Compelido por intereses más sólidos que los circunstanciales ocupantes de la Casa Blanca, Estados Unidos coloca a América Latina ante una opción inaplazable: la autonomía o la sujeción. Mientras tanto la guerra recrudece y se extiende, merced al Plan Colombia. La militarización de la política regional y las presiones para conformar un Área de Libre Comercio Americana (ALCA) conforman la tenaza con que Washington pretende paliar su propia crisis, acallar todo gesto de rebeldía y cerrar el paso a sus competidores por el mercado de la región.
Como en un Aleph del universo político, la elección del nuevo gobierno estadounidense -y la reacción interna e internacional que provocó- contiene el cuadro de situación mundial y en particular latinoamericano. Sin excepciones, la prensa internacional ha lanzado dardos envenenados contra George Walker Bush, sea apuntados a sus definiciones ideológicas, a su coeficiente intelectual, o a ambos. Habrá que reconocerle al 43º Presidente de Estados Unidos, sin embargo, una cualidad infrecuente: logró que puedan verificarse a simple vista las hondas diferencias que fracturan a los intereses económicos y sus representaciones políticas en el conturbado tablero político latinoamericano. Y puso al rojo vivo la necesidad de definirse ante los dos ejes de la Casa Blanca para la región: la aceleración en la creación de «un mercado único de Alaska a la Patagonia» con el dólar como alambrado para cerrar ese área mercantil a sus competidores de Europa, Japón y China; y las medidas políticas y militares para prevenirse contra la múltiple reacción -ya detonada y en curso- que después de una década de ensueño vuelve a poner a Washington como causa de los males que azotan a la región. En otras palabras: la eventual imposición del dólar como moneda nacional al sur del Río Bravo y la militarización del hemisferio.
Vienen tiempos turbulentos. Pero es una injusticia -y un error- atribuir esta perspectiva a la asunción de Bush. Durante su período en la Casa Blanca se agudizarán conflictos múltiples en el planeta, mas no es un individuo quien provocará ese efecto, sino las causas profundas de la crisis. Por eso carece de sustento el clima de espanto creado por quienes interpretan la asunción de Bush (es decir, la derrota de su contrincante demócrata Albert Gore), como un acontecimiento que tuerce el curso del mundo en sentido negativo. Esto equivale a reivindicar la continuidad de la política aplicada durante los últimos ocho años por William Clinton e implica también desconocer que el titular del ejecutivo tiene cada vez menos la capacidad de definir el rumbo de Estados Unidos. Las políticas estratégicas del Departamento de Estado no dependen de los rasgos particulares del Presidente. «Los intereses económicos financian no sólo a los ganadores de las elecciones sino a todos los posibles perdedores (…) Un gobierno de Gore se habría diferenciado del que ahora comienza principalmente en el tratamiento de las denominadas cuestiones culturales: raza, homosexuales, feminismo, aborto. Se habría mostrado más amistoso con los trabajadores, pero no tanto como para distanciar a las empresas «(1).
Los gestos de preocupación frente a la asunción de Bush pueden hacer perder de vista algunos hechos fundamentales para caracterizar el actual momento político internacional. Bush no estrena su cargo con ventaja. Asume después de haber ofrecido a la historia una prueba cabal del tipo de civismo y democracia sobre el que se asienta el poder político estadounidense. ¿Cómo sostener de ahora en más la impostura consistente en proclamarse modelo y garantía de la democracia en el mundo?
«Donde tengo que dejar de ser moral no tengo ya ningún poder», advertía Goethe. Y a esto se suman otros síntomas: a la par de la revelación del fraude y la cretinización de la política se anuncia que en California… hay apagones. ¡George W. Bush presidente y Silicon Valley sin electricidad! ¿Es ésta la representación simbólica de un poder moral, económico y político que se consolida?
