Ebullición: decenas de miles de personas de toda edad y condición discuten hoy en Venezuela el destino del país. Asambleas, reuniones, actos, encuentros circunstanciales, enhebran un debate más hondo, más pletórico de ideas y más productivo que el imaginable en el mejor escenario académico. Signo de los tiempos, esa búsqueda no está encabezada por quienes durante décadas aparecieron como la vanguardia política de la sociedad. El salto adelante que en este mismo instante ensaya Venezuela llevará su onda expansiva a todo el continente. Y el punto en que toma cuerpo, la construcción de un partido de masas, revolucionario, socialista, se expandirá hacia el Norte y el Sur, inaugurando una nueva era en la historia política del hemisferio.
Estalló el debate. Toda sutileza se esfumó. Todavía no predomina la confrontación de ideas: manda aún la pugna por espacios e intereses. Pero de manera sistemática avanza el verdadero contenido de la polémica; no ya reducida a cenáculos dirigentes, sino hecha carne en multitudes cada día mayores: ¿qué país construir? ¿qué socialismo? ¿con quiénes; cómo; cuándo? El por qué nadie lo inquiere: saben que ya no quieren vivir como hasta ahora. Y los que siempre estuvieron en lugares de privilegio no pueden evitarlo, aun con el concurso de quienes desertan a la hora de la verdad. Como un río que desborda su cauce para fertilizar la tierra, el espectáculo maravilloso de un pueblo discutiendo su destino se impone en toda Venezuela. Los medios de comunicación de la Revolución buscan –y casi siempre encuentran, superándose rápidamente a sí mismos- la forma para transformarse en vehículos de ese formidable fenómeno de toma de conciencia colectiva. Hombres y mujeres anónimos revelan condiciones superlativas en asambleas de barrios, en reuniones espontáneas, en debates a medias organizados o en conversaciones mano a mano. Personalidades hasta ayer sobresalientes aparecen desvalidas, desorientadas, desnudas de otra idea que no sea conservar algo en el torbellino. Entre las cúpulas políticas hasta ahora alineadas con la revolución, la mayoría enmudece. Y quienes hablan se autocondenan ante las mayorías.
La Revolución Bolivariana está dando en este preciso instante un poderoso salto hacia el futuro.
Con la decisión de construir una herramienta política para recorrer el camino entre el capitalismo y el socialismo, Hugo Chávez soltó los demonios. Ante la consigna “socialismo del siglo XXI”, pese a la incomodidad, todavía era posible argüir y quitar el cuerpo con alusiones ambiguas o inventando contenidos antojadizos. Pero cuando de ese futuro indefinido se pasó al presente indicativo de la organización de masas, se agotó el espacio para juegos de cintura. Y se partieron las aguas.
Opción
A un lado quedaron dirigencias de tres partidos (PPT, Podemos, PCV), que han acompañado el gobierno de Chávez pero, tras cabildeos y pasos cruzados –que aún se mantienen y podrían dar lugar a cambios de última hora- rechazaron la idea de sumarse al partido unido de la revolución.
Al otro, un potente movimiento dispuesto a construir una herramienta política de masas para protagonizar y conducir el tránsito al socialismo. El Movimiento Vª República (MVR), como no podía ser de otro modo, tratándose del partido formado y encabezado por Chávez, se sumó al proyecto. Las voces opositoras en esta organización sólo se hicieron oír en sordina. Una cantidad de organizaciones de menor envergadura numérica también proclamó su respaldo a la nueva organización.
Más importante que las opciones de estas organizaciones, sin embargo, será la que adopten decenas de miles de activistas de todo ámbito y nivel, sobre cuyos hombros ha recaído en los últimos años la defensa cotidiana del proceso revolucionario.
En esas filas, corren parejo el entusiasmo y un cúmulo de dudas no exentas de temor. ¿Quiénes integrarán los cuerpos dirigentes del nuevo partido? ¿Cómo se elegirán? ¿No será esto una reedición del MVR? ¿Gobernadores, alcaldes, ministros, presidentes de grandes empresas y funcionarios con poder no serán quienes, por sí y ante sí, condicionen las estructuras, el programa, el plan de acción real y hasta el nombre del futuro partido? ¿No se colará desde el comienzo, y en el núcleo dirigente, la corrupción que, como no se cansa de repetir Chávez, amenaza el curso de la Revolución?
Dudas legítimas; temores fundados. Ampliamente justificadas para las bases, al punto de obrar como barrera de escepticismo para una valiosa fuerza militante, sobre todo juvenil.
Esas dudas y temores, sin embargo, fueron enarboladas por las dirigencias que acabarían negándose a la nueva construcción. Era el recurso más sencillo y aparentemente efectivo: tenía fundamento objetivo y contaba con alto consenso en buena parte de la base social comprometida con la Revolución.
Pero obró como un búmeran. Con la velocidad que caracteriza la vida política actual en Venezuela, esa argumentación se transformó en poderoso acicate para aventar la indecisión en el activo social de la Revolución, el cual sitúa los vicios que condena precisamente en partidos y dirigencias ahora distanciados del proyecto organizativo.
