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Otra vez la escalada nuclear

porLBenLMD

 

El presidente estadounidense hizo un anuncio de imprevisibles consecuencias para el equilibrio mundial: desconoce el tratado sobre armas atómicas que regló la conducta de las grandes potencias.

 

George W. Bush comunicó al mundo que su país abandona una doctrina estratégica y comienza a ajustarse a otra. ¿Cuál? Nadie fuera del Departamento de Estado y el Pentágono lo sabe hasta ahora. Puede que dentro tampoco. Como quiera que sea el anuncio es impactante: Estados Unidos considera que su sistema disuasivo construido durante la guerra fría ya no le es útil. Hay riesgo, asegura Bush, de que proliferen misiles con carga nuclear en manos de lo que denomina «Estados delincuentes» o incluso de grupos terroristas. Nada hay más peligroso, se sabe, que Estados empeñados en montar en secreto armas de destrucción masiva, o terroristas con millones de dólares para gastar y total ausencia de escrúpulos y sentimientos humanitarios. De allí la necesidad de construir un escudo capaz de detectar y destruir misiles antes de que lleguen a destino. El costo de semejante emprendimiento es «impreciso, variando entre 60 y 100 mil millones de dólares, o más»(1).

Es a tal punto urgente la necesidad de autoprotección que, subraya Bush, su administración no tendrá en cuenta la prohibición que para tal tipo de armas establece el Tratado de Misiles Antibalísticos (ABM en su sigla inglesa), firmado en 1972 por los presidentes Richard Nixon de Estados Unidos y Leonid Brezhnev, de la entonces poderosa Unión Soviética.

Sobre aquel acuerdo reposó el equilibrio del terror, consistente en acrecentar y perfeccionar los arsenales atómicos de las dos superpotencias nucleares pero sin transgredir reglas que hacían poco menos que imposible una ventaja decisiva(2). La denuncia unilateral del ABM y la decisión hecha pública de construir el escudo cuyas características aún son imprecisas, es por tanto mucho más que el punto de partida de una nueva carrera armamentista: es el comienzo de una era sin reglas reconocidas y acordadas por los ahora numerosos países con capacidad nuclear, que marchará al ritmo de la decisión estadounidense de imponerse en esta nueva pugna de la irracionalidad.

Un aspecto positivo de la decisión estadounidense, según explicó Bush, es que su país reducirá de 7000 a 2500 el número de sus ojivas nucleares. Pocos son los espíritus que se tranquilizan con la noticia de que desde la Casa Blanca se podrá, cuando la reducción se concrete, destruir el planeta apenas veinte veces. Las proporciones quedan a la vista si se toma en cuenta que China, también potencia nuclear, cuenta con 284 cabezas nucleares.

 

Reacciones diferentes

Tal vez la opinión pública no tiene todavía la medida de las consecuencias de esta mudanza estratégica. Se trata de un cambio que, por su propia naturaleza, excluye definiciones extremas de los grandes actores directamente involucrados. Pero la ubicación de cada uno permite seguir el hilo rojo del entretejido político en ciernes. Europa reaccionó con un gesto de extraña resignación: «‘Sabíamos que el proyecto se pondría en marcha de todas maneras, así que sólo nos quedaba ser pragmáticos’, señaló una fuente oficial de la Unión Europea»(3). El ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, Joschka Fischer, que obtuvo su cargo como representante del Partido Verde, «señaló que el Tratado ABM ‘había funcionado bien en el pasado’, que sólo debería ser reemplazado por otros mecanismos ‘mejores o más efectivos’, y que ‘no queremos una nueva carrera de armas’ «(4).

Su par ruso, Igor Ivanov, fingió que no estaba ante hechos consumados y declaró en rueda de prensa que el Kremlin «insistirá en la preservación y fortalecimiento del Tratado ABM» , y agregó que «es extremadamente importante que la administración estadounidense no dé pasos unilaterales, y en cambio consulte con sus aliados y amigos, incluida Rusia»(5). La posición más neta provino de China, que sin embargo no habló oficialmente; a través de la agencia de noticias Xinhua alertó que el desconocimiento del Tratado ABM «destruirá el equilibrio internacional de fuerzas de seguridad y podría provocar una nueva carrera armamentista»(6).

