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La otan en una ciénaga

Guerra en Europa: causas y perspectivas

porLBenCR

 

 

«en la conducta de la OTAN frente a Yugoslavia plasma ya la amenaza impensable hasta hace poco de una intervención militar de la Alianza imperialista en los conflictos generados por el intento de restaurar el capitalismo en Europa oriental y la URSS» (Crítica Nº 1; Octubre de 1991)

Ya ingresó en otro terreno la crisis del capitalismo: hay guerra en Europa. La Organización del Tratado del Atlántico Norte, nombre difuso para un aparato militar imperialista monolíticamente conducido por la clase dominante estadounidense, ha lanzado sus tropas contra un país ubicado en el corazón geográfico, político e histórico del exhausto continente.

Quienquiera que se ubique ante este conmocionante acontecimiento apartándose de una concepción de clase y materialista de la historia reproducirá, con mayor o menor conciencia, el penoso ejemplo de políticos e intelectuales hasta ahora recostados en el flanco progresista, que ante el dilema de un mundo en situación límite exponen opiniones y conductas durante mucho tiempo camufladas y encomiendan el futuro del hombre a los mandatarios del imperialismo(1).

Es por demás significativo que esta guerra particularmente cruel, en la que el agresor golpea a distancia y a resguardo, con desmedida capacidad de destrucción, se lleve a cabo en nombre de los derechos humanos. Ya está a la vista del mundo que las primeras víctimas de esta guerra fueron centenares de miles de albano-kosovares. Sólo después de provocar la destrucción, el horror y el éxodo masivo de quienes constituían el 90% de la población de Kosovo, se pasó a las fases siguientes, cuyas víctimas residen en el resto de Yugoslavia.

Es por demás claro que la guerra no se restringió al área de Kosovo, ni a Yugoslavia; (están en situación beligerante de hecho Macedonia, Bosnia-Herzegovina y Albania -donde hay bases militares de la OTAN- Croacia, Eslovenia, Grecia, Turquía y Hungría,) e instauró una dinámica descripta con elocuencia por el envío de naves de apoyo rusas al Adriático y la súbita aparición de titulares de la prensa comercial aludiendo a los riesgos de una tercera guerra mundial.

Todo ello, en nombre de los derechos humanos. Culmina de este modo una estrategia sistemáticamente desplegada desde la presidencia de James Carter, cuando Estados Unidos debía recomponerse de su múltiple derrota en Vietnam y afrontar la perspectiva de una brutal crisis capitalista mundial desde una coyuntura de alza de la revolución en prácticamente todo el planeta(2).

Tal estrategia imperialista logró su objetivo: pasteurizó posiciones ideológicas progresistas pero sin neta definición anticapitalista, incapaces de comprender los fundamentos materiales de los derechos humanos y por lo mismo inconsecuentes a la hora de defenderlos en circunstancias extremas y a escala global.

El lazo fue tejido con sistematicidad científica por Zbigniew Brzezinsky, entonces mano derecha de Carter y ahora feroz promotor de bombardeos masivos y ocupación territorial de Yugoslavia. Y allí puso el pie no sólo buena parte de una intelectualidad siempre dispuesta a hallar caminos que no le exijan un choque frontal con el poder establecido, sino la gran mayoría de una izquierda reformista azorada ante la -para ella- inconcebible caída de la Unión Soviética.

Más aún: contingentes revolucionarios de relevante peso en la etapa anterior se deslizaron con mayor o menor conciencia hacia la trampa de los derechos humanos como principio abstracto, ubicado por sobre definiciones de clase y ajeno a la naturaleza del sistema socioeconómico. El colapso de las organizaciones de izquierda revolucionaria contribuyó a que innumerables militantes buscaran refugios en «organizaciones de derechos humanos», que con las mejores intenciones cristalizaron la noción implícita de que se puede luchar consecuentemente y hasta el fin por tales derechos sin partir de una estrategia, una política cotidiana y una organización definidas por el objetivo de abolir el capitalismo.

Este desenlace constituyó una derrota ideológica de las propuestas revolucionarias en general y específicamente de las fuerzas marxistas(3). Y esa derrota se hace patente hoy, cuando ante el espectáculo aterrador de la represión contra las mayorías albano-kosovares y su vil utilización por el imperialismo para desatar una guerra en el corazón de Europa, partidos genéricamente denominados de izquierda, organizaciones de derechos humanos e individuos caracterizados por su compromiso con la equidad, la justicia y el progreso humano, primero admiten la posibilidad de que los ejércitos del imperialismo cumplan un papel humanitario, para luego asistir horrorizados e impotentes a una carnicería monstruosa.

