Artículos

Lula, Fidel y Chávez

PorLBenAXXI

 

Buenos Aires fue durante dos días de vértigo espejo reductor de la nueva realidad latinoamericana. El 25 de mayo, aniversario de la Revolución de 1810, el Palacio del Congreso donde Néstor Kirchner debía jurar su cargo como presidente crujió hasta los cimientos cuando ingresaron Luiz Inácio da Silva, Hugo Chávez y Fidel Castro. Ocurrió literalmente: tal fue el estrépito de aplausos y vítores en el que se aunaron visitantes apretujados en los palcos y legisladores de todas la bancadas. Pero también en un sentido figurado: ¿qué se estaba saludando con tamaño énfasis en el mismo ámbito donde se sancionó paso a paso el camino por el cual Argentina cayó al abismo?
Es por demás fácil la argumentación que atribuye tal euforia a la frivolidad. Así como la hipocresía es el tributo que el vicio paga a la virtud, la inconsecuencia, la pusilanimidad, la falta de luces y coraje, se inclinan cuando resulta vencedor aquello a lo que se ha renunciado o incluso combatido.
Ocurre sobre todo en días de fiesta. Pero ocurre. Y en este caso tiene una significación trascendental: es tal la fuerza subterránea encarnada en los presidentes de Brasil, Cuba y Venezuela, tan evidente y poderoso el vuelco de la masa social hacia esas figuras representativas de lo otro, lo alternativo a la realidad circundante, que se produce un fenómeno de atracción difícil de vencer. Sin contar que, incluso por mero reflejo de supervivencia electoral, los parlamentarios argentinos debían celebrar con euforia estas presencias.
En otras palabras: se ovacionó a los vencedores.
Hay que sacar todas las consecuencias de este hecho. Y así lo hizo el Departamento de Estado estadounidense, cuyo representante sencillamente no existió en esta ceremonia. El contraste no podría ser más elocuente. Sobre todo si se tiene en cuenta que Washington envió un desconocido precisamente para que pasara inadvertido, por temor a la reacción que generaría cualquier representante reconocible de Estados Unidos.
Es el vuelco durante los cuatro últimos años en las relaciones de fuerza en América Latina lo que plasma en este episodio; el hecho -repetido en estas páginas- de que Washington ha perdido la iniciativa política.
No es por acaso que el Secretario de Estado Colin Powell viajara a Santiago de Chile dos semanas después para exponer, ante la plenaria de la Organización de Estados Americanos (OEA), el objetivo central visible de su gobierno en relación con América Latina: “acelerar la inevitable transición democrática en Cuba”. Esto significa, claro, derrocar a Fidel Castro. Para lo cual hace falta invadir la isla.
Obediente, el diario La Nación de Argentina publicó en primera plana al día siguiente el resumen político de la voluntad de Powell, en un artículo referido a la reunión de la OEA y la coyuntura latinoamericana, titulado “Estabilidad en riesgo”. Se trata del mismo diario que, al resultar presidente Néstor Kirchner tras la renuncia de su contendor a la segunda ronda electoral, publicó también en primera plana un pliego de condiciones -todas al gusto de Washington- y la insólita amenaza de que el nuevo mandatario sería “presidente por un año”. En Argentina -como ya se ha visto en Venezuela- ante la demolición de los partidos responsables del desastre nacional y la imposibilidad de apoyarse en las fuerzas armadas, son los medios de prensa quienes asumen la tarea golpista.

 

¿Qué estabilidad está
en riesgo?

Dice bien La Nación, aunque peca por omisión y timidez. La estabilidad que le preocupa es la del orden que usufructúa, la de una oligarquía depredadora asociada con amos inapelables. En rigor, el colapso de lo que se ha dado en llamar “neoliberalismo” la ha sepultado. Y ahora hasta socios de alto rango en aquella empresa de expoliación deben desplazarse, hacia inestables y riesgosos equilibrios, para impedir que la losa los ahogue. Pero el diario tradicional se refiere a otra cosa. Habla de la estabilidad institucional. Prolonga la voluntad de la Casa Blanca, que envía a Powell a explicitar la intención de invadir Cuba mientras en Montevideo programa una reestructuración de fuerzas militares y en Cuzco (todo ocurrió en 20 días) utiliza la reunión del Grupo Río para impulsar una operación militar conjunta para intervenir en Colombia y apuntar a Venezuela. Y advierte que todo eso no puede llevarse a cabo manteniendo, siquiera como hipócritas fachadas, mecanismos constitucionales donde haya espacio para derechos civiles y garantías democráticas.
La prensa dictada desde Washington ya levanta de manera sistemática esta línea de acción. Y coincide incluso en una táctica ridícula por obvia, aunque con buenos resultados en ciertos ámbitos: separar a Lula de este bloque que ha roto definitivamente la estabilidad -el rigor mortis- del saqueo permanente. Mientras pone a sus columnistas a ensalzar a Lula por su supuesta capacidad para adecuarse a las exigencias de los centros imperiales, afila el arma con el cual, más temprano que tarde, tratará de decapitarlo: ahora resulta que en Río de Janeiro el narcotráfico es narcoguerrilla. Ya los medios tomaron la línea y difunden el original descubrimiento geopolítico: Río de Janeiro es Colombia. Y Colombia es “la guerra que viene”.

Etiquetado

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *