disciplina a la que denominan historia contrafactual). Las lamentaciones respecto del pasado -para no hablar de quienes explican el devenir social por la traición de tal o cual dirigente- son una forma de la deserción respecto de las exigencias actuales y futuras. Esto no habilita para negarse a pesar y medir con el máximo rigor la conducta pasada de partidos e individuos y el papel de las concepciones defendidas por cada uno. El panorama actual es también resultante de la conducta de cuadros y organizaciones que desde las filas de la clase obrera actuaron en el escenario de la crisis. Y por lo mismo el futuro depende en buena medida de la superación de tales práctica y de las teorías que las sustentaron.
Nada más revelador de una situación de decadencia que la perpetuación de figuras con mando en aparatos que han sido responsables de políticas con resultados calamitosos para las masas y sus vanguardias. Salir del pantano actual implica un corte con el pasado, que como todo fenómeno histórico, mantendrá necesariamente líneas de continuidad. Ese hondo tajo trazará un antes y un después para organizaciones e individuos. Será el punto de partida de una situación revolucionaria. Hasta entonces, la crisis -que en cualquier hipótesis no puede sino profundizarse- sólo ahondará la decadencia en todos los terrenos. La historia de las revoluciones es inequívoca al respecto. Y aquí también la Revolución Rusa oficia como paradigma: la insurrección victoriosa de 1917 tiene su punto de apoyo en la demolición teórica y política de los populistas a manos de los marxistas, la victoria del socialismo científico contra el empirismo y el eclecticismo. Con su novela Los Poseídos (o Los Demonios, según la traducción) el gran escritor ruso Fedor Dostoievsky pintó de manera magistral y despiadada el fin de los populistas rusos de entonces; el devastador proceso de degradación humana al que se vieron arrastrados los hombres y mujeres que militaron en esa causa antizarista. Dostoievsky no registró la causa que permitió la negación dialéctica de ese momento histórico: la aparición del grupo de marxistas que educaría una nueva generación de revolucionarios y conduciría la revolución victoriosa.
Cabe citar a quien es reconocido como punto de partida de aquella recomposición y por ello llamado “padre del marxismo ruso”, J. V. Plejanov (e invitar a leer su obra filosófica, de la cual se extrae la siguiente frase):
“El marxismo representa una visión universal completa y rigurosamente materialista y quien pierde de vista su universalidad (…) se arriesga a una deficiente comprensión incluso de aquellos aspectos particulares de sus enseñanzas que por una razón u otra atraigan su atención (…) Una visión universal completa se diferencia de una ecléctica en que cada uno de sus aspectos se relaciona inmediatamente con todos los demás, y, por consiguiente, no se puede eliminar uno de ellos y sustituirlo por otro extraído arbitrariamente de una visión universal distinta”.
El eclecticismo es -desde hace mucho y no sólo en Argentina- el punto de apoyo de individuos y organizaciones que recurren a él por diferentes razones y con diferentes objetivos. Unos -los más nobles- para recubrir con formulaciones generales de tono teórico posiciones que defienden por convicciones ajenas a la interpretación científica de la realidad social y el curso de la revolución. Otros, sobre todo hallables en ámbitos académicos, para situarse en el punto justo que permite ubicarse como crítico radical sin transponer la frontera del sistema. Una tercera categoría apila conceptos con el mismo criterio que el gerente de un supermercado ordena la exposición de sus mercancías: delante lo que vende mejor… (Por esas punzantes ironías de la historia de las que tan brillantemente dio cuenta Isaac Deutscher, a la poderosa figura de Antonio Gramsci le ha tocado ser manipulada para servir a la vez a dirigentes improvisados, profesores asépticos y gerentes sin escrúpulos).
Esto viene a cuento porque, aunque a algunos militantes pueda parecerle una paradoja insoportable, la precipitación de la crisis y el inicio de una coyuntura en la que se resolverán líneas de acción con trascendencia histórica, lejos de exigir la “unidad de izquierda”, plantea justamente lo contrario: unidad de los trabajadores y los sectores más amplios de la población (conjunto social que en Argentina no es de izquierda sino por excepción) dispuestos a movilizarse frente a la crisis; y drástica delimitación frente a las expresiones intelectuales o políticas del eclecticismo con verba revolucionaria.
