Como un vendaval, el triunfo de Hugo Chávez en las elecciones venezolanas de diciembre de 1998 redujo a escombros el sistema político representado por socialcristianos y socialdemócratas. Anatematizado por su maltrecha oposición y por el establishment internacional como golpista, dictatorial, caudillo populista, Chávez promueve una reforma constitucional respetuosa de los derechos y de formulación avanzada, una alianza petrolera con Brasil y la justicia para su empobrecida población, que lo apoya pero sigue huérfana de organizaciones sociales movilizadoras.
Energías contenidas o desviadas durante dos décadas, reaparecen de manera tumultuosa, indefinida, corporizadas en la figura del presidente Hugo Chávez. Con la derrota electoral que su partido, el Polo Patriótico, le infligió el 6-12-98 a una apresurada coalición de todos los partidos que gobernaron Venezuela durante medio siglo, se desplomó un régimen y comenzó una revolución política que avanza «a velocidad endemoniada», como admitió Chávez a este enviado en su despacho del palacio Miraflores, ya entrada la noche de un caluroso domingo, con gesto a la vez revelador de una dura jornada de trabajo y del peso que supone su afirmación.
Basta recordar que los derrotados son Acción Democrática (AD) y Copei, los partidos de Carlos Andrés Pérez, titular durante años de la socialdemocracia en América Latina, y Rafael Caldera, el más exitoso de los socialcristianos en el continente, para concluir que se derrumbó mucho más que el andamiaje de poder venezolano. Primeras consecuencias de esta onda expansiva: el Congreso paralizado y vacío de contenido; 123 jueces procesados y suspendidos por la Asamblea Nacional Constituyente; otros 230 esperando su turno (hay 3.300 denuncias en la Judicatura); la Suprema Corte de Justicia desarticulada; la principal central sindical, controlada por AD, asediada por las corrientes opositoras e incapaz de apelar a las bases para sobrevivir…
Con este proceso en curso, en el país de Simón Bolívar afloran corrientes subterráneas anunciadoras de alteraciones trascendentales a una escala que excede con largueza la geografía venezolana: en diez meses se reconstituyó la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), el barril de crudo aumentó alrededor del 300 por ciento, con el impacto que esto supone para la economía mundial. Al mismo tiempo, un brutal giro de los ejes geopolíticos del hemisferio pone en cuestión el significado estratégico del Mercosur para proyectar una nueva línea, con apoyo en Brasilia y Caracas.
Es curioso: frente a este cúmulo de fenómenos que reclaman información, análisis y debate, el tema excluyente parece ser la vocación democrática o dictatorial de Hugo Chávez. Por cierto, esta figura que irrumpió con inusitado vigor en el escenario latinoamericano está cargada de incógnitas y no carece de rasgos contradictorios que generan dudas. Pero filosofías de la historia al margen, el individuo se eclipsa ante la magnitud del colapso político venezolano, el curso posible de las fuerzas desatadas y el impacto previsible sobre la región.
«Chávez lleva a Venezuela a una dictadura; pero su punto fuerte es que nos ha ganado con nuestras propias reglas» dice un alto dirigente de Acción Democrática, quien admite: «nuestro partido está destruido». Aunque habla con gesto de resignación escudándose en una promesa de anonimato, este hombre parece confiar en que la contraofensiva con base en la denuncia de deslizamiento hacia un régimen totalitario tendrá efecto «desde el exterior hacia adentro; el mundo comprenderá más fácil que este pueblo ganado por el populismo y la demagogia» dice.
Esta suerte de rendición en el frente interno es explicable. De hecho, las imputaciones de totalitarismo y el fantasma de la dictadura fueron consignas centrales ya durante la campaña electoral en 1998: a medida que los sondeos indicaban el crecimiento de la candidatura de Chávez, sus contrincantes acentuaron el rasgo más conocido del naciente líder: su condición de militar alzado en armas contra el régimen institucional.