Hay múltiples razones para prever que la voz más neta de oposición a la decisión del Departamento de Estado se hará oír desde Pekín. El agudo conflicto desatado por el choque del avión espía estadounidense con un caza chino, el pasado 2 de abril, y la negativa de Pekín a devolver la ultrasofisticada aeronave, es apenas un detalle en el sistemático agravamiento de las relaciones entre ambos países. Como documenta un dossier de la edición de mayo de Le Monde diplomatique, está avanzado el curso de drástica recomposición en el mapa de alianzas y rivalidades planetarias, signada sobre todo por el viraje de Rusia, ahora recostada sobre China, India e Irán, y con su gran poder en tecnología nuclear como clave y contrapeso de la decadencia económica que la agobia(7).

Paradojalmente, las posturas más netas en oposición al anuncio de Bush provienen de los más altos círculos de poder en Estados Unidos mismo. «Tengo una gran preocupación con las decisiones unilaterales, porque creo que pueden detonar una segunda guerra fría -Guerra Fría II, la llamo» , declaró el senador demócrata Carl Levin(8). Uno de los argumentos más rotundos de la oposición interna es que, hasta el momento, hay muchos fracasos y ni una sola comprobación de efectividad del mecanismo sobre el que se basa el Plan de Bush.

 

¿Por qué ahora?

En las próximas semanas y meses este abanico de posiciones ambiguas tomará un relieve más nítido y será posible comprobar cómo tiende a rediseñarse el mapa geopolítico de las potencias militares mundiales. Sin embargo, es difícil admitir que la decisión de desconocer el Tratado ABM pueda residir en la conducta de «grupos terroristas atómicos» ; asimismo, esta determinación del Departamento de Estado es relativamente independiente del replanteo estratégico de los centros de poder mundial, aunque pueda derivar en una imprevisible aceleración de los cambios.

En realidad, la premura de Bush, que pretende tener un escudo «incluso rudimentario» para inicios de 2004 está asociada con la ansiedad por poner en vigencia el ALCA cuanto antes, frustrada en la reunión de presidentes americanos el pasado 20 de abril en Quebec. Y ambas conductas están dictadas por la situación económica mundial.

En momentos de sobreproducción de mercancías, proliferación de situaciones recesivas y acentuación de la disputa por mercados, la inversión masiva en armas es desde luego un recurso estratégico en términos políticos y militares. Pero es también -y acaso, hoy, sobre todo- un recurso económico. Entre las mercancías excedentes e imposibles de hallar mercado rentable se cuenta una muy particular: el dinero. Basta ver los índices de Wall Street para comprender por qué. Como la denominada «Guerra de las Galaxias» de Ronald Reagan en los ’80 y antes aún el «Sistema de Salvaguardia» de Richard Nixon en 1969, este nuevo proyecto sirve ante todo para valorizar cantidades siderales de dinero que no hallan destino. La carrera armamentista es beneficiosa para los atribulados poseedores o gestores de esas masas dinerarias. Si de esto deriva una situación mundial de extremo riesgo, siempre puede cargarse la responsabilidad al Sr. Bush.

  1. Richard Butler, «Restarting the nuclear race» , The New York Times, New York, 2-5-01.
  2. El Tratado ABM establece: no desplegar o proveer base para sistemas ABM para defensa del territorio; no desarrollar, experimentar o desplegar mecanismos de intercepción múltiple o de reacción rápida para lanzamisiles ABM; no desarrollar, experimentar o desplegar sistemas ABM o componentes, sea con base en tierra, mar espacio o móviles terrestres; no transferir a otros Estados, o desplegar fuera del territorio nacional, sistemas ABM o sus componentes.
  3. Carlos Yárnoz, «China condena el escudo antimisiles y vaticina la ruptura del equilibrio mundial de seguridad» , El País, Madrid, 3-5-01.
  4. Ibíd
  5. Patrick Tyler, «Global reaction to missile plan is cautios» , The New York Times, 3-5-01.
  6. Ibíd.
  7. Dossier «Geopolítica» , Le Monde diplomatique, Edición Cono Sur, Buenos Aires, mayo 2001.
  8. Alison Mitchell, «Top democrats warn of a battle on missile plan» , The New York Times, 3-4-01.
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