Hacia un período de movilizaciones de masas
En la fase anterior, que va de la conformación del Frente del Sur en 1992 a la consagración de Fernando de la Rúa como presidente el 10 de diciembre de 1999, la clase obrera como tal -y con ella la mayoría de la sociedad- se mantuvo prescindente. Las cúpulas de la burocracia sindical tradicional (cortadas por completo de las bases, pero controlando las organizaciones que éstas reconocen todavía como única instancia a su alcance) continuaron respaldando al Partido Justicialista. Una franja de dirigentes de sindicatos menores se sumó al Frente Grande primero, al Frepaso luego y terminó haciendo campaña por el gobierno que hasta hoy integra. Pero ni una ni otra ganaron adhesión activa y confiada en las filas de los trabajadores. Otro tanto ocurrió durante el mismo período con las denominaciones de izquierda. Por eso la revelación de la verdadera naturaleza de la Alianza y su disgregación, si bien afecta en cuanto a su ubicación y orientación inmediatas a las cúpulas de los aparatos del sindicalismo y los partidos insertos en el sistema, resulta ajena a la masa trabajadora. Son las clases medias y una parte del activo militante -seguramente mayoritaria- los golpeados por la decepción, que suman su descreimiento y pasividad al de la clase obrera.
Este fenómeno de toma de distancia del conjunto social respecto de la vida política tiene doble signo. Positivo en cuanto plasma la renuencia del proletariado a encolumnarse tras propuestas de la pequeña burguesía, las franjas de aspirantes a burócratas y los agrupamientos sectarios, lo cual abre potencialmente un ancho camino para la conformación de una fuerza de masas, plural, que plasme la independencia de los trabajadores frente a las diversas expresiones del capital. Negativo en la medida en que coloca a la clase obrera -y tras ella a la inmensa mayoría de la población- al margen de la participación política, en disposición a servir como eventual masa de maniobra para las operaciones de las diversas fracciones de la burguesía.
Ahora, con la descomposición de la Alianza y la aceleración de la crisis, ambos costados de la conducta social mayoritaria volverán al centro del escenario político. Pero ya no para ser terreno de disputa entre propuestas que cuentan a la clase obrera y los estratos oprimidos de la sociedad como pasiva masa de maniobra para sus operaciones electorales, sino como fuerza social llamada como tal a obrar en uno u otro sentido -es decir, en función de sus intereses históricos o a la rastra de una variante burguesa- ante el arribo de la crisis a su punto de explosión.
En otros términos: es previsible que la próxima fase de la evolución política en Argentina recupere el protagonismo (independiente o subordinado, pero protagonismo) de las masas como factor predominante. Esto puede ocurrir mediante pasos intermedios, como por ejemplo la irrupción del movimiento estudiantil, la juventud y los desocupados, cada uno por su carril, en un primer momento. Pero fatalmente culminará con la reaparición del movimiento obrero y específicamente del movimiento obrero industrial en la lucha social y política, por fuera y en contra de las estructuras sindicales hoy extraordinariamente debilitadas. La historia antigua y reciente de la clase obrera de Argentina reaparecerá con todo su vigor y también con sus múltiples vertientes. Esto actualizará un muy duro combate ideológico y político, que tendrá lugar ante todo en el seno de la vanguardia. Cualesquiera sean los ritmos de esta marcha inexorable, la burguesía no podrá de ahora en más ejercer su poder como clase limitándose a alquimias electorales. Este es el rasgo fundamental de la fase en que ingresa el país. Es una incógnita cómo harán los agentes políticos del capital para afrontarla. Pero es seguro que en el próximo período no se trata para ellos de hallar simplemente una combinación diferente de alianzas electorales. Por mucho que el PJ pudiera usufructuar el espectáculo penoso de la Alianza gobernante, es evidente que la cadencia y la profundidad de la crisis no permiten relegar la recuperación del equilibrio al próximo turno electoral para reemplazar el Ejecutivo. Las clases dominantes, a su vez muy hondamente fracturadas y en estado de beligerancia permanente, buscarán -apelando previsiblemente a diferentes recursos y estrategias, según los intereses de cada una- formas alternativas destinadas no sólo a mantener el control político en la coyuntura de agravamiento extremo de la crisis, sino fundamentalmente a impedir que ésta sea motor para la puesta en movimiento de una fuerza que le dispute el poder en una fase posterior.