Táctica sencilla, porque Chávez en ningún momento renegó de su conducta. En 1995, a poco de salir de la cárcel, el teniente coronel retirado, derrotado y aislado, decía: «Creo que todos esos partidos políticos que apoyan a Caldera sólo se están montando en el mismo barco para hundirse, ya que tienen una minoría de apoyo del pueblo, y el país está muy alejado de ellos. Nuestra preocupación es no aislarnos con ese país. No nos importa estar aislados de un país ficticio (…) Es posible que digan: aislamos al Movimiento Bolivariano Revolucionario-200 (MBR-200, transformado ahora en Movimiento V República a los efectos electorales, Ndlr) o a Chávez, pero yo creo que el sistema tiene jaque mate (…) por eso han lanzado una campaña salvaje de difamación contra nosotros, para tratar de sacarnos del tablero de juego, por no aceptar sus reglas, su imposición, y nuestras reglas no escapan de la vía violenta, seguimos creyendo en ella»(1).
No cambió el tono tres años después, cuando a la cabeza de una heterogénea coalición apoyada en el MBR-200 y numerosas fracciones de izquierda, Chávez decidió presentarse como candidato a presidente: apeló a la célebre noción de Clausewitz, según la cual la guerra es la continuación de la política por otros medios, pero invirtió los términos: «también podemos decir que la política es la continuación de la guerra por otros medios»(2). A la luz de los hechos, dos puntos quedan hoy fuera de discusión: su capacidad para saber dónde estaba el país real y la frontal honestidad en la denuncia al sistema, clave sin duda del volcánico desplazamiento en la conducta política de las mayorías.
Con la totalidad de la prensa apoyándose en ésta y otras definiciones aún más crudas, el candidato crecía cuanto más se lo atacaba como «enemigo de la democracia», puesto que a ésta se la identificaba con el régimen vigente. Como prueba de imprevisión y desesperación, AD y Copei retiraron sus candidatos cuatro días antes de las elecciones para apoyar a Salas Romer, un político que había ganado espacio para una nueva formación partidaria denunciando como corruptos e incapaces… a adecos y copeyanos. El 6 de diciembre, Chávez obtuvo el 56,3% de los votos, contra el 39,9% de todos sus enemigos aunados. Intrincadas teorías respecto del papel de los medios de comunicación como barrera insuperable para ejercer una política de oposición radical cedieron ante el efecto arrollador de una realidad más dura que las muy duras expresiones de Chávez: en Venezuela, un país ubérrimo, entre los principales exportadores de petróleo en el mundo, proveedor de la mitad del crudo que importa Estados Unidos, el 80% de la población está en situación de pobreza y el 46% en situación de pobreza estructural y pobreza extrema; la desocupación ronda el 20% y la capacidad instalada ociosa supera el 50%; la deuda externa privada y pública es de aproximadamente 35 mil millones de dólares.
Traccionado por semejantes fuerzas, el torbellino no ha cesado de crecer desde entonces. En la ceremonia de asunción del cargo, el 2 de febrero, el nuevo presidente juró «por esta Constitución moribunda» y acto seguido convocó a un referéndum para rehacerla: el 25 de abril obtuvo el 75% de los votos. En julio, cuando convocó a la ciudadanía a las urnas por tercera vez en seis meses para elegir diputados constituyentes, el 92% de los votantes, sobre la base de un 60% de abstención, se pronunció a favor de los candidatos respaldados por el presidente (127 sobre 132 integrantes de la Asamblea Nacional Constituyente, ANC).
«Cayó la tiranía» tituló el 26 de julio El Correo del Presidente (un diario que había entrado en circulación veinte días antes), devolviendo la moneda a la totalidad de la prensa, estupefacta pero irreductible en su denuncia al «chavismo». Desde una u otra óptica el saldo es indiscutible: un régimen inconmovible durante medio siglo hecho escombros en medio año.
Una política de largo alcance
«Comienza la revolución», declaró Chávez refiriéndose a la instalación de la ANC (3). Acusado de fascista «carapintada» tanto en Venezuela como en el exterior por casi toda la prensa, denunciado como «agente cubano» por el coronel Mohamed Seineldín (jefe de aquella corriente del ejército argentino), satirizado e insultado por Mario Vargas Llosa, Carlos Montaner y otras muchas plumas reconocidas de la gran prensa internacional, descrito en Argentina como remedo del presidente Carlos Menem (4), identificado luego con el presidente peruano Alberto Fujimori y anatematizado por la mayoría de las corrientes de izquierda, no resulta sencillo definir el carácter del fenómeno que lidera el ex teniente coronel, incluso si se admite su concepto de «revolución pacífica».
La dificultad se acrecienta porque la explosión de fuerza evidente en las urnas no se corresponde con la movilización social y, en ausencia de un movimiento de masas organizado y militante, el ritmo y curso de los acontecimientos derivan ante todo de las decisiones del presidente y el círculo más íntimo de sus colaboradores, entre los cuales descuellan sus ex compañeros de conspiración en las fuerzas armadas. Chávez, por lo demás, no facilita la labor. Aparte sus pronunciamientos en el terreno ideológico (ver recuadro), su conducta de singular versatilidad deja espacio para que cada quien crea que está ante un pragmático sin contacto alguno con objetivos asimilables a una revolución, o frente a un hábil conductor, sensible a las relaciones de fuerzas contemporáneas. Pero al margen de presunciones e impresiones, el anteproyecto de Constitución presentado con su firma de Presidente, luego de jurar nuevamente su cargo ante la ANC, ofrece elementos indicativos de una política de largo alcance.
«Ideas fundamentales para la Constitución Bolivariana de la V República» es el título del documento, fechado el 5 de agosto (5). El acápite titulado «Desaparición forzada de personas», además de condenar esta práctica en cualquier circunstancia sostiene: «El funcionario que reciba una orden o instrucción para practicarla tiene el derecho y el deber de no obedecerla y denunciarla». Bajo el acápite «Derecho a la igualdad y la no discriminación», puede leerse: «No se permitirán discriminaciones fundadas en la raza, la edad, el color, el sexo, el idioma, la religión, la opinión política o de otra índole, el origen nacional, étnico o social, la orientación sexual, la discapacidad y condición de salud y que tengan por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio en condiciones de igualdad, de los derechos y libertades de todas las personas».
Aquí, como en todos aquellos artículos que tratan cuestiones altamente conflictivas en el mundo contemporáneo (derecho al trabajo, a la salud, a la educación gratuita, a la vivienda, etc), al artículo descriptivo de los derechos le sigue otro que afirma: «El Estado promoverá las condiciones para que la igualdad sea real y efectiva y adoptará medidas a favor de grupos discriminados o marginados».
«Derecho a la libertad de pensamiento y expresión» es otro acápite, con tres artículos, encabezados por el siguiente: «(…) este derecho comprende la libertad de buscar y refundir información e ideas de toda índole, sin consideración de frontera, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística o por cualquier otro procedimiento de su elección. El ejercicio de este derecho no puede estar sujeto a censura previa».
Nadie puede garantizar la voluntad oficial de aplicación futura de estos preceptos. Pero bastan dos horas de permanencia en cualquier ciudad venezolana para comprobar que una prensa agresivamente opositora ejerce sus derechos, desde ya, hasta límites sorprendentes, tanto en diarios, como radios y canales de televisión. De hecho, el único medio de prensa que resulta dificultoso obtener, incluso en el centro de Caracas, es El Correo del Presidente….
El acápite «Derecho a la alimentación» señala que «Toda persona tiene derecho a acceder a una alimentación suficiente adecuada. El Estado garantiza el derecho fundamental de toda persona a no padecer hambre. El Estado tomará todas las medidas necesarias para alcanzar la seguridad alimentaria de la Nación». Un tema de especial actualidad, el relacionado con el trabajo, es tratado como sigue: «Todas las personas tienen derecho al trabajo. El Estado garantizará la adopción de las medidas necesarias a los fines de que toda persona pueda obtener colocación que le proporcione una existencia digna y decorosa y le garantice la plena efectividad de este derecho. Es fin del Estado eliminar la desocupación y el subempleo (…) Los derechos laborales son irrenunciables. Será nula toda acción, acuerdo o estipulación que implique renuncia, disminución o menoscabo de estos derechos (…) La jornada laboral diurna de trabajo no excederá de ocho horas diarias ni de treinta y cinco semanales. La ley establecerá las excepciones. Ningún empleador podrá obligar al trabajador o trabajadora a laborar horas extras. Se propenderá a la progresiva disminución de la jornada, dentro del interés social y en el ámbito que se determine, y se dispondrá lo conveniente para la mejor utilización del tiempo libre».
