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Nueva fase de la revolución bolivariana

porLBenLMD

 

Durante una semana el enviado especial de el Dipló acompañó al presidente venezolano Hugo Chávez en una gira internacional y nacional. La primera escala fue el 6 de agosto en La Paz, para asistir a la asunción del nuevo mandatario boliviano. Al día siguiente Bogotá, donde en un marco dramático asumía su cargo el presidente de Colombia. De regreso en territorio venezolano, en una sucesión vertiginosa de asambleas multitudinarias con políticos, sindicalistas, empresarios y trabajadores en la isla Margarita y en la Guayana venezolana, Chávez puso en marcha una línea de acción de largo alcance, que apunta a organizar a la población y cooptar a un sector del empresariado.

 

Son las 06.30 hs. del viernes 9 de agosto. De tres a cuatro mil obreros siderúrgicos se agolpan a la entrada de Sidor, la empresa mixta emplazada como un fuerte en Puerto Ordaz, en la desembocadura del Orinoco. Esos hombres y mujeres cuyos rostros y gestos denotan el hábito del trabajo duro, quieren escuchar, si es posible tocar, pero sobre todo interpelar, al presidente Hugo Chávez. Otra multitud, ajena al conglomerado de empresas industriales –buhoneros, desocupados, amas de casa– confluye en un puente metálico que une por lo alto las explanadas de la fábrica –que asemeja una gran estación ferroviaria alemana de los años ’30– y canta consignas estridentes desde su lugar relegado y a la vez dominante. Ese sector diferenciado porta altavoces, esgrimidos como hachas. No pretende hacer ruido, sino hablar; y va precavido por si a los dirigentes sindicales organizadores del insólito acto se les olvida que ellos también existen. Pero la ostensible determinación de estos hombres y mujeres no es agresiva ni insolente: salta a la vista que, si bien están dispuestos a chocar con lo que sea, confían en ser escuchados y comprendidos.

Chávez ingresa a la escena. Viola todas las reglas de seguridad que él mismo declara imperativas desde el fracaso del golpe de Estado de abril pasado(1): según sus informaciones, el próximo intento será el atentado personal. Su equipo de seguridad se alarma, pero no rompe el principio impuesto por el propio Chávez: contacto directo con el pueblo; ninguna agresión a quienes pugnan por acercarse.

Este enviado hace un esfuerzo para aprehender la situación. Recuerda las legendarias asambleas en las puertas de las fábricas automotrices argentinas en Córdoba, cuando los estudiantes acudían para confraternizar con los obreros en aquel impar período histórico en el que se gestó lo que luego sería conocido como “Cordobazo”. Rememora el “otoño caliente” de los obreros italianos a fines de 1969 (los consejos de Turín y Milán, las marchas de decenas de miles en Génova; la erupción social en Roma); apela a la explosión de la primera celebración del 1° de Mayo en España tras la extinción del franquismo, en 1978, y aun a las grandes manifestaciones de los obreros del sindicato electricista de México, a lo largo de los años ’70. Acude incluso –porque el pensamiento siempre busca la analogía para comprender– a la movilización de los obreros de los países del Pacto de Varsovia en los años ’80. Pero en todos esos puntos de referencia faltan dos datos distintivos: esta masa humana vibra en una cuerda singular de choque social y el centro de atención es el Presidente. No para vituperarlo y exigir su renuncia –ése es un escenario por demás conocido en todas las latitudes– sino para escucharlo y, como se vería de inmediato, para dialogar con él de igual a igual. Y presentarle exigencias. Después de todo, se sienten con derechos: en lugar de ir a la huelga como exigían en los días de abril las cúpulas sindicales de la Central de Trabajadores de Venezuela (CTV), ellos ocuparon las fábricas y fueron una pieza vital en el fracaso del golpe de Estado.