Con todo, éste es el costado anecdótico. Por debajo, el hecho es que el nuevo gobierno se inicia en el momento en que la curva económica cambia de sentido y Estados Unidos pasa del crecimiento sostenido durante casi una década a una recesión cuya profundidad potencial pone en vilo a banqueros, empresarios y políticos (ver pág. 10 y 11). El crecimiento sostenido de los últimos años, presentado como prueba irrefutable de la victoria final del «pensamiento único», tuvo una cara oculta que ahora salta a la vista y lo hará con mayor vigor en el futuro inmediato: la precarización del trabajo, la inseguridad que hizo presa de millones de estadounidenses respecto de su futuro y el hecho estadísticamente incontrastable de que la masa asalariada (y se trata del más importante proletariado del mundo), perdió en los últimos 20 años, según los casos, entre un 5 y un 20% de sus ingresos reales.
Son estos factores lo que estallaron en movilizaciones masivas como la que en 1999 frustró en Seattle la reunión de la Organización Mundial de Comercio y se proyectó dentro y fuera de Estados Unidos con extraordinaria potencia. Bush asume no sólo sin consenso nacional, sino con una sociedad que ha perdido en una medida todavía imprecisa, pero sin duda crucial, la cohesión que sostuvo el sistema político interno del imperio más poderoso de la historia.
Más aún: como queda registrado en esta misma edición, el conjunto de nociones ideológicas defendidas por las personas que sostienen al flamante Presidente estadounidense (equipos de asesores con las máximas calificaciones, que en ese sentido hacen irrelevante la alegada inepcia de Bush, como en su momento la de Ronald Reagan), han sido desafiadas en Porto Alegre por un bloque policlasista y multinacional que representa un salto cualitativo en la oposición a la política impuesta por Estados Unidos desde hace dos décadas.
El ojo del huracán
Antes de que un terremoto devastara a El Salvador, otro sismo, menos dramático pero no menos letal en sus consecuencias de largo plazo se hizo sentir a lo largo del continente y repercutió en todo el mundo. El epicentro estuvo el 3 de enero pasado en la mesa de trabajo de Alan Greenspan, cuando el presidente de la Reserva Federal estadounidense redujo la tasa de interés en medio punto. «Circula la especulación de que Greenspan encubrió algo sucio en el sistema financiero», afirma The Economist(2).
Tal convicción fue alentada por la forma en que se llevó a cabo la reducción y por el monto del recorte. «Algo hizo entrar en pánico al jefe usualmente impasible», dice el semanario británico, que a continuación describe noticias para entonces difundidas en todos los medios (de hecho, The Economist sigue paso a paso el análisis de un editorial de The New York Times del 4 de enero titulado «The Fed moves first»): el año bursátil había comenzado con ventas sin precedentes de acciones de fondos mutuales -13.100 millones de dólares-; la recesión en la economía estadounidense era admitida ya sin subterfugios por los más reconocidos economistas del santuario de las finanzas y, como se sabría horas después, el American Bank afrontaba el riesgo de un default por un derrumbe de sus acciones que le hizo perder en una sola rueda, el 5 de enero, 6.500 millones de dólares(3).
Si el American Bank caía, el efecto dominó hubiese sido imparable. Tras la corrida vendedora estaban los datos inobjetables del giro bursátil durante el año 2000: todos los índices terminaron con saldo negativo; el Dow Jones perdió el 6,2%; el Standard & Poor´s cayó un 10,1%; la famosa «nueva economía», medida por el índice Nasdaq, se desplomó un 39,3%(4).
