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Narcoeconomía

PorLBenAXXI

 

Está a la vista: en la guerra contra las drogas vence hasta ahora el narcotráfico. Con apenas excepciones, no importa de que país o región del mundo se trate.

Cada día es más cuantioso el negocio, más violento y abarcador, más destructivo de las instituciones y la vida social. Basta recorrer las notas que integran este informe especial para comprobar la magnitud del desafío a las condiciones de vida humana planteado por la producción y distribución de drogas. El cuadro actual se agravará mientras las personas honestas involucradas en el combate no lleguen a la raíz del problema; mientras las víctimas directas e indirectas no lo comprendan y asuman.

El narcotráfico corrompe lo que toca. Partidos, sindicatos, organizaciones sociales de base, fuerzas militares y de seguridad, parlamentos, jueces, gobernantes a todo nivel, sin excluir presidentes. Como prueba, Álvaro Uribe; entre otros. También, acaso en primer lugar, servicios de inteligencia, comenzando por la Drug Enforcement Administration (DEA), organismo mediante el cual el gobierno estadounidense entra en el corazón de las tinieblas.

 

Cantidad y calidad

Aunque no hay estadísticas comprobables, se estima que el narcotráfico mueve en el mundo entre 500 mil y un millón de millones de dólares anuales. Sólo un puñado de países tiene un producto interno superior a estas cifras. Tales magnitudes aplicadas al delito y la corrupción implican un salto de cantidad en calidad: no se trata de la vida de un joven arruinada por un vicio inducido; es el orden político y social contemporáneo amenazado.

Aún así, no es el poder corruptor de este negocio clandestino lo que lleva a la putrefacción de instituciones, corrompe el funcionamiento político y degrada la vida social. A la inversa, es la lógica intrínseca de la producción capitalista la que lleva al narcotráfico.

Por lo mismo, no es posible luchar exitosamente contra este negocio infame sin combatir y vencer al sistema que lo engendra. Drogadicción masiva y negocio criminal de extraordinarias dimensiones no son una excrecencia en el orden liberal burgués, sino una condición de sobrevivencia de éste, por mucho que tal afirmación espante a personas de bien, convencidas de que el sistema dominante es el único imaginable y posible.

Como en tantos otros fenómenos que requieren explicación diferente a la ofrecida por el sentido común, aquí se trata de ensayar una mirada objetiva y sistemática. Y de asumir sin prejuicios la conclusión que tal mirada indique.

Cualquiera de las sustancias estupefacientes que envenenan a millones de seres humanos es, ante todo, una mercancía. Como la soya, los teléfonos celulares, aviones, aspirinas o camisas: mercancías todas. La diferencia entre éstas y aquélla no reside en la condición intrínseca de cada una –útil, beneficiosa, inocua o destructiva– sino en algo completamente ajeno a ellas mismas: la tasa de ganancia que ofrecen al dueño del capital-dinero.

Combinados, adicción y prohibición hacen de las drogas un objeto de intercambio que produce altísimas tasas de ganancia. Paralelamente, desde hace décadas volvió a dominar la realidad mundial el ciclo en que la lógica propia del sistema capitalista empuja hacia abajo la tasa de ganancia en la producción y comercialización de todas las demás mercancías. En ese cruce de caminos está el punto de partida.

 

De dónde viene la riqueza

En el sistema capitalista la riqueza no proviene, como habitualmente se cree, de la diferencia de precio entre la compra y la venta de un mismo bien. La riqueza proviene del trabajo, descubrió Adam Smith (y no Marx, como también erróneamente muchos creen). La única fuente de valorización del capital deriva exclusivamente del trabajo incorporado a un bien, que en su proceso de producción deja un plusvalor al dueño del capital, quien realizará su ganancia al vender la mercancía. Cuando ese mecanismo se traba –por razones reiteradamente explicadas en América XXI– el capital, irracional por definición, es arrastrado a formas de sobrevivencia (ganancias extraordinarias sin producción de riqueza) que, a poco andar, agravarán al extremo la crisis original.

Un apacible y bondadoso ciudadano suizo que invierte sus excedentes en un fondo de inversión, contrafigura de mafiosos del tipo Pablo Escobar, en acuerdo con sus convicciones protestantes puede estar convencido de que nada en su práctica de vida respalda al narcotráfico. No obstante, si su administrador financiero no le ofrece cada año un interés suficiente para sus ahorros, cambiará de operador. Las cosas son menos bucólicas, incomparablemente más agresivas, cuando se trata de grandes transnacionales y, sobre todo, de poderosas instituciones financieras, que conscientemente incorporarán a un universo de oscuridad montañas de dinero imposibilitadas de valorizarse en el giro normal de la economía. Cualquiera sabe que es imposible manejar, por caso, 500 mil millones de dólares anuales, sin que intervenga la gran banca internacional. Está públicamente probado que al menos la mitad de ese giro es lavado en Bancos estadounidenses. Cualquiera puede deducir que con todo su poderío Estados Unidos podría acabar con el ingreso de drogas a su territorio si se lo propusiese. No obstante, el malo de la película es un individuo mezcla de antropófago y multimillonario, de preferencia gordo y mal entrazado.