Son escasas y de limitado alcance las voces que se levantan para denunciar lo obvio: que esta guerra está directamente apuntada contra las masas de todos los países antes llamados socialistas, y por razones circunstanciales toma como primera víctima a los trabajadores y el pueblo yugoslavos,

He allí la lógica del panorama actual: ni siquiera en Europa hay una generalizada sublevación contra lo que se anuncia como el prólogo de una guerra en constante expansión territorial y a cada instante más devastadora en términos de bienes materiales y vidas humanas.

Hay, sin duda, movilizaciones antiguerra en casi todas las capitales europeas. Pero no existe proporción alguna entre la magnitud de la agresión, la tenebrosa dinámica ya en plena marcha, y la respuesta social. La intelectualidad europea está atónita; los partidos de masas, se muestran comprometidos de hecho y de derecho con la agresión; los sindicatos están paralizados. Sólo franjas radicalizadas de la juventud y organizaciones allá denominadas de extrema izquierda se esfuerzan por hacer escuchar la consigna que debería estar atronando al mundo: ¡No a los bombardeos!; ¡Fuera la OTAN de Yugoslavia!

 

Causas de la guerra

Una imagen de insuperable fuerza muestra el contenido esencial de esta nueva operación bélica: cuando el 24 de marzo el presidente estadounidense William Clinton ordenó el bombardeo contra Yugoslavia, el primer ministro ruso, Eugeny Primakov, volaba rumbo a Washington para entrevistar al hombre que acababa de iniciar una guerra de invasión en Europa. Al conocer la noticia, el avión ruso giró sobre las aguas del Atlántico y regresó a Moscú.

Bien mirado, la fuerza que viró el timón de la nave en la que viajaba Primakov es un movimiento previo en la dinámica socioeconómica de la ex Unión Soviética y la totalidad de los países componentes del ex Pacto de Varsovia.

Hace una década, aquellos países orientaron su brújula hacia el capitalismo. Pero a mitad de camino, por causas por completo ajenas a la voluntad de gobernantes y partidos, emprendieron el retorno. Sólo que a diferencia de Primakov, no lograrán aterrizar en el punto de partida.

Es precisamente en la incógnita respecto del destino hacia el que se enfila aquel conjunto de países, donde reside una causa decisiva de la nueva coyuntura internacional: la ex Unión Soviética y los demás componentes del fenecido Pacto de Varsovia ya no sostienen la marcha hacia el capitalismo emprendida a fines de los años 80; pero tampoco pueden recomponer la estructura socioeconómica, política y militar, sobre la que reposó el equilibrio planetario desde el pacto de Yalta celebrado entre Stalin y Roosvelt (ante la mirada abotagada de Winston Churchil, representante de la potencia relegada,).

Pero ¿por qué se detuvo e invirtió ese rumbo? Está fuera de duda que la causa no reside en la voluntad de los gobernantes de aquellos países (todos ellos integrantes de las altas cúpulas del poder antes del cambio oficial de bandera, cuando aún se mostraban disfrazados de comunistas). Tampoco se explica por movilizaciones de masas organizadas y conscientes que se oponen a la propuesta estratégica de sus gobernantes. Hay, sin duda, descontento general y luchas de diverso calibre. Pero nada de eso puede ser confundido con un reclamo social capaz de torcer el brazo a las cúpulas protoburguesas y sus sostenes imperialistas.

Las causas de la guerra, por tanto, pueden ser reducidas a una en particular, fincada en el desarrollo inmanejable de factores objetivos que desembocan en el hecho a la vista: el fracaso de la economía de mercado no ya para mejorar las condiciones de vida de aquellos pueblos, sino para sostenerlo en los niveles alcanzados durante el sistema anteriormente vigente.

El pavoroso panorama social provocado por la introducción de las leyes de mercado y la vigencia dominante de la ley del valor en economías no capitalistas, es un indicador de brutal objetividad para despertar a aquellos que no pudieron prever en términos teóricos lo que tal política acarrearía. La guerra es la expresión de ese proceso en otro plano: el del inevitable uso de la violencia extrema por parte de quienes quieren imponer el nuevo sistema (y deben hacerlo como condición de sobrevivencia) y quienes se resisten a ello, aun sin programa, organizaciones y líderes propios. Por lo mismo, se agravará al ritmo indetenible del descontrol económico y el colapso social. En un movimiento preventivo, Washington se propone ocupar Yugoslavia e instalarse allí. No puede confiar en los ejércitos europeos. Mucho menos en las de los países incorporados a la OTAN diez días antes del inicio de las operaciones (Polonia, República Checa y Hungría).

