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Nuevos tiempos, nuevas tareas

porLBenCR

 

Con la irrupción de un partido que provisionalmente, hasta su plena constitución en diciembre próximo, se denomina Socialista Unido de Venezuela, puede darse por clausurada una fase de reacción sin precedentes en la historia e inaugurada la que le sigue, en la que se retoma la marcha, pletórica de promesas y, por supuesto, también de riesgos.

No es en absoluto casual que en las tres últimas décadas América Latina haya albergado los dos ensayos más potentes de recomposición ideológica, política y organizativa de las mayorías sociales: el PT en Brasil, desde 1978, y el Psuv en Venezuela, a partir de ahora mismo. Imposible soslayar el hecho de que esta pujante prueba de una fuerza subterránea, casi siempre invisible, se manifiesta en el mismo período histórico en que por vía de la desagregación y corrupción, o por el camino de un anacrónico renacimiento de fundamentalismo religioso, se impone el fenómeno inverso en el resto del mundo. Es tan incontrastable el significado de estos ejemplos, que a la hora en que se redactan estas líneas, el titular del mayor partido político del mundo, Benedicto XVI, asume una consigna que estas páginas reivindican desde hace mucho tiempo –excluyendo, dicho sea de paso, cualquier atisbo de chovinismo regional: «América Latina es la esperanza del mundo», dice el supremo inquisidor, Joseph Ratzinger, adecuando a su léxico una evidencia que, sin embargo, apunta como un torpedo contra el núcleo mismo de su milenario poder.
Esta revista inició su labor cuando arreciaban los vientos helados de la contrarrevolución en todo el mundo. Y con la misma crudeza con que afirmábamos en octubre de 1991 que era preciso aprontarse para una resistencia extremadamente difícil, queremos decirle a usted lectora, a usted lector, que aquella fase ha terminado. Y que es preciso alistarse para el contraataque.
Decíamos entonces, al presentarnos en la edición Nº 1, que este instrumento «Nace de la decisión de marxistas de todo el continente de pulir y aceitar el arma de la crítica; de interpretar la realidad con criterio científico; de afirmar los principios forjados en el duro yunque de la lucha de clases internacional, en el mismo momento en que por diferentes vías, acometen la tarea de alcanzar la unidad social y política de los trabajadores latinoamericanos y organizar a los pueblos del continente para la lucha antimperialista y socialista. Se pone en movimiento para ser vehículo de búsqueda y afirmación, de investigación y debate, tras el objetivo de recomponer en un nivel superior, las fuerzas humanas, teóricas y organizativas de los revolucionarios marxistas en América Latina y el Caribe y de allí a todo el mundo. Está en sus manos para resistir la ofensiva del enemigo y preparar la contraofensiva de nuestra clase y nuestros pueblos». Decimos ahora, después de quince años de brega: el momento del contraataque ha llegado.

 

Dos vertientes

Hay mucho en común, y mucho diferente, entre el PT y el Psuv. Ambos son expresión abrupta, casi espontánea, de una necesidad quemante que no sigue lineamientos previsibles en su concreción específica para la teoría y el accionar conciente de las vanguardias, por lo que uno y otro nacen más como prolongación lineal de la lucha cotidiana, cargados del vigor espontáneo proveniente de los entresijos más remotos del cuerpo social y llevando consigo, inseparable de ese poderoso motor, los riesgos del pragmatismo y las formas que éste adopta en materia de organización y acción política.
El PT es fruto de inéditas luchas obreras en Brasil (1). El Psuv surge de una revolución apoyada en las masas populares desposeídas. Aquél tuvo un líder obrero. Éste uno de origen militar. Aquél definido por el socialismo en su Congreso Fundacional y llegado al gobierno muchos años después. Éste fruto de una insurrección de masas en 1989, de una sublevación militar en 1992, de una victoria electoral en 1998 y de ocho años de gobierno bajo el acoso constante de la contrarrevolución. Aquél prohijado por lo más avanzado, lúcido y resuelto de la vanguardia revolucionaria brasileña. Éste abandonado por intelectuales y partidos de izquierda, salvo excepciones que confirman la regla. Aquél nacido en el período inmediato anterior a la gran debacle mundial y la entronización de la reacción a escala planetaria. Éste promovido luego de que, sus propios gestores, fueran actores principales del cambio de época tras la marcha del desierto. Ambos nacidos como resultado de la crisis estructural del capitalismo mundial, pero aquél en el momento en que esa crisis se manifestaba, de manera paradojal, mediante el derrumbe de la Urss, y éste luego de que ese tremendo trauma histórico ha sido a medias asimilado por las masas y cuando el sistema capitalista ya no puede en modo alguno disimular su agonía en sus metrópolis. Ambos con el punto de partida de una victoria previa a cualquier plan estratégico: el logro de la unidad social y política de los trabajadores, las juventudes y el conjunto del pueblo. Uno, ganado a poco andar por franjas de la intelectualidad y dirigencias obreras que con fundamentos diferentes, declinaron sus banderas ante los ronroneos de la socialdemocracia internacional y el chantaje multicolor del Vaticano. El otro, acaso porque tuvo en esas dos fuerzas a sus peores enemigos inmediatos antes y después de su llegada al gobierno, vacunado en primera instancia contra esas dolencias de la contemporaneidad.
El hecho es que esas dos vertientes claves de la realidad hemisférica encarnan hoy, desde su condición de centros de unidad social y política indiscutible, dos estrategias con caminos circunstancialmente paralelos y destinos contrarios: reforma y revolución.

