Balance: una nueva relación de fuerzas hemisféricas se hará visible con los resultados comiciales en estos cuatro países. Pero existe de antes. Y su conformación circunstancial, resultante de votos y partidos gobernantes, no será definitoria para el curso de la evolución política fundamental de la región. Un bloque antiestadounidense de hecho, a partir de bases sociales, fuerzas políticas e individualidades dirigentes del más diverso carácter y contenido, está ya en acto como protagonista. El voto estadounidense definirá los pasos inmediatos del imperialismo y alertará sobre el sentido en que marcha la sociedad del Norte.
Al finalizar la primera semana de noviembre, con los resultados de las elecciones presidenciales en Estados Unidos y Uruguay y para gobernadores y alcaldes en Brasil y Venezuela, quedará a la vista un nuevo mapa político continental. No es difícil, sin embargo, probar que esta nueva geografía hemisférica está delimitada antes de que la ciudadanía de esos cuatro países concurra a las urnas y puede ser marcada en su fundamentos: la hendidura profunda entre Estados Unidos y Suramérica se habrá ahondado; el gobierno de Washington deberá resolver -con prescindencia del nombre del Presidente- si retrocede de la catástrofe por él provocada en Irak o avanza en una guerra hacia toda la región. Pero sea cual sea la opción, y quien la aplique, agudizará la crisis interna estadounidense y empeorará a niveles sin precedentes el odio de los pueblos de todo el mundo hacia las autoridades de la Casa Blanca. Al otro extremo geográfico, los resultados numéricos de tres países hoy clave por razones diferentes en Suramérica, cambiarán el basamento social y las opciones estratégicas, pero también en cualquier hipótesis de resultado electoral se afirmará una perspectiva de, como mínimo, resistencia y confrontación con las políticas de devastación económica y agresión militar de Estados Unidos contra la región.
Tabaré Vázquez presidente
Distribuida cuatro días antes de las elecciones en Uruguay, esta edición de América XXI asume que el domingo 31 de octubre habrá ganado el candidato del Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría. No es una expresión de deseos, a la hora obligada de enviar originales a la imprenta. Es el veredicto de todas las encuestas, la convicción de los analistas en cualquier punto del arco ideológico y, ante todo, la resultante lógica de la marcha sociopolítica de Suramérica como conjunto -y puntualmente de Uruguay- en los últimos años.
Con ese resultado, Estados Unidos habrá perdido un bastión decisivo empleado como palanca en la región para impedir la convergencia del Cono Sur, clausurar la marcha hacia la unidad del resto de Suramérica y sostener el cadáver del Alca (Área de Libre Comercio de las Américas) como perspectiva posible para el hemisferio. En otras palabras: el imperialismo ya no sólo estará en situación de no contar con la iniciativa política en el continente -como le ocurre desde 1999-, sino que habrá perdido el control del Sur.
Las legítimas dudas o certezas que en los más diversos ámbitos existen respecto del desempeño efectivo de un Presidente del bloque conformado por el Frente Amplio en Uruguay y la aplicación de un programa sostenido de transformaciones profundas (ver José E. Díaz, págs. 14-17), no contradicen, incluso en la peor de las hipótesis, esta afirmación. Y ése es precisamente el signo distintivo y trascendental de una victoria de las izquierdas en el país del Plata.
La incógnita brasileña
El primer turno electoral para gobernadores y alcaldes en Brasil dio como resultado un 17,15% para el gobernante Partido de los Trabajadores (PT), en tanto el Partido Social Demócrata de Brasil (Psdb, encabezado por el ex presidente Fernando Henrique Cardoso), alcanzó el 16,54%. El Partido del Movimiento Democrático Brasileño (Pmdb), por su parte, estuvo apenas por debajo de esos porcentajes. En números redondos, el PT y el Psdb obtuvieron alrededor de nueve millones de votos y el Pmdb unos ocho millones.
Estos guarismos indican que el gran objetivo de la dirección del PT de alcanzar una mayoría neta y transformarse en el partido hegemónico del país, no fue conseguido. Hay un modo sencillo de graficar ésto: según los resultados de la primera ronda y las encuestas para la segunda, el PT habrá ganado alrededor de 500 de los casi 5.700 municipios de Brasil. No es poco respecto de los 200 que el PT controlaba, pero es la mitad del objetivo trazado por la dirección del partido antes de las elecciones. Sin embargo hay otro modo de observar estas cifras. El PT ganó en seis capitales (Belo Horizonte, Recife, Aracaju, Macapá, Palmas y Río Branco). Como señala un análisis de Mário Maestri y Gilberto Calil, dos ex miembros del partido gobernante, «sólo Belo Horizonte y Recife, capitales de Minas Gerais y Pernambuco, con dos millones 300 mil y un millón 470 mil habitantes, poseen importancia electoral, social y económica. La población de las otras cuatro capitales, sumadas, alcanzan un millón 200 mil habitantes, menos que la población de Porto Alegre».
En San Pablo, en cambio, corazón económico, político y poblacional del país, la candidata del PT Marta Suplicy salió segunda con el 33,4% contra el 40,6% de José Serra, del Psdb, ahora apuntado como victorioso en la segunda vuelta.
Más significativo aún, el PT retrocedió en centros fundamentales del proletariado del cual nació y sobre el cual se proyectó como fuerza nacional, como Campinas, San José dos Campos y Piracicaba; para sufrir una difícil afrenta en el centro industrial donde fue fundado, San Bernardo: allí el candidato del PT y ex titular de la Central Única de Trabajadores, el metalúrgico Vicentinho, no logró siquiera disputar la segunda vuelta. Lo mismo ocurrió en los bastiones originales del PT: Santos y San Andrés.
Tal como registran los autores citados, es en Río Grande do Sul y su capital Porto Alegre, donde la paradoja electoral del PT se verifica con mayor nitidez: «En 1996, Raúl Pont fue elegido (como alcalde de Porto Alegre) con el 52%. En 2000, Tarso Genro obtuvo el 48,7% en el primer turno. Ahora (…) Pont obtuvo (en primera vuelta) el 37%». En Río de Janeiro, el candidato petista quedó en el quinto lugar con el 6,3%. En Salvador, capital de Bahía, con dos millones 600 mil habitantes, el candidato del PT no llegó a la segunda vuelta.
Otro dato de contundente significación para observar el curso político brasileño es el resultado del partido que enfrentó al PT desde posiciones ultraizquierdistas: el Partido Socialista de los Trabajadores Unificado (Pstu) obtuvo a nivel nacional el 0,19% de los votos. Una corriente recientemente desprendida de las filas del PT, el Partido Socialismo y Libertad (P-sol), no presentó candidaturas.
Estos números muestran con claridad, sin probabilidad de cambio fundamental con los resultados de la segunda vuelta el 31 de octubre, que la política de resistencia y limitada oposición a la estrategia estadounidense -vigente ya desde el gobierno de Cardoso- no está apoyada ni definida con respaldo en los intereses de las masas campesinas y obreras y que el PT deberá gobernar sea haciendo mayores concesiones a los otros dos partidos con los que comparte igualitariamente el favor electoral, sea reasumiendo un programa y un accionar capaces de reconquistar el apoyo de sus bases originarias. Cualquier opción preanuncia un reacomodamiento de fuerzas que, a término, sacudirá al país de mayor gravitación en el continente (ver páginas 26 y 27).
Novena victoria electoral de Chávez
En el último mes de campaña electoral en Venezuela el dato sobresaliente ha sido el desgajamiento de la oposición. Renuncia tras renuncia, la denominada Coordinadora Democrática ha dejado de existir. Algunos de sus principales exponentes, como el alcalde mayor de Caracas, desistió de presentarse a la contienda. Otros, como el gobernador de Zulia, denunciando fraude por adelantado, declara que no entregará su cargo.
Si bien un sector del arco político venezolano pone un signo de interrogación sobre el resultado en algunos distritos de importancia -el estado Zulia entre ellos, pese a que las encuestas dan un 53% al candidato bolivariano y un 47% al actual gobernador Juan Rosales- el saldo previsible una semana antes de los comicios está fuera de duda: Chávez obtendrá su novena victoria electoral consecutiva. Habrá más votantes en todo el país y un mayor número de personas se identificará con la Revolución Bolivariana, todo lo cual redundará en un fortalecimiento del poder político del Presidente, que desde hace semanas parece haber cambiado de objetivo principal a batir, arremetiendo contra la burocracia, la ineficiencia y la corrupción en el aparato del Estado y las empresas públicas, mientras acelera -con creciente apoyo de otros mandatarios de la región- en dirección a la creación de una Unión Suramericana de Naciones.
Fractura en la Casa Blanca
El enfrentamiento Bush-Kerry es sólo la expresión nominal y visible de una creciente división en las filas de la clase dominante estadounidense. Quien quiera que ocupe el Salón Oval de la Casa Blanca deberá lidiar ante todo con eso. Una victoria de John Kerry demostraría a los protagonistas fracturados del poder que una fuerza social hoy inexistente como tal pero con inconmensurable poder potencial, habría dado un paso fundamental hacia su conformación y transmutación en bandera política. El triunfo de George W. Bush indicaría la preeminencia del apoliticismo de una mayoría, el chovinismo, el atraso y el miedo en buena parte de la minoría que acude a votar. El primer caso, sería un toque de atención que las clases dominantes imperialistas no dejarían de atender y al cual, para confundirlo, dividirlo y eventualmente captarlo, le harían grandes concesiones en diversos planos. Uno de ellos interesa directamente a América Latina: quedarían postergados los planes de invasión militar a países de la región. La segunda hipótesis, en cambio, alentaría el belicismo imperialista. Hay análisis detallados para intentar contrarrestar el saldo a la vista de las otras tres elecciones en el Sur, mediante el uso de la fuerza militar, presumiblemente con Cuba y Venezuela como primeros objetivos. Que se apliquen o no en el corto plazo depende en buena medida de la señal que envíe la ciudadanía estadounidense el 2 de noviembre. Por eso no es lo mismo una victoria de demócratas o republicanos, las dos alas del partido único del imperialismo estadounidense. Del mismo modo que no es desestimable que el actual bloque antiestadounidense de gobiernos suramericanos tenga una u otra base social, una u otra dirigencia política, una estrategia de mera cosmética o de transformación verdadera de la realidad social.