No es una explicación arbitraria ex post facto. Decíamos en el Nº 1 de Crítica, en un texto redactado en septiembre de 1991:

 «al mismo tiempo que afirmamos que el violento desplazamiento de fuerzas resultante de la implosión de la URSS afirma la tendencia de fortalecimiento relativo del imperialismo, ratificamos el análisis desarrollado en el informe precedente y subrayamos la conclusión de que el nuevo orden mundial del que gusta hablar el presidente George Bush está más lejos que nunca luego del estallido de la URSS.

(…)

Durante la crisis de agosto [de 1991] Estados Unidos vio de cerca el espectro de la desestabilización política global y la detonación de la crisis económica. Ante la amenaza, Occidente optó por una política de abierta injerencia en los asuntos internos de la URSS. Esa actitud es sólo un preaviso de lo que vendrá y en la conducta de la OTAN frente a Yugoslavia se plasma ya la amenaza impensable hasta hace poco de una intervención militar de la Alianza imperialista en los conflictos generados por el intento de restaurar el capitalismo en Europa oriental y la URSS»(4).

Tal conclusión se afirmaba en una interpretación respecto de la pretendida transición al capitalismo y de los fenómenos objetivos y subjetivos en curso en aquellos momentos. Un resumen de tales fundamentos se halla en el mismo artículo algunas páginas antes:

 «… aun dejando de lado los problemas obvios que plantea pasar a manos privadas los medios de producción y reorganizar la producción según las reglas del mercado -es decir, dejando de lado el quid de la cuestión- para que ese nuevo sistema funcione es necesario, como lo es en cualquier país capitalista, comercializar lo que no es desde hace décadas objeto de comercio: cobrar la educación, cobrar la atención médica, cobrar el transporte, poner precio según las reglas del mercado al pan, la carne, la vestimenta. Será necesario cobrar los alquileres al precio de mercado y arrojar a la calle a millones de familias -decenas de millones si se toma en cuenta la totalidad de la Unión Soviética y Europa oriental.

«Se trata, por tanto, de una revolución social en contra de los intereses inmediatos de noventa y nueve de cada cien habitantes. Pero una revolución social contra el conjunto de la sociedad es una contradicción en los términos; una contrarrevolución sin atenuantes y en una escala jamás vista.

«Ahora bien: ¿quién podría llevar a cabo una empresa semejante? ¿Quién tiene la fuerza necesaria para ello? ¿Acaso el gobierno checoslovaco de Vaclav Havel? ¿La tendrá tal vez el de cualquier otro país eurooriental, para no hablar de la Unión Soviética? Parece innecesario subrayar que no. Esos gobiernos han sido catapultados por las masas a los puestos de comando con la misión de garantizar las libertades democráticas, los derechos individuales y el bienestar general. Para aplicar el programa inverso, deberán chocar con movimientos de masas aún mayores e infinitamente más violentos que los que derrumbaron al stalinismo. Y no tienen fuerza para ello, excepto si recurren a la ayuda militar de Occidente.

«En modo alguno hay que descartar la perspectiva de que, precisamente, fuerzas de la OTAN deban involucrarse por una u otra vía en los grandes conflictos sociales que se anuncian en el horizonte de Europa Oriental»(5).

A partir de estas caracterizaciones sostenidas ocho años atrás, tiene un peso diferente nuestra rotunda negativa a considerar con un mínimo de validez como causa de la guerra los problemas étnicos y religiosos. Estos son, fuera de toda duda, puntos reales de confrontación y de enorme gravitación social. Pero no son la causa, sino una palanca manipulada primero por la casta burocrática yugoslava para imponer la reacción capitalista y luego por el imperialismo, esgrimida como falaz defensa de derechos humanos cuando aquellos esfuerzos vernáculos probaron su irremediable inviabilidad.

Como en el caso de Irak, Estados Unidos fue un factor clave en el sostén y fortalecimiento del hombre al que hoy se demoniza y sobre el cual se pretende cargar la responsabilidad de un curso demencial para toda Europa. En consecuencia, los devastadores bombardeos no apuntan a Slobodan Milosevic, sino a las masas yugoslavas en primer lugar y, como letal advertencia, al mundo en su totalidad.

 «El capitalismo no puede dar lo que ustedes piden. Y necesita todavía quitarles lo que tienen», dicen los misiles de la OTAN. «Y estamos dispuestos a mostrarnos como somos para amedrentarlos y evitar que se levanten contra nosotros».

Así de claro es el mensaje de los estrategas del Departamento de Estado. Y así de claros son los resultados: la destrucción inenarrable, los crímenes sin calificativos perpetrados para colmo en nombre de los derechos humanos no pueden ocultar la realidad.