El Presidente toma la palabra. Lo ha precedido un dirigente sindical de planta, escuchado con respetuoso silencio, en el cual es posible no obstante advertir cierta toma de distancia. Pero el aire cambia de densidad cuando Chávez comienza a explicar, como en un curso para jóvenes militantes de un partido inexistente, el papel de los trabajadores en la revolución bolivariana. “La clase obrera no puede abandonar sus reivindicaciones inmediatas; todo lo contrario. Y no debe perder su autonomía. No se trata de ser un apéndice del gobierno. Pero debe pasar al terreno político, debe tener una estrategia; debe transformarse en el motor de la revolución”, dice interrumpido por miles de manos convertidas en puños y por una ovación.

 

Evidente contraste

A cuatro meses del fallido golpe de Estado, nada podría resumir mejor la situación venezolana que el contraste entre la realidad institucional predominante en Caracas –donde a esa misma hora el Supremo Tribunal de Justicia absuelve de toda responsabilidad a los implicados en la intentona– y el clima en las tres inmensas fábricas (Sidor, Venalum, Alcasa) que Chávez recorrerá en las siguientes seis horas, deteniéndose a hablar con grupos de trabajadores, escuchando sus reclamos, convocando a cada uno a ser un actor en el nuevo escenario político.

Pasado el mediodía se realiza otra asamblea, esta vez con los obreros de Alcasa, a quienes también se suma un contingente de desocupados. Nuevamente abre el acto un dirigente sindical, que emplaza al “compañero Presidente” por los rumores de privatización de Alcasa y la pasividad frente a directores de la empresa públicamente comprometidos con el golpe de abril. Y nuevamente –ahora bajo un sol impiadoso– Chávez desgrana conceptos y definiciones terminantes: “Esta empresa, ni ninguna otra empresa de Guayana, será privatizada mientras Hugo Chávez sea presidente”. Responde al clamor contra los gerentes golpistas, anuncia cambios y lanza la consigna de cogestión obrera en las empresas estatales. Y reitera: “los trabajadores deben organizarse, mantener su independencia, y tener una estrategia propia”; “la clase obrera tiene que convertirse en el motor fundamental de la Revolución”.

Esta es una de las dos claves políticas indicativas del plan estratégico de Chávez para consolidar su victoria de abril. La otra, como paradojal complemento, había quedado expuesta la noche anterior, en el anfiteatro de la Corporación Venezolana de Guayana, un conjunto de empresas estatales y mixtas. Allí, ante una audiencia abigarrada compuesta por trabajadores, empresarios y gobernantes de la región, bajo la consigna “compre venezolano”, el Presidente esgrimió un plan de reactivación económica y tendió la mano a los empresarios dispuestos a tomar distancia de la cúpula golpista de la central Fedecámaras.

Al igual que los obreros en las fábricas –presentes también en un sector del anfiteatro, en nítida representación de la fractura social que divide al país– los empresarios plantearon exigencias en tono cortante. Uno de ellos enfatizó en su discurso: “ahora se respira otro aire en el Ministerio de Producción y Comercio; hemos perdido tres años” dijo. Ese ministerio (hasta poco después del golpe ocupado por Adina Bastidas, la ex vicepresidenta responsable por el paquete de 49 leyes que desató la reacción opositora a fines del año pasado)(2), está ahora integrado, como el resto del gabinete económico, por técnicos a los que el ala más radical del amplio movimiento que apoya a Chávez denomina “neoliberales”.

Tras juramentar a un grupo de altos funcionarios que a partir de ese momento tienen la responsabilidad de garantizar que el Estado “compre venezolano” y subrayar que “el no cumplimiento de este decreto es para mí causa de destitución”, Chávez tomó la palabra para clausurar el acto. Comenzó por recordar el dramático momento vivido horas antes en Bogotá. Allí, en una ciudad ocupada por 18 mil soldados, con el espacio aéreo cerrado y un avión estadounidense Stealth controlando el área, una andanada de misiles lanzada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) alcanzaba el palacio del Congreso y producía una masacre en un barrio marginal mientras el nuevo presidente colombiano Alvaro Uribe juraba su cargo. Chávez preguntó a su audiencia: “¿hacia allá vamos nosotros? ¿vamos a permitir que minorías nos impongan eso?, para responderse enseguida: “No; no nos impondrán la guerra”.