Se reproduce así, en una escala diferente y superior en todos los órdenes, la coyuntura de realineamiento social en términos políticos que tuvo un primer ensayo en el período Frente del Sur-Alianza. Desde la simbólica fecha del Cordobazo, treinta años atrás, los errores estratégicos y tácticos de las fuerzas revolucionarias marxistas impidieron una y otra vez la unidad social y política de los trabajadores y por lo mismo bloquearon la posibilidad de consolidar un partido capaz de conducir a las masas en pos de la toma del poder por el proletariado y el pueblo. En esta oportunidad y a causa de la magnitud de la crisis internacional y local del sistema, el desafío es mayor aun a todo lo experimentado desde entonces. Y replantea para la militancia antimperialista y anticapitalista -y muy especialmente para los revolucionarios marxistas- la gran prueba de la historia: abrir cauces para que la inmensa fuerza hoy comprimida bajo los cimientos de la sociedad se encamine hacia la abolición del capitalismo.
Unidad social y política de los trabajadores: forma y contenido
Es esta circunstancia en que el capital reina sin desafío pero carece de cualquier perspectiva que no sea retrogradar en todos los planos las relaciones sociales y la propia condición de la nación como entidad soberana, la que subyace en la vertiginosa decadencia del país. La gravedad de la situación no estriba principalmente en los efectos económicos de la crisis capitalista sobre las masas desposeídas, sino en que éstas carecen de todo y cualquier recurso para afrontarlos. Sin organizaciones sociales reconocidas y sin partidos con autoridad ante las masas, la lucha por el reparto de la renta nacional ha dado lugar a la generalización de la delincuencia en todas las formas imaginables.
El aumento en flecha de la violencia individual, así como los marcados cambios en la conducta individual de millones de personas son síntomas de descomposición social y constituyen un estridente aviso sobre la ausencia de perspectivas capaces de transformar la adversidad en voluntad de lucha y la desesperación en búsqueda colectiva del cambio social.
Parece innecesario repetir que un proyecto socialista no puede desentenderse de este cuadro coyuntural y su dinámica. Y que no ha de ser con fórmulas electorales como se dé respuesta al volcán social. Tal como lo prevé la ficción democrática, a comienzos de 2001 el país ingresa nuevamente a un período pre-electoral. Participar o no de una ésta u otra campaña es una cuestión enteramente táctica. Pero articular la estrategia de una organización en función del cronograma de comicios armado por las clases dominantes tiene un nombre conocido en la historia del marxismo: cretinismo parlamentario. Esto es tanto más regresivo en estos momentos, porque las elecciones lejos de constituir una fuerza tendiente a unificar a las masas constituyen justamente una poderosa palanca para lo contrario. Poner el eje político en la obtención de un diputado es nada menos que contribuir a la operación de centrifugación de las masas en la que están interesados la burguesía y el imperialismo ante la evidencia de que ésta y las próximas campañas son apenas instantes tácticos en una fase de realineamiento a gran escala de fuerzas sociales y políticas.
Una y otra vez han vuelto estas páginas sobre el concepto de unidad social y política de los trabajadores y el pueblo. Y es preciso continuar insistiendo en este concepto clave, al que se mantienen ajenas la casi totalidad de las organizaciones que se autodenominan marxistas: la revolución la hacen las masas; la revolución la hacen las masas con conciencia de que frente a ellas tienen un enemigo a batir; la revolución la hacen las masas con ese grado mínimo pero fundamental de conciencia, y con las organizaciones propias e independientes que les permiten desplegar la fuerza de combate con el enemigo de clase.