El New York Times advertía en un editorial del 2 de abril (horas antes de que, dando inicio a una segunda fase en la escalada, comenzaran a caer misiles sobre Belgrado): «Clinton y sus asesores deben resistir la tentación de reaccionar a cada fracaso militar con una escalada de combates inmediata e improvisada».

No se trata de sentimientos humanistas de los halcones de la prensa imperial. Advierte el NYT: «Se necesita un mes o más para desplazar lo tanques, helicópteros y 200 mil soldados requeridos para limpiar Kosovo de fuerzas serbias. Cualquier estrategia podría producir un gran número de bajas a la OTAN. Por ahora, la respuesta militar más apropiada a los asaltos serbios es localizar y bombardear las fuerzas serbias en Kosovo, romper sus líneas de abastecimiento y su red de comunicaciones y golpear puestos de comando y otros objetivos militares fuera de Belgrado. Planes inadecuados de la OTAN y el mal tiempo han restringido tales ataques hasta ahora. Más ataques aéreos no pueden evitar las atrocidades serbias, pero pueden dificultar su avance y eventualmente llevar a Milosevic a buscar un arreglo político. En la guerra, disgustos y frustraciones pueden producir decisiones impulsivas y erróneas» (El texto en negrilla no está en el original).

Los estrategas del imperialismo admiten una «frustración» y temen la encerrona mortal que implica enviar tropas terrestres. Pero, dada la conducta del gobierno serbio hasta el momento, no parece que la OTAN tenga otra opción. Resulta difícil imaginar que Estados Unidos y la Unión Europea estén dispuestos a sufrir una humillación militar que debilitaría al extremo su posición ante el crecientemente difícil panorama mundial. Por eso es altamente probable que la escalada continúe, aunque se observan significativas grietas en la clase dominante estadounidense ante la inminencia de la decisión.

Un índice elocuente de la dinámica instaurada lo da Henry Kissinger -hasta ahora fervoroso opositor al ataque a Milosevic, a quien considera un aliado- en una columna publicada por Newsweek con fecha 5 de abril: «Si un cese de fuego en tales términos es rechazado por Milosevic, no habrá otra alternativa que continuar e intensificar la guerra, introduciendo si es necesario fuerzas de combate terrestres de la OTAN -una solución que hasta ahora he rechazado apasionadamente pero que deberá ser considerada para mantener la credibilidad de la OTAN».

¿Qué es, exactamente, la credibilidad de la OTAN? Pues, ni más ni menos, su capacidad coercitiva sobre toda Europa; su imagen como poder militar inapelable.

El hecho es que precisamente esa imagen, a la vez que expone sin velos sus rasgos de inhumana crueldad, muestra que es incapaz de transformar su extraordinaria capacidad técnico-guerrera en eficiencia militar. Y ni hablar de la capacidad política: transformar al aliado Milosevic (como antes a Saddam Hussein) en símbolo de resistencia antimperialista, tal como lo advierte Kissinger en letra roja, es una prueba de debilidad estratégica de inexorables consecuencias nefastas para el imperialismo. Todo ello se multiplicará al extremo si se produce la invasión por tierra. No se gana una guerra sin dar ese paso. Y éste -como lo demuestra de manera conmovedora la defensa de puentes y fábricas por parte de obreros, jóvenes e intelectuales dispuestos a inmolarse bajo las bombas de la OTAN- hallará un pueblo decidido a resistir, con tradición de lucha y armamento adecuado.

En esta combinación explosiva de fracaso e impotencia de las cúpulas burocráticas del Este aliadas a los jefes capitalistas de Occidentes, quienes deben ordenar bruscas maniobras para cambiar de rumbo (diez días después, esquivando las bombas de la OTAN, Primakov se reunió con el presidente yugoslavo Slobodan Milosevic) se hallará la explicación de las torpes marchas y contramarchas de la OTAN, que al cumplir 50 años de existencia entra por primera vez en combate, admite la reaparición en el escenario de la guerra de las fuerzas armadas alemanas y demuestra que ir a remolque de Washington es, a la vez, el destino ineludible y la cruz intolerable de la Europa capitalista que pretende alcanzar el rango de gran potencia mediante la Unión Europea.

 

Rasgos sobresalientes de la crisis 

Por el momento, es obvio que se ha fracturado de manera estrepitosa y ante los ojos del mundo aquel matrimonio tan armonioso que tenía la cúpula rusa con el gobierno de Estados Unidos. Ahora se muestran como lo que son: gobiernos de países con intereses objetivamente encontrados.