La trascendencia del artículo de The Economist, sugestivamente titulado «El extraordinario nerviosismo de las multitudes» estriba en las dos proposiciones que implícitamente admite: una decisión de tal magnitud de un organismo de la envergadura de la Reserva Federal es adoptada en función de la necesidad de una entidad financiera privada; el conjunto de la gran banca internacional está expuesto a un derrumbe en cadena: «El mercado de derivativos está mostrando ciertamente signos de stress; y el mercado de créditos derivativos (es decir, los bancos que prestan a las empresas embarcadas en ese juego), que ha crecido rápidamente en los últimos años, exhibe signos de stress en grado extremo. Cuáles instituciones están soportando el peso del riesgo en estos contratos no es algo claro para el público y puede no estar claro incluso para la Reserva Federal. Es posible que ciertos bancos hayan utilizado recursos de ingeniería financiera que les permiten afrontar riesgos que no aparecen en sus balances, en su mayoría aparentemente saludables (…) Cualquiera haya sido el peligro que asustó a Greenspan, el mercado piensa que no fue conjurado todavía»(5).
Algunas cifras más respecto de la mágica «nueva economía»: «Crayfish (…) saltó un 414% el 7 de marzo, cuando comenzó a negociar sus papeles. Desde entonces cayó un 99% en relación con el cierre del primer día -un 96% de su precio de oferta (…) Internet Capital Group (cuya cotización había subido el 2733% en 1999), cayó un 98% en el 2000, terminando un 45% por debajo de su precio original»(6). Algo similar vale para la «vieja economía»: la venta de automóviles en Estados Unidos «cayó un 18% respecto del nivel de un año atrás. Los fabricantes extranjeros, sin embargo, salieron casi ilesos y ganaron espacio en el mercado»(7).
Sobreproducción, caída de la tasa de ganancia, derrumbe de los mercados, riesgo de colapso financiero internacional. He aquí una de las razones -pero sólo una- por las cuales los primeros anuncios del gobierno Bush, antes de asumir, afirman el propósito de aumentar el presupuesto militar estadounidense, actualmente fijado en 310.000 millones de dólares anuales.
Ganar mercados a cualquier costo
El dato citado respecto de la venta de automóviles en Estados Unidos adelanta dos conclusiones obvias: la agudización de la competencia mercantil entre los grandes bloques económicos y el efecto que necesariamente tendrá la recesión estadounidense sobre la Unión Europea (UE) y Japón. Este último país, tras diez años de infructuosos esfuerzos para que su economía remonte, terminó el año 2000 con síntomas de agravamiento: «El índice Nikkei, que a comienzos de año estaba por sobre los 20.000 puntos, oscila ahora en torno a los 14.000″(8). La UE, trabada con Estados Unidos en durísimo combate por los mercados en su propio territorio, en el de su contrincante y cada día con mayor beligerancia en América Latina, tiene pronósticos de un crecimiento del 3% para el año en curso. Incluso si se cumple esta previsión, se trata de un nivel demasiado cercano al estancamiento, lo que explica que además de la competencia ultramarina, se haya desatado la rivalidad entre los propios integrantes de la UE, como quedó claro en la reciente conferencia de Presidentes, donde se impuso sin cortapisas la ley del más fuerte: «La cumbre de Niza, la más larga de la historia de la UE, consolida a Alemania como el país con mayor poder en su seno»(9). También se aceleró otra forma de la competencia: la fusión y absorción de grandes empresas. En las dos últimas décadas «el crecimiento de estas fusiones-adquisiciones ha sido del 42% anual y transitó de unos 100.000 millones de dólares en 1987 a 720.000 millones en 1999″(10). En el 2000, Pepsi Cola compró Quaquer Oats (alimentación), America On Line (cuyo directorio, casualmente, integra Colin Powell), deglutió a Time Warner (comunicaciones), y otro tanto ocurre entre Chevron y Texaco (petróleo), Daimler Benz y Chrisler (automotriz), entre tantas otras operaciones que, a su vez, coronan procesos previos de centralización de capitales a escala nunca vista.