Sin una herramienta política en torno a la cual las masas explotadas, oprimidas y marginalizadas puedan hallar un objetivo común y un punto de unidad como conjunto social multifacético y aluvional, es imposible la afirmación de un curso revolucionario, y por lo mismo es imposible la consolidación de una organización revolucionaria marxista.
Quienes creen que el PRT-ERP fue destruido porque un agente provocador se infiltró en el primer círculo de su conducción, o que el MAS se volatilizó a causa de un error de evaluación de la coyuntura, no han comprendido la lección principal de la dura experiencia vivida. No han comprendido aquello que supieron resolver todas las revoluciones triunfantes: la relación entre las masas y la conducción, entre la clase y el partido revolucionario. Y poco importa si esa incomprensión los lleva a festejar con grandes aspavientos la elección de un concejal, a revisar los clásicos para descubrir que en realidad eran ignorantes y tontos y que el error de los revolucionarios consistió en no darse cuenta antes de ese detalle, o a emprender acciones vanguardistas del género que sea. El destino común de todas esas expresiones del desmoronamiento teórico y político o del empirismo revolucionario es no sólo el fracaso, sino la militancia en sentido contrario a las exigencias de la hora.
Durante todo un período, estuvo planteada la posibilidad de alcanzar la unidad social y política de las masas en torno a una forma proto-partidaria de características muy particulares y necesariamente transitorias: el Congreso de Trabajadores Argentinos. La autoproclamada “izquierda revolucionaria” le dio la espalda a esa formación original y con esa conducta contribuyó de manera probablemente decisiva a que ésta se encaminara en sentido inverso y desaguara en la Alianza, a través del Frepaso. Crítica siguió paso a paso ese proceso y en sus páginas están plasmadas las posiciones de cada organización y la polémica con ellas. También está allí la conclusión a que dio lugar el resultado de esa experiencia: la burguesía obtuvo una victoria en lo que denominamos “segunda campaña de cerco y aniquilamiento” de luchadores sindicales, combate incruento que sin embargo dejó más bajas que la dictadura, como puede verse al analizar la conducta y el estado de tantos dirigentes y cuadros medios sindicales que a comienzos de la década pasada se presentaban como vanguardia de su clase.
La expresión más penosa de la aniquilación política de tantos activistas fue la participación de la ya artificialmente transformada en Central de Trabajadores Argentinos en la campaña electoral de la Alianza y la presencia de muchos de sus dirigentes en el actual gobierno, como funcionarios, legisladores o beneficiarios de oscuras prebendas.
Como quiera que sea, ese saldo dejó desierto el terreno en el cual podía darse la unidad social y política de las grandes masas en torno de una fuerza con punto de partida en los sindicatos. Y nada logró reemplazar esa base de apoyo en el período posterior. ¿Cómo se manifestará esa necesidad objetiva en el período que ahora comienza? El pensamiento marxista no busca fórmulas a partir de las ideas. Con base en caracterizaciones de orden general y particular, sigue paso a paso el desarrollo de los acontecimientos en la vida social y busca el modo de encauzar las fuerzas en movimiento según una estrategia de abolición del capitalismo. La certeza de que por la vía que sea es preciso impulsar la unidad social y política de las masas alienta la observación minuciosa del desarrollo objetivo y no la invención de nombres o estructuras vacías. La consigna de Herramienta Política de los Trabajadores (y el trabajo sistemático en ese plano) es un eje permanente que, al verificarse inviable por el camino que comenzó a transitar una década atrás, fue articulada a través de la consigna Asamblea de Trabajadores, como forma genérica y no orgánica de referencia para la unidad social y política. Mientras tanto, las expresiones del eclecticismo teórico (y aquí coincidieron desprevenidos, profesores y gerentes) o bien se lanzaron de manera desvergonzada a cazar votos, o bien apelaron a un argumento que los pinta de cuerpo entero: “como no hay posibilidades de formar un gran partido de los trabajadores, mientras tanto buscamos fuerza en las urnas”.