El mundo asiste además a una ruptura de la legalidad internacional, que no llega a la desaparición formal de las Naciones Unidas, pero deja en el pasado las reglas internacionalmente admitidas como tales para el actual ordenamiento mundial.

Con todo, no es el aspecto jurídico o institucional lo que importa, sino la verificación de la fractura del imperialismo.

Una fractura múltiple y de extraordinaria complejidad a seguir de cerca: el gobierno alemán, que en todo el período anterior -con el canciller conservador democristiano Helmut Kohl- se había alineado con Francia contra Estados Unidos, ahora, con el canciller socialdemócrata -parte de la muy promocionada Tercera Vía- se alínea con Estados Unidos contra Francia. (Entre paréntesis y como llamado de atención respecto de las posiciones ajenas a los criterios de clase, hay que subrayar que el ministro de Relaciones Exteriores de la Alemania que vuelve a bombardear Belgrado, como lo hizo durante el período nazi bajo las órdenes de Hitler, es integrante del Partido Verde).

Precisamente, un rasgo trascendental de esta crisis es el posicionamiento de partidos que, a causa del retraso en la expresión lingüística de brutales virajes de la Historia, aún se denominan socialistas y comunistas: el primer ministro italiano Massimo D’Alema (casi tan atildado como su par británico Anthony Blair), ex comunista y actual líder del reciclado Partido Democrático de Izquierda, gobierna el país de cuyo territorio parten los aviones estadounidenses que van a sembrar terror y destrucción en Yugoslavia (tal como lo pide el decano de la prensa libre mundial: «bombardear las fuerzas serbias en Kosovo, romper sus líneas de abastecimiento y su red de comunicaciones y golpear puestos de comando y otros objetivos militares fuera de Belgrado», aunque sin seguir al pie de la letra la idea de ahorrar objetivos civiles y la capital del país). Hasta donde sabemos (y la premura de este texto puede hacernos incurrir en un error, que gustosamente corregiríamos), el Partido de la Refundación Comunista no ha roto lanzas contra el gobierno de D’Alema en el Congreso.

Lo mismo pasa con el gobierno francés, encabezado por el socialdemócrata Lionel Jospin e integrado por ministros afiliados al partido comunista de Francia. No hay dudas de que Francia (y no sólo su gobierno centroizquierdista, sino sobre todo la derecha gaullista), va a remolque y a disgusto en este tren del horror piloteado por la Casa Blanca. Aquí, otra vez, abrimos la posibilidad de que la urgencia atente contra la exactitud. Pero hasta donde se puede ver el disgusto no se traduce en netos gestos políticos rotundos: Jospin no ha renunciado y tampoco los ministros comunistas.

En cuanto al sonriente Blair, cuyo promocionado pensamiento renovador semeja un pequeño tonel vacío y carcomido por las termitas, cumple con fruición el papel de palafrenero de Clinton (eso sí: sin perder por un instante su sonrisa indicativa de inequívoco cretinismo intelectual y moral).

Otro es el caso del socialdemócrata alemán Gerhard Schroeder: luego de haber entregado la cabeza de Oskar Lafontaine (uno más de la estirpe de Ebert, que cometió el error táctico de pedir aumento de impuestos a los capitales dominantes para detener el colapso hacia el que marcha Alemania) a los leones de la gran industria germana, este otro simpático exponente de la Tercera Vía completó su definición aprovechando la coyuntura para poner en acción nuevamente -y tras 50 años de estrictas restricciones- a la fuerza aérea de aquel país recordado por los horrores de la segunda guerra mundial.

Desde su retiro, Felipe González no se quedó atrás: respaldó sin restricciones las operaciones de la OTAN subrayando que «hay que eliminar a Milosevic». Su epígono Solana entendió el mensaje y, dado que matar al presidente yugoslavo conlleva ciertas dificultades, refrendó la orden proveniente de Washington de bombardear indiscriminadamente objetivos civiles y destruir todo lo posible en aquel país.

Ninguno de estos personajes travestidos de progresistas y encargados de iniciar una guerra con ominosas derivaciones para toda la humanidad será exculpado por el tribunal de la Historia. Pero es altamente probable que, antes de aquella instancia, vengan millones de jóvenes y trabajadores europeos a desenmascararlos y arrojarlos sin contemplaciones al lugar que les corresponde.

Dicho de otro modo: cumplida la primera fase de la faena sucia que siempre el gran capital encarga a fuerzas reformistas integradas al sistema, todos estos gobiernos deberán afrontar una polarización de la sociedad, una crisis política que los volteará uno a uno y, como históricamente ocurrió, abrirán paso a la ultraderecha si es que la izquierda no adelanta con energía e inteligencia su propia alternativa.