El mensaje es a la vez múltiple y nítido. Luego Chávez toma el dardo envenenado: los tres años perdidos. Y con serenidad pedagógica resume lo hecho en ese período. Expone la degradación económica, social y política del país bajo la Cuarta República. Y esgrime, como siempre hace, el fruto de los primeros dos años de gobierno: la nueva Constitución, “nuestro programa de acción; nuestra estrategia. El que tenga un rumbo diferente que lo proponga”. Luego desgrana cifras y datos de la marcha de la economía venezolana y los compara con los de otros países. Advierte que la Constitución permite cambiar a los gobernantes mediante plebiscito luego de cumplida la mitad del mandato, y subraya que para diputados, gobernadores y alcaldes ese plazo se cumple a partir de ese momento, en tanto el suyo vence a mediados del año próximo. El tono mesurado y afable no hace menos crudo el mensaje.

Indecisos entre la avidez y el miedo, entre suculentos contratos en una economía reactivada y un proceso político cuyo desenlace les resulta insondable, los dirigentes empresarios no cesan de acomodarse en sus asientos de la primera fila, a dos metros del orador. Para el observador extranjero no cabe duda respecto de quién conduce el juego allí. Y en ese punto el Presidente anuncia la designación como ministro de Desarrollo para Zonas Especiales de Francisco Natera, un ex presidente de Fedecámaras. El rictus de los dirigentes empresarios se transforma en sonrisa y aplauden con vigor. Luego el orador termina su prolongado discurso dirigiéndose a los trabajadores, que desde el fondo de la sala han rubricado con consignas y aplausos cada definición y les anuncia que a la mañana siguiente, muy temprano, se encuentran en Sidor.

 

La vasta convulsión

Un autor inglés injustamente olvidado, Herbert Reed, aludía al “orden superior de una vasta convulsión”. Ése es precisamente el dato sobresaliente en la Venezuela de hoy: una convulsión desmesurada, una abigarrada superposición de contradicciones, que roza por momentos el desgobierno y bajo la cual puede entreverse un orden diferente.

Sobre la consistencia y el curso de ese orden en ciernes se interroga este corresponsal en la madrugada del 6 de agosto, a diez mil metros de altura, mientras el avión presidencial surca la distancia entre Caracas y La Paz. El cansancio ha vencido a los integrantes de la comitiva que acompaña a Hugo Chávez a la ceremonia de asunción de Gonzalo Sánchez de Lozada. Un edecán se acerca a este enviado especial para susurrarle que el Presidente lo espera en su camarote.

El hombre que trabaja en medio de libros y documentos, casi en la penumbra, en un despacho sobrio dominado por el rugir de las turbinas, fue protagonista de una hazaña sin precedentes en abril pasado, cuando tras ser depuesto y secuestrado volvió a Miraflores rescatado por millones de personas en las calles y el grueso de las fuerzas armadas, rebeladas contra sus mandos. Chávez obtuvo una victoria estratégica. Pero en sus palabras se hace evidente que, lejos de ensimismarse en el resultado de la batalla, tiene todos sus sentidos puestos en el curso de la guerra.

No emplea estos términos. No apela al lenguaje militar, aunque subraya un conjunto de amenazas, en primer lugar un potencial atentado contra su vida. Pero es un dirigente político el que mide las relaciones de fuerzas y no parte de la realidad interna, sino del cuadro mundial, al que demuestra conocer en extensión y profundidad. Respecto de Estados Unidos, confía en que los problemas que comienza a enfrentar la gran potencia le permitan al menos lograr el statu quo. Descarta la posibilidad de otro golpe como el de abril. En el plano interno, la oposición carece de apoyo social y las fuerzas armadas han cambiado mucho desde esa experiencia traumática. Chávez no alude al punto, pero más de un centenar de altos jefes ha sido desplazado de los puestos de mando. Los reemplazantes son de otra generación. Muchos de ellos, ex alumnos del actual Presidente, quien hace hincapié en que la conciencia de los comandantes fue golpeada por la brutalidad del efímero gobierno de Pedro Carmona y la posibilidad de encontrarse en la trinchera de enfrente de la inmensa mayoría de la población en caso de una guerra civil. Esto fue también decisivo para los oficiales jóvenes, suboficiales y soldados.

Sin embargo Chávez no se confunde: “En otro sentido el golpe no ha cesado; estamos en una situación de golpe permanente”, dice. De hecho un observador desavisado no creería que Fedecámaras, la CTV y las siglas partidarias de oposición sufrieron una aplastante derrota cuatro meses atrás. Quienes en 40 horas de gobierno disolvieron el Congreso, desconocieron la Constitución, detuvieron a gobernadores, diputados y alcaldes e instalaron el terror, sostienen ahora una irrealidad creada cada día por los medios de difusión masiva y las declaraciones de políticos e intelectuales sin pudor, según la cual en Venezuela es preciso derrocar a Chávez para defender la democracia. Más aun: se muestran convencidos de que la caída del gobierno es inminente. “Oposición se prepara para la Venezuela sin Chávez. Estudian conformar un gobierno de unidad nacional”, dice el titular del diario menos agresivo(3), para luego precisar el programa de la unidad buscada: “sacar adelante a Venezuela sin Chávez y sin el chavismo”.

La irrealidad tiene no obstante aristas tangibles. Once de los veinte jueces del Superior Tribunal de Justicia resolvieron que en abril no hubo un golpe de Estado. Y que, en consecuencia, los militares que depusieron y secuestraron a Chávez para luego entregar el título de presidente a un dirigente empresario, no son punibles. Y cuando miles de partidarios del gobierno se vuelcan a las calles para protestar por el fallo, la policía Metropolitana, dependiente del alcalde mayor (gobernador) de Caracas, el ultraopositor Alfredo Peña, ataca con saña a los manifestantes, mientras las cadenas televisivas transmiten al mundo la imagen de un país sumido en el caos, con las masas movilizadas contra el gobierno y reprimidas por éste.

 

Unidad latinoamericana

Puerto Ordaz fue la última escala. Tras el maratón por las fábricas y el contacto directo con su base social, el Presidente luce más confiado aún que al comienzo de la gira. Aparte de cumplir con sus funciones protocolares, en La Paz y Bogotá ha desplegado una actividad sin pausa en reuniones con altos funcionarios de todo el mundo; con representantes de organizaciones de izquierda y nacionalistas que se agolpan solicitando una entrevista; con delegados de movimientos sociales que quieren verlo, hablar de sus luchas, asegurarle que se solidarizan con la revolución bolivariana. Chávez se hace tiempo para todos. Defiende la unidad latinoamericana y alienta todo paso tras ese objetivo. Insiste constantemente en la unidad. Y en sumar a los jóvenes y las mujeres: “fueron la vanguardia en el contragolpe de abril”, explica. Pero el saldo mayor lo sitúa en la evaluación de los resultados del contacto directo con los trabajadores, el nuevo factor en respuesta al golpe permanente. “Estamos entrando en una nueva etapa, la profundización de la participación, de los mecanismos a través de los cuales el pueblo, los sectores populares, las clases medias, los trabajadores, los verdaderos empresarios que producen, los estudiantes, los campesinos, los indígenas, todos, participen de manera más directa en la gestión de gobierno”. “Esto no lo para nadie”, dice sonriendo, como resumen de un balance minucioso.

En el actual contexto mundial, el desenlace de la lucha de clases y de calles en curso en Venezuela, depende más del escenario global que de la evolución del conflicto interno. Pero desde ya puede afirmarse que Hugo Chávez ha instalado objetivos republicanos e integradores a escala regional y una dinámica de fuerzas que han transformado al país y se proyectan a toda América Latina.

  1. Maurice Lemoine, “Golpe de Estado abortado en Caracas”, en el dossier “Lecciones desde Venezuela”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, mayo de 2002.
  2. Luis Bilbao, “Revolución y contrarrevolución en Venezuela”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur. Buenos Aires, enero de 2002.
  3. Jesús D. Santamaría, Ultimas Noticias, Caracas, 3-8-02.
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