Hacia la V República
Bajo el título «Eliminación del latifundio», un escueto artículo establece: «El régimen latifundista es contrario al interés social. La ley dispondrá lo conducente a su eliminación». Sobre el sistema económico: (…) «El sistema económico venezolano rechaza los extremismos dogmáticos y su desarrollo autogestionario se ubicará en un punto de equilibrio entre el Estado y el mercado, entre lo público y lo privado, entre lo nacional y lo internacional (…) deberá fortalecer la autonomía del país, mediante la defensa y el racional aprovechamiento de los recursos naturales y materiales, facilitando y promoviendo la participación de nuestros recursos humanos». «El Estado protegerá la iniciativa privada sin perjuicio de la facultad de dictar medidas para planificar, racionalizar y fomentar la economía e impulsar el desarrollo integral del país». «La República Bolivariana de Venezuela es propietaria de las riquezas del subsuelo y tendrá como obligación mantener bajo su control la explotación, transformación y en general la producción de aquellas indispensables para el bienestar y seguridad económica de la nación». «Quedan reservadas al Estado las actividades de exploración, explotación, transporte, manufactura y mercado interno de los hidrocarburos líquidos (…)».
No es posible interpretar el curso de una transformación política -para no hablar de una revolución- sobre la base de un anteproyecto de Constitución; mucho menos por anticipado. Con todo, es imposible desconocer la significación actual y potencial -no sólo en Venezuela- de estas definiciones. Tanto más si toman carnadura cotidiana y se sostienen en el tiempo.
Esa es, por cierto, una de las mayores incógnitas. El tiempo se aceleró. A poco de instalada la ANC desapareció la distancia entre dos épocas, entre las instituciones ya perimidas y las nuevas aún no consolidadas. Mientras tanto, se acentuó la crisis económica y la imagen internacional del gobierno de Chávez cayó como plomo, aunque las encuestas continuaron registrando un apoyo interno de entre el 70 y el 80% al Presidente. Paradoja difícil de asumir, porque el azote de la recesión provoca un malestar generalizado, palpable en la calle. En los planes iniciales la ANC tenía seis meses para redactar la nueva Carta Magna. A mediados de agosto, tras un episodio insignificante pero magnificado y distorsionado ante la opinión pública mundial, en el que diputados del Congreso aparecían reprimidos por un régimen dictatorial, el Polo Patriótico comprendió que no contaba con tal plazo. La ANC puso marcha forzada y el texto final está a punto de ser presentado a la sociedad.
Según lo planificado, se entregará una copia a cada venezolano y se promoverá el debate popular. Tras algo más de un mes de difusión, hacia fines de diciembre habrá un nuevo referéndum destinado a aprobar o rechazar la Constitución de la V República. Luego, en enero, una quinta convocatoria electoral deberá renovar todas las autoridades ejecutivas y legislativas. Incluso la primera magistratura. Chávez tendrá antecedentes golpistas, pero no hay un solo Presidente latinoamericano que pueda exhibir mayor transparencia.
¿Hay riesgo de que la población no responda positivamente? Preguntamos al presidente Chávez. «Siempre hay riesgos. Pero los riesgos se miden, se evalúan y se enfrentan. El pueblo venezolano ha venido elevando muchísimo su nivel de conciencia. Los engañadores de todas las horas, como los llamaba Gaitán, se estrellan de manera permanente contra una conciencia colectiva. Se han estrellado miles de millones de dólares en campañas de difamación, de terror. Esa conciencia se ha fortalecido mucho. Y tenemos pueblo para rato. Yo mismo estoy sorprendido con los resultados de las últimas encuestas, porque el gobierno se desgasta mucho. No es lo mismo estar en la oposición, en la calle, con el pueblo, protestando, que ser gobernante y recibir millones de quejas y no poder solucionarlas todas, en medio de una crisis espantosa. A pesar de eso, el apoyo popular al gobierno ha aumentado. Eso significa que aquella conciencia es roca; no es una espuma que subió en un momento determinado».