 

Yugoslavia, Kosovo, los Balcanes y el mundo

¿Cuál podría ser la alternativa? Desde luego que el primer objetivo es detener la guerra. Toda vacilación respecto del papel de la OTAN en Yugoslavia deriva de inmediato en complicidad con una estrategia que, en última instancia, mientras descarga misiles contra los pueblos de países entrampados en su intento de retornar al capitalismo, apunta a la clase obrera de Europa occidental y de Estados Unidos. Un frente único antiguerra, que reúna al más amplio espectro posible tras este objetivo puntual, es la tarea central de la hora.

Respecto del problema nacional de Kosovo y la política del gobierno procapitalista presidido por Milosevic no hay incógnitas: la teoría y la genuina práctica del marxismo sostiene el derecho a la autonomía e incluso la independencia de toda nación que así lo decida en un momento dado. Con el 90% de la población y la carga de una política discriminatoria primero y ferozmente represiva después por parte del gobierno central, este derecho de los albano-kosovares es indiscutible, al margen incluso de toda consideración respecto de la conveniencia o no de adoptar tal medida en el actual cuadro internacional. No se trata, sin embargo, de un debate sobre posiciones genéricas. Estos conceptos no impiden ver con objetividad que el movimiento armado kosovar, sin duda legítimo en sus comienzos, ha derivado luego hacia posturas terroristas y compromisos directos con Bonn y Washington, inaceptables en cualquier fuerza que defienda posiciones de emancipación nacional: él Ejército Kosovar de Liberación pidió el bombardeo imperialista contra su propio pueblo y utilizó métodos terroristas -ajenos por definición a la teoría y la práctica de los revolucionarios marxistas- no sólo contra ciudadanos de origen serbio en Kosovo, sino contra albano-kosovares renuentes u opuestos a seguir la línea trazada por este pseudoejército teledirigido por la CIA.

En ninguna hipótesis se puede confundir a los jefes del EKL con la voluntad soberana del pueblo albano-kosovar. Y es dable suponer, sobre todo a la luz de los últimos acontecimientos, que esos dos millones de personas, en condiciones de expresarse libre y democráticamente, no condonarían la infamia de quienes suscribieron un pedido de bombardeo sobre Kosovo. Su demanda de autonomía o incluso independencia, cobraría entonces otro carácter.

Como quiera que los hechos se desarrollen, es claro para un análisis objetivo que no habrá solución en marco del capitalismo y que toda perspectiva de convivencia interétnica y multirreligiosa -tanto más la reconstrucción de la devastación provocada por la guerra- plantea como condición primera retomar el camino de la edificación socialista, asimilando la experiencia pasada y sobre la base de la democracia obrera.

 

Perspectivas en el terreno militar

El objetivo militar de la guerra es demoler con bombas aquello que no pudo ser derrumbado en 10 años de políticas pro-capitalistas apoyadas en un consenso general para marchar en esa dirección. A partir de allí, se trata de ocupar el territorio y sostenerlo como base territorial para afrontar lo que viene en el resto de los países no capitalistas.

Diversos análisis aluden a un error de cálculo: el Departamento de Estado habría dado por seguro que, tras los primeros bombardeos aéreos, Milosevic aceptaría una negociación sobre la base de que la OTAN controlara la provincia de Kosovo. Es una hipótesis que no podemos afirmar ni descartar. Como quiera que sea, el objetivo mínimo es el emplazamiento de fuerzas de la OTAN en territorio yugoslavo. No de las Naciones Unidas, porque allí tendría injerencia militar el ejército ruso.

El hecho es que Milosevic no se rindió hasta el momento en que se redactan estas líneas; y no es probable que lo haga. Por el contrario, en su encuentro con Primakov cambió apoyo militar -presumiblemente ya obtenido- por una suerte de Confederación o Unión entre Rusia, Bielorusia y Yugoslavia (Hungría quedaría, si el proyecto se consuma, como clavo al rojo entre los dientes de una poderosa tenaza. Y sería, en tanto que miembro de la OTAN, un peldaño más de la fuerza bélica que avanza de Occidente hacia el Oriente europeo).

Si en las próximas semanas no se arriba a un acuerdo que contemple la necesidad estadounidense y la exigencia yugoslava asumida por Rusia (ya fracasó, el 15 de abril en Oslo, una negociación entre Primakov y la secretaria de Estado Madeleine Albright), el inicio de las operaciones terrestres será inevitable. Mientras tanto, va de suyo, los bombardeos aéreos deberán incrementarse.

En esa variante, el mundo tiene por delante una guerra de larga duración e inevitable extensión: la OTAN habrá entrado de cuerpo entero en una ciénaga.