El caso es que no se puede avanzar tras un objetivo tomando el camino en sentido contrario. No es posible avanzar en la construcción de un partido revolucionario cuya divisa sea “la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos” edificando una secta y educando a sus militantes como sectarios, en lugar de educar revolucionarios con pensamiento propio y capacidad de decisión en los momentos supremos de la confrontación de clases. No importa cuan poderosa llegue a ser, en un momento dado, tal estructura estallará o virará para ponerse al servicio del enemigo (hay incontables ejemplos de ambos resultados). En el último período, las organizaciones que en Argentina no tuvieron en cuenta que el eje de toda política hoy más que nunca es la conquista de la unidad social y política de las grandes masas, hayan actuado dentro o fuera de la Alianza, no son capaces ahora de contribuir siquiera en grado mínimo para revertir la dinámica de fragmentación y desmoralización de las masas y sus vanguardias naturales. Esa tarea urgente, para cuyo cumplimiento se abren otra vez posibilidades altamente favorables, se desarrollará al margen de ellas y, muy probablemente, contándolas como fuerzas enemigas de la organización política y la independencia de las masas. Los alineamientos ya perfilados en relación con las próximas elecciones y frente a la embestida política de la iglesia, indican con elocuencia qué se puede esperar de ellas en el próximo período.
Recomposición de fuerzas marxistas
En la edición N° 21 de Crítica, en abril de 1999, publicamos una Carta abierta a la militancia, en la que convocábamos a un esfuerzo por “recomponer las fuerzas marxistas”. Remitiendo al Compromiso de Acuerdos Básicos -un documento de principios y programático publicado ya en 1994 como fundamento para la línea de acción consistente en bregar por la recomposición de las fuerzas marxistas a escala nacional e internacional- esta carta daba por cerrado el ciclo de descomposición y disgregación del pensamiento y las organizaciones revolucionarias marxistas y llamaba a asumir las exigencias de la nueva situación, fijando el 11 de diciembre de ese año como fecha para un Primer Encuentro de los Comunistas. El concepto de recomposición -es obvio, pero hay que decirlo- se contrapone al de unidad. Alude a las nociones dialécticas de negación de la negación y cambio de la cantidad en calidad.
Dos años después de redactada aquella Carta abierta y con el saldo de dos Encuentros de los Comunistas -realizados en diciembre de 1999 y abril de 2000-(1) el desarrollo ha dado lugar a conquistas importantes que, sin embargo, no lograron todavía el salto cualitativo procurado. El aspecto positivo y trascendente, que confirma una línea de acción para la construcción del partido de los revolucionarios está en el elevado número, la proveniencia de diferentes orígenes partidarios y la representación de prácticamente todo el país de la militancia participante en ambos Encuentros (decenas de militantes no pudieron viajar desde localidades del interior por razones económicas); en las bases teóricas y programáticas aprobadas por consenso unánime de los participantes y en el impacto posterior que estos Encuentros tuvieron sobre jóvenes y experimentados militantes, aparte de la muy positiva repercusión en el exterior.
El aspecto negativo fue señalado en sus causas y previsto en sus posibles derivaciones ya en el balance del Primer Encuentro(2). Cuando pasó la fuerza inercial del éxito inicial, un sector de los compañeros asistentes (los agrupamientos que componen Refundación Comunista y se expresan en el periódico Orientación) puso de manifiesto que no estaba allí en función de una concepción teóricamente fundada respecto de cómo se recomponen las fuerzas marxistas en la actual etapa histórica, sino de manera empírica y circunstancial. Esto tomó cuerpo en un cambio de línea de acción en cuanto a la preparación del Segundo Encuentro. No obstante, éste se realizó, con el saldo significativo de la aprobación -también por consenso unánime- de un documento ya más elaborado como Anteproyecto de Declaración de Principios y Programa(3).
La desigualdad en el desarrollo respecto de una teoría de la construcción del partido en las actuales condiciones de la clase obrera y la vanguardia internacionales, entre otras razones, dio lugar por parte de estos compañeros a un retorno -en cierta medida no deseado, aunque no por ello menos real y pernicioso- a métodos propios de un equipo que trata de reemplazar una estrategia de construcción por pequeñas maniobras. Tras el Segundo Encuentro, esa línea -que acabó por imponerse entre estos compañeros- apartó al grupo de los acuerdos de acción común votados por unanimidad en el Segundo Encuentro y, en consecuencia, también de la labor conjunta hacia la culminación de esa tarea.