Esta confianza no excluye la certeza de la urgencia. Interrogado acerca de las medidas para atacar los efectos sociales de la crisis Chávez responde: «Nosotros tenemos una visión de largo plazo, pero no queremos caer en uno de los grandes defectos del pensamiento estructuralista, que tiene dificultad para mirar el corto plazo. Le ponemos mucha atención al corto plazo. Porque de eso dependerá que llegemos al mediano. Y del mediano al largo. Un puente hacia el camino. Los paliativos tocan lo estructural, pero marchan sobre lo coyuntural. Por ejemplo el Plan Bolívar 2000, un plan de atención inmediata, de emergencia, a los más necesitados, a los que más han sufrido los nefastos resultados de las políticas neoliberales de los últimos 10 o 15 años. Se trata de utilizar todos los recursos del Estado, civiles y militares, científicos, tecnológicos, financieros, para atender a ese 80% de pobreza, de marginalidad, hasta donde podamos. Ya tenemos seis meses con ese plan. Se han incorporado unos cien mil militares y civiles, hombres y mujeres, especialmente jóvenes, voluntarios, profesionales, médicos, que colaboran los fines de semana sin cobrar un centavo; personas que tienen propiedades y están donándolas para construir viviendas, hospitales, ambulatorios, atención a los ancianos, a los marginales, los niños de la calle. Acabamos de inaugurar el Banco del Pueblo para atender el desempleo, impulsar la empresa familiar. En la educación incorporamos un universo de 600 mil niños que no estaban yendo a la escuela, que estaban en la calle, sin atención de ningún tipo, y empiezan este año sus cursos. El programa Bolívar 2000 es en resumen el gran proyecto social en la coyuntura».
Otros frentes de tormenta
No hay desmesura en la efectividad de este plan articulado sobre la estructura de las fuerzas armadas en la calle y en función social. Allí estriba la popularidad del Presidente. Pero la operación tiene también otro objetivo: neutralizar la oposición interna militar, dificultar toda capacidad de reacción de aquellos mandos que en 1992 vencieron a Chávez y lo enviaron a la cárcel de Yare, pero también de otras franjas, ya claramente delineadas en la oposición.
Dos nombres sobresalen en este sector. El ex teniente coronel y actual gobernador del Estado de Zulia, Francisco Arias Cárdenas, miembro fundador del MBR, del que se apartó para ser candidato a gobernador por el partido Causa R, es uno de ellos. El otro, Francisco Visconti, encabezó la sublevación de la fuerza aérea en noviembre de 1992 -apoyada desde la prisión por Chávez y Arias- también rápidamente sofocada.
Desde posiciones diferentes -Visconti ocupa la derecha en la ANC- ambos parecen encaminados a ahondar sus diferencias con Chávez. Imposible medir hoy cuánto gravitan sobre las fuerzas armadas y hasta qué punto están dispuestos a reencontrarse con los restos del antiguo régimen para enfrentar al gobierno.
La cúpula sindical es el otro flanco de riesgo para el Polo Patriótico. Su distanciamiento de las bases no niega el poder efectivo de presión y, en otra coyuntura, de movilización. Algunos diputados constituyentes propusieron intervenir sindicatos y centrales y convocar a elecciones. Pero la iniciativa fue rápidamente descartada. El Frente Constituyente de los Trabajadores (un bloque de integrantes de la ANC con representación sindical), impuso el criterio de autonomía y encamina un referéndum en las bases de las cuatro centrales existentes para aprobar o rechazar la propuesta de creación de una organización sindical única, con autoridades surgidas de una elección conjunta.