Las declaraciones belicistas del presidente ruso Boris Yeltsin no valen por sí mismas sino por lo que intentan ocultar: están dictadas por una necesidad imperiosa de un gobierno moribundo. Es presumible que las masas ex soviéticas perciban con claridad que el presente yugoslavo prefigura su propio futuro. Pero además, es el presente ruso, dominado por un colapso económico sin precedentes en la historia, lo que hace crujir el frágil andamiaje montado por la burocracia reciclada. El PC de la Federación Rusa, chovinista y pro-capitalista aunque con bases materiales y sociales diferentes a sus ex colegas, está entre el yunque y el martillo. Huye hacia delante mientras trata de hallar -Primakov oficia de portavoz- una solución negociada: que la ONU ocupe Kosovo.

Cuenta en este cuadro un factor excepcional: los pueblos yugoslavos son los únicos que durante la segunda guerra mundial vencieron militarmente a los nazis sin intervención soviética. En guerra de guerrillas y con participación de todo el pueblo, con la conducción de la Liga Comunista encabezada por Jozip Broz, el mariscal Tito, un ejército irregular abatió al poderío militar alemán. Sobre esa base, en 1940 se instauró un nuevo régimen que expropiaría a burgueses y terratenientes y daría lugar a lo que la literatura marxista denomina Estado obrero. (El concepto alude a un Estado basado en la propiedad colectiva de los medios de producción y cambio, la planificación de la economía y la participación directa de las masas en la gestión de gobierno). Tito y su partido no escaparon a la influencia y la gravitación del stalinismo dominante en la URSS y en el movimiento comunista internacional. La degeneración de aquel concepto hizo cuerpo también en Yugoslavia. La expropiación política de las masas dejó el poder en manos de una casta burocrática que paulatinamente introdujo mecanismos de mercado en la economía planificada. Yugoslavia fue pionera en ese camino (lo que hace tanto más elocuente la imposibilidad de afirmar el paso final en el cambio de sistema y permite proyectar su caso a los vecinos, muy especialmente a Rusia).

De todos modos, entre 1940 y 1980 Yugoslavia tuvo un espectacular desarrollo económico, logró un alto grado de integración de los muy diversos componentes étnico-culturales que componían la ex Yugoslavia y garantizó -como todos los países de aquella condición- la satisfacción de las necesidades mínimas al conjunto de la población (excepto, claro está, la necesidad vital de plena participación política).

Aquella historia reciente tendrá un peso crucial en esta instancia. Es dudoso que Milosevic pueda sostenerse al comando de la dinámica que lo arrastra, aunque es un hecho que la agresión imperialista lo ha fortalecido. Está a la vista que el ejército rehuye el combate en los términos planteados hasta ahora por la OTAN (aunque no se ha privado de certeros golpes que humillaron a los comandantes occidentales), preserva sus fuerzas (hay informes de desplazamiento de tropas y pertrechos a lugares secretos, en las montañas, al margen de instalaciones militares) y se prepara para la verdadera guerra: que se desarrollará si la OTAN resuelve finalmente sus justificados temores y contradicciones internas, y decide atacar por tierra.

 

La tarea en Argentina

Existen dos planos netamente definidos para la acción política. Uno, exige la afirmación de un objetivo único: ¡No a los bombardeos!; ¡Fuera la OTAN de Yugoslavia! El otro indica la necesidad de estudiar y analizar la realidad balcánica, europea e internacional, para luego elaborar, debatir y aplicar líneas de acción estratégicas desde el punto de vista revolucionario marxista (6).

No hay, no debe haber, ninguna restricción de ningún orden para impulsar actividades de todo tipo contra la guerra y contra el supuesto derecho de la OTAN a invadir un país soberano con el pretexto que sea. Crítica convoca a todas las organizaciones políticas, sindicales y sociales, a los intelectuales, a periodistas, docentes y al pueblo en general, a multiplicar acciones en todos los terrenos destinadas a detener los bombardeos y ponerle límites a la OTAN.

Este llamado es sobre todo a las dirigencias sindicales que se reivindican defensoras de los intereses de sus bases: una derrota por devastación militar de la clase obrera yugoslava se manifestará de inmediato en el intento de extender el éxito imperialista sobre la clase obrera eurooccidental, específicamente alemana, hoy clave para que la Unión Europea pueda o no imponer a su proletariado las exigencias de una economía en crisis. Y si ese segundo paso se consumara, nadie puede dudar de los brutales efectos que esto tendría para todos los trabajadores del mundo.