Esta circunstancia dio lugar a que otro de los agrupamientos participantes -proveniente del MAS- así como numerosos/as compañeros/as de otros orígenes o sin experiencia previa, decidieran incorporarse a la UMS como paso transitorio para hacer más eficiente y abarcadora su labor en pos del Tercer Encuentro y el posterior Congreso Fundacional de un partido de los revolucionarios marxistas(4).
El hecho de que la UMS, que específicamente y desde su fundación se autocalifica como “destacamento comunista en la construcción del partido de los revolucionarios marxistas” haya debido ser continente de ese poderoso flujo manifestado en el Primer y Segundo Encuentros fue explícitamente destacado en la primera sesión de su Tercer Congreso (los días 16 y 17 de diciembre de 2000) como un aspecto negativo, en relación con el objetivo planteado. Lejos de los criterios de rapiña que demasiado a menudo ocupan el lugar de una teoría de la revolución y la construcción de la fuerza que la hará posible, la UMS ratificó su determinación de trabajar en pos del Tercer Encuentro de los Comunistas. La realización de la sesión complementaria del Tercer Congreso es, en ese sentido, un recurso destinado igualmente a cimentar esa perspectiva, mediante la extensión y la profundización del debate propio, abriéndolo a agrupamientos y cuadros sobre la base de los dos plenarios precedentes. De esta manera se trata de afirmar las columnas teóricas, los acuerdos políticos y la acumulación de fuerzas que dentro y fuera de la UMS contribuyan a producir un salto cualitativo, de modo que la próxima instancia de encuentro sea capaz de convocar a un Congreso Fundacional del partido de los revolucionarios marxistas.
La reimpresión en esta edición de la Réplica a la Alianza, fechada en agosto de 1998 y publicada en Crítica N° 19, pretende mostrar que ninguna de las afirmaciones reiteradas desde entonces en estas páginas carecía de fundamento o era dictada por un apresuramiento basado en criterios subjetivos. Los hechos están allí.
Un aspecto de particular importancia en ese encadenamiento de tareas lo constituye el propósito de realizar, también hacia mediados de abril, una reunión de organizaciones y cuadros revolucionarios marxistas de América Latina y el Caribe, extensiva a militantes y agrupamientos del resto del mundo empeñados en la recomposición de fuerzas a escala internacional. Con base en la resolución internacional aprobada por la primera sesión del Tercer Congreso de la UMS -y con toda otra contribución que hagan llegar los invitados- el propósito es reunir con agenda abierta a un número limitado de organizaciones y cuadros y poner sobre la mesa de debate los grandes temas de la lucha de clases en el mundo contemporáneo.
No están las condiciones dadas para construir siquiera una referencia internacional de los revolucionarios marxistas. Y no se trata de delegar en organizaciones o cuadros de otros países la responsabilidad que cabe a los revolucionarios marxistas en Argentina. Lejos de tales gestos habituales de autoproclamación o delegación mística, la tarea consiste en recabar el máximo de contribución posible de las fuerzas y capacidades teóricas y políticas dispersas en el mundo; un paso imprescindible para estar en condiciones de afrontar la crucial prueba planteada a quienes en Argentina están dispuestos a preparar la gran batalla por el socialismo, ante la ostensible precipitación de la barbarie.
Notas
1.- Ver Eslabón, N° 15, 16 y 17.
2.- Ver Encuentro de los comunistas: significado, perspectivas y tareas, Eslabón N° 15, diciembre de 1999, página 1.
3.- El texto del documento aprobado puede hallarse en la página de la UMS en internet: www.geocities.com/ums_ar
4.- Ver Acuerdo con un equipo marxista, Eslabón N° 18, páginas 1 y 4. Y ver también en esta misma edición de Crítica, entre las resoluciones del Tercer Congreso de la Unión de Militantes por el Socialismo, los fundamentos y la resolución del llamado a una sesión complementaria del Congreso, para los días 13, 14 y 15 de abril.