En rara prueba de pluralidad y debate democrático, 513 representantes de 73 partidos de izquierdas de América Latina y el Caribe miembros del Foro de São Paulo, reunidos en La Habana entre el 4 y el 7 de diciembre último, expusieron sus fuerzas y debilidades a la luz pública, en medio de una coyuntura mundial convulsionada por la onda expansiva de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos, el posterior despliegue bélico de Washington y la recesión simultánea y combinada en los tres centros mayores de la economía internacional.
Vitalidad transfundida de muy diferentes nutrientes, fuertes contradicciones de aristas inconciliables y una perceptible tendencia hacia la búsqueda de puntos de convergencia, fueron rasgos sobresalientes en los debates y resoluciones del Foro de São Paulo. La fuerte gravitación alcanzada por esta tribuna de la izquierda latinoamericana quedó en evidencia con la participación de 138 invitados provenientes de partidos de todo el planeta. En su papel de anfitrión, Fidel Castro no perdió oportunidad de subrayar la gravedad de la situación internacional y se mostró particularmente empeñado en lograr la constitución de un abarcador frente único para afrontarla.
Para las izquierdas del hemisferio, el momento es propicio y a la vez riesgoso: las mismas causas que requieren el accionar conjunto de estructuras tan diversas, gravitan para distanciarlas e incluso contraponerlas. Las posiciones encontradas podían observarse –a menudo en crudas definiciones– en los encuentros bilaterales de miembros e invitados del Foro, multiplicados en cada rincón del Palacio de las Convenciones. Suavizadas por la dominante voluntad de mantener la unidad del conjunto, aparecían igualmente en las intervenciones sucedidas a lo largo de tres días de sesión plenaria.
En su saludo inicial, el presidente honorario del Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil tocó dos de los temas que generan mayor debate en las filas del Foro. Luiz Inacio da Silva, popularmente conocido como Lula, explicó con su habitual elocuencia que, ante la desesperación y el hambre de millones, el objetivo socialista debe dejar lugar a las alianzas necesarias para vencer al neoliberalismo, conquistar el gobierno y garantizar trabajo y comida para todos. A continuación advirtió que “la izquierda no puede ganar para hacer papelones como De la Rúa”. La identificación de Fernando De la Rúa como presidente “de izquierda” expone la naturaleza de los debates que atraviesan esta tribuna. Lula había chocado con la opinión de la mayoría de los partidos miembros del Foro en Argentina cuando a finales de 1999 viajó a Buenos Aires para respaldar la candidatura de la Alianza(1). Si desde un punto de vista teórico el conflicto finca en la nunca resuelta interrelación entre reforma y revolución, en términos políticos el choque puede hacerse ineludible, como en el caso del compromiso con la Alianza, o desaparecer para convertirse en férreo frente unido como en los restantes puntos en los que Lula apoyó su intervención: la denuncia del terrorismo y la guerra, la oposición al Plan Colombia, la cerrada negativa al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA).
Panorama once años atrás
Las diferencias internas de las izquierdas latinoamericanas en esta experiencia sin parangón en el mundo se contrapesan con una combinación de necesidad y voluntad de mantenerse en bloque frente a requerimientos acaso más dramáticos ahora que una década atrás. La coyuntura mundial se halla en el extremo inverso del ciclo que se consolidaba hacia julio de 1990, cuando el PT convocó en San Pablo a un “Encuentro de Partidos y Organizaciones de Izquierda de América Latina y el Caribe”. Por entonces se desmoronaba el llamado “mundo socialista”. Desde el punto de vista objetivo caía un área de economía planificada y propiedad estatal de los medios de producción, una barrera material que durante más de medio siglo había frenado y distorsionado el accionar de la ley del valor. En consecuencia, el torrente contenido de la sobreproducción capitalista, con la bandera del libre mercado, anegó el mundo. Más grave aun: desde el punto de vista subjetivo, comenzaba a debilitarse y tambalear en la conciencia de cientos de millones de personas la esperanza de un mundo contrario al ofrecido por el capitalismo. En los años siguientes la conjunción de ambos factores produciría resultados devastadores en la economía de los países periféricos, desarticularía sindicatos y partidos y produciría confusión y desmoralización generalizadas en cuadros y organizaciones de izquierdas en todo el mundo.
En ese clima se reunieron hace 11 años en San Pablo 48 organizaciones, las que pese a insalvables diferencias y a la variedad más amplia en cuanto a tamaño y gravitación efectivos, pusieron el mojón de una defensiva estratégica.