Igualmente, corresponde a la intelectualidad y los periodistas ocupar el lugar de mediadores en la conformación de la opinión pública desnudando los verdaderos contenidos y objetivos de la agresión de la OTAN.

Nadie puede mantenerse ajeno en este momento crucial. Desde estas páginas hacemos una propuesta que sólo requiere compromiso con el esfuerzo por poner fin a la guerra: constituir una Comisión Nacional contra la agresión a Yugoslavia. Además de promover una campaña de esclarecimiento y denuncia, con eje en la oposición a la guerra, esta Comisión debería enviar de inmediato una delegación plural de personalidades reconocidas a Belgrado, para llevar solidaridad al pueblo agredido por el imperialismo, reivindicar los derechos democráticos de los albano-kosovares y denunciar la política guerrerista de la OTAN.

En el marco de la enérgica labor por poner en pie un movimiento masivo contra la guerra, los revolucionarios marxistas debemos llevar a su consecuencia lógica la comprobación del extremo al que llega la crisis capitalista mundial: los barones del imperialismo se muestran dispuestos a responder con violencia y destrucción masiva de bienes y vidas humanas a la crisis capitalista caracterizada por excedentes desmesurados e inmanejables de capitales, mercancías y personas. Se ha desvanecido la fantasía de utilizar a los países no capitalistas como mercados que absorban sus excedentes y les permitan la reproducción del sistema a escala mundial. Sólo les queda la solución empleada una y otra vez por el capitalismo en sus momentos de crisis.

Ellos siguen la lógica de destrucción y muerte que les impone el sistema que usufructúan y defienden.

Nosotros debemos asumir que ha llegado la hora de la verdad. Recomponer nuestras fuerzas es un imperativo impostergable. No es posible responder a esta exigencia histórica desde la dispersión, el aparatismo o la diletancia. Sentadas las bases teóricas y políticas, la militancia tiene la alternativa de intentar la recomposición de su fuerza en todos los planos o rendirse sin lucha.

Con los primeros y por sobre todos los obstáculos, marcharán quienes sostienen esta revista.

 

Notas

1.- Un ejemplo patético es el del escritor colombiano Gabriel García Márquez. En una nota publicada por Clarín el 11-4-99 este autor viste al secretario de la OTAN, Javier Solana, como un humanista (el término da ya para todo) que está allí, a la cabeza de un crimen masivo contra un pueblo soberano, por una mala jugada del destino, injusto con «un poeta triste y propenso a la soledad». El comandante de la fuerzas agresoras, el estadounidense Wesley Klark, sería según García apenas «un ideólogo de la felicidad social (…) un militar que sueña con ser hombre de letras». Sólo que una malhadada estrella lo llevó a lugares que ofenden su fineza espiritual: Vietnam en los años 60/70; luego Comando Sur del ejército estadounidense (Panamá, es decir, jefatura militar de la contrarrevolución en toda América Latina) y ahora esta faena de carnicero en Europa.

Quienes desde la aparición del exitoso Cien años de soledad -en una soledad que no duró tanto, pero resultó incómoda porque pudo parecer pose de crítico snob y sempiterno- sostuvimos que ésa no es una obra que merezca el nivel literario que se le atribuye; que no se debe confundir postura política de un escritor de literatura con sus dotes como tal; quienes gozamos y apoyamos las filosas ironías con las que autores de la talla de Borges y Onetti lapidaron al oportunista de las letras, no podemos por menos de sentirnos reivindicados, aunque no por ello menos tristes, cuando aquella conducta superficial y acomodaticia se manifiesta ahora, sin antifaces, también en la ubicación ideológica y política.

2.- Cf. Introducción al conocimiento de la realidad contemporánea; Luis Bilbao; Ed. Búsqueda de Nuestro Tiempo. (De próxima aparición).

3.- Ibid.

4.- Ver Crítica Nº 1: El mundo después de la guerra del Golfo y sin la URSS; Luis Bilbao; 1991; págs. 69-70

5.- Ibid; págs. 28-29.Buena parte de quienes ahora rechazan el dato clave que explica la guerra, afirmando que en realidad aquellos países nunca fueron Estados obreros, ni aun entendiéndolos como tales a partir de una degeneración extrema de su sistema político, hace 8 años anunciaban un alza imparable del movimiento obrero mundial con eje en el proletariado ruso y una clamorosa victoria obrera contra el stalinismo. La militancia -y sobre todo la juventud que se asoma a la lucha social- tiene no sólo el derecho sino el deber de demandar qué dijo cada corriente en aquellos momentos de zozobra. Con ese espíritu recomendamos la lectura del texto completo de se extrae esta cita, en Crítica Nº 1.

 

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