En este contexto ¿qué lenguaje podría utilizar un presidente estadounidense, sino el de la guerra? La diferencia entre Bush y su antecesor William Clinton es paradojal. La administración saliente impuso la noción de «guerra humanitaria», mientras que el cerebro visible de la política internacional de Bush, la señora Condoleezza Rice, sostiene una doctrina aparentemente contraria: «Cuando la política internacional está centrada en valores, explica Rice, el interés nacional es reemplazado por los intereses humanitarios o los intereses de la comunidad internacional. La creencia de que Estados Unidos está ejerciendo su poder legítimamente sólo cuando está haciéndolo a favor de alguien o algo exterior, está hondamente arraigada en el pensamiento wilsoniano, del cual hay fuertes ecos en la administración Clinton. Por cierto no hay nada malo en hacer algo que beneficie a la humanidad, pero esto es, en un sentido, un efecto secundario».
Basado en esta cita, el autor de un documentado análisis publicado en The New York Times Magazine concluye que la administración Bush «tendrá el tipo de política exterior que le gusta a la comunidad corporativa: menos foco en derechos humanos, más en libre comercio»(11). La premisa es, claro, que las guerras de Clinton (incluso la devastación de Yugoslavia y el Plan Colombia) son acciones humanitarias. El problema con Bush es que se negaría a tales actos de generosidad…
Pero no hay motivo de alarma. Por intermedio de su secretario de Estado, el general Colin Powell -célebre por su papel en la guerra contra Irak como comandante de las fuerzas armadas estadounidenses- la nueva administración propone relanzar la idea del escudo espacial, denominado «guerra de las galaxias»en tiempos de Reagan. Con toda razón, los críticos estadounidenses de esta política -como el senador demócrata Joseph R. Biden, que interrogó a Powell en el comité del Senado que debía confirmar su designación como secretario de Estado- advierten que ese escudo no sólo planteará una crisis con Rusia y demolerá el acuerdo de desarme de 1982, sino que además llevará al punto de riesgo extremo las ya tensas relaciones con la UE. Pero además de condenar a Bush porque supuestamente no enviará marines allí donde se encienda una hoguera, tales críticos pasan por alto que la primera aseveración firme de Powell fue la ratificación del Plan Colombia y la determinación de continuar acosando a Cuba.
Tal omisión no ocurre por falta de evidencias: «El nuevo gobierno apoyará el Plan Colombia» dijo Powell ante el comité del Senado. «Nunca debemos descuidar nuestro propio vecindario (…) Apoyo las estrategias del presidente (Andrés) Pastrana para enfrentar a los narcotraficantes y su política con la guerrilla; y también estoy de acuerdo en que (el Plan Colombia) debe ser una política regional»(12). De modo que los críticos de Clinton no tienen argumentos contra Bush en relación con su política hacia América Latina; y quienes se desgarran las vestiduras por la asunción de Bush no tienen modo de diferenciar en este plano al nuevo Presidente del anterior. La política internacional estadounidense continúa idéntica a sí misma. Y esto se prueba hasta en los detalles más curiosos: el director de tesis de doctorado de Condoleezza Rice fue Josef Korbel… el padre de la secretaria de Estado Madeleine K. Albright.
Desestabilizar, militarizar
Desde estas páginas se han expuesto con abundancia los hechos que muestran al Plan Colombia como un despliegue militar mediante el cual Estados Unidos adelanta posiciones para acentuar aún más la dependencia de las clases gobernantes de la región respecto de Washington, desalentar todo intento de rebeldía y enfrentar a quienes, pese a todo, intenten romper el cerco (ver págs. 8 y 9). Falta agregar que, compelido por el cuadro interno y regional que augura el ingreso de Estados Unidos a una etapa recesiva, la política delineada durante la administración Clinton será aplicada con mayor intensidad durante el mandato de Bush. En todo caso, el gobierno republicano parte de un escalón muy alto: la guerra ya se ha expandido en la región. En Colombia el accionar represivo aumentó en todas sus formas, en especial a través de las formaciones paramilitares, que asesinan a un promedio de 20 civiles diarios desde octubre pasado. El terror empuja contingentes humanos hacia los países vecinos. Pero en lugar de hallar salvación, se transforman en el vehículo que lleva la guerra más allá de las fronteras. La violencia está en pleno auge: «Llegan a manos de los combatientes (guerrillas y paramilitares) armas de Francia, Austria, Alemania, Suecia, China, Portugal, España, Japón, Taiwán e Italia (…) colonos e indígenas denuncian casi a diario que aviones colombianos y estadounidenses están incursionando el espacio aéreo ecuatoriano»(13). El obispo de Sucumbíos, monseñor Gonzalo López explica la realidad de su región: «mientras a Colombia le llega la vietnamización, al Ecuador nos llega la colombianización»(14).