En este entramado de conflictos internos no faltan lazos con otro frente de tormenta: las relaciones internacionales. No es menor en este orden la cuestión económica. El Programa económico de transición 1999-2000 comienza con esta advertencia: «El servicio de la deuda pública representa alrededor del 30% del gasto del gobierno central. Tal situación, unida a la recesión económica, obligará a nuevos endeudamientos y a una imperiosa necesidad de refinanciar, reestructurar o renegociar los compromisos contraídos fuertemente concentrado entre los años 1999 al 2008» (6). Sin embargo, más inmediato y candente es el choque político con Estados Unidos. El centro visible de ese conflicto reside en Colombia. La postura que Chávez expuso a LMD no deja lugar a dudas: «Rechazamos y rechazaremos de la manera más firme, categórica y enérgica posible la pretensión de una intervención militar en Colombia, que abarcaría a Venezuela también. El conflicto está por debajo, es como el agua: no hay un límite para el agua en el mar. Es un conflicto que desborda a Colombia. Y en eso coincidimos de manera firme con el gobierno del presidente Cardoso y así lo hemos hecho saber».
Cabe la hipótesis de que esta situación, con el dramático desarrollo que supone, tenga origen en otra fuente de conflictos entre el nuevo régimen venezolano y la Casa Blanca: reaparición de la OPEP, (en marzo próximo los presidentes de los países integrantes de esa organización paralizada durante décadas se reunirán en la capital venezolana), con el consiguiente aumento en flecha del precio del petróleo (para contrarrestarlo Estados Unidos decidió vender parte de sus reservas); intento de crear Petroamérica con Brasil por acuerdo o fusión de las estatales Petrobras y PDVSA; irrupción de Caracas como factor revulsivo en un ordenamiento geopolítico regional que parecía consolidado y en pocos meses sufrió cambios imprevistos y trascendentales…
Es incierto el rumbo que adoptará Chávez cuando estos múltiples hilos se anuden y pretendan atarle las manos. En junio de 1998, respondía ante una hipótesis extrema: «Estamos en capacidad de dar respuesta a una declaración de guerra (…) Las fuerzas armadas chilenas no son las venezolanas ni Hugo Chávez es Allende (y no me refiero al hombre -tengo un gran respeto por la figura histórica de Allende- sino a las circunstancias). Allende no tenía ejército» (7).
Chávez tiene también otras definiciones contundentes: «¿Cómo concebir a un Bolívar sin la masa? ¿Cómo concebir a Lenin sin los bolcheviques? ¿Quién va a mover solo un imperio como el español? ¿Sucre, Páez, Bolivar? Sin la masa jamás hubiese sido posible. Simón Rodríguez lo decía: la fuerza material está en la masa, la fuerza moral está en el movimiento» (8).
Ante un porvenir que apresura su llegada se replantean también otros conceptos del Presidente venezolano, confesados cuando recién salía de la cárcel: «Siento la amenaza de las viejas tendencias, en todas partes, en gente que tú pensabas, creías, o creíste que tenían concepciones distintas y resultaron el mismo virus de los partidos tradicionales. Si a algo le tengo terror es a eso, a verme dentro de 20 años convertido en un gobernador, alcalde o presidente, utilizando lo mismo que tú creías combatir o que de verdad en una ocasión combatiste. Lucho conmigo mismo para no dejarme arrastrar por las corrientes» (9).
No son tentaciones las que le faltan para abandonar la identidad de «revolucionario» que esgrime con satisfacción. Hasta la Casa Blanca combina mano dura con gestos de seducción; «las viejas tendencias» no cesan su labor. El año 2000, una vez aprobada la ANC y ratificadas las autoridades, comenzará de verdad el combate (y la cuenta atrás) del presidente venezolano en múltiples frentes, ante adversarios poderosos y simultáneos. Es el escenario más temido por quien conoce las leyes de la guerra.
- Agustín Blanco Muñoz, Habla el comandante, Fundación Cátedra Pío Tamayo. Centros de Estudios de Historia Actual. Universidad Central de Venezuela. Este libro registra conversaciones de Chávez con Blanco Muñoz, historiador marxista, entre fines de marzo de 1995 y mediados de 1998.
- Ibid. pág. 536.
- Correo del Presidente, 2/7/99.
- «Chvez, el menemismo tardío» , Clarín 15/7/99.
- Publicado como folleto de amplia distribución, como suplemento de El Correo del Presidente el 17-8-99 y disponible en la página web http://www.venezuela.gob.ve.
- Programa económico de transición. 1999-2000. Oficina Central de Información. Caracas.
- Habla el comandante, pág. 586.
- Ibid; pág. 423.
- Ibid; pág. 175.