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Sin teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria

enaxxi

 

“Crear poder popular” es una noción tan atractiva como engañosa. En una sociedad de clases el poder político existe como instrumento de dominación. Hay que conquistarlo. No se trata de acrecer el “poder popular” gradualmente. Sólo en períodos de alza revolucionaria es posible dar carnadura a organismos de doble poder, sobre un neto basamento de clase. Contra éste, habrá otro enfrente, el poder burgués. Uno u otro prevalecerá. Antes, habrá una derrota letal para éste o aquél.

No es una diferencia de detalle. Los soviets (asambleas, en castellano, como las que tuvimos en 2001), los consejos obreros (como los que embrionariamente aparecieron en 1969), son por definición pasajeros: desalojan al poder dominante y ocupan su lugar. O sucumben. Fue después de la restauración constitucional, en los años 1980, que la expresión “crear poder popular” apareció en Argentina. Era, presumiblemente, la reacción a cierta concepción en sectores gravitantes en la etapa anterior, donde se concebía la toma del poder como un golpe de mano, al margen de la organización y sublevación de las masas. En realidad, esa polaridad reproducía un antiguo debate, entre el denominado “blanquismo” (o “putschismo”) y la concepción evolucionista, reformista, en la lucha por el poder político. El dilema había sido saldado teóricamente por el marxismo y llevado a la práctica con la Revolución Rusa. Pero con la degeneración de la Unión Soviética y la posterior degradación de la teoría, incluso en cuadros y organizaciones con voluntad revolucionaria se impuso aquel concepto, equivalente al de ganar espacio institucional hasta llegar al gobierno.

Esto se completa en la práctica con la idea de que “creando poder popular” no hace falta un Partido. En Argentina, con una rica tradición anarquista, ambas raíces se combinaron y llegaron a tener peso dominante en el activo militante. Lo hemos pagado caro. Sin Partido de masas y una vanguardia revolucionaria organizada y con gran capacidad de acción, un alza revolucionaria de masas no puede dar lugar a la consolidación de organismos de doble poder, tanto menos a la lucha franca por una victoria de clase.

Vale reflexionar sobre las causas determinantes de que una sublevación tan potente como la de 2001 terminara como terminó: con “todos de vuelta” y con los peores encaramados en el poder por una década, en medio de la confusión y la parálisis del inmenso activo militante que en nuestro país quiere una revolución.

Al cabo de esta experiencia nefasta –derrota costosa como pocas en nuestra historia nacional- se inicia un nuevo período de realineamientos que desembocará, más temprano que tarde, en una sublevación de nuestro pueblo contra el capital. La vanguardia militante no está hoy preparada para esto. Será clave que, esta vez, las y los innumerables cuadros comprometidos con la lucha por el socialismo asumamos que sin teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria. Y que las modas son un poderoso instrumento del enemigo.

 

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