En tanto se suceden las maniobras militares de fuerzas multinacionales, comandadas por Estados Unidos: las realizadas en Córdoba (Argentina) en septiembre último se complementan con las programadas para marzo en Misiones y las que de modo regular se realizan en territorio paraguayo. Brasil, que no participa de esos operativos conjuntos, realiza sus propios operativos en previsión de lo que espera en su frontera amazónica. Venezuela -el otro país sudamericano ausente en las maniobras programadas y conducidas por el Pentágono- sufre una ofensiva desestabilizadora con base en sectores de las fuerzas armadas y la iglesia, con visible respaldo exterior. «Bush tomará probablemente una posición más dura contra el líder populista (…) la fricción es cada vez más difícil de ignorar», dice un analista atribuyendo la afirmación a un asesor del nuevo gobierno(15). «Conocemos de dónde proviene la conspiración, tanto la interna como la externa» dijo por su parte Hugo Chávez, sin entrar en detalles, en su programa radial del domingo 14 de enero.
La moneda como lanza y escudo
La guerra, sin embargo, se expresa sobre todo en otro frente. El 20 de abril próximo Bush tendrá en Canadá su primer encuentro con los presidentes de todo el continente, excepto el de Cuba. Cabe recordar que estas «Cumbres de las Américas» fueron dispuestas de apuro para contrarrestar los encuentros anuales de Presidentes iberoamericanos (donde sí participa Cuba) que España, como subrogante de la Unión Europea, realiza desde hace 8 años con ostensible éxito para sus objetivos de ganar espacio en el mercado latinoamericano. Para el encuentro en Québec el Departamento de Estado ha fijado como objetivo la eliminación inmediata de las barreras al comercio continental y el adelanto de los plazos para formalizar el ALCA. La palanca para imponer esa unidad de mercado -y a la vez cercar el área a los competidores- es la dolarización.
Esta línea de acción fue lanzada tentativamente en enero de 1999, cuando la devaluación en Brasil preanunció el tipo de conflicto en curso. Un año después fue asumida por Washington -aunque no abiertamente todavía- cuando en condiciones de crisis política extrema se apeló a ese recurso en Ecuador. Hacia fines del año pasado, llegó la hora de difundir esta propuesta, de manera oficial, para todo el continente. El 1 de enero pasado la asumió formalmente El Salvador. Costa Rica la puso también en su agenda inmediata, al igual que los restantes países centroamericanos. Ahora ingresa como agresiva propuesta en la campaña electoral en curso en Perú. En Argentina hay grupos de poder -entre ellos el propio presidente del Banco Central- que insisten con esta línea de acción.
Hasta abril, un tour de force de la nueva administración estadounidense intentará consolidar una relación de fuerzas favorable a un vuelco decisivo. Se trata de una necesidad imperiosa de Estados Unidos para facilitar el flujo de sus mercancías hacia el Sur, probada la caída de la demanda en el Norte, y para tender un cerco a su más peligroso competidor en el área, la UE. Ocurre que desde las capitales centro y sudamericanas, llegan voces por demás divididas, vacilantes y confusas: «Ecuador y El Salvador optaron por esa vía (la dolarización), pero otros países pueden perseguir los mismos objetivos (…) por otros caminos igualmente válidos y conducentes», balancea Enrique Iglesias, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, en una larga entrevista en la que sistemáticamente elude una definición: «La dolarización soluciona unos problemas y crea otros (…) Si las circunstancias que debe atender (Estados Unidos) difieren de las prevalecientes en el país dolarizado, la política monetaria emergente puede resultar la opuesta a la deseable. Esto no significa que el país pierda completo control sobre la política económica»…(16). Las evasivas de Iglesias traducen la perplejidad de las clases dominantes latinoamericanas.