Chávez machacó sobre caliente. Ya en su Aló, Presidente del 18 de marzo dio por resuelto el caso, asumiendo que Podemos, PPT y PCV, se negaban a la construcción del partido unido. En una didáctica y paciente explicación los invitó, simplemente, a “no irse tirando piedras”. Poco antes un gobernador de Podemos, Didalco Bolívar, había hecho un discurso violentísimo, retomando incluso algunos de los tópicos más cínicos de la oposición proimperialista, como azuzar el miedo a la expropiación de pequeñas propiedades. Chávez señaló, con esa base, la dinámica de alineamiento con la oposición de quienes se niegan a dar el paso adelante hacia el socialismo.
Al día siguiente, caían en cascada los anuncios de fracciones, autoridades y bases de los tres partidos que anunciaban su renuncia a esas organizaciones para sumarse al Psuv. El PCV llamó a una conferencia de prensa para afirmar su adhesión a la revolución, y el PPT dio lugar a dudas sobre su resolución final. En sucesivas intervenciones públicas, Chávez combinó el llamado a la unidad con la advertencia de que quienes no la aceptaran quedarían reducidos a pequeños grupos.
El 24 de marzo, en un acto con el Teatro Teresa Carreño desbordado por la militancia, Chávez juramentó a 2400 “Propulsores”: hombres y mujeres que se desparramarían a partir del día siguiente por todo el país para impulsar la creación del nuevo partido. Sin dejar de convocar a los partidos renuentes, pero advirtiéndoles que el proceso no se detendría, Chávez anunció un cronograma para la construcción de masas: 19 de abril, nueva asamblea con unos 12 mil “propulsores”, a realizarse en el Poliedro de Caracas. 29 de julio, elección de delegados representantes de las asambleas de base. 15 de agosto, Congreso Fundacional del partido. Mediados de noviembre, presentación de anteproyectos de Estatutos, Programa, formas de funcionamiento, nombre, colores y símbolos. 2 de diciembre, consulta nacional sobre esos anteproyectos. El Congreso nacional designará una dirección transitoria y la definitiva sería elegida por elección nacional en los primeros días de enero de 2008.
Chávez subrayó además la definición ideológica general del futuro partido: socialista, revolucionario, bolivariano, venezolano, indoamericano.
De Venezuela, para todo el continente
Con la decisión de Chávez de edificar un partido unido por el socialismo, se abre una nueva etapa a escala continental para una tarea clave, se eleva a un nivel nuevo y superior la teoría y práctica del partido revolucionario y plantea mayores desafíos en todos los planos. Por el momento este nuevo escenario se limita a América Latina. Pero no tardará en comprobarse que el impacto de este replanteo histórico se hará sentir en todo el mundo, incluidos los centros del imperialismo.
Hoy está planteada la necesidad de dar organicidad partidaria a las fuerzas sociales en auge en cuatro países: Venezuela, Bolivia, Ecuador y México. La convocatoria de Chávez mostraría hasta qué punto está estratégica y tácticamente desarmada la vanguardia. Pero esa debilidad no es propia de Venezuela; es la expresión más dramática de una realidad dominante en América Latina y el mundo.
A tres lustros del derrumbe de la Unión Soviética, destruidos y metamorfoseados en instrumentos del imperialismo los grandes movimientos nacional-burgueses que signaron el mapa político latinoamericano durante el siglo XX, en el marco de un recrudecimiento coyuntural de la crisis estructural e irreversible del sistema capitalista mundial, la noción de vanguardia se expresa hoy traduciendo en una conformación compleja la disgregación en todos los planos.
Como nunca antes, la vanguardia está fragmentada, no sólo organizativa, sino conceptual y geográficamente. En el pasado, con base en una poderosa fuerza social y una neta definición ideológica asumida por ella, se proyectó un accionar político revolucionario desde un centro perfectamente definido con gravitación mundial, como pudieron ser en su momento la Revolución Francesa, la irrupción de grandes sindicatos y partidos socialistas o la Revolución Rusa; luego, para América Latina, la Revolución Cubana. Hoy, en cambio, en la única área del planeta donde refulge la perspectiva de la revolución anticapitalista, la línea de avanzada se desdobla y, aunque aparece más y más como bloque, existe y actúa de manera disgregada, en un conjunto en el cual Cuba es la vanguardia ideológica, Bolivia la vanguardia social y Venezuela la vanguardia política.
El formidable proceso de convergencia de estos tres factores clave de la revolución continental, verificado desde el primer semestre de 2006 y reafirmado a un nivel superior en el primer tramo de 2007, anuncia la resolución positiva de este momento paradojal. La combinación virtuosa de desigualdades de estas tres revoluciones ha comenzado. Ella traza, sin equívoco posible, el rumbo por el cual transitará durante todo el próximo período histórico la fuerza de la revolución anticapitalista en el único lugar del planeta donde está planteada como proyecto estratégico explícito y palpable.
Esa combinación virtuosa tiene una particularidad sobresaliente, decisiva podría decirse, en este momento: se expresa y demanda resolución en la tarea de construir un partido revolucionario en Venezuela.