La extraordinaria heterogeneidad política y la disparidad de fuerzas de los participantes en aquella oportunidad era una novedad en sí misma. Desde que en 1914 el Partido Socialdemócrata Alemán votó a favor de los créditos de guerra, obligando a una fractura de la Internacional Socialista, tanto en las derrotas como en las victorias las izquierdas no dejaron de fragmentarse por un lado y de anquilosarse en aquellos casos en que basaron su fortaleza y unidad en la existencia de la Unión Soviética. Cuando ésta se desmoronó, dejó a la vista un panorama desolador de degradación teórica, debilidad organizativa y creciente impotencia política.
Entre los principales debates de aquel primer Encuentro figuraron la caracterización de la etapa que se iniciaba y del signo dominante de la coyuntura, mientras se delineaban las grandes controversias relativas a temas mayores de la teoría y el accionar políticos tales como Estado, poder, partido, masas y vanguardias, marxismo y recreación teórica… todos motivos de acaloradas confrontaciones.
Hubo quienes en aquella oportunidad vieron una radicalización de masas que, exitosa en la URSS y los países del Pacto de Varsovia, se expandía hacia todo el planeta y ponía a la orden del día la revolución. Como contrapartida, alzaron también la voz los convencidos de que el mundo presenciaba una victoria irreversible del capitalismo y, en consecuencia, un “nuevo orden mundial” con sede exclusiva y perpetua en Washington. Todo el espectro imaginable se expresaba entre estos dos extremos.
Además del partido convocante, las fuerzas de mayor peso que participaron en aquel Encuentro fueron el Partido Comunista de Cuba, el Partido de la Revolución Democrática de México y el Frente Amplio de Uruguay. Otras formaciones de envergadura eran el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) de Nicaragua y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que desafiaba al poder en El Salvador. Estuvieron también los partidos comunistas de la región, numerosas organizaciones trotskystas, agrupamientos marxistas no alineados en las columnas tradicionales y organizaciones radicales de diferentes definiciones ideológicas. Al cabo de tres días de debates se emitió, por consenso, la Declaración de San Pablo. El documento comenzaba por subrayar el carácter inédito de la experiencia y anunciaba que “hemos tratado algunos de los grandes problemas que se nos presentan. Analizamos la situación del sistema capitalista mundial y la ofensiva imperialista cubierta de un discurso neoliberal, lanzado contra nuestros países y nuestros pueblos. Evaluamos la crisis de Europa Oriental y del modelo de transición al socialismo allí imperante. Pasamos revista de las estrategias revolucionarias de la izquierda de esta parte del planeta y de los retos que el cuadro internacional le plantea”. Optimista, el texto afirmaba: “Seguiremos adelante con éstos y otros esfuerzos unitarios”(2).
No sería sencillo. Al año siguiente, en México, los dos bloques principales conformados en el abigarrado arco de tendencias chocaron con diferencias infranqueables y la experiencia estuvo a punto de zozobrar. Cuando la suerte parecía echada, se halló la fórmula para evitar la ruptura. La denominación inicial fue cambiada por la de Foro de São Paulo y a partir de allí hubo un sensible desplazamiento de las posiciones hacia el centro.
La defensa de Cuba (en aquellos momentos se temía una intervención militar estadounidense), la oposición a los planes privatizadores, de apertura de las economías y creación de un mercado continental del entonces presidente George Bush padre, una posición genéricamente antimperialista y los párrafos aprobados en San Pablo en los que se afirmaba “nuestra voluntad común de renovar el pensamiento de izquierda y el socialismo, de reafirmar su carácter emancipador, corregir concepciones erróneas, superar toda expresión de burocratismo y toda ausencia de una verdadera democracia social y de masas”(3), fueron sin embargo una plataforma suficiente para mantener al grueso de las organizaciones fundadoras en la continuidad del proyecto.
Desde aquella afirmación el flamante Foro de São Paulo hizo cada año su Encuentro en distintas capitales, acordó un reglamento para su funcionamiento y consolidó un cuerpo coordinador al que denominó Grupo de Trabajo. Si bien en ningún momento logró articular una acción conjunta, cumplió con lo que su nombre indica: ser un Foro de debate de los grandes problemas y desafíos del Continente, que lograría nuclear cada año a más corrientes y organizaciones de la región. El punto de convergencia mayor fue la oposición al “neoliberalismo”, al cual el flanco más radical se empeñó en mostrar como mero alias del capitalismo. El bloque contrario, compuesto por las organizaciones de mayor porte (PRD, PT, FA), lo transformaba en concepto en cuya oposición debía aglutinarse fuerzas aun a costa de concesiones políticas y programáticas (el caso del apoyo a la Alianza en Argentina fue el más estridente, aunque no el único). Fue Estados Unidos quien aceró la unidad del Foro: la aceleración del ALCA, las amenazas del plan Colombia y la creciente militarización del continente a través de la proliferación de maniobras conjuntas y bases permanentes, afirmaron la base de apoyatura de fuerzas cuyas divergencias se agudizaban simultáneamente en otros planos.