La fractura ante la decisión exigida no es entre países -con excepción de Brasil, homogéneamente definido contra la dolarización- sino entre bloques internos de poder. La presión de Washington contribuye a ahondar esa división, lo cual deriva en debilitamiento y constante amenaza de desestabilización política, a su vez utilizada por Estados Unidos a favor de su estrategia. En la primera semana de abril los ministros de Economía de «las Américas» se reunirán en Buenos Aires para medir las fuerzas que se expresarán luego en Québec. Los resultados calamitosos del primer año de dolarización en Ecuador y la coincidencia del inicio de esa experiencia en El Salvador con un terremoto que lleva al paroxismo las urgencias económicas de ese país se suman a los muchos argumentos contrarios a la voluntad de la Casa Blanca. Es previsible un fortalecimiento del bloque anti-dolarización. La respuesta de Bush ya la dio su secretario de Estado: «no debemos descuidar nuestro propio vecindario… el Plan Colombia debe ser una política regional».
La oposición al involucramiento en una guerra regional fue resumida en un editorial titulado «Para Estados Unidos es hora de evitar en Colombia el síndrome de Vietnam». El autor, tras hacer el paralelismo entre la escalada en Vietnam y la actual, registra que «los vecinos de Colombia no quieren esto», y cifra su esperanza en que el Plan Colombia contraría todos los conceptos de la llamada «doctrina Powell»: «no hay claridad de objetivos, no hay un programa convincente de éxito, no hay salvaguarda contra la escalada y no hay estrategia. ¿Será esto suficiente para cambiar de política?»(17).
No lo es. De modo que a los países latinoamericanos le restan pocas opciones ante la encrucijada: someterse a la dolarización y al Plan Colombia, admitir la pérdida definitiva de la soberanía e ingresar a una guerra impuesta según la divisa «divide y reinarás», o impedir que la tenaza de Washington estrangule la esperanza de un futuro sin miseria y sin guerra.
- William Pfaff; «Estados Unidos S.A. da la bienvenida a su nuevo presidente ejecutivo», El País, Madrid,19-01-01.
- La extraordinaria agudeza de las multitudes; The Economist; Londres, 13-01-01.
- Financial Times, reproducido por Clarín,06-01-01.
- Gretchen Mongenson; «Missing de mark in 2000, stocks look for a steadying hand ahead». The New York Times,02-01-01.
- The Economist, 13-01-01.
- Flyd Norris, «The hottest new issues grow cold». The New York Times, 02-01-01.
- Keith Bradsher, «Vehicle sales fell sharply in December», The New York Times 04-01-01.
- Paul Krugman, «We»re not Japan», The New York Times, 27-12-00.
- El País, Madrid, 11-12-00.
- Joaquin Rivery; œLas fusiones como síntoma». Granma, La Habana, 05-01-01.
- James Trub, œW.»s World»; The New York Times Magazine, 14-01-01.
- œBush regionalizará el Plan Colombia» La Nación, Buenos Aires, 18-01-01; The Washington Post, Washington, 18-01-01.
- œGuerrilleros y «paras» se arman hasta los dientes»; La Hora, Quito, 08-01-01.
- Ibid.
- Christopher Marquis, œBush could get tougher on venezuela»s leader» The New York Times, 28-12-00.
- Pulso Latinoamericano (suplemento publicado por 12 diarios latinoamericanos), Diciembre de 2000-Enero de 2001.
- William Pfaff; œTime for the US to avoid the Vietnam Syndrome in Colombia» International Herald Tribune, 06-01-01.