Ocurre que la existencia de esas sobreganancias fabulosas requieren la penetración delictiva de todas las instituciones. Exportar y distribuir a gran escala toneladas de drogas implica comprar miles de voluntades. Aprovechar la necesidad de los de abajo y la avidez de los de arriba. Manipular jóvenes vendedores que antes habrán de ser enviciados. Financiar políticos, colocar legisladores y gobernadores y presidentes, comprar la pasividad o complicidad de fuerzas militares y de seguridad, lograr que la justicia se transforme en lo contrario, envilecer organizaciones sindicales y organismos de base de la sociedad, son necesidades naturales de este negocio. El paliativo fugaz a la baja tendencial de la tasa de ganancia se cobra un precio altísimo no sólo en las condiciones de vida de cientos de millones de personas, sino en la salud de las instituciones creadas desde Cromwell por la burguesía para ejercer establemente su poder sobre el conjunto social.

Así, engendrado y potenciado por la crisis estructural del sistema capitalista, el narcotráfico revierte en el agravamiento de aquella crisis y lleva a la putrefacción de todos –sí: todos– los mecanismos efectivos del poder burgués. La raíz latina de la voz corromper significa “romper completamente”. Hijo del sistema en decadencia, el narcotráfico completa en la superestructura la labor de destrucción que las leyes del capital producen en las estructuras.

Con todo, aunque temporaria e insuficientemente, las superganancias del tráfico de droga ayudan a contrarrestar la caída de la tasa de ganancia media para el capital mundial. Por eso el control de ese fabuloso negocio no podría ser ajeno al manejo político de los centros imperiales.

Richard Nixon abandonó el patrón oro en 1971 y en 1973 detonó la primera gran crisis del petróleo. Eran los signos del inicio de la crisis cíclica del capitalismo global. Si alguien cree casual que también en 1973 se fundara la DEA, debiera revisar su opinión a la luz de lo ocurrido desde entonces.

Sucede que aquella onda larga de la crisis continúa y no ha hecho sino agravarse desde entonces, pese a la pausa lograda merced al desmoronamiento de la Unión Soviética. Auge de narcotráfico y crisis del sistema de producción vigente son hermanos gemelos.

Ésta es una de las razones por las cuales combatir la droga y su comercialización y, a la vez, defender el capitalismo, es un contrasentido. Pero no la única. Con el paso del tiempo y el retroceso obligado del imperialismo frente a los avances de la revolución, Washington perfeccionó un uso político contrarrevolucionario del narcotráfico. Ya lo había ensayado en Irán contra la sublevación antimperialista islámica, en Afganistán contra la Unión Soviética y el gobierno de Mahmud Najibullah, en Nicaragua contra la Revolución Sandinista. Contaba la Casa Blanca con el pedagógico antecedente de las guerras del opio de Gran Bretaña contra China en el siglo XIX. De vuelta a estos tiempos, con la DEA el Departamento de Estado sistematizó una internacional contrarrevolucionaria con eje en Colombia y proyección a todo el continente. El último intento por esa vía tiene varios capítulos, algunos de los cuales son la invención de la categoría de narcoguerrilla (ya fracasada y arrojada a la basura); la campaña de calumnias contra la Revolución Bolivariana; los constantes esfuerzos por penetrar con drogas en Cuba; la acusación de narcotraficante contra Evo Morales y la posterior utilización de la DEA para desestabilizar su gobierno.

 

Droga y contrarrevolución

Además de una necesidad económica, las tinieblas de la drogadicción, la violencia y la degradación de todo para lograr la distribución de estupefacientes, son una necesidad política para los centros del poder mundial: el consumo obnubila y anula a millones de jóvenes; las estructuras mafiosas sirven para armar ejércitos mercenarios que eventualmente son utilizados contra quienes buscan el camino de la revolución. Allí están hoy mismo, como prueba viviente, entre otros muchos, los mercenarios en Siria o los paramilitares colombianos sembrados clandestinamente en Venezuela, traficando drogas para financiarse, multiplicando la delincuencia por orden de sus mandantes y por descontrolada lógica propia, armados como tropas de elite, prestos a producir hechos violentos de gran envergadura.

Traslade esto a cualquier país, desde México a Argentina; analice cada situación particular en relación a las necesidades estratégicas de Estados Unidos; observe cómo actúan las mafias que combinan narcotráfico, trata de personas y otros delitos. Siga la conducta de instituciones y personas que deberían enfrentar esta enfermedad que hace metástasis en cada poro de la sociedad. Y forme su opinión.

No hay extrapolación ni pizca de fanatismo en la tesis de esta nota: la guerra contra el comercio de drogas no se ganará sin derrotar al imperialismo; no habrá solución al drama civilizatorio provocado por el narcotráfico sin abolir el capitalismo.

 

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