 

Dialéctica

Innecesario decirlo: no todo en el PT es reformista; no todo en el Psuv es revolucionario. Cabe sí subrayar un dato clave: la propuesta y la dinámica del naciente Psuv encarnan la estrategia de la revolución latinoamericana. La propuesta y la dinámica del PT encarnan la estrategia del reformismo. Esto en la hora misma en que en términos concretos, muy a menudo la propuesta reformista coincide con la que propugnan, desesperadamente, los jefes de la reacción local e internacional. Por eso, a la vez que son dos fuerzas claves para toda estrategia antimperialista y anticapitalista, se contraponen mientras marchan a la par, y en más de una oportunidad esos choques son y serán frontales, ubicando a uno y otro en posiciones irreconciliables.
Que en esta circunstancia Hugo Chávez haya resuelto convocar a la fundación del Psuv es indicativo de una asunción cabal de las exigencias de la coyuntura: la transición al socialismo es impensable sin una herramienta política poderosa, aceitada y disciplinada. Mucho menos es imaginable la réplica de la revolución a la inexorable acometida imperialista, ya a la vista, sin las masas conscientes, organizadas, capaces de presentar batalla en el terreno que sea.
El Psuv está estructurándose con los mayores esfuerzos de su núcleo promotor principal para que se edifique desde las bases, con métodos democráticos, con la participación de millones y con definiciones sin remilgos revolucionarias (2). A no dudarlo, habrá sinuosidades en el camino. Pero la línea de marcha está trazada.
Ahora bien: como en cada momento crucial de una revolución, su suerte no se juega sólo, ni principalmente, fronteras adentro. La Revolución Socialista Bolivariana de Venezuela está acompañada en grados diferentes por otros países. Tiene en primer lugar, como inapreciable punto de referencia ideológico-político y base de apoyo concreto a la Revolución Cubana. Los procesos en Bolivia y Ecuador tienden a converger en un mismo haz antimperialista y anticapitalista. Los gobiernos de Brasil, Argentina y Uruguay se pliegan a la orientación de Caracas porque saben que el choque frontal con la estrategia de la revolución daría inicio a la cuenta regresiva acelerada de sus propios pueblos, pero responden a intereses de burguesías incapaces de un mínimo de consecuencia en la lucha antimperialista. Están entre la pared imperial y la espada de Bolívar, símbolo hoy de millones de latinoamericanos y caribeños en su afán por la emancipación. Los gobiernos de Colombia, Perú y, desde otro ángulo, Chile, están francamente alineados con Estados Unidos.
Todos acordaron, no obstante, integrar Unasur (Unión de Naciones Suramericanas), hecho relevante de la coyuntura hemisférica y elocuente respecto de las fuerzas que surcan bajo la superficie.
Pero este conjunto de fuerzas en pugna, en todos los países involucrados -con excepción de Cuba- ocurre sin la participación consciente y organizada de la clase obrera (remitimos a nuestras reiteradas afirmaciones respecto de qué significa esta categoría hoy). Dicho de otro modo: la enorme potencia del fenómeno político en curso en América Latina y el Caribe, la riqueza y vigor sin precedentes de un cuadro regional que avanza hacia una situación revolucionaria generalizada, adolece de una extrema timidez de las fuerzas obreras para la acción. Y a esto se suma la ausencia de organizaciones políticas que en cada país establezcan la dialéctica entre clase, partido y dirección, capaz de concluir en una fuerza continental capaz de enfrentar la batalla (final, medida en términos históricos), contra el imperialismo y el capitalismo.

 

Qué hacer

Por eso se hace impostergable la intervención urgente, audaz, generosa y con mirada de largo alcance, de todo/a quien se sienta a sí mismo/a comprometido con la lucha antimperialista y anticapitalista, con el objetivo de edificar en cada país instrumentos políticos capaces de avanzar tras la unidad social y política de las grandes masas con un programa a la vez unificador y de neta definición revolucionaria.
Como hasta ahora, Crítica seguirá siendo «un vehículo de búsqueda y afirmación, de investigación y debate, tras el objetivo de recomponer en un nivel superior, las fuerzas humanas, teóricas y organizativas de los revolucionarios marxistas en América Latina y el Caribe». Pero a partir de ahora, sus cuadros estarán ante todo involucrados en la tarea concreta de organizar las fuerzas no ya de los revolucionarios marxistas, sino de todos quienes desde la ideología que sea estén resueltos a «cambiar de raíz la cultura y la política», y a organizarse en partidos revolucionarios de masas, democráticos, antiimperialistas y anticapitalistas (ver Teoría y Práctica del Partido RevolucionarioCrítica Nº 34).
En la actual coyuntura mundial y regional, tales partidos no pueden sino tener, desde su nacimiento mismo, una definición latinoamericanista. Por eso convocamos a edificar en cada país, a la escala y con las formas que cada situación permita, capítulos de un único partido revolucionario latinoamericano-caribeño, que adopte un programa de acción antimperialista y anticapitalista y asuma, simbólica y efectivamente, como dirigencia de esa fuerza regional en gestación, a Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales.

(1).- PT Brasil. Una respuesta latinoamericana al desafío imperialista. Luis Bilbao; Búsqueda Editora, Buenos Aires, septiembre de 1990.
(2).- «El gran debate»; América XXI Nº 24, marzo de 2007; «Tomar partido», América XXI Nº 25, abril de 2007; «Movilización nacional para la construcción de un nuevo partido»; América XXI Nº 26, mayo de 2007.

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