Jaque al neoliberalismo
El curso del debate mostró esta vez en La Habana a una izquierda latinoamericana y caribeña desigual pero con un punto principal en común: conciencia de la gravedad del momento. Las organizaciones de mayor peso siguen dispuestas a capitalizar electoralmente la crisis y arribar al gobierno (PT en Brasil, FA en Uruguay, con notoria disminución de su protagonismo el PRD de México). Una minoría persiste empeñada en recomponer fuerzas sobre bases teóricas y llama a eludir el pragmatismo. Todo el especto se muestra comprometido y militante y por regla general respalda del valor de aquello que imperfectamente configura el Foro de São Paulo: un bloque antiimperialista continental; que si bien no logra pasar a la acción conjunta, sin duda estimula y permite la confrontación de ideas.
La izquierda venezolana, partícipe de un proceso singular y potente, puso una nota diferencial en el Foro, aunque estuvo lejos de traducir su pujanza en el debate. Pero la marca común es la identificación de una nueva etapa a escala mundial y los esfuerzos por darle respuesta. Hubo coincidencia en que desde la crisis bursátil de 1977, la caída de los “tigres asiáticos” y la revolución en Indonesia, una ola antiimperialista avanza en todo el mundo –incluso en los países altamente desarrollados– contra la “globalización neoliberal”. Fidel Castro diría en su discurso de clausura que “el neoliberalismo y el capitalismo están en período especial”, en alusión a la situación de emergencia de Cuba desde 1990.
El documento final –laboriosamente corregido y al cabo aprobado por consenso– registra “una crisis política, económica, social y moral sin precedentes, con las grandes economías mundiales en recesión, la cual se agravó posteriormente a los hechos del 11 de septiembre”. Frente a tal panorama “el X° Encuentro ratificó su compromiso con las banderas de la independencia nacional, la justicia social, la paz y la democracia; y la disposición a redoblar su lucha por un proyecto económico, social y político que se identifique con esos principios y por un orden internacional alternativo, que revierta el carácter subordinado de nuestros países y responda a los intereses de las grandes mayorías”.
Tras una inequívoca denuncia del terrorismo que golpeó al World Trade Center y el Pentágono –reiterada a lo largo del debate y subrayada por Castro– el documento final alerta que “rechazamos todo intento de presentar como terroristas a los movimientos de liberación nacional, al llamado movimiento antiglobalización, a la izquierda, a los movimientos sociales y progresistas”. Con igual frontalidad el texto final denuncia que “en el actual escenario global el Plan Colombia asume un nuevo protagonismo y funcionalidad a la estrategia estadounidense, intervencionista en lo militar y neocolonial en lo económico”. En consecuencia, el documento “se pronuncia por rechazar el proyecto geoestratégico de dominación concebido a través del ALCA” y levanta como alternativa “el desarrollo y potenciación de los procesos de integración reales de América Latina y el Caribe y la convergencia entre ellos”(4).
En la clausura, Fidel Castro habló durante cinco horas. Apeló al caso argentino para ejemplificar el curso del capitalismo actual. Estructurada en forma y contenido como clase magistral en reunión de iguales, la intervención del Presidente cubano hizo sonar una nota nueva en sus persistentes alertas y denuncias: “Este siglo es decisivo y ojalá no sea definitivo”, repitió. Y llamó a la inteligencia, la unidad y la consecuencia, con plena conciencia de lo difícil que resulta, en medio de un situación de excepcional gravedad, aunar tales virtudes.
- Sólo cuatro organizaciones de Argentina participaron en el X° Encuentro (Partido Socialista Popular, Partido Comunista, Partido Comunista Revolucionario, Unión de Militantes por el Socialismo), menos de una tercera parte de las que concurrieron a San Pablo en 1990.
- Luis Bilbao, “La izquierda latinoamericana frente a la crisis mundial”, Búsqueda, Buenos Aires, 1990.
- Ibid.
- Declaración Final del Xº Encuentro del Foro de São Paulo, La Habana, 4 al 7 de diciembre de 2001.