Por estos días están a la vista los resultados exitosos de un contraataque lanzado por el gobierno estadounidense el año pasado. Esta columna señaló en más de una oportunidad causas y métodos de esa obligada táctica ofensiva del Departamento de Estado, empeñado en contrarrestar la dinámica suramericana en detrimento de planes y urgentes necesidades de Washington.
El saldo a la fecha está lejos de lo planeado por los estrategas imperiales. No obstante, se hace sentir. En la marcha suramericana se produjo una suerte de compás de espera, fincado en el Mercosur y proyectado a la recién nacida Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).
Negativa de sectores parlamentarios en Brasil y Paraguay a votar la plena integración de Venezuela al Mercosur; agudización de un conflicto artificial entre Argentina y Uruguay; choques comerciales múltiples entre grupos económicos de Brasil y Argentina; decisión brasileña de autorizar nuevas zonas francas… son algunos entre tantos otros mecanismos de freno resultantes en última instancia de dos factores de diferente orden. Uno, propio y estructural, atiende a la lógica de economías basadas en el lucro empresarial y la competencia a todo trance por ventajas comerciales, deriva en choques intergubernamentales. El otro, circunstancial y externo: una panoplia de argucias utilizada por Washington para agravar conflictos latentes y crearlos donde no existan.
Mano invisible
Presiones diplomáticas, coacción económica, extorsión individual, amenazas militares, promesas comerciales, operaciones visibles y sobre todo invisibles, constituyen la combinación de palo y zanahoria con la que la Casa Blanca se lanzó a intentar frenar la marcha de un Mercosur formateado y de Unasur. Una de las armas de esa panoplia está logrando el resultado esperado por el Departamento de Estado: la propuesta de compra de enormes volúmenes de grano para producir biocombustibles en Estados Unidos disparó la codicia de oligarquías terratenientes en el Cono Sur. Con métodos diferentes en cada caso éstas llevaron al extremo las presiones sobre sus respectivos gobiernos e hicieron trastabillar a quienes, por razones políticas o ideológicas (o por desgraciada combinación de ambas), no están en condiciones de hacerles frente.
Como no podía ocurrir de otra manera, ese compás de espera fue aprovechado por un tercero: para alarma de Washington, la Unión Europea arremetió en la última cumbre de la Comunidad Andina de Naciones, convertida de hecho en lobby a favor de que el enterrado Alca renazca con otro nombre… en las babeantes fauces transnacionales del viejo continente.
Este complejo choque de fuerzas aparece en la superficie como irrupción de conflictos, parálisis -o por lo menos perplejidad, indecisión- en los gobiernos del área. La prensa comercial, desde luego, hurga en la llaga, magnifica, tergiversa y en no pocos casos inventa sin reparos.
Bajo la superficie, el hecho es que Suramérica continúa marchando a paso firme en el sentido dominante durante el último quinquenio. Y ha avanzado tanto que arribó a un punto de no retorno: o pide perdón y busca un rinconcito tibio en la geografía anexionista planeada por el imperialismo, o acelera con destino a la unión política a partir de la cual se planificarán y resolverán las urgencias económicas de la región.
Simultáneamente, dentro de ese conjunto hoy entre paréntesis, ha crecido con ímpetu inesperado la Alternativa Bolivariana para las Américas (Alba), integrada por Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela. El Alba ya tiene un Consejo de Ministros (un embrión de gobierno conjunto), en cuyas manos está la realización de ambiciosos objetivos sociales ya en marcha y la planificación de líneas de complementación y genuina integración económica. Resalta allí una voluntad común cualitativamente superior a la visible en Unasur, Mercosur y CAN.
Otro bloque, con signo contrario, lo constituyen Colombia y Perú, por momentos con participación de Chile. Los países restantes componen un tercer bloque, oscilante.
No es de esperar que las 12 naciones suramericanas asuman ya el programa y la conducta del Alba. Tampoco que ese ejemplo vivo pase inadvertido para pueblos acosados por la miseria y la degradación.
Por el callejón entre ambos caminos, en los próximos meses se dirimirá la forma y el contenido con los que finalmente tomará cuerpo la convergencia suramericana. Cientos de millones de latinoamericano-caribeños observan las conductas particulares de cada gobierno frente a las presiones, chantajes y maniobras de Washington y de las burguesías locales.
En las últimas semanas, porfiadas turbulencias bursátiles recordaron a gobernantes y gobernados el terreno sobre el que reposa el actual cuadro institucional suramericano. Resta saber qué conclusiones saca cada quien.