Un formidable combate ideológico se ubica en el centro del nuevo ciclo en ciernes en América Latina. Tras formalizar la derrota histórica del imperialismo ante Cuba, Barack Obama llegó a Argentina con paso ofensivo, en un plan hemisférico que incluye, desde luego, también a la isla antillana.
Hay una analogía, mutatis mutandi, en la flexión mostrada por el titular del imperio a su paso por Argentina. Diferentes causas han impedido valorar en toda su dimensión el hecho de que Obama fuera a homenajear a los desaparecidos a un sitio de inmenso valor simbólico, exaltara el papel de los familiares (es decir, del pueblo argentino) en la lucha contra la dictadura y asumiera el célebre “Nunca Más”.
¿Hipocresía? Claro: entendida como el precio que el vicio paga a la virtud. ¿Oportunismo? Por supuesto: es la necesidad de halagar al vencedor para usufructuar de allí en adelante sus debilidades. Precisamente eso es lo que hizo Obama ante pueblo y gobierno cubanos y, en condiciones diferentes, con historia y realidad incomparables, también en Argentina. Son pasos tácticos –obligados, no voluntarios– de una estrategia contraofensiva cuyo desenvolvimiento y desenlace están por verse. Dependen de lo que se les plante enfrente.
El resonante viaje de Obama no es el de un mariscal vencedor. Es el de un adelantado encargado de buscar puntos de apoyo para la gran batalla que se aproxima. Para hacerlo, la Casa Blanca debe comenzar por rendirse ante los valores que sostuvieron a Cuba durante más de medio siglo, así como ante una zigzagueante resistencia de décadas que en Argentina obró por la negativa, imponiendo condiciones insostenibles para el capital, al punto de hacer estallar primero el sistema de dominación (2001) y luego impedir su reconstrucción sostenible, hasta llegar al actual punto de desequilibrio permanente. Dada su condición de país clave pero determinado hoy por debilidades que lo hacen presa fácil, allí encuentra Washington la oportunidad de apoyarse y proyectar su estrategia contrarrevolucionaria.
Fragilidad de un eje sin apoyo
Con pompa apropiada a la magnitud del objetivo, el Departamento de Estado plantó el eje Washington-Buenos Aires. Mauricio Macri “está brindando un ejemplo para otros países”, subrayó Obama en conferencia de prensa conjunta, el 23 de marzo, luego de una prolongada conversación a solas en la Casa Rosada. “Argentina está retomando su papel de líder en el mundo y en la región”, agregó el presidente estadounidense. Y remató: “como una de las naciones más grandes en el hemisferio (Argentina) tiene que ser un aliado para nosotros, para promover la prosperidad y la paz en la región (…) eso promete aumentar su influencia en el escenario mundial, por ejemplo en el G-20”.
Obama llega a Argentina para ungir a Macri, titulaba América XXI con fecha 22 de febrero. No se trataba de investirlo con alguna prenda de ocasión, sino como “contrafigura continental de Nicolás Maduro”. En simultáneo con la escalada contra la Revolución Bolivariana, Washington teje un entramado pretendidamente alternativo a la propuesta socialista de Hugo
Chávez, luego extendida mediante el Alba. Al mejor estilo publicitario yanqui, intenta ponerle nombre y rostro en la figura de Macri, a quien atribuye un infundado liderazgo, inexistente ahora e inviable en el futuro. Tienen la iniciativa y saben cómo sacarle partido. Carecen del basamento objetivo (eso incluye la inexistencia de partidos consistentes y líderes con peso real) para sostenerla en el tiempo (ver página 18).
Es la utilización sagaz y eficiente de una ventaja potencial. Ésta surge del rumbo político argentino tras la desmoralizada respuesta social al desempeño del último gobierno. El rechazo a esta experiencia llevó a la victoria a una alianza con base socialdemócrata presidida por un representante directo del gran capital, cuyo ultraderechismo ideológico se manifiesta en primera fase como populismo desarrollista.
En su urgencia por dar vuelta las relaciones de fuerzas hemisféricas, recuperar su condición hegemónica y acabar con el proceso revolucionario fincado en el Alba, Washington elige apoyarse en Argentina, un país debilitado y conflictuado como nunca antes, dado que la inestabilidad en Brasil y la incerteza del rumbo de este país por todo un período, le impide contarlo como aliado firme en su escalada contrarrevolucionaria.
Este doble salto –cambio de Brasilia por Buenos Aires y elección de un gobierno débil, sin articulación partidaria con las masas, sin proyecto estratégico excepto la salvación del sistema– produce un sacudón geopolítico e inaugura una etapa de intensa lucha ideológico-política en toda la región. No hay resultado predeterminado para esta batalla de alcance histórico. Eso debería estimular la inteligencia y la voluntad de millones, aunque por el momento predomina la confusión en una mayoría de países del área.
Venezuela, objetivo central
A la vez que ensaya la instalación de ese eje geopolítico, el Departamento de Estado aprieta el nudo en torno a la Revolución Bolivariana: poco antes de su gira, Obama renovó el decreto que califica a Venezuela como “amenaza extraordinaria e inusual” para Estados Unidos.
Guerra económica e ininterrumpida campaña de calumnias contra el gobierno de Nicolás Maduro se complementan con el impulso a bandas paramilitares de origen colombiano, protagonistas de una escalada de delincuencia e inseguridad. Desabastecimiento, carestía, dificultades e incluso parálisis en diferentes áreas de la producción, entorpecen la vida social y alimentan un descontento extendido a las propias filas revolucionarias.
Mostrada esta realidad como contraparte de la promesa de Obama, se impuso una muletilla que desde Alaska a la Patagonia repitió cada periodista al servicio de la operación: “la caída de Maduro es cuestión de horas”. En simultáneo, escaló la presión contra Dilma Rousseff, al punto de que el cada día menos respetable The Economist se animó a un título de tapa de inaudito injerencismo en la política brasileña: “Time to go” (Tiempo de irse) ilustrado por una foto de la Presidente.
Con buenos reflejos el gobierno cubano recibió a Maduro horas antes de la llegada de Obama, le otorgó la máxima condecoración y firmó un conjunto de acuerdos para acompañar el plan de recomposición económica de Venezuela. Envió así un mensaje inequívoco a pueblos y gobiernos de la región. La gravedad de la situación fue comprendida también en otras latitudes: “Venezuela es un país amigo que están tratando de destruir desde fuera”, declaró Serguéi Lavrov, ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, quien explicó que la actual coyuntura se encuentra exacerbada por interferencias externas.
Lejos de arredrarse, las filas revolucionarias respondieron al vehemente llamado de Maduro, públicamente reiterado por las máximas figuras del gobierno, el Psuv y la Fuerza Armada. Todos desplegaron en marzo, en coincidencia con el tercer aniversario de la muerte de Hugo Chávez, una actividad febril destinada a recuperar el músculo económico, corregir errores y desviaciones, quebrar la columna vertebral de una corrupción odiada por las mayorías y reatar la relación con las masas.
El Congreso de la Patria, programado para los días 13 y 14 de abril y el Congreso del Psuv, previsto para el 16 y 17 del mismo mes, mostrarán hasta qué punto ha logrado el Gobierno sus objetivos inmediatos.
En las vísperas
Si es frágil el punto de apoyo en Buenos Aires para el eje contrarrevolucionario continental, no lo es menos el que se asienta en Washington. El descalabro económico, la desagregación social y la confusión política en Argentina no tienen precedentes. En Estados Unidos, a su vez, la alegada recuperación tras el estallido de 2008 es una farsa, cuyas derivaciones, combinadas con el estancamiento y recesión en la Unión Europea, serán evidentes a corto plazo. De allí que la batalla avistada no comienza con una ventaja estratégica del imperialismo.
Para poner en marcha su osado intento contraofensivo el Departamento de Estado aprovecha la inexistencia de un centro organizador de las fuerzas anticapitalistas. Este no es dable hoy por la heterogeneidad ideológica. Un milímetro de diferencia en la teoría, decía Lenin, es un kilómetro cuando se traduce en acción práctica. Eso produce la dispersión de cuadros y organizaciones que, en términos abstractos, se proponen un mismo objetivo. Pero no caben invocaciones voluntaristas: la solución sólo provendrá del resultado de la confrontación de ideas, programas y estrategias en el seno de las grandes mayorías.
A comienzos de siglo sostuvimos que la avanzada latinoamericana estaba, por así decirlo, expresada en tres grandes planos. Cuba ostentaba la vanguardia ideológica, Venezuela la vanguardia política y Bolivia la vanguardia social. Hoy el panorama es diferente. Ahora fortalezas y debilidades se combinan de una manera que puede a primera vista aparecer más confusa, pero en cambio supone un extraordinario aprendizaje, fusionado en el conjunto de países del Alba. Expresarlo en una futura organización en condiciones de hacer frente al desafío de la Historia es tarea primordial.
Obama ya sembró lo que Washington supone una semilla de penetración estratégica en La Habana. Hizo su show de populismo glamoroso en Buenos Aires. Y lanzó una redoblada embestida contra Caracas. Ahora es el turno de mujeres y hombres comprometidos con la lucha anticapitalista del Bravo a Tierra del Fuego, con los gobiernos del Alba a la cabeza, para decir su palabra